La Jornada 17 de enero de 1997

HEBRON: CONVENIO BAJO CUERDA

Bajo la presión internacional, especialmente la de Estados Unidos, el gobierno de Tel Aviv aceptó finalmente, antier, retirar a sus efectivos de la mayor parte de la ciudad cisjordana de Hebrón. En un clima ríspido se cerró, de esta manera, un lapso de estancamiento, violencia e incertidumbre en el proceso de pacificación iniciado formalmente en septiembre de 1994 entre la Organización para la Liberación Palestina y el gobierno de Israel, entonces encabezado por el laborista Yitzhak Rabin.

Tras la inopinada victoria electoral del Bloque Likud y de sus aliados ultraderechistas e integristas, el nuevo gobierno de Bejamin Netanyahu emprendió la peligrosa apuesta de revisar y renegociar lo pactado con los palestinos en Oslo, Washington y El Cairo, en materia de repliegue de las tropas de ocupación israelíes de Gaza y Cisjordania. La actitud hostil y en ocasiones provocadora de las nuevas autoridades de Tel Aviv, llevó a la paralización temporal del proceso de paz y significó una brusca interrupción del acercamiento que había venido dándose entre sus antecesores y la Autoridad Nacional Palestina.

Todo hace pensar que la expectativa de Netanyahu y los suyos consistía en poner entre la espada y la pared a las posturas moderadas y conciliadoras de la OLP, exacerbar a los extremistas de Hamas y la Jihad Islámica y hacer inviables, de esa forma, las perspectivas de entendimiento con la dirigencia palestina que habían abierto los laboristas, hoy en la oposición.

La realización de estos designios, sin embargo, hubo de enfrentar dos obstáculos: por una parte, los sectores mayoritarios de la sociedad israelí expresaron con claridad que los votos a favor del Likud no podían interpretarse como un cheque en blanco para la liquidación del proceso de paz; por la otra, el gobierno de Washington, al percibir que éste se encontraba en peligro de un descarrilamiento definitivo, resolvió poner en juego su influencia política y económica sobre el gobierno de Tel Aviv.

Este logró, ciertamente, puntos importantes a su favor: mantener el control de una zona de la ciudad cisjordana (ahora dividida en dos áreas de control) y retrasar el cumplimiento de las cláusulas de los acuerdos entre la ANP y Tel Aviv relativos a la salida definitiva del ejército israelí de los territorios ocupados y la negociación para el estatuto definitivo del Estado palestino y de Jerusalén, reclamada por ambos pueblos como su capital.

Por su parte, la ANP logró evitar la cancelación del proceso de paz --que implica, a fin de cuentas, el proceso de construcción de una patria para los palestinos-- y eludir un desbordamiento de la exasperación popular, el cual habría sido aprovechado sin duda por los sectores palestinos extremistas, opuestos a todo acuerdo con Israel.

Para ninguno de los bandos será fácil superar las secuelas mentales de un conflicto que duró más de cuatro décadas, que constituyó uno de los más peligrosos escenarios de la guerra fría y que lesionó gravemente a ambos pueblos. Parte de esas secuelas son las actitudes intolerantes y excluyentes --por ahora marginadas, entre los palestinos, e incrustadas en la coalición gobernante, en Israel--, las cuales seguirán perturbando y dificultando el camino de la paz. Pero éste parece haberse consolidado como una tendencia irreversible, como lo muestra el acuerdo que israelíes y palestinos lograron, a pesar de todo, en torno a la administración y el control de Hebrón.