Pablo González Casanova
La realidad: entre la utopía y el infierno

Dice Derrida que sólo los hipócritas hablan de la democracia sin pensar en los pobres, en la deuda externa y en la soberanía nacional. Yo querría referirme a esos temas cuando el país se encuentra al borde de una agudización de la crisis, cuyo desenlace preocupa a todos.

El colapso de México no es un hecho necesario. La desintegración del país no es nuestro destino oculto. Otra revolución con otro millón de muertos no es algo que ya esté escrito.

Lo que sí, el tiempo corre y nos dirigimos a un punto de quiebre en que de nuestras decisiones dependerá en buena parte nuestro porvenir. Con ellas aparecerán grandes actores y grandes hechos. Elijo algunos en invocación utópica y realista de la conciencia y la responsabilidad para el uso del poder y el mercado, de las armas y las letras.

1. Empiezo por las armas. Creo que en el Ejército Mexicano debe perfilarse un fuerte y activo movimiento constitucionalista. Su tesis principal: sea cual fuera la crisis defenderemos a la Constitución, cumpliremos y lucharemos porque se cumpla con la Constitución, incluso para cambiarla. Si en el pasado el movimiento constitucionalista fue el más progresista, democrático y patriótico del país, hoy lo es más que nunca.

2. Se requiere una salida política de gran alcance. Si en este momento no se puede acometer la reforma democrática del Estado como un nuevo pacto político y social, es indispensable lograr de inmediato una reforma electoral que garantice plenamente la práctica de un sufragio efectivo en 1997. Hasta como válvula de escape de las fuerzas que amenazan con una implosión es necesario este mínimo pacto que, por lo demás, servirá para abrir el camino de la legalidad en los hechos políticos y sociales del porvenir inmediato.

3. Tepoztlán no es un pueblo más de México. Es el símbolo de los pueblos de México y de los movimientos populares, urbanos y campesinos. Es necesario y posible llegar a un acuerdo en Tepoztlán: que la compañía KS ratifique su decisión de abandonar el proyecto del club de golf en forma definitiva; que el gobierno del estado confirme su decisión de liberar y desistirse de los cargos a los encauzados por el conflicto; y que el pueblo de Tepoztlán --con el auxilio de las organizaciones de la sociedad civil, locales y nacionales, a quienes convoque-- contribuya a organizar elecciones ejemplares, en que los partidos y el gobierno del estado participen en un pacto electoral expreso de respeto mutuo. Cerrar el camino al autoritarismo y al populismo --decadente o emergente-- es abrir desde Tepoztlán la nueva democracia de los pueblos de México.

4. En Chiapas no se ha resuelto el problema agrario. Quienes creen eso se engañan a sí mismos. La rebelión de los indios de Chiapas tiene como origen el problema de la tierra. Y nosotros estábamos en el diálogo de San Andrés, cuando el Presidente, y después el Secretario de la Reforma Agraria y el gobierno del estado, declararon que ya se había resuelto el problema agrario. Al día siguiente vino la terrible matanza de tres campesinos en Pichucalco y Nicolás Ruiz, mientras en unos camiones se llevaron presos a otros 102 campesinos. El gobierno comprobó con sus actos que no había resuelto el problema agrario. Los acuerdos que había hecho eran con líderes cooptados. En pleno diálogo de San Andrés se amenazó la paz en Chiapas, no sólo al dar instrucciones a los representantes gubernamentales de callar, sino al declarar que ya estaba resuelto uno de los motivos centrales del conflicto y de la negociación en Chiapas sin que se hubiera tratado allí. Es necesario que antes, y en el curso de las próximas reuniones, se den muestras de paz cuidando que no haya movimientos regulares del Ejército que parezcan amenazadores; y que no se tome ninguna falsa medida con el supuesto de que ya hay un pacto agrario, que ni se ha acordado con los indios de Chiapas ni se ha acordado en San Andrés. La liberación de Javier Elorriaga y de otros inculpados sin base, sería un signo de paz brillante.

La próxima reunión de San Andrés puede llegar a dos tipos de acuerdos: los que determinen algunos pasos mínimos para la formación de un Estado pluripartidista, con representación de los pueblos indios en todas las instancias municipales, estatales, federales y en los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, y los que trasmitan --y en algunos casos apoyen-- las demandas correspondientes a los gobiernos del Estado y de la República.

Quienes se empeñan en continuar una estrategia de aislamiento del EZLN desde el punto de vista militar y agrario, cometen el error de creer que el EZLN es una cosa y otra los tzeltales, tzotziles, tojolobales, choles... o en general los mexicanos. Imponer una estrategia de paz en Chiapas, en serio, es la única forma de asegurar la paz en México. Urge hacerlo antes de la próxima reunión. Requiere la máxima voluntad política en torno a la cual se reordenarán el conjunto de la sociedad, la cultura, la economía y el Estado. La sociedad civil y los pueblos de México, la ciudadanía y la nación mexicana seguirán de todos modos adelante en la construcción de la democracia con justicia en México, única forma de gobernabilidad que podrá contener y evitar la violencia creciente.

5. Es indispensable asumir también la responsabilidad política, diplomática y financiera de exigir la reestructuración de la deuda externa. El fin a la sangría que ésta representa para la creación de empleos y para las inversiones productivas, sociales, educativas, de salud e infraestructura, correspondería a poner término a uno de los más injustos tributos de guerra en toda nuestra historia. Acabar con el actual tributo de la deuda externa, por lo menos en sus niveles asfixiantes, sería el inicio de un replanteamiento de la paz social en México y el mundo. Tal vez se pueda empezar por México.

En todo caso, el incendio puede venir de cualquier parte, y la paz se tiene que lograr con un concepto del conjunto, con una estrategia democrática y global. ¿Cómo hacer de un discurso que parece utópico una realidad que no sea infernal? Esa es también la tarea de los periodistas y los ``medios'', de los escritores, de las organizaciones y de las decisiones de los pueblos, de las juventudes, de los obreros, los empleados y los empresarios. ¿Somos capaces aún de una voluntad colectiva con responsabilidad personal? Entre la utopía y el infierno tal vez construyamos la democracia; pero sin hipocresía, desde la realidad de México.