Olga Harmony
Pecadora

Astrid Hadad es ella sola --con la ayuda de sus Tarzanes-- un brillante espectáculo que participa de música, mucha música y mucho canto, y en menor medida de teatro. Carezco de los mínimos conocimientos musicales que me permitieran hablar de sus arreglos dentro del estilo heavy nopal del que es pionera y representante única, aunque los disfruto enormemente. Me gustaría, empero, referirme a la inmensa teatralidad de esta singular artista y, sobre todo a un aspecto de su nuevo espectáculo Pecadora que contrasta de muy buena manera con muchas tonterías que flotan en el ambiente. Me refiero a su sanísima cachondería y su defensa del placer femenino en momentos en que las fuerzas más oscurantistas intentan imponer su pobre moralina.

Por cierto que Astrid Hadad es mucho más que un mero pretexto para hablar de Pro vida pero, siendo mucho más, resulta un buen pretexto. El atentado genocida de este grupúsculo perverso al denunciar judicialmente a Conasida por hacer hincapié en el condón en sus campañas contra el sida, debe movernos a todos a una respuesta unánime; ojalá los simples ciudadanos tuviéramos un asesoramiento jurídico para, a nuestra vez, denunciar a Pro vida por su intento de poner en peligro mortal a tanta gente, sobre todo a ese nuevo sector de alto riesgo --los homosexuales, contra los que también enfila sus homófobas baterías han aprendido a cuidarse-- que son los púberes y los adolescentes. Es tanto el horror que estos sectores tienen hacia la actividad sexual sana y segura, que el sacerdote Jorge Palencia tuvo la puntada de recomendar el sexo virtual vía Internet; para sorpresa de muchos, su propuesta es discutida seriamente (además de chistosa, su idea es muy elitista: ¿cuántos mexicanos tienen acceso a Internet? Habría que preguntarle si está igualmente libre de pecado cualquier hot line, para hacer el asunto más democrático).

Contra toda esta estulticia la Hadad supone que ``el pecado de la carne'' es un pecado venial y que pecados mortales son los que realizan nuestros gobernantes en contra de la población. Este es el hilo de Pecadora: centrar la idea del mal en lo que dañe a los demás desde las alturas mismas del poder y no en el goce sexual --que no debería ser pecado ni siquiera venial--, es decir, la moral contra la moralina. A pesar de que no siempre sus improvisaciones, cuando habla de política, son muy logradas y nunca van más allá de lo que su público podría murmurar frente a una copa, la idea inicial es muy importante y, creo, debería verse más reforzada a lo largo del espectáculo: sacar a la moral de entre las sábanas y darle toda su dimensión social. Astrid Hadad pone un énfasis muy bien puesto en el derecho de la mujer a la pasión y al goce. Hace hilarantes referencias al sufrimiento por celos de algunos personajes literarios, con hincapié en La regenta, de Leopoldo Alas (Clarín), en contraste con la mujer moderna. Burla, burlando, se mete con la religión, con el poder, con el machismo. Su arrogancia la lleva a hablar de su edad --que no es tanta, aunque no sea excesivamente joven-- mientras enseña una torneada pierna: da tal impresión de ludismo y de libertad que todas las mujeres quieren ser como ella.

Su bien conocido y extravagante vestuario es como una escenografía portátil que acentúa la teatralidad de su desempeño. Se prodiga, generosa, cuando el público le pide que repita, aun cuando ya ejecutó su peculiar final que recuerda los fines de fiesta de las viejas revistas ``con toda la compañía'' que es ella sola. Sale para Inglaterra a presentarse como lo ha hecho en muchas otras partes del mundo, festivales importantes inclusive. Por ello no deja de condolerse --en público y con todo su desparpajo-- del olvido en que la tienen el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Festival Cervantino.

Pecadora debería presentarse en todas las universidades porque es un espectáculo divertido y aleccionador. Si bien la lucha contra la moralina se da en muchos frentes, incluido el Café concierto, irradiar sus efectos hacia los muy jóvenes no puede ser sino algo muy positivo y Astrid Hadad, a pesar de los ninguneos, ya es parte de nuestra cultura urbana.