Sylvia Navarrete
Orlan o el performance quirúrgico

Se llama Orlan, es francesa, tiene 49 años, el pelo pintado mitad amarillo mitad azabache, y dos implantes de pómulo en las sienes. Sus performances consiste en someterse en vivo y a todo color a cirugías plásticas del rostro. Está actualmente en México porque la galería que la representa en París (Yvonne Amor) participó con un stand en la Feria de Arte Contemporáneo de Guadalajara, y con este motivo se le invitó a dar una conferencia con videos en el coloquio internacional que se desarrolló paralelamente a tal evento. Orlan dio un anticipo de esa charla en X'Teresa, y trató de explicar las razones que la mueven a abrirse el cuerpo en público.

Un primer móvil: el dolor, en los tiempos que corren, ya no existe. Orlan insiste en que, gracias a anestesias y analgésicos, ella no sufre en ningún momento. El que se retuerce es el público. Las imágenes son intolerables: la sangre, el movimiento de los instrumentos abriéndose paso debajo de la carne, la gratuidad de tal suplicio, son repulsivos. Claro, en teoría es un trabajo sobre el cuerpo como representación, pero también es el producto de un narcisismo llevado al extremo, con una buena dosis de masoquismo y de sentido del marketing (no se opera para embellecerse sino para ser famosa).

Hace veinte años que Orlan usa su carne como material de su obra. Sólo interviene su rostro. Lo único que puede transformarse en el cuerpo es la corpulencia (más curvas o menos grasa), lo cual no le interesa; tampoco le llama la atención cambiar de sexo: ``Me gusta mi sexo, lo que hago podría llamarse transexualismo de femenino a femenino''. En cambio, las cirugías sucesivas del rostro suponen un cambio de identidad física y psicológica. De hecho, su próximo performance --construirse una enorme nariz maya en Japón-- dará pie a un debate de orden judicial: con la ayuda de una agencia de publicidad, Orlan adoptará un nuevo nombre y solicitará al procurador de la República francesa que en su pasaporte figuren sus dos apellidos, pre y posoperatorios. Si no se resuelve el asunto se llevará, como otro acto teatral, a juicio.

El origen: en vísperas de un simposio de performance que organizó en Lyon, Francia, en 1990, la tuvieron que operar de emergencia. Decidió voltear la situación y aprovecharla como ``un fenómeno estético recuperable''. Colocó cámaras fotográficas y de video en el quirófano y transmitió las cintas en dicho festival. La idea estaba planteada: se operaría sistemáticamente una vez al año, con apoyo tecnológico para convertir su acto efímero en ritual con copyright. Cada operación es una escenificación grotesca. Los presentes en el quirófano (cirujano incluido), están todos vestidos por diseñadores de moda (Paco Rabanne, Issey Miyaké, etcétera), según el tema del día: carnaval, high tech, barroco... El quirófano se vuelve taller de artista, Orlan, la cara tajada, lee textos filosóficos o psicoanalíticos, conversa por satélite con quien quiera hablarle, y produce in situ videos, fotos y objetos que luego se montan como instalaciones en galerías. La séptima cirugía, efectuada en Nueva York en 1993, se transmitió simultáneamente en la Sandra Gering Gallery de Nueva York, el Centre Georges Pompidou de París, el Mac Luhan Center en Toronto, etcétera.

¿Qué implican los performances de Orlan? En primer lugar, una reivindicación feminista: el rechazo, no de la cirugía plástica como artificio, sino de los cánones de belleza impuestos a las mujeres. También, un planteamiento estético: el cuerpo es lenguaje, es herramienta de provocación visual y moral. Fuera de la ambigüedad que introduce en las nociones de identidad y alteridad, su proyecto denuncia entonces la represión ejercida sobre el cuerpo femenino y sobre la obra de arte ``convencional''. ¿Cuáles son sus límites? El financiamiento, obviamente, pero también el riesgo de caer en la repetición, de agotar sus reservas conceptuales, y de que las operaciones-espectáculo opaquen su obra manual (dibujos con sangre y relicarios de su piel) que le importa sobremanera comercializar. Orlan no es una premire en México: el artista Marcos Kurticz, ya con cáncer, tuvo que extirparse unas callosidades debajo de la mejilla, para lo cual se le desolló literalmente el rostro. Esto fue hace dos años, y mostró el video en el Museo del Chopo.