La Jornada Semanal, 8 de junio de 1997


CUSTODIANDO EL TESORO

Enrique Krauze

A mediados de este mes, la editorial Tusquets pondrá en circulación La Presidencia Imperial. Ascenso y caída del Sistema Político Mexicano (1940-1996). Con este libro, el historiador y biógrafo Enrique Krauze cierra el ciclo histórico sobre los protagonistas del poder y la política en México. En el fragmento que publicamos, Krauze se ocupa de Adolfo Ruiz Cortines, un hombre apasionado por el dominó y la estadística, cuyos numerosos sobrenombres revelan sus asombrosas facultades proteicas: El Dandy Porteño, El Faquir, Cintura Brava, El Estudiante, El Viejito.


El Tren Olivo que en mayo de 1920 conducía las huestes errantes de Venustiano Carranza hacia Veracruz, contenía nada menos que 150 millones de pesos oro: el tesoro nacional. Cuando la caravana del antiguo Primer Jefe llegó a la estación de Aljibes y don Venustiano tomó el camino de la sierra de Puebla que lo conduciría a la muerte, un joven agregado civil adscrito con el grado de mayor a las tropas rebeldes de su concuño, el general Jacinto B. Treviño, se hizo cargo de escoltar el tesoro y entregarlo notarialmente al nuevo presidente de México, don Adolfo de la Huerta. Era su tocayo, Adolfo Ruiz Cortines.

Muy ``catrín'' con su pulcro traje claro de verano y su sombrero de carrete, con aquellos profundos ojos negros y las tupidas cejas que denotaban su ascendencia andaluza, el pintor David Alfaro Siqueiros lo describía como un ``embrión de dandy porteño''.(1) Siendo joven, en los prostíbulos de las calles de Bravo en el puerto se le conocía como el Faquir,(2) y en el salón Villa del Mar donde se bailaba danzón, como el Cintura Brava.(3) Bueno para la copa sin ser borrachín, bueno para el beisbol sin ser una estrella, su pasión era compartir con tres amigos una mesa en el portal del Diligencias, el café más típico de Veracruz, y pasar las horas absorto en ese curioso juego de la adivinación, el disimulo, la estadística y el azar llamado dominó.

Adolfo no era un hombre de estudios pero sí de números. Nacido en diciembre de 1889, hijo póstumo de Adolfo Ruiz Tejeda, debía sus pocos años de estudio en la escuela Amiga y el Instituto Veracruzano a la protección de su madre, doña María Cortines, a un tío materno que fue como un padre adoptivo, don Gabriel Cotera, y a un circunspecto cura jesuita llamado Jerónimo Díaz que le enseñó el esmero formal del lenguaje. Impelido a trabajar, dejó la escuela muy joven y aprendió a conciencia la teneduría de libros. Si había un lugar en México donde aquel oficio era útil, ese lugar era Veracruz, el puerto comercial por excelencia. A los quince años, Adolfo ingresó como ayudante de contador en la empresa del español Julián Aragón.

Entre 1912 y 1914 los datos se vuelven borrosos. Las biografías ``oficiales'' de Ruiz Cortines dicen que partió a la ciudad de México, en donde lo sorprendió la Decena Trágica. A partir de la caída de Madero, se relacionó con el ingeniero Alfredo Robles Domínguez -quien fuera mediador entre Madero y Zapata-, bajo cuyas órdenes entró por la vía civil a la Revolución. Sin embargo, cuando su estrella política comenzó a ascender en Veracruz, en 1937, y, más tarde, cuando en 1952 resultó candidato a la presidencia, surgieron versiones comprometedoras. Se afirmaba que Ruiz Cortines había permanecido en el puerto, y que hacia 1914 trabajó en la Aduana, al servicio de las tropas norteamericanas. La firma de un tal Adolfo Ruiz C. entre los pagadores que sirvieron a las fuerzas de ocupación provocaría ataques terribles contra su homónimo a lo largo de su vida política.

Lo que sin lugar a dudas es cierto, es que en 1915, cuando Venustiano Carranza estableció su gobierno en el puerto de Veracruz, Adolfo Ruiz Cortines ingresó como oficial en las filas constitucionalistas al mando del general Jacinto B. Treviño y marchó a combatir a las tropas villistas en la batalla de El Ebano, en Tamaulipas. A los veinticinco años contrajo tifo y se casó casi in articulo mortis con su primera mujer, Lucía Carrillo. Este matrimonio estrechó la relación de Adolfo con Treviño, quien estaba casado con la hermana mayor de Lucía. Al lado de su concuño, Ruiz Cortines haría una efímera carrera militar-administrativa entre 1915 y 1920.(4)


Sus jefes sucesivos fueron el propio Robles Domínguez, Heriberto Jara y Jacinto B. Treviño. Su función principal, la de pagador del ejército con grado de capitán segundo. Aunque vio muy cerca las balas en la batalla de El Ebano, su trabajo fue estrictamente contable: ``No estorbaba a los oficiales ni a las soldaderas -recuerda Gonzalo N. Santos, que combatió en El Ebano-, tenía mucho sentido comercial y mucha práctica administrativa... se sujetaba estrictamente al sueldo que se había impuesto.''(5) Su momento de gloria llegó en mayo de 1920: fue la marcha de regreso desde Aljibes a la capital custodiando el tesoro público en el Tren Olivo.

Por el brevísimo tiempo en que Treviño es ministro de Industria y Comercio, su concuño Ruiz ocupa la secretaría particular. Siempre entre papeles, más tarde trabaja en la comisión revisora de hojas de servicio militar, en la oficina de reorganización de los Ferrocarriles Nacionales y en el ayuntamiento del Distrito Federal. Al poco tiempo, se da de baja del ejército y encuentra su ámbito natural, tan natural que permanecerá en él hasta 1935: el naciente departamento de estadística nacional. Un joven maestro recién llegado de Harvard recuerda una escena: ``Durante tres meses continuos, y de lunes a viernes, di el curso de estadística, al que asistía con una puntualidad religiosa, sentado en la primera fila y tomando extensas notas, don Adolfo Ruiz Cortines.''(6)

Aquel profesor era Daniel Cosío Villegas. ``México necesita suplir con el trabajo tesonero y multiplicado de sus hijos los bienes que la naturaleza le negó'', diría Ruiz Cortines en su discurso de toma de posesión en 1952.(7) Sin recordarlo acaso, estaba repitiendo la sombría visión de Cosío Villegas en 1925. El maestro abrigó esperanzas de que su antiguo alumno lo llamaría al gabinete. No lo hizo, aunque en el último año de gobierno le encomendó una misión que lo volvió una pequeña celebridad internacional: la representación mexicana en el ECOSOC, la comisión económica y social de las Naciones Unidas. Por su parte, Ruiz Cortines aprovechó aquellas clases, al grado de convertirse muy pronto en una de las mayores autoridades mexicanas en estadística.

``Era afecto siempre a citar estadísticas de todo: tal año había tantos automóviles en la ciudad de México y teníamos tantos kilómetros de ferrocarriles... de todo daba estadísticas'', recordaba su amigo Hesiquio Aguilar.(8) A principios de los años treinta, Ruiz Cortines cimentó su prestigio en una Convención Nacional de Migración y con la publicación de varios artículos técnicos en la revista Crisol, órgano de expresión del Bloque de Obreros Intelectuales (BOI), formado en 1922 por el sonorense Juan de Dios Bojórquez.(9) Escritos sin el menor vuelo literario -aunque limpios de retórica-, propuso en ellos tesis que sonaban extrañas para la época, pero que el tiempo justificaría con creces: la deseable autonomía política del departamento de estadística, la necesidad de descongestionar las grandes ciudades (en tiempos en que el Distrito Federal apenas tenía 1'229,000 habitantes), la importancia de crear una conciencia demográfica en el país. ``La tesis de que México debe aumentar su densidad de población, ¿sera conveniente?'', se preguntaba en mayo de 1932. ``No es la cantidad sino la calidad lo que hace a un pueblo o Estado moderno''.(10) Malthusiano sin citar a Malthus y en un país católico donde este tema ha sido casi siempre tabú, Ruiz Cortines pensaba que el aumento desorientado de la población podría desembocar en ``graves perturbaciones sociales''.(11) Su ciclo de estadígrafo de tiempo completo concluyó en 1935, cuando el séptimo Congreso Científico Americano premió su trabajo ``Necesidad de una sabia política de población''.

A la no muy tierna edad de 45 años comenzó su carrera política. El puesto era bien modesto, pero el trabajo reclamaba todas las habilidades: oficial mayor del Departamento del Distrito Federal. ``El ahí empezó -recuerda Aguilar- yo creo, a desarrollar sus cualidades, sus dotes políticas, que fueron formando su experiencia, una experiencia enorme como yo creo que ningún político de los que han actuado en México en el presente siglo la tuvo.''(12) Además de los asuntos administrativos, técnicos y políticos de rigor, en el Departamento del Distrito Federal había que lidiar con 73 organizaciones de burócratas. El encargado de ``torear a esos tigres'' -como él mismo decía- era Ruiz Cortines: ``sentencioso en sus expresiones, con un dejo de amargura que manifestaba vistiendo siempre de negro -recordaba un testigo-, todos salíamos satisfechos de las pláticas con don Adolfo, aunque los asuntos quedaran `para estudiarlos', porque el hombre tenía un gran don de gentes''.(13) Fue en el Departamento del Distrito Federal (del cual dependía el Tribunal Superior de Justicia) donde conoció y trabó amistad con ``el Magistrado'' Miguel Alemán.

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En 1936, Ruiz Cortines fue el precandidato oficial perdedor para la gubernatura por Veracruz. Al año siguiente contendió con éxito para la diputación por Tuxpan. Cuando el gobernador Alemán pidió licencia para dirigir el Comité pro Avila Camacho, Ruiz Cortines pasó a la Secretaría de Gobierno de Veracruz con la encomienda de vigilar los pasos del manirroto gobernador Casas Alemán. Al poco tiempo, y a sugerencia del propio presidente, Ruiz Cortines pasó a manejar los dineros de la campaña, cosa que hizo con disciplina y honradez. A partir de diciembre de 1940 se desempeñó como oficial mayor de Gobernación, hasta que en abril de 1944 alcanzó la gubernatura de su estado natal. Ostensiblemente, se estaba volviendo uno de los administradores públicos más solventes del país.

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Comisionado por Avila Camacho para asistir a la toma de posesión de Ruiz Cortines como gobernador de Veracruz, Jaime Torres Bodet observó en el personaje rasgos desusados para la época: ``Lo encontré en una sala pequeña, con muros de escasa altura; más despacho que sala y, realmente, más vestíbulo que despacho. Una lámpara eléctrica proyectaba su luz anémica sobre una mesita de pino, barnizada de rojo oscuro, un rimero de libros y una máquina de escribir. Toda la austeridad del personaje -que habría de ser tan célebre- brillaba en aquella sombra.''(14)

Como gobernador, Ruiz Cortines realizó una administración discreta y eficaz. Hizo su gabinete con veracruzanos -no como Alemán, que lo formó con universitarios ``fuereños''. Mediante comisiones creadas ex profeso, mantuvo a raya la corrupción y duplicó los fondos fiscales. Había quien le llamaba El Estudiante, porque en vez de pronunciarse de inmediato sobre los problemas, procuraba hacer que antes se estudiaran,(15) pero en el ámbito político logró que su lema ``Unidad Veracruzana'' -homólogo al de Avila Camacho en el ámbito nacional- se convirtiera en realidad. Su moralidad personal era tan famosa como su afición al dominó, que seguía practicando religiosamente en el Portal de Diligencias. Cuando en el hotel vacacional de Fortín de las Flores se le ofreció una suite de 100 pesos, prefirió una recámara simple de 25. La más celebrada y perdurable de sus ideas fue la creación de las ``juntas de mejoramiento moral, cívico y ciudadano'': ``Se le ocurrió que pidiendo la cooperación ciudadana se podían hacer muchas cosas, y comenzó diciéndoles: organícense en juntas de vecinos, en grupos para las obras más urgentes... el gobierno no puede solo... cooperen con trabajo, con materiales... por cada peso que ustedes pongan y administren, el estado coopera con otro peso... Fue un gran acierto... en Veracruz las juntas no han desaparecido nunca.''(16)

Sus prendas, inusuales de por sí, parecieron aún más extrañas en el sexenio de Alemán cuando, a la muerte del primer Ministro de Gobernación designado por El Cachorro -Héctor Pérez Martínez- Ruiz Cortines pidió licencia en su estado y ocupó el ministerio. Su recomendación no venía de Alemán sino de Avila Camacho, que lo estimaba.(17) Compró una casa en San José Insurgentes, un barrio conservador de clase media, la decoró sin candiles, porcelanas ni tapetes persas, y allí vivió con su segunda mujer. Era un espectáculo común ver a la pareja caminando sola y sin guardias por las calles, conversando con la gente.

El simple hecho de que Ruiz Cortines fuese desde entonces sujeto de incontables anécdotas sobre su sencillez, solvencia y honradez, es sintomático de lo extraña que esa conducta parecía en un ambiente público donde la corrupción, el desorden y el despilfarro se daban por descontados. El era distinto, y procuraba proyectar una imagen inmaculada, quizá porque venía de muy lejos y muy atrás. Había visto partir a Porfirio Díaz y había conocido a Carranza. Había recorrido sin mayores pretensiones, con la mirada atenta y la mayor cautela, el México bronco de los generales empistolados. Quizá por la lentitud con que había construido su carrera política o por la conciencia de ser un hombre mayor -mayor incluso que Avila Camacho y Cárdenas- se habían pronunciado en su carácter los rasgos de un hombre grave: ``Serio en el humorismo, sonriente en la seriedad, incrédulo ante el elogio y con la capacidad de discernir... la rendija -para otros imperceptible- que media siempre entre lo que parece ya cierto y lo que, en efecto, lo es.''(18)

Cuando los jóvenes universitarios se avorazaron sobre la piñata de la Revolución, en silencio, Ruiz Cortines reprobaba sus excesos. ``Hay que tragarse muchos sapos en esto de la política'', comentaba.(19) Desde la penumbra, su táctica fue esperar con humildad y escepticismo a que ocurriera lo inesperado. Y lo inesperado ocurrió. Cuando el dominó de la política le deparó las fichas de un juego perfecto, cuando supo que era el ``tapado'', reaccionó como era natural: con un par de amigos tomó unos tacos en un expendio del centro y se metió a ver una película en el cine Metropolitan.(20)

El Viejito sería Presidente. No había llegado para innovar sino para afianzar, consolidar y, sobre todo, cuidar un legado histórico del que se sentía depositario. Con métodos de estadígrafo, moral espartana y malicia de jugador de dominó, seguiría repitiendo su instante de gloria en la Revolución, seguiría custodiando el tesoro de la nación. Dato significativo, sus giras presidenciales no solía hacerlas en avión o en coche sino en tren, pero no cualquier tren sino aquel mismísimo Tren Olivo que había custodiado en mayo de 1920. Veinte kilómetros por hora en una marcha lenta, pero Ruiz Cortines no tenía prisa: había tardado casi medio siglo en escalar hasta la presidencia, su investidura lo reclamaba y, ventaja adicional, en el compartimento del tren se podían organizar buenas partidas de dominó.(21)

Notas:

*Fragmento de La Presidencia Imperial: Ascenso y caída del Sistema Político Mexicano, que pronto pondrá en circulación Tusquets Editores.

1 David Alfaro Siqueiros, Me llamaban el Coronelazo, México, Grijalbo, 1977, pp. 62-63.

2 Gonzalo N. Santos, Memorias, México, Grijalbo, 1986, p. 886.

3 Entrevista con José Luis Melgarejo Vivanco, 22 de enero de 1993.

4 Entrevista con los nietos de Adolfo Ruiz Cortines, 8 de enero de 1993; entrevista con José Luis Melgarejo Vivanco, 22 de enero de 1993; Santos, op. cit., pp. 884-885; Juan José Rodríguez Prats, Adolfo Ruiz Cortines, Xalapa, Gobierno del Estado de Veracruz, 1990, p. 37.

5 Santos, op. cit., pp. 885-886.

6 Daniel Cosío Villegas, Memorias, México, Joaquín Mortiz, 1997, p. 104.

7 ``Discurso de Adolfo Ruiz Cortines al tomar posesión como presidente de la República'', Diario de los Debates de la Cámara de Diputados, 1¼ de diciembre de 1952.

8 Entrevista con Hesiquio Aguilar, México, D.F., 3 de febrero de 1993.

9 Artículos de Adolfo Ruiz Cortines en Crisol. Revista de Crítica: ``Nuestras reuniones de estadística'', marzo de 1930, núm. 15, pp. 186-1988; ``Conozcamos nuestra agricultura y nuestra ganadería'', abril de 1930, núm. 16, pp. 258-262; ``La sociedad gravita sobre un tercio de sí misma'', diciembre de 1930, núm. 24, pp. 452-454; ``Nuestra decantada criminalidad es un mito'', febrero de 1931, núm. 26, pp. 115-116; ``Donde hay un pan, hay un hombre'', mayo de 1931, pp. 375-377; ``Autonomía indispensable'', núm. 33, septiembre de 1931, núm. 29, pp. 185-186; ``Donde hay un pan hay un hombre'', núm. 41, pp. 269-273; ``La población y su política, agosto de 1932,'' núm. 44, pp. 72-78; ``México y la política de población'', noviembre de 1934, núm. 71, pp. 265-272.

10 José Luis Melgarejo Vivanco, Adolfo Ruiz Cortines, Xalapa, Gobierno del estado de Veracruz, 1980, pp. 106-107.

11 Adolfo Ruiz Cortines, ``Donde hay un pan hay un hombre'', en Crisol. Revista de Crítica, mayo de 1932, núm. 41, año IV, t. VII, pp. 269-273.

12 Entrevista con Hesiquio Aguilar, México, D.F., 3 de febrero de 1993.

13 Gustavo de Anda, ``Adolfo Ruiz Cortines'', en Mañana, 12 de diciembre de 1973.

14 Jaime Torres Bodet, Años contra el tiempo. Memorias. México, Porrúa, 1969, pp. 199-204.

15 Melgarejo op. cit., p. 140.

16 Entrevista con José Luis Melgarejo, México, D.F., 22 de enero de 1993.

17 Entrevista con Fernando Román Lugo, México, D.F., septiembre de 1992.

18 Torres Bodet, op. cit., pp. 199-204.

19 Julio Scherer García, Los presidentes, México, Grijalbo, 1986.

20 Entrevista con Hesiquio Aguilar, 3 de febrero de 1993.

21 Ibid.