La Jornada Semanal, 5 de octubre de 1997



CONTRA LA CENSURA


Xavier Robles


Entre muchos otros guiones cinematográficos, Xavier Robles ha escrito Rojo amanecer. La película, dirigida por Jorge Fons y protagonizada por María Rojo y Héctor Bonilla, rompió la tradicional censura en torno al movimiento estudiantil del '68, y tuvo gran éxito de público y taquilla. En esta crónica, Robles repasa las vicisitudes en torno a esta película sobre la matanza de Tlatelolco.



El 2 de octubre de 1968, un grupo de brigadistas de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) estábamos de vigilancia en el edificio Carolino, escuchando azorados las noticias: nuestros compañeros estudiantes habían sido brutalmente reprimidos en la ciudad de México, en Tlatelolco. Se hablaba de centenares de muertos y heridos, así como de miles de detenidos por el Ejército, entre ellos nuestros principales dirigentes del Consejo Nacional de Huelga (CNH). La masacre había comenzado con el estallido de dos bengalas, una verde y otra roja, que habían sido lanzadas desde un helicóptero que sobrevolaba la plaza. Nuestra reacción fue la de correr por las calles de Puebla gritando a la población que sintonizara las noticias y se indignara contra el gobierno, como nosotros entonces, quienes llamábamos a la movilización popular con lágrimas en los ojos.

Tres días después fui golpeado y detenido por la policía y un siniestro grupo profascista, los Fúas, a quienes llamábamos así por su participación en el Frente Universitario Anticomunista, pagado por el gobierno local. Alcancé a salir de la vieja cárcel de San Juan a tiempo para reincorporarme al Movimiento, el 10 de octubre, y ser desalojado del Carolino por el Ejército y la policía un día después. Tengo el orgullo de haber sido uno de los siete últimos activistas que abandonamos la lucha estudiantil, porque para entonces el Movimiento había sido desquebrajado en todo el país por el gobierno de Díaz Ordaz y sólo Puebla resistía ya. Dos compañeros, Victoria y López, decidieron esconderse en el Carolino; fueron localizados y trasladados al Campo Militar número 1, en la ciudad de México. Los otros cinco (tres compañeras y dos varones -yo vendado de la cabeza-), recibimos la ordenÊde poner a las mujeres a salvo, con la ayuda del novio de una de ellas. Ese mismo día me fui a esconder a Oaxaca. Allí curé mis heridas y rumié mi impotencia, mi rabia, mi tristeza, mi desesperación.

Hacia principios de los años ochenta, mi compañera Guadalupe Ortega -también activista del '68- y yo hacíamos cine. Habíamos visto Alien, de Ridley Scott, y nos impresionó la forma de presentar al monstruo: siempre aparecía en fragmentos, partes extrañas de su cuerpo, todas aterrorizadoras e indefinibles. El monstruo era más terrible en cuanto nunca se definía su apariencia física. Entonces no sabíamos que Alien estaba basado en un episodio de Drácula, aquel en el que viaja por barco a Inglaterra y la tripulación es encontrada muerta, navegando a la deriva, desangrada por el conde rumano. Pero fue así como surgió la idea de escribir un guión sobre la masacre de Tlatelolco, en la que no se viera el monstruo descarnado de la represión.

Muchos andaban sobre ese proyecto. Sé de varios guiones que mostraban diversas fases del movimiento estudiantil y de la propia matanza del 2 de octubre, algunos escritos por plumas respetables. El problema era la producción. El Ejército no nos prestaría a sus soldados y tanquetas para filmar una película en que ellos aparecerían como responsables directos de la represión; y tampoco había presupuesto para marchas estudiantiles, ropa de época, conjuntos espectaculares, etcétera.

En el año 1982, Cazals filmó Bajo la metralla, basada en un guión mío. En pocas palabras, el argumento se desarrollaba en la casa de seguridad de un comando de extremistas armados. La mayor parte de la película transcurría allí.

Hacia mediados de 1985 se completó la idea esencial de producción. ¿Por qué no filmar la matanza del 2 de octubre, sin mostrarla? Es decir, sólo escuchándola o imaginándola a partir de los testimonios de los sobrevivientes. Como el monstruo de Alien: sólo mostrándola parcialmente. No necesitaríamos tanques para eso, ni conjuntos, ni helicópteros. Bastaba un departamento. Claro, un departamento del propio Tlatelolco, y un excelente cuadro de actores. Allí estaríamos oyendo el mitin y la posterior represión, así como la llegada de ambulancias y la cacería de estudiantes que se dio por azoteas y andadores. Con esos elementos, estábamos seguros Guadalupe y yo de que podríamos armar un buen guión sobre el tema que nos obsesionaba desde hacía varios años: reivindicar por medio del cine la lucha de los compañeros muertos, heridos y encarcelados, algunos de ellos amigos nuestros.

La oportunidad se dio en 1987, cuando Jaime Casillas, entonces secretario general de la Sección de Autores del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC), creó el Banco de Guiones, con el copatrocinio de la propia Sección, la de Directores, la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM) y un fondo aportado por la entonces Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía, encabezada por Jesús Hernández Torres. Se trataba de financiar guiones a partir de una idea muy generosa. Una vez aprobado el proyecto, el Banco prestaría al autor una cantidad razonable para que se pudiese sentar a escribir su idea. Luego, cuando vendiese el guión, reintegraría al Banco sólo la mitad de dicho préstamo, considerándose la otra mitad un estímulo para la obra. Muchos importantes guiones se pudieron filmar con este procedimiento. Recuerdo particularmente el caso de Pueblo de Madera, de Juan Antonio de la Riva y coadaptado por Pancho Sánchez.

Guadalupe y yo presentamos una sinopsis de 10 cuartillas, que fue aprobada por unanimidad (tres jurados a favor), y en 1988 ya teníamos el guión terminado.

Comenzamos a buscarle productores al asunto. Algunos se interesaron en el proyecto, pero por aquel entonces hubo una reunión entre productores y directores con el secretario de Gobernación, quien categóricamente expresó: ``Con el 2 de octubre no se metan, por favor, señores.''

Después de eso, nadie quiso volver a saber nada del guión, hasta principios del '89, cuando María Rojo le dio una copia del libreto a Jorge Fons y éste a su vez se la dio a Héctor Bonilla, quien se entusiasmó tanto con el proyecto que de inmediato se comprometió a producirlo. Negociamos el contrato respectivo y poco tiempo después se filmó la película con el siguiente reparto: María Rojo, Héctor Bonilla, Demián Bichir, Eduardo Palomo, Bruno Bichir, Jorge Fegan, Ademar Arau, Carlos Cardán, Martha Aura, Paloma Robles, Simón Guevara, Leonor Bonilla, Santiago Allende, Baltazar Oviedo y Blas García. El director de fotografía fue Miguel Garzón; la edición, de Sigfrido García Jr., y la música de Karen y Eduardo Roel.

Hubo muchas anécdotas de filmación, que resultaría largo comentar ahora. Baste decir que el rodaje se inició prácticamente en la clandestinidad, pues temíamos que a algún actor -nuestros propios hijos- le sucediese algún ``accidente'' que hubiera obligado a suspender la filmación.

El problema principal fue que a Héctor se le acabó el dinero previsto, y un amigo común, Mario Hernández, enterado de esta situación, ofreció su propia casa a Valentín Trujillo con tal de que accediera a invertir el dinero faltante. Fue así como Valentín entró como coproductor de la película, durante la tercera semana de rodaje y cuando ya no había ni para comprar tortas a los compañeros que estaban trabajando. Lo primero que hizo Valentín fue sugerirme el cambio de título original, Bengalas en el cielo, por el más ``comercial'' de Tlatelolco sangriento. Desde luego yo estaba en desacuerdo, pero mi posición con los compañeros era comprometida. Convenimos en titularla Rojo amanecer. Sigo pensando que el título original era mucho mejor.

Una vez terminada la película, Guadalupe y yo no fuimos de los primeros en verla. Cuando finalmente me la enseñó Valentín, me di cuenta de inmediato que estábamos ante una película realmente importante. El guión había sido respetado escrupulosamente y Jorge había añadido imágenes muy conmovedoras. Comenzó entonces la lucha contra la censura.

En aquella época la directora de Cinematografía (la censura) era una señora apellidada Zertucha. Tenía ``enlatadas'' unas cuarenta películas que consideraba de mal gusto, además de la célebre La sombra del caudillo, de Julio Bracho, filmada treinta años antes. Aunque la ley era explícita en el sentido de que las autoridades tenían tres días hábiles para autorizar o prohibir su exhibición pública, era práctica común que Cinematografía no diese respuesta alguna a los creadores fílmicos, simplemente alegando que su permiso estaba en estudio. Y podía estar en estudio toda la vida, si así lo determinaban. De manera que la película no quedaba prohibida, pero jamás se exhibía. Yo había ya tenido algunos problemas con la censura en años anteriores: Noche de carnaval, dirigida por Mario Hernández, tuvo recortes en algunas escenas, particularmente en aquellas en las que se mencionaba al PRI. Aun así, Noche de carnaval es una película que casi nadie conoce, por las pésimas condiciones de exhibición que se le dieron. Baste señalar que fue estrenada un 24 de diciembre, por único día, y es obvio añadir que ni yo la vi, atareado como los demás capitalinos en los festejos de la noche navideña. Zapata en Chinameca, también de Mario Hernández, tuvo problemas semejantes: tardaron casi un año en darnos la autorización respectiva, en 1987. Corrió con mejor suerte y hasta la han transmitido por televisión, llena de bips. Noche de carnaval significó el retorno de Ninón Sevilla al cine y me enorgullece que haya ganado un Ariel por su interpretación en la película.

En fin, pasaron más de seis meses sin que la señora Zertucha nos diera una respuesta. ¿Rojo amanecer tenía autorización para exhibirse? No. ¿Estaba prohibida? Tampoco. ¿Entonces? Estaba ``enlatada''. Por otro lado, se sabía que la señora tenía contactos frecuentes con la Dirección de Comunicación Social de la Presidencia de la República, por lo que era fácil inferir que la orden venía directamente de Los Pinos. Concretamente, se oponía a su exhibición el Estado Mayor Presidencial, y Salinas no estaba interesado en tener fricciones con el Ejército a causa de una simple película.

Por coincidencia, cuando para mí ya era claro el ``enlatamiento'' de Rojo amanecer se realizó una asamblea en la SOGEM, en la que denuncié públicamente los hechos. Había mucha prensa en el lugar y de inmediato se solidarizaron conmigo los compañeros escritores, encabezados por José María Fernández Unsaín. Decidimos ampararnos e invitamos a la comunidad cinematográfica a solidarizarse con la película. Todos los sectores del cine nos apoyaron y suscribieron cartas y declaraciones en las que se exigió la exhibición de Rojo amanecer. La señora Zertucha se escondía de la prensa cada vez que la veía, pues los compañeros periodistas jugaron un papel destacado en esta lucha.

Por aquellos días, yo sabía que la directora de Cinematografía iba a estar en una ceremonia en la que se exhibía una película de José Luis Urquieta, Muelle rojo, cuyo guión también era mío. Efectivamente, la señora Zertucha estaba sentada a mi izquierda en una de las salas de la Cineteca, rodeada de funcionarios y guaruras. Vi la oportunidad de subirme al podio y desde la tribuna le exigí públicamente, ante el aplauso generalizado de la comunidad cinematográfica allí reunida, el cumplimiento estricto de la Ley en el caso de Rojo amanecer. La directora de Cinematografía se levantó inmediatamente de su asiento, seguida por los custodios, y luego Miguel Camacho me pidió que fuera a hablar con ella en sus oficinas. Allí estaban todos con caras largas y furiosas, inclusive Sergio Olhovich, quien no cesaba de darle explicaciones a la señora, ya que él había sido uno de los organizadores del evento. ``Yo no tengo la culpa, Mercedes'', decía una y otra vez, ``yo no sabía lo que éste iba a decir''. (Luego, Olhovich le organizaría una comida de ``desagravio''.) La señora Zertucha nos pidió a Guadalupe y a mí que nos retractáramos. Por supuesto nos negamos. La actitud amenazante de quienes allí estaban reunidos nos hizo temer alguna agresión, pero por fortuna la cosa no pasó a mayores; Guadalupe y yo salimos de allí regañados pero con la cabeza erguida. Palo dado ni Dios lo quita. Tiempo después me enteré de que un oficioso le ofreció a Otto Granados Roldán darnos una paliza, a lo que él se negó, para honra suya, pero por las dudas tomamos algunas precauciones, ya que se decían cosas terribles de los enemigos que él mandaba escarmentar. Ahora esto suena a juego de niños, pero recuérdese que vivíamos en pleno salinato, cuando fueron asesinados más de 300 perredistas.

Pasaron los días y los periódicos seguían publicando notas sobre Rojo amanecer. La valiente María Rojo nos apoyó por todos los medios a su alcance, lo que contrastaba peligrosamente con el silencio de Bonilla, Fons y Trujillo. A cambio, se oyeron muchas otras voces en defensa de la libertad de expresión y del irrestricto respeto a la libre manifestación de las ideas. Guadalupe y yo dábamos unas cinco entrevistas al día, en todos los medios, menos en la televisión, donde ni nos vieron ni nos escucharon.

Para calmar los ánimos, Cinematografía empezó a ``desenlatar'' algunos títulos, en total unas cuarenta películas de punks, karatecas y ficheras. Luego, la presión pública la obligó a ``desenlatar'' La sombra del caudillo, pero ni una palabra se decía de Rojo amanecer.

Por su parte, Bonilla y Trujillo estaban negociando directamente con Otto. La cosa terminó una noche en que el propio Salinas vio la película en su sala privada de Los Pinos, rodeado por el Estado Mayor Presidencial, García Márquez, Héctor Aguilar Camín y otros políticos, funcionarios e intelectuales del régimen. Desconozco los pormenores de lo que allí hablaron. Sólo sé que ahí se tomó la decisión de autorizar la película y de remover a la señora Zertucha de su cargo en Cinematografía.

A nosotros nos informó Patricia Vega, de La Jornada, y recibimos la noticia con cautela hasta no tener los pormenores del asunto. Valentín Trujillo me lo explicó: se autorizaba la película, a cambio de cortar toda referencia al Ejército, unos cien segundos de pantalla en total. A Guadalupe y a mí nos dolió muchísimo, pero aceptamos el compromiso que mis compañeros formalizaron, pues no queríamos perjudicar sus inversiones y esfuerzos. Por otra parte, ya estaba a la venta la versión clandestina (``pirata'') de la película en Tepito. Curiosamente, esta copia sólo pudo haber salido de la propia Dirección General de Cinematografía, pues era la única sobre la que los productores no tenían control. Y en esa copia ``pirata'' viene la versión íntegra de la película. Las partes cortadas también fueron restituidas en el libro Rojo amanecer, texto íntegro del guión original, publicado por Ediciones El Milagro.

Anécdota interesante fue la que nos contó el editor Sigfrido García Jr., tiempo después. En los días en que estaba más duro el estira y afloja, el ahora secretario general del PRI en el DF, îscar Levín Coppel, quien entonces tenía un cargo relacionado con el cine, fue invitado a ver la película en la salita del condominio de productores. Levín Coppel llegó acompañado de guaruras que se distribuyeron estratégicamente por la sala. Según Sigfrido, iban con toda la intención de secuestrar el negativo, cosa que el propio Sigfrido impidió, llevándolo a su casa en cuanto terminó la proyección y sin que nadie se diera cuenta, ni el mismo Valentín Trujillo, quien había invitado a Levín confiado en que nos ayudase a ``desenlatarla''.

Algunos seudocríticos de cine malintencionados han sostenido que en realidad Rojo amanecer nunca estuvo censurada y que todo el escándalo ocurrió por manipulación del mismo Salinas, y también insinuaron un afán protagónico y exhibicionista de mi parte. Lo cierto es que todo mundo sabe que el cine mexicano era uno antes de Rojo amanecer y otro después de esta película, cuyo guión nos enaltece a Guadalupe y a mí haber escrito, basándonos en testimonios publicados por Elena Poniatowska, José Revueltas, Luis González de Alba, Ramón Ramírez; otros orales, que recopilamos e investigamos nosotros, como el del amigo Luis Carrión, recientemente suicidado, y el de muchos participantes del movimiento del '68, entre ellos compañeros nuestros que militan en la vida política del país, así como en nuestra propia experiencia. Todos estos créditos y reconocimientos fueron escritos en el guión, e ignoro las razones por las que salieron de la versión definitiva en pantalla, responsabilidad exclusiva de su director, Jorge Fons. También salió una frase que cerraba el filme, escrita por el inolvidable José Carlos Becerra: ``Se llevaron los muertos quién sabe adónde./ Llenaron de estudiantes/ las cárceles de la ciudad.''

Rojo amanecer ganó nueve Arieles, entre ellos el de Oro a la mejor película mexicana filmada y exhibida en 1989. También obtuvo la Carabela de Plata del Festival de San Sebastián, uno de los premios más destacados que ha recibido la cinematografía nacional en los últimos años. Desafortunadamente, Valentín no la supo comercializar en el extranjero como se debería haber hecho. Pese a que millones de espectadores la vieron, Héctor dice no haber recibido ganancias por su explotación en México.

Cabe añadir que desde entonces no existe ya la práctica viciada del ``enlatamiento'' en nuestro país, lo cual no significa que haya desaparecido la censura, que ahora se llama por ley, elegantemente, supervisión.

Por último, no se ha vuelto a filmar un guión mío desde entonces -ya hace siete años-, con excepción de Luces de la noche, guión destrozado en pantalla por su director, Sergio Güemes, y su productor, Luis Estrada.

Pero Guadalupe y yo nos quedamos con el comentario de toda la gente que ha visto Rojo amanecer y que nos tiende la mano en la calle, al saber que somos sus autores. Particularmente los jóvenes que no conocían estos infortunados sucesos. Eso sí nos importa y lo agradecemos de corazón.