Guillermo Almeyra
El extraño dúo Yeltsin-Lebed

El enfermo (¿cirrosis hepática de bebedor?) Boris Yeltsin, para tratar de ganar la segunda vuelta de las elecciones, que se hará el 3 de julio, ha nombrado secretario general del Consejo de Seguridad al ex candidato presidencial (contra Yeltsin) general Alexander Lebed. ¡Rara coherencia la de ambos!

Lebed, admirador de Pinochet al que sugiere imitar, tiene una política opuesta a la de su nuevo patrón. En efecto, sus primeras declaraciones han sido explosivas: acusó a los altos mandos de intentar un golpe de Estado para anular las elecciones y luego se retractó, pero dejó herido y descontento al complejo militar-industrial, que Yeltsin siempre había protegido; además, declaró que en Rusia sólo se permitirán las religiones islámica, cristiano-ortodoxa y budista, porque las demás atentan contra la seguridad nacional y, por si eso fuera poco, dijo que Rusia debía constituir con China un polo opuesto al predominio estadunidense.

Mientras Yeltsin aspira a integrar su política con la del G7 y a llevar a Rusia a la OTAN, Lebed, su consejero y asesor, propone lo opuesto. El rechazo a las religiones protestante y católica es igualmente una oposición a la influencia alemana y al peso del Vaticano sobre Ucrania, en particular, donde los católicos uniates son numerosos. O sea, es la proyección al campo de la lucha ideológico-religiosa de su visión nacionalista gran rusa sobre la estrategia del país para hacer frente a los desafíos mundiales. Lebed, elogiado por algunos como un nuevo Napoleón Bonaparte, aspira en realidad a ser un nuevo Pedro el Grande, reconstructor de Rusia y modernizador absolutista.

China está creciendo a enorme velocidad y es también una débil potencia nuclear, como Rusia. Está incluso actuando como centro industrial y comercial en vastas regiones del Extremo Oriente siberiano. Rusia, en cambio, penetrada cada vez más profundamente por la industria extranjera que desmantela la propia, depende fundamentalmente de la exportación de materias primas (minerales y combustibles, en lo esencial). Una alianza entre China y Rusia tendría pues importancia militar (Rusia podría potenciar su industria armamentista, en crisis por falta de capitales) pero, sobre todo, acrecentaría (para el gobierno y los capitalistas japoneses) la ``tentación continental'', presente desde los años 30 y la aventura de la ocupación japonesa del entonces llamado Manchukúo, a caballo de la frontera sino-rusa. Japón, como es sabido, importa sus combustibles del golfo Pérsico, controlado ya definitivamente por Estados Unidos, y carece de materias primas y alimentos, que China y Rusia podrían asegurarle en condiciones ventajosas y con fletes muy inferiores. Lebed, por lo tanto, espera la resurrección rusa desde Oriente y el Pacífico, pero no olvida que Rusia es una gran potencia europea, y su anticatolicismo y antiprotestantismo recuerdan que allí están Polonia y la Europa central bajo hegemonía alemana. También sigue jugando la carta del paneslavismo de los zares (unido, como es lógico, a la promoción de la ortodoxia en los Balcanes). Como todo conquistador en ciernes, Lebed se pone igualmente el kaftán ideológico de protector del islamismo (lo hicieron Benito Mussolini y Francisco Franco) para contrarrestar a Turquía, que quiere asumir ese papel, y para mantener el control ruso en el Asia no rusa. Aprovecha, por supuesto, que Turquía todavía está parcialmente atada por los restos del laicismo de los Jóvenes Turcos y de Kemal Ataturk y tiene problemas con el mundo árabe (su ex colonia), pero su política apenas logra disfrazar su nacionalismo ruso y es poco creíble entre los pueblos asiáticos musulmanes.

En esta oposición entre Yeltsin, que dice y hace sólo lo que, día a día, le podría permitir, según él, mantenerse en el poder, y el general cosaco que es un nacionalista ruso militante con objetivos estratégicos claros y ambiciosos, Lebed tiene todo que ganar, pues acercará a sus posiciones a los lumpen-fascistas de Zhirinovsky y, por supuesto, a parte de los estalinistas que siguen a Guennadi Ziúganov como ala derecha de su partido ``comunista''. Así se construirá una base social y política y mejorará sus lazos con el complejo militar-industrial (deseoso de mercados y negocios, que China les podría dar, y de grandeza militar). El cálculo hecho en una noche de vodka a Yeltsin podría resultarle mucho menos astuto de lo pensado, aunque le permita ganar la presidencia por segunda vez. Porque llegaría al gobierno, pero, ¿qué pasaría con el poder?