La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996


Una carta inédita

Miguel de Unamuno



Fechada poco más de un mes antes del estallido de la guerra civil en España se conserva, entre los papeles de la familia Díez-Canedo, esta carta de puño y letra del ilustre humanista vasco Miguel de Unamuno, dirigida a Enrique Díez-Canedo, entonces embajador de la España republicana en Argentina.

Durante los años veinte y treinta, Díez-Canedo dedicó varios artículos a la obra de Unamuno, fortaleciendo con ello la relación cordial y familiar que ya existía entre ambos hombres de letras. No obstante el carácter circunstancial de esta carta, Unamuno expresa en ella su angustia y dolor ante el triunfo inminente del franquismo en España, que habría de condenarlo al grito de "šMuera la inteligencia!"

Miguel de Unamuno era en aquel entonces rector de la universidad de Salamanca, después de haber vivido varios años de destierro en Francia por su oposición a la dictadura de Primo de Rivera, y en esa misma ciudad moriría en enero de 1937. En la carta que ahora publicamos, el humanista y filósofo deja ver lo que años antes, en uno de sus artículos, Díez-Canedo definiría como su característica "vibración religiosa, jadear de agonía, de lucha". (Aurora Díez-Canedo.)

Universidad de Salamanca

Rectorado

Sr. Dn. Enrique Díez-Canedo
Embajador de España en la R.A.
Buenos Aires

Acudo a usted, mi buen amigo, para que transmita mi contestación a los organizadores ahí del congreso del PEN Club.

Es el caso que hace algún tiempo recibí una para mí honrosísima invitación de la Comisión Organizadora. Creo recordar que la firmaba en primer lugar el Sr. Aíta. La dejé sin contestación, cosa que ahora me ocurre con frecuencia. Se me pasó la epistolomanía. Y además mi labor de publicista me deja sin arrestos para la correspondencia privada. Y no tengo secretario. (Ni manejo la dactilografía.) Nuevamente recibí, por mediación del Sr. Mansilla, embajador aquí de la R.A. y cuando éste se iba para ésa, una nueva invitación, y es ya hora que conteste. Y lo hago por su mediación.

Desde hace algún tiempo salgo lo menos posible de aquí, de mi Salamanca. Y me niego a dar conferencias ni en España ni fuera de ella. Sólo derogué cuando se me invitó a darlas en Londres y de paso a recibir el grado de doctor honoriscausa en Oxford. Fui, haciéndome acompañar de mi hijo mayor ųya me cuesta viajar soloų a París, Londres, Oxford y Cambridge, y en estos tres últimos sitios hablé aunque con dificultad íntima. šLo que me cuesta ya hablar en público! Fui a Inglaterra por lo que me significaba lo de Oxford para ulteriores efectos y porque de Inglaterra acá se puede volver en un par de días. Y temía ųcomo sigo temiendoų que las cosas de esta nuestra España me obligaran a restituirme a ella y a mi familia y hogar.

Estuve hace pocos años a punto de ir a ésa, invitado por la Cultural, pero me retuvo el temor de que estando yo ahí se me hubiera muerto mi hija mayor. Y así habría sido pues se murió aquí en los días mismos en que yo debería haber estado en ésa.

ƑY ahora? Mi salud no es la que era aunque no me impide hacer mi vida ordinaria y trabajar. He pasado quince días encamado con un fuerte ataque de reuma, aunque en la cama leía y escribía y hasta despachaba lo del rectorado. Mis asuntos familiares ųcinco de mis ocho hijos corren todavía a mi cuentaų me ocupan y preocupan mucho. Me siento ya šal cabo! envejecer y el cuidado de dejar en regla mis cosas antes de tener que irme de este mundo. Pero lo que sobre todo me retiene ahora es el estado de la cosa pública (res publica) en esta nuestra España, sobre la que veo cernerse una catástrofe si la Providencia o el Hado o lo que sea no lo remedia. Añada usted que si en estas circunstancias pudiera yo decidirme a ir a ésa no estaría ahí con perfecta holgura de espíritu, pendientede lo de acá y expuesto a estrumpir cualquier día en público. Y esto, fuera de España, de la patria, y menos ahí, nunca, nunca, nunca. No podría mantenerme en una posición de acción puramente cultural. Sufriría mucho para eso. Con estas indicaciones creo le bastará para informar a los de la Comisión del PEN Club Internacional de mi resolución. Es mejor que no el que yo, directamente, les informe. Pues usted podrá traducirles cosas que dejo en mi dialecto político.

šY lo que me hubiese gustado poder ir con desembarazo y libertad y holgura de ánimo! Entre otras cosas, por asistir a un estreno de mi Raquel desencadenada que la va a hacer mi buena amiga Lola Membrives a la que le ruego transmita mi cariñoso saludo.

Salude también a los del PEN Club y muéstreles todo mi agradecimiento a sus atenciones. Parece que está de Dios que yo no logre "ultramarinarme". šComo ha de ser...! Como no cambie esto...

Y usted, mi buen amigo, sabe cuánto lo es suyo.

Miguel de Unamuno
Salamanca
10 /VI /36


La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996


Diluvio

Luis Buñuel


Llovía.

Diluviaba.

Algo más que torrencialmente. Diluviaba oceánicamente: nadie podía esperar que un mar pudiera viajar así, como un avión, de un planeta a otro. La atmósfera se había transformado en un mar sin peces. Se hallaba próximo el instante en que éstos iban a poder salir tranquilamente de los estanques para pasearse por la gran bola acuática de la ex atmósfera. Ya muchos sacaban sus cabezas de un agua para ponerlas en la otra y quedaban así, como mansetud de niños, como cocodrilos a medio sumergir.

La ciudad entera guarecida bajo los tejados se veía impotente para resistir aquel diluvio que caía como en los sueños al ralenti, pareciendo, de tan compacto, no caer sino quedarse.

Toda la ciudad con sus grandes torres desmanteladas era un inmenso bergantín por primera vez náufrago en la lluvia.

Llovía.

Los peces parecían mariposas atraídas por la luz húmeda de los faroles y en los tejados se entreabrían las tejas como lapas.

En los escaparates colonias enteras de libros buscaban algo en el agua con las hojas vibrátiles y ondulantes, sexos de pólipo.

Los niños nadaban por el acuario iluminado de los pisos, acercándose a los cristales ųunos bobosų muy abiertos los ojos, dejando escapar una columna de circulitos por su bocas redondas.

Llovía. Llovía.

Todo tenía o presentía un palpitar de pulpo. Todo era repugnante a la vista y al tacto.

Las avenidas comenzaban a llenarse de vientres hinchados, de vientres tumefactos sobre los que acudían por bandadas, con inaudita voracidad, manos hambrientas, lenguas hambrientas, cabelleras hambrientas.

A mil metros de altura cruzó la luz fantasmal de un tranvía herido acosado de delfines, asaeteado por millones de dentaduras blanquísimas.

Llovía. Llovía. Llovía. Llovía.

Por todas partes entre grietas de agua y resplandores glaucos acechaban unos ojos grises de mirar metálico, con ferocidad de escualo, los ojos de todos los habitantes de la ciudad, todo ojos, todo ferocidad.

Mis diez dedos no tenían hueso y mis ojos, también mis ojos me acechaban de lejos, más grandes que nunca, grises para siempre, con la ferocidad de los demás ojos.

Junto a mí pasó flotando mi novia ahogada, impulsada por el temblor de su velo nupcial, medusa de amor y muerte.

Llovía. Llovía. Llovía. Llovía.

En el reloj de la catedral dieron las doce burbujas de la noche.

Llovía.



"El peor enemigo del escritor Buñuel es, sin duda, el Buñuel cineasta", escribió Agustín Sánchez Vidal. En efecto, la excepcional trayectoria del autor de El ángel exterminador ha hecho que sus breves papeles literarios sean asunto de conocedores. El destino de su literatura ha sido similar al de los poemas que dieron lugar a Un perro andaluz: los textos de Buñuel se disolvieron en las portentosas imágenes de la pantalla. "Diluvio" fue escrito en 1925. Su antecedente podría ser el segundo de los Cantos de Maldoror, de Lautréamont, donde el protagonista se acopla con una feroz hembra de tiburón.


La Jornada Semanal, 14 de abril de 1996


Leñador

Federico García Lorca




Descubierto entre los papeles del poeta por Christian de Paepe y de próxima aparición en un número del Boletín de la Fundación Federico García Lorca, este breve y exquisito poema inédito formó parte del proyecto inconcluso que tuvo por título Suites (1921-22), libro que García Lorca aún soñaba con ordenar y editar en 1936. Christian de Paepe ha rescatado cuatro piezas desconocidas, de la que aquí damos una, quizá la mejor, en primicia.