AUTOPISTA


Rossi ante la crítica


La editorial venezolana Monte Avila ha publicado un volumen indispensable. Alejandro Rossi ante la crítica es una bitácora para recorrer los mundos del autor de El cielo de Sotero. El volumen, compilado por Adolfo Castañón, presenta una alineación de cracks internacionales digna del Real Madrid: çlvaro Mutis, Salvador Elizondo, Octavio Paz, José Bianco, Mark Platts, Carlos Monsiváis, Eugenio Montejo, çlvaro Pombo, José Balza y Luis Chitarroni, entre muchos otros. Esta proliferación de nacionalidades rinde tributo a un hombre que ha vivido en Italia, Argentina, Venezuela, Inglaterra y México como si fueran una sola patria y que ha sido fichado por las mejores editoriales de la lengua.

En alguna ocasión, Carlos Monsiváis señaló que Alejandro Rossi es incapaz de escribir una página inerte. En efecto, cada uno de sus textos es recorrido por una tensión que provoca perturbadoras descargas. La brevedad de su obra es un requisito para la condensación de ideas y precisos adjetivos.

Como es de suponerse en alguien que acepta los traslados como un detalle del destino, muchos temas llaman su atención. Las brevedades de Rossi son espacios múltiples; su capacidad de variación en corto lo emparienta con los artistas de la gambeta en el área chica o los fulminantes epigramistas. A la manera de Schopenhauer o Lichtenberg, suele construir ensayos que son una sucesión de afortunados aforismos. Obviamente, este campeón de la síntesis requiere de compensaciones para dilatarse a sus anchas. Alejandro Rossi ha encontrado su complemento natural en la conversación; sus charlas de largo aliento han beneficiado a sus interlocutores con múltiples saberes, desde episodios olvidados de la Historia hasta el cine de Martin Scorsese, pasando por la moneda que cierto filósofo acariciaba para pensar y la muerte súbita de su tenista favorito.

Dentro de unas semanas, editorial Anagrama publicará dos libros de Rossi, una edición crítica de su Manual del distraído y una edición definitiva de sus cuentos con paisajes y temas latinoamericanos, La fábula de las regiones. Anticipamos la llegada de estos libros con una cita de Octavio Paz: ``Entre nuestra perplejidad y la obstinada realidad de este mundo, que sólo es y nunca nos dice qué es, la distracción ha tendido un puente: la prosa de Rossi. Un puente colgante. Abajo, temible y seductora, abismo y caricia, la realidad nos mira y se mira, cambia sin cesar y nunca deja de ser ella misma. El puente se mece sobre un precipicio. Alejandro Rossi, los ojos abiertos y el pulso tranquilo, traza con mano ligera la espiral del vértigo.''

Psico-Solidaridad

En ocasiones, el inconsciente se parece a una película de muy bajo presupuesto. Después de registrar nuestros sueños en un sincero Libro de la Almohada, descubrimos que algunos escenarios se repiten con triste constancia. El tema unificador es la pobreza decorativa. Una casa en ruinas. Un solar con trastos inservibles. Un hotelucho campestre. Un callejón del que emanan humos negros. Más allá de los problemas estrictamente psicológicos que sugieren estos sitios, hay que aceptar que significan una derrota escenográfica. Ya que no podemos mejorar la conducta que alimenta tan magras visiones, al menos valdría la pena darles una manita de gato. ¡Basta de soñar en plan tercermundista!

El remedio consiste en engañarnos lo suficiente para soñar en plan grande. Inspirados en el programa Solidaridad, que ha simulado el desarrollo en tantos municipios, nos proponemos inaugurar recámaras de lujo y clubes de fábula en nuestra mente. Al grito de ``la escenografía tranquiliza'', Solidaridad ha comprado votos con clínicas de las que sólo se estrena la fachada. Nuestro programa de bienestar onírico llevará por lema: ``Si vas a estar dormido, más vale que sea en el primer mundo.''

Un equipo combinado de psicólogos, hipnotistas, expertos en realidad virtual y promotores del voto ya trabaja en con el noble afán de amueblar nuestros sueños.

Los enemigos del proyecto afirman que, aunque los motivos del fraude son benignos, el durmiente puede sufrir severos traumas. Luego de soñar con alfombras persas y restaurantes de cinco tenedores, nada será tan deprimente como despertar. En consecuencia, proponemos una solución digna de Solidaridad: volvernos a dormir.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Flora Goldberg pinta un cuadro

Imaginemos a Flora una mañana caminando hacia la tela en blanco. Va a pintar. Moja el pincel en la paleta, un azul, un azul como el del verso de López Velarde: ``Yo tenía en tierra adentro /Una novia muy pobre, /Ojos inusitados /De sulfato de cobre.''

Antes de que el pincel dé término a su viaje y toque la tela inmaculada, recordemos que nadie pinta como quiere. Estamos entrando a un terreno en el que las deliberaciones conscientes de la voluntad, y aun la inteligencia, juegan un papel muy secundario. Pintar es una actividad que pone en acción fuerzas ingobernables. Para entender esto pongamos un símil: así como nadie pinta como quiere, nadie tiene la caligrafía que quiere, tiene la que le sale, sin deliberar. Letrota gigantesca e imperiosa, oranguntanes en el papel de raya grande, o letrita de mosca, muy controlada, o letra Palmer con reminiscencias de pupitre, sea el que sea, nuestro estilo caligráfico obedece a facultades ingobernables que hay en nosotros. Pero, tal vez por eso, porque no la podemos manipular, nuestra letra nos expresa bien y dice algo de cómo somos.

Ahora el pincel coloreado de azul toca la tela. Solo tiene dos posibilidades: o traza una raya o embarra una mancha. Es decir, el pincel o dibuja o mancha, es decir, colorea. Estas son las dos vertientes de la pintura: dibujar o colorear. Ingres, dibujaba; Delacroix, coloreaba: Lautrec, dibuja; Monet, colorea.

En las Vidas de Pintores Ilustres, cuenta Vasari que un día le enseñaron a Miguel çngel un cuadro de Tiziano y que el maestro Buonarrotti juzgó:

-Qué gran pintor habría sido si hubiese aprendido a dibujar.

Miguel çngel era un prodigioso dibujante, sus grandes frescos son, más que otra cosa, titánicos dibujos iluminados.

Tiziano era otra cosa. Si ustedes ven un dibujo del gran Tiziano, de inmediato captarán una extraña peculiaridad: Tiziano no traza figuras bien delimitadas, sino traza por todas partes, intenta de entrada llenar el papel, arriba, abajo, en una esquina, en otra, sombrea aquí y deja claro allá (dicen, y es cierto, que en los tonos de gris están ya prefigurados los colores y sus tonos). Tiziano, desde el principio está viendo la totalidad del cuadro, no un pedazo, no una forma cerrada, no un dibujo de una criatura u otra; además está utilizando el lápiz para dar tonos de luz, es decir, está coloreando sin colores.

Miguel çngel se equivocaba: si Tiziano hubiese sabido dibujar (es decir, si hubiese dibujado con la maestría de Buonarrotti), no habría sido el gran pintor que fue, es decir, un artista que, como Cézanne, pintaba todo el cuadro al mismo tiempo. No se puede tener todo en esta vida porque, como observó Goethe, donde están nuestras virtudes, ahí mismo están nuestros defectos y limitaciones.

Pero Flora no piensa en nada de esto cuando vuelve a mojar su pincel en la paleta. Esta vez es un gris perla que ha mezclado cuidadosamente en la paleta porque quiere que en su cuadro, como en el verso de Borges: ``No el rojo elemental, sino los grises /Tejieron su destino delicado.''

Y allá va la gran mancha de gris invadiendo lentamente el blanco de la tela. En este preciso instante ella, como Tiziano, está viendo la totalidad del cuadro. Y ve lo que no existe todavía. Donde tú percibes unas manchas más o menos caóticas, ella ya vislumbra la Tierra de Promisión del cuadro terminado.

Pero no piensa en eso, no piensa en nada. Las fuerzas ingobernables de su interior de artista han tomado el control de la nave mental que navega a toda vela. Pero ante todo tiene que restringirse, porque todo cuadro, como toda moral, nace de eso, de las restricciones autoimpuestas que nos articulan.

Y Flora vuelve a mojar el pincel; esta vez es un morado, porque, como dijo Pellicer: ``De entre todas las flores, /Señoras y señores, /Es el lirio morado /La que más me alucina.''

Con él Flora puntea extrañamente. Está matizando los grises limitados por la curva azul del inicio del cuadro. ¿De dónde sale esta necesidad de matizar? No lo sabemos. Flora no lo sabe. Ella menos que nadie, porque desde hace rato está en una especie de trance que la ha rescatado del mundo y elevado al Topos Uranos donde viven, cuando pintan, los pintores. Dejémosla ahí, ese lugar es su privilegio de artista. Ahí está dale y dale. Falta mucho. Sí, para una pintora de verdad, comprometida con su quehacer, siempre falta y faltará mucho por empezar y acabar.




Naief Yehya


LA OVEJA DE FRANKENSTEIN (II)


Genética cinematográfica

La clonación de seres vivos ha sido presentada en el cine y la literatura siempre como una transgresión a las leyes de la naturaleza. Ya sea en forma del horror de los dinosaurios asesinos de Parque Jurásico (Spielberg, 1993), o de la comedia del contratista que crea una copia de sí mismo (quien a su vez se vuelve a copiar) para poder disfrutar de la vida, en Mis otros yo/Multiplicity (Harold Ramis, 1996), el mensaje es el mismo: una advertencia en términos del mito de Prometeo (quien robó el fuego de los cielos para entregárselo a los hombres y fue castigado por Zeus). Clonar ha sido equivalente a crear monstruos en las cintas de serie B como The Clones (Paul Hunt, 1973), donde un grupo de científicos son sustituidos por sus clones con la intención de alterar el clima mundial; en Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978), Josef Mengele clona a Hitler a partir de una muestra de sangre, y siembra hitleritos por el mundo con la esperanza de que alguno se convierta en el heredero del dictador; París: The Clonus Horror (Robert S. Fiveson, 1979), esboza una conspiración gubernamental para crear clones que luego pueden ser congelados y utilizados como partes de repuesto; y recientemente John Frankenheimer dirigió un extravagante y voluptuoso remake del clásico La isla del Doctor Moreau(1996), en el cual el doctor del título hace experimentos genéticos para crear una sociedad de bestias humanizadas. En cada ocasión, la naturaleza protesta volviendo a estos engendros en contra de sus creadores. En todo caso, las situaciones planteadas en estas cintas siguen perteneciendo al terreno de la ciencia ficción. A menos de que la ciencia sea desmentida mañana, ahora se cree que no es posible clonar a los muertos (humanos o dinosaurios) ni a gente congelada cryonicamente, ni se puede implantar ADN de una especie animal en otra. Además, los clones serán idénticos físicamente pero nada garantiza que lo sean psicológicamente. Por el momento, el proceso real de clonación es muy poco cinematográfico; es frustrante, tedioso (los resultados tardan años en aparecer) y poco eficiente: la oveja clonada Dolly es la única sobreviviente de 277 óvulos que fueron fusionados por Wilmut, quien además ha fracasado en sus nuevos intentos de clonación.

Beneficios de la clonación

Pero la clonación no sólo puede ser utilizada como parte de un plan para apoderarse del planeta; también puede tener otros usos prácticos en la vida real, como convertir animales en fábricas de medicamentos o laboratorios en cuatro patas, para crear ovejas de lana óptima, o vacas que produzcan enormes cantidades de leche. Este procedimiento permitiría estudiar enfermedades genéticas: podrá hacerse que animales contraigan enfermedades humanas incurables para intentar en ellos nuevas terapias; se podrán alterar las proteínas en ciertos órganos de cerdos (como el hígado o el corazón) para hacerlos semejantes a los nuestros y eventualmente utilizarlos para transplantes en humanos. Resulta irónico que el premio al triunfo de Ian Wilmut y su equipo sea la demanda de muchos países por imponer una severa restricción en este campo de la ciencia, los llamados histéricos de la comunidad europea para evaluar el trabajo de Wilmut y la amenaza del gobierno británico de recortar el financiamiento del prestigiado Instituto Roslin.

Tráfico de genes

Podemos estar de acuerdo con el sacerdote jesuita y embriólogo de la universidad de Loyola, Kevin Fitzgerald, quien afirma que: ``La gente es mucho más que la suma de sus genes.'' No obstante, la posibilidad de que la gente sea clonada contra su voluntad resulta por lo menos inquietante. El temor a perder la individualidad ha estado presente siempre. ¿Quién quiere correr el riesgo de encontrarse con su doble convertido en un extraño? Si, como escribe Gina Kolata en el New York Times, existe mercado para un banco de esperma que vende semen de premios Nobel, es fácil imaginar (como lo han hecho tantos autores de ciencia ficción) que existan laboratorios que comercien con células clonables de Demi Moore, Bill Gates, Michael Jordan, Brad Pitt y Camile Paglia. El problema es que una vez perfeccionada esta técnica, no habrá forma de controlarla efectivamente. Uno puede imaginarse la enorme tarea que tendría en sus manos la policía del ADN tratando de hacer respetar las leyes del copyright genético y luchando por impedir el contrabando, tráfico, manipulación y uso de genes clandestinos.

Una Mesías lanuda

El episodio de Dolly tiene algo de beatífico y mitológico. Ian Wilmut, el padre-científico-benefactor (que prácticamente no ha lucrado con su prodigioso invento, ya que la empresa PPL Therapeutics P.L.C. tiene los derechos y la patente de la tecnología que él desarrolló), es un hombre modesto y jovial (quien, más que evocar al doctor Frankenstein, hace pensar en un Gepetto cincuentón) que desarrolló en medio de un gran silencio (sólo cuatro personas en el mundo conocían todos los detalles del experimento) y en un ambiente bucólico (un instituto situado en las afueras de Edimburgo) una de las más grandes sorpresas de la ciencia moderna. La descripción del nacimiento de Dolly en un establo, evoca con un poco de imaginación otra concepción inmaculada que supuestamente tuvo lugar hace casi dos milenios en Belén.

Naief Yehya

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