La Jornada 11 de febrero de 1997

Falleció ayer la periodista y conductora de tv Lourdes Guerrero

Cristina Pacheco Ť Un día de mayo, a media mañana, apareció Lourdes Guerrero en la cabina radiofónica y me hizo señas para que interrumpiera mi grabación. ``Perdona que interrumpa. Tenía que verte. Dirás que pude haberme esperado hasta mañana, pero comprenderás que en mis condiciones retrasar las cosas tiene sus riesgos. Lo que no haga hoy quizá no pueda hacerlo mañana''.

Sabía que Lourdes Guerrero estaba aludiendo a su enfermedad: cáncer. No supe qué decir y ella protegió mi silencio con una gran sonrisa. Luego, con cierta dificultad, metió la mano en su bolsa y extrajo un encendedor de oro. ``¿Qué pasa? ¿Qué quieres que haga con él?'', le pregunté mientras ella permanecía sonriendo. ``Te estoy heredando en vida. Este encendedor me acompañó durante más de 15 años. Lo llevé conmigo a muchos reportajes y entrevistas porque me daba seguridad, era mi amuleto, ¿comprendes? Tómalo. Espero que te funcione igual que a mí y ojalá que cuando lo enciendas recuerdes nuestra amistad''.

La escena era realmente extraordinaria, más aún porque en la voz de Lourdes Guerrero no encontré sombra de temor o de amargura. Pronunció cada frase suavemente, con la misma naturalidad con que supo decir todas las cosas una mujer extraordinaria para la que nunca hubo palabras prohibidas.

Palabras prohibidas era el título de su programa radiofónico. Participé en una emisión en calidad de invitada. Para esas fechas Lourdes ya resentía los estragos del cáncer y los efectos de la quimioterapia; sin embargo, era notable el cuidado con que atendía las peticiones de su público y el empeño con que procuraba solucionar sus problemas --como si ella no estuviera enfrentando el más difícil de todos--.

Desde la mañana en que el cansancio excesivo y otros síntomas la obligaron a consultar al médico, Lourdes Guerrero aceptó su enfermedad y vio aproximarse la sombra de la muerte. Pero no retrocedió ni cerró los ojos, por el contrario: se aprestó a luchar días enteros para ganarse un minuto más de vida. Concentrada en esa trinchera no abandonó la otra: su silla ante el micrófono. Hasta allí llegaba siempre impecable, sonriente, enjoyada, alerta; eran tales su constancia y puntualidad que presentimos su fin el día en que no dijo sus Palabras prohibidas.

Quienes estábamos cerca de Lourdes Guerrero intuíamos su fin próximo; sin embargo, esta mañana cuando supe que pasadas las siete había muerto, sentí un dolor inmenso. Me resulta muy difícil aceptar que no volveremos a encontrarnos, ni retomaremos la conversación que dejamos abandonada en el rinconcito de un miércoles, ni volverá a ejercer ante el micrófono su oficio de periodista.

De la pena me compensa recordar que tuve muchas ocasiones para expresarle a Lourdes Guerrero mi respeto como profesional y mi devoción como amiga. Fue tan generosa conmigo que me dejó como herencia algo mucho más valioso que su amuleto de oro: su ejemplo.