La Jornada jueves 24 de abril de 1997

Jaime Martínez Veloz
¿Quién detiene la desesperanza?

Una enorme acumulación de rencores ancestrales y una pobreza sin futuro son una desafortunada combinación de circunstancias. Agreguemos impunidad, racismo y problemas agrarios.

Entonces estaremos en la antesala de la guerra.

Finalmente, la vida es una serie de elecciones. Cuando se elige entre la muerte o una vida amenazada, se tiene el marco de la desesperanza. De aquí, sólo basta que un puñado de hombres y mujeres empujados al límite salten al abismo.

En nuestro país ya comenzó una guerra.

Los que se aman siempre se declaran su amor. Las guerras no siempre se declaran. Pero vaya que sí se reconocen. Su caudal de muertos, su inconfundible olor, la presencia de armas y ejércitos, una tensión en el aire, la sorpresa canalla que aguarda a la vuelta del camino, las miradas recelosas que se cruzan, la contabilidad aciaga de los agravios y, sobre todo, la desazón en el calendario y en el alimento, ¿qué pasará mañana?

Cuando en 1994 la guerra llamó a nuestra puerta, salimos a la calle a contener el odio. Marchamos, exigimos y ganamos. Frenamos una guerra. Entonces nos trajeron una guerra de contrabando, silenciosa y canalla, que ha cobrado más vidas de las que se publican, que ha desarraigado a miles y que se pasea por caminos de injusticia y complicidad.

En el norte de Chiapas hay una guerra que no se reconoce, pero existe. Y lo más lamentable: en una guerra no declarada, ¿Cómo se puede convocar a tregua?

Los partidarios de uno y otro bando cuentan sus muertos en voz alta, señalan culpables y preparan venganzas. ¿Quién tiene la razón? A estas alturas, tal vez ninguno, tal vez todos ellos. Si los cadáveres y odios dan la razón, todos han aportado su siniestra cuota. Todos tienen, por lo menos, un muerto de razón. Si los que buscan resolver problemas están cuerdos, entonces todos estamos locos.

La guerra, como la gripe y la miseria humana, es contagiosa.

¿Quién sabe cuándo empieza el primer disparo, el primer muerto?, ¿quién escribe la primera crónica?, ¿quién toma la primera fotografía y la publica?, ¿qué funcionario da la primera explicación? Tal vez nadie lo sabe ni lo sabrá, pero muchos aportarán su explicación inútil.

Lo importante es ¿quién la va a detener?, ¿quién va a tender los puentes?, ¿qué bando se negará primero a la venganza?

En toda guerra hay responsabilidades y éstas se reparten más allá de las palabras. Los menos culpables son los que más sufren. Esto es un lugar común que, sin embargo, es cierto. Los que tienen las manos llenas de sangre aguardan, tranquilos, el resultado de su perversidad.

A estas alturas todavía los diarios nos traen la historia anticuada de las minimizaciones. Es grave si el conflicto existe en todo Chiapas. También es grave aunque exista sólo en algunos municipios, en algunos ejidos, en algunas comunidades. Es grave si le ocurre a un solo hombre y no se hace nada.

Ahí donde eso pasa, la impunidad se enseñorea de las vidas. La corrupción sonríe y dice: ``aquí no pasa nada''.

Pero la guerra crece, aunque no se declare.

¿Cuándo se puede hablar de una guerra?

¿Cuando hay ejércitos enfrentándose?, ¿cuando se declara? O también se puede hablar de guerra cuando hay muertos de todos los bandos y a nadie se castiga; cuando hay hambre y miseria que parecen interminables; cuando hay cadáveres mutilados; cuando hay niños muertos a balazos; cuando una saña inaudita da paso a cualquier otro sentimiento.

Finalmente no importa saber si la guerra en la zona norte de Chiapas está o no declarada; lo que importa es detener la desesperanza de cientos de miles de indígenas cuya paciencia está llegando al límite.

No vale que la indiferencia de hoy se transforme en sorpresa el día de mañana, cuando nos encontremos con un país desconocido entre las manos.