Decía que la guerrilla no podía desarrollarse en un país con un gobierno surgido de una consulta popular o donde aún existieranposibilidades de lucha cívica.Cuba nunca abandonó al comandante Guevara en Bolivia ni sus idelales, por eso sigue siendo un bastión para las luchas populares antimperiaslistas y anticapitalistas.


En la primera fotografía, Manuel Piñeiro, al centro, y Fidel Castro, a la derecha, durante una reunión con dirigentes latinoamericanos. En la segunda, recibimiento en La Habana al comandante Fidel el 26 de abril de 1959 a su regreso de un viaje a Venezuela; atrás de Guevara, Raúl Castro y Camilo Cienfuegos



Entrevista con el comandante Manuel Piñeiro

Para el Che, la lucha revolucionaria era política, militar y de masas


En mayo de 1957, Manuel Piñeiro, en ese entonces dirigente del Movimiento 26 de Julio en su natal Matanzas, es enviado a la Sierra Maestra. El 10 de septiembre de ese año, conoce personalmente en la sierra a Ernesto Guevara, cuando sus respectivas columnas se cruzan tras un combate.

``Volví a encontrarlo en El Hombrito, otro lugar de la Sierra Maestra donde se hallaba su comandancia: armería, panadería, servicios médico y odontológico, del cual él mismo era el dentista, con una tenaza por único instrumento. Coincidentemente yo tenía un tremendo dolor de muela, pero cuando iba en busca del Che oigo quejidos y gritos de un hombre y lo veo a él sujetando por la cabeza a un campesino, y tenaza en mano, extrayéndole una muela. Allí me dije: jamás caeré en las manos de este hombre. Esa imagen creo que no la olvidaré nunca.''

Tras el triunfo de la Revolución cubana, Piñeiro o Barba roja pasó a ser jefe de la Dirección General de Inteligencia del Ministerio del Interior --del cual es fundador--, encargada, entre otras funciones, de los vínculos con los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo. Desde 1975 y durante más de tres lustros condujo el Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Y a partir del segundo semestre de 1959 mantuvo una estrecha relación con Guevara hasta el asesinato del Che, en 1967.

Piñeiro siempre se había mostrado reacio a conceder entrevistas, pero el pasado 10 de junio Barba roja conversó con los periodistas cubanos Luis Suárez Salazar, Ivette Zuazo y Ana María Pellón para la revista Tricontinental, en lo que dijo era ``mi modesto homenaje al Che Guevara''; a continuación, un resumen de la plática.

La relación de trabajo de ambos hombres se incrementa en la segunda mitad de 1959, cuando Piñeiro es trasladado de Oriente a La Habana ``para incorporarme a la fundación de las estructuras de seguridad e inteligencia que antecedieron a la creación, el 6 de junio de 1961, del Ministerio del Interior, cuyo jefe fue el compañero Ramiro Valdés. Estas incipientes estructuras, y después el viceministerio técnico del Minint --cuya jefatura me encomendaron--, también tenían que ver con la atención a dirigentes revolucionarios y políticos de otros países del Tercer Mundo, quienes venían a conocer la experiencia de la Revolución cubana y conversar con sus principales dirigentes, en primer lugar con Fidel y el Che''.

Estos encuentros con los dirigentes extranjeros, en su mayoría latinoamericanos y caribeños, ``se extendían hasta bien avanzada la madrugada y a veces hasta la salida de los primeros rayos del sol. Se realizaban en casas de seguridad, en las sucesivas oficinas del Che en el Instituto Nacional de Reforma Agraria, el Banco Nacional, el Ministerio de Industrias y ocasionalmente en su casa''.

La concepción de Guevara sobre la diseminación de la lucha revolucionaria en América Latina, indica Piñeiro, ``consistía en fundar una columna madre integrada por revolucionarios de varios países latinoamericanos, la cual, una vez superada la etapa de sobrevivencia, fogueados los combatientes, formados los cuadros de dirección, en su fase de desarrollo y crecimiento crearía las condiciones para el desprendimiento de otras columnas y así expandir el combate a otros países del continente''.

``Según demostró la experiencia cubana, el núcleo guerrillero original, bien dirigido, era el motor chico que accionando política y militarmente echaba a andar el motor grande de las masas. En eso se basaba la concepción continental y antimperialista del Che sobre la lucha armada revolucionaria. Es esencialmente política, militar, de masas y contradice esa interpretación reduccionista del foco guerrillero, que se le ha adjudicado al Che. El hablaba de un foco insurreccional vinculado a las masas, no de un grupo pequeño de hombres armados que actúan divorciados del movimiento popular y en general del pueblo.

``También dijo que no podía desarrollarse la lucha guerrillera en aquellos países donde los gobiernos fueran fruto de alguna forma de consulta popular y donde no se hubieran agotado las posibilidades de lucha cívica.

``Debe resaltarse una idea básica del Che: no necesariamente tienen que existir todas las condiciones para comenzar la lucha revolucionaria, la propia lucha en su desarrollo las puede ir creando. El Che, por tanto, no es responsable de las simplificaciones de la experiencia cubana y de sus concepciones, desarrolladas, aun con las mejores intenciones, por parte de algunos revolucionarios del continente.''

En 1963, indica Piñeiro, Guevara está muy atento a la guerrilla que forma el argentino Ricardo Masetti, a quien ``le dio la tarea de organizar una columna guerrillera cuya misión principal era instalarse en un territorio argentino fronterizo con Bolivia, específicamente Salta, con la idea de incorporarse, en cuanto se lograra un mínimo de condiciones, para dirigir dese allí el inicio de la lucha armada en Argentina''. El Che, agrega, quería ser el iniciador de la lucha en su país natal, ``pero Fidel logró persuadirlo de que sólo ingresara a Argentina luego de que una avanzada creara las condiciones, es decir, que no estuviera allí en la etapa más difícil y riesgosa de cualquier movimiento guerrillero, la de sobrevivencia''.

En 1964 la insurgencia de Masetti es descubierta, sin embargo, para Guevara, ``Argentina, Perú, Bolivia... todo formaba parte de su proyecto integrador para llevar adelante su estrategia de continentalizar la revolución'', apunta Piñeiro.

Y en 1964, Ernesto Guevara comienza a pensar en Bolivia como un escenario de batalla. Ese año, recuerda Manuel Piñeiro, ``el general Barrientos dio un golpe de Estado y se abrió en Bolivia un periodo de intensa represión, pero también de resistencia del movimiento popular, particularmente de los mineros y los estudiantes. Desde entonces el Che comienza a observar el desarrollo de los acontecimientos. Dos años más tarde, estando en Tanzania, decide enviar a Papi (José María Martínez Tamayo) a Bolivia para evaluar la situación. Se confirma el criterio de que esa era la única opción disponible, en el sentido de que existían condiciones políticas mínimas y cuadros bolivianos con experiencia, quienes habían tomado parte en la ayuda a Masetti y a los guerrilleros peruanos''.

Para el Che, la guerrilla boliviana, afirma Barba roja, ``debía resultar en una escuela de formación de cuadros latinoamericanos, sobre todo del Cono Sur... que propiciara extender la lucha armada a otros países fronterizos. A la vez, le permitiría a él acumular fuerzas políticas y militares y esperar con la ocasión más oportuna para continuar hacia su país natal''.

Pero esa aspiración, ``dependería del desarrollo y crecimiento de la columna madre asentada en Bolivia. Sin ella, no era posible seguir hacia Argentina, donde también se había instalado una sanguinaria dictadura militar... De una manera realista, el Che analizó que si a partir de Bolivia surgían y evolucionaban otras columnas guerrilleras, conformadas por combatientes de diversas naciones del Cono Sur, esto provocaría como reacción una alianza entre los gobiernos y los ejércitos de los países fronterizos, apoyados por el imperialismo. Ello contribuiría a la propagación de la lucha armada revolucionaria en la región, la cual se tornaría en un escenario de cruentas, largas y difíciles batallas que más tarde o temprano llevarían a la intervención yanqui. Ese sería, por tanto, otro de los Vietnam a los que él convocó en su histórico Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental''.

Manuel Piñeiro sostiene que la idea original y el plan para Bolivia pertenecen enteramente a Ernesto Guevara. ``Lógicamente, Fidel ofreció todo el apoyo y la cooperación posibles. Nuevamente le planteó que el Che no fuera en la avanzada, sino cuando ésta ya se hubiera instalado y creado un mínimo de condiciones... Pero el Che ya estaba deseoso de comenzar la lucha, sobre todo en un país como ese, vecino de aquel donde deseaba llevar la batalla revolucionaria, Argentina''.

Y a Guevara le inquietaban también otras cosas: ``desde el punto de vista psicológico se sentía muy apremiado por el paso de los años. El sabía como nadie que le eran imprescindibles las condiciones físicas elementales para conducir un movimiento guerrillero; y que no le sería nada fácil la tarea de desarrollarlo en aquella coyuntura de América Latina, con Estados Unidos desplegando la desmovilizadora Alianza para el Progreso y toda una campaña contrainsurgente de ayuda a los regímenes del área, a los que suministraba armamentos, recursos financieros y entrenamiento a sus ejércitos. Querían evitar a toda costa la propagación del ejemplo de la Revolución cubana''.

Fidel Castro lee, el 3 de octubre de 1965, la carta de despedida de Guevara. Piñeiro considera que ``con carta de despedida o sin ella el plan del Che era inamovible. Estaba decidido a cumplir con lo que él había diseñado como su objetivo histórico y estratégico: continentalizar la lucha antimperialista''.

Rechaza las versiones en el sentido de que la dirigencia cubana abandonó al Che en Bolivia, y señala que desde el principio de la revolución ``el imperio ha practicado una estrategia de división''. Uno de los ejes de esas campañas en este supuesto abandono a la guerrilla del Che se basa en el cuestionamiento del porqué no le mandamos un refuerzo militar para apoyarlo y ayudarlo a romper el cerco del ejército boliviano.

``Cualquiera que conozca las leyes de una guerrilla sabe que en la fase inicial y más difícil, la columna está obligada a desplazarse constantemente para evitar las emboscadas del ejército enemigo, máxime si está en desventaja con éste. En esa fase la guerrilla depende de sus propias fuerzas, y del respaldo que puedan brindarle las redes urbanas, las cuales en aquel momento ya habían sido golpeadas. Por tanto, no era fácil enviar --como dicen-- un refuerzo militar. Eso es pura fantasía.''

En 1965, Manuel Piñeiro era viceministro del Minint y tenía a su cargo las operaciones de traslado de Ernesto Guevara a Africa, su regreso a Cuba y luego a Bolivia.

Cuenta Barba roja que para el Che su etapa en Congo era ``como un escalón, una fase intermedia para prepararse con vistas a su meta definitiva y aguardar a que la evolución de los acontecimientos en América Latina crearan condiciones políticas favorables para llevar a cabo sus planes estratégicos''. Tras prometer que ``algún día'' se conocerán los pormenores de las ayudas que las operaciones africana y boliviana de Guevara, Piñeiro dice que a Africa se movieron más de 140 cubanos y más de 20 para Bolivia.

La última vez que vio al Che, narra Piñeiro, fue ``la madrugada del día que marchaba hacia el aeropuerto para su incorporación a la lucha guerrillera en Bolivia. Fue en una casa de seguridad donde sostuvo, creo, la última conversación con Fidel... No pensé que sería esa la última vez que lo vería... Eramos muy optimistas y teníamos mucha confianza en la decisión, la voluntad y la capacidad del Che, de los cubanos que lo acompañaban y de los bolivianos que habían sido probados en otras tareas, para conseguir su objetivo y poder sortear con habilidad todos los escollos que pudieran presentársele''.

Se enteró de la muerte de Guevara el 10 de octubre, por una ``radiofoto, donde aparecía el cadáver del Che en la lavandería. Llamé a Fidel y él vino a mi casa. Recuerdo la cara de Fidel, dubitativo, aunque le hallara a la foto algún parecido con el Che, no estaba muy convencido de que era él. Se marchó a su casa y estando allí con la compañera Celia Sánchez le llevé una segunda radiofoto, la cual ya no dejaba lugar a dudas de que se trataba del Che... En aquella habitación se hizo un gran silencio. Fidel envió a Celia a buscar a Aleida (quien se encontraba en las montañas del Escambray) para darle personalmente la noticia... Fue un impacto tremendo''.

Dice que no ha leído todas las biografías publicadas sobre Guevara, pero sí comentarios sobre ellas, y ``en particular uno de estos biógrafos pretende presentar a un Che que sólo encarna un símbolo puramente cultural --sobre todo entre la juventud--, despojarlo de su mensaje político-ideológico y de su ejemplo. Algunos enfatizan que todas las tesis económicas, políticas y militares del Che han fracasado, que han perdido vigencia y que el rumbo tomado por la Revolución cubana desvirtúa sus ideales.

``En mi opinión, si la Revolución cubana hubiera abandonado los ideales del Che, no sería, como sigue siendo, un bastión de las luchas populares antimperialistas, anticapitalistas... Aún en las duras circunstancias de agresión económica, política e ideológica por parte del imperialismo, el pueblo cubano mantiene el heroísmo al que lo convocó el Che y lo convoca todos los días Fidel''.

Piñeiro señala la forma en que las sociedades de consumo han pretendido convertir la figura de Guevara en ``una mercancía'', pero agrega que ``la fuerza paradigmática del Che se impone por encima de estas intenciones... Intentar reducirlo a un símbolo cultural es una vulgar simplificación. No creo que la atracción y la solidaridad que su figura concita hoy día... respondan a esa estrecha percepción del legado del Che''.

``Lo ven --prosigue-- como un hombre con una tremenda fuerza moral, muy honesto, sensible, humano, capaz de acompañar su prédica con sus actos; como un símbolo del internacionalismo, del antimperialismo, de la solidaridad, del genuino socialismo. En fin, un ejemplo para las actuales y futuras generaciones, que lo toman como bandera de intransigencia revolucionaria, de los valores éticos y de la justicia social''.


El comandante Manuel Piñeiro, un personaje enigmático apodado Barba roja en la década de los 60 por amigos y enemigos, era jefe de la Dirección General de Inteligencia del ministerio cubano del Interior, que aseguraba los lazos con los movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo, en la época de la expedición boliviana del Che Guevara.