La Jornada Semanal, 1 de marzo de 1998



UN MUCHACHO CATALAN


Gabriel Zaid


En su vena de ensayista, Gabriel Zaid ha explorado con idénticas dosis de rigor el pensamiento católico, el anarquismo y el ideario liberal. En esta ocasión nos acerca a Ricardo Mestre, el libertario catalán que editó libros singulares y fundó una de las más peculiares bibliotecas de nuestro país.



No sabía quién era aquel muchacho imperioso y confianzudo, que había leído El progreso improductivo y me elogiaba de tú y me censuraba de tú. Tenía razón: yo no sabía que las máquinas de coser como una vía para el desarrollo desde abajo habían sido recomendadas por Kropotkin. Tenía razón: yo veía los ideales de autarquía y libertad como una tradición campesina, sin referencia al anarquismo, del cual tenía poca información. Finalmente, me dijo:

-Eres un anarquista sin saberlo.

Colgó el teléfono, y me dejó intrigado y halagado; como investido de un aura radical, un parche de pirata y una bomba debajo del brazo.

Le hablé a José de la Colina, que había salido en la conversación como amigo común, y que alguna vez me había dicho algo parecido, cuando hablé del free-lancing como una forma utópica de organizar la producción, en la que nadie fuera jefe de nadie.

No, Ricardo Mestre no era un muchacho catalán. Nos llevaba veinte años, aunque tuviera aquella voz animosa y un tanto cruda. Vivió la esperanza de reconstruir la sociedad bajo principios autogestionarios en la República española, y vivió la derrota bajo la fuerza autoritaria de comunistas y franquistas.

Las conversaciones con Mestre continuaron en su modestísima oficina de Morelos 45, despacho 206, donde había reunido (y sigue creciendo) la Biblioteca Social Reconstruir, una especie de centro de información libertaria, no sólo con los clásicos del anarquismo, sino con un acervo impresionante de publicaciones de anarquistas mexicanos, desde los Flores Magón hasta hoy. Le hubiera gustado la dirección electrónica que tiene desde hace poco:

[email protected]

Pero no tuvo que esperar a la red para enlazarse con media humanidad a través del teléfono 512 08 86, en las mañanas.

Por supuesto que estaba en contra de las bombas, de la guerrilla universitaria y de todo terrorismo, empezando por el estatal. No se trataba de llegar al poder, sino a la libertad. Le parecía esencial la verdad: la autenticidad, la discusión, la fraternidad. Le parecía esencial la moral: la verdad viva, cooperante, libre. Vivía la transparencia de las ideas y de las posiciones como una transparencia moral.

Su fe en la discusión, los libros y la prensa como vías libertarias me impresionó, más aún porque su escolaridad era mínima. Me hacía ver la contraposición entre dos instituciones afines y opuestas: la lectura libre y la universidad. La escolaridad está en la tradición del saber jerárquico, vertical, trasmitido desde arriba, acreditado por una autoridad que expide credenciales. La lectura libre es una discusión entre iguales, que se va extendiendo: un saber crítico, horizontal, abierto y sin credenciales, donde la única autoridad que importa es la autoridad moral.

Mestre se ponía al tú por tú con quien fuera, anulando en ese mismo acto el arriba y el abajo. No se dejaba arredrar por la escolaridad, el renombre, el poder o el dinero, pero tampoco despreciaba o excluía a su interlocutor en ese caso: lo trataba igual que a los muchachos jóvenes que lo visitaban; como a un compañero. Tenía algo de socrático (y hasta de mayéutico, como en su primera llamada) en el ágora, el café, las cartas a la redacción, los artículos, el teléfono.

Cuando se pudo jubilar y dedicarse nada más a eso estaba feliz. ``¡Por fin he vuelto a ser un anarquista de tiempo completo!'' Lo había sido siempre, a su manera, porque en la esclavitud de sostenerse con otras actividades había sido soberanamente libre. Lo había sido también en las ideas, porque no aceptaba ortodoxias ni del anarquismo. Era un muchacho generoso, discutidor y transparente, un libertario sin credencial.



EL REBELDE DE BUCARELI


Angel Jaramillo Torres


Angel Jaramillo conoció a Ricardo Mestre poco antes de su muerte. Su crónica-entrevista se convirtió en el último testimonio sobre la vida del anarquista catalán en México.


a Charles y Dorothy Hasty

La Habana para un cronista olvidadizo

El Café La Habana es lo menos parecido a un Vips, si exceptuamos el atuendo rosáceo de sus meseras. Este lugar, frecuentado por periodistas, es uno de los pocos reductos donde aún se ejerce el minoritario arte de la conversación. Aquí nada inhibe el afán polémico de los contertulios. La mesa de los españoles parece el parlamento inglés a punto de condenar a Carlos I. Escucho frases contundentes contra Felipe González. Apenas recuerdo que este es mi tercer intento de entrevistar a Ricardo Mestre. Quizá no haya algo más difícil que entrevistar a un anarquista consecuente: donde el ego desbocado reclama flashes y cámaras de video, Mestre prefiere la grandeza del anonimato. La oficina-biblioteca de Mestre, en realidad un bunker cultural ácrata, se encuentra a unos cuantos pasos del Café La Habana. No es casual que así sea: a manera de un Bowery neoyorquino, Bucareli ha sido refugio de rebeldes y anarquistas. A principios de siglo, el poeta-trovador, dibujante y vagabundo Ralph Chaplin salía todas las tardes de su departamento, cercano al reloj chino, rumbo al Café Colón. Un lugar con resonancias nostálgicas: el México anterior a los ejes viales.

La imagen de Ralph Chaplin se me borra cuando advierto, antes de pagar el desayuno, que olvidé la grabadora con la que pretendía entrevistar a Mestre. Nunca se meditará demasiado en aquella frase de Elias Canetti: ``no olvidamos nada y lo olvidamos cada vez menos''.

El largo periplo de un anarquista

Ricardo Mestre nació el 15 de abril de 1906 en Vilanova i la Geltrú, una población catalana en la que, entre 1936 y 1939, el gobierno municipal se organizó de acuerdo a una concepción anarquista de la sociedad. Según Hans Magnus Enzenberger en El corto verano de la anarquía, Cataluña fue el espacio extraordinario en donde las teorías revolucionarias de Bakunin se convirtieron en un poder real. Pero no fueron ideales políticos los que en un principio asaltaron la imaginación de Mestre, sino la literatura. Era el único niño que podía entrar a la biblioteca del Museo Balanguer, en la que estaba prohibida la entrada a menores. Sus 80 kilos de peso daban el aspecto de adulto al muchacho rollizo de 14 años. Leyó temprano a Emilio Zola, a Victor Hugo. Estas lecturas y el temple liberal que heredó de su abuelo paterno lo condujeron al anarquismo.

Conocido entre sus amigos catalanes como ``Ricarditu'', se convertiría en uno de los más destacados dirigentes políticos de Vilanova. Su labor fue la de un rebelde pacífico, la de un inquieto civilizado. De acuerdo con el historiador Francesc X. Puig Rivera, Mestre contribuyó a establecer el orden en momentos de gran convulsión ciudadana durante la guerra civil española. Un ácrata promovía la obediencia a la ley. No podía ser de otra forma, tratándose de alguien que fue elegido juez de paz. Durante casi un año el anarquista Mestre ofició casamientos, gestionó divorcios, normalizó la administración de justicia. Pero no sólo era un político sino, más relevante aún, fue un eficaz promotor de la república de las letras: fundó periódicos, dirigió revistas, participó en proyectos editoriales. Su biografía no miente: creía más en la transformación del hombre y la sociedad por obra de la cultura que por las razones y sinrazones de la violencia redentora.

Al terminar la guerra civil y antes de que se encendieran las hogueras en Europa, Mestre partió al exilio. Había sido hostigado por los comunistas y acosado por las huestes de Franco. El drama de su desencuentro con España es también la ocasión de su encuentro con una mujer definitiva: Silvia Mistral. Por un azar de la desventura humana tienen que separarse temporalmente. Tras pasar cinco meses en un campo de concentración, Mestre logra escapar y trasladarse en tren hacia Burdeos, donde se reúne con Silvia. Juntos se embarcan en el Ipanema rumbo a un destino posible: Veracruz.

Ya en México, entabló amistad no sólo con la comunidad de exiliados españoles sino con numerosos intelectuales mexicanos, entre ellos Octavio Paz y Gabriel Zaid. Persiste en su agitación inteligente: vende libros y material para pintores, funda la editorial Minerva que difunde textos anarquistas, promueve autores imprescindibles como Rudolf Rocker.

Tampoco lo arredra el paso del tiempo. Desde hace ya casi dos décadas, la ciudad de México ha sido testigo de un ritual ininterrumpido: cada mañana Ricardo Mestre sale de su casa en la colonia Roma y se dirige, aventurero indomable, hacia su bunker en la avenida Morelos. Ahí lo encuentro, practicando como siempre el saludable arte de la desobediencia.

El hombre de la sonrisa solar

La Biblioteca Social Reconstruir se encuentra en el segundo piso de un edificio de los años treinta. Pocos sospechan que, entre oficinas de abogados, contadores y detectives privados, el despacho 206 alberga a hombres y mujeres adictos a la lectura. La puerta ostenta un letrero que resulta incomprensible para quienes confunden anarquismo con ansias dinamiteras: Libertad, no violencia. Uno adivina el tipo de lector que visitaba la biblioteca; en los ochenta, la izquierda que no se hallaba en una organización partidista, prófugos del marxismo de manual, aficionados a revistas de clara tendencia anarca como El viejo topo; en los noventa, así lo pude atestiguar, admiradores tardíos de Syd Vicious: los punks nunca han sido ajenos a la Galaxia Gutenberg.

Al fondo, comunicada con la sala de lectura por un pasillo bordeado de revistas, libros, periódicos, se localiza la oficina de Ricardo Mestre. Antes de entrar, creo conveniente repasar in mente la noble genealogía ácrata: de los estoicos a Fernando Savater.

A sus 90 años, Mestre es un hombre corpulento que conserva la potencia de una voz con la que no ha dejado de polemizar en defensa de las ideas libertarias. Sus ojos azules me miran con curiosidad inquisitiva. Hay una especie de sol interior que emana de su sonrisa. Al verla recordé la respuesta epistolar que Cioran escribió a un amigo suicida: ``cuando ya no puedas reír, entonces te puedes matar; mientras todavía puedas reír espera, ya que la risa es una victoria sobre la vida y la muerte, es un signo de que se es amo de todo''.

Me habla de la biblioteca: ``este es un espacio abierto, cualquiera puede venir y consultar libros y revistas''; de Durruti: ``hay que desmontar el mito de Durruti. No fue el santo del que tanto hablan''; de la Revolución rusa: ``en 1917 los bolcheviques traicionaron a los soviets y, así, al movimiento revolucionario''; de vidas paralelas: ``si te fijas, Flores Magón y John Reed tuvieron destinos parecidos''; me enseña un libro: ``Gabriel Zaid me llamó maestro en esta dedicatoria, por eso yo le dediqué otro libro y escribí: `a Gabriel Zaid, del autodidacta Ricardo Mestre'.''

``El hombre es un relámpago en la noche'', dijo Heráclito. El anarquismo de Mestre asume la fragilidad de la existencia humana, el carácter transitorio de nuestra vida. Como un estoico moderno, Mestre define así su ideario anarquista: ``el tiempo que tenemos de vida es muy corto, no hay que desperdiciarlo cometiendo pendejadas, sino llenándolo de sensaciones agradables''. Para él la reforma de la sociedad no es posible sin el mejoramiento del individuo. Sus ideas parecen máximas latinas de sabiduría vital. En alguna entrevista dio la mejor definición de anarquismo de la que tengo noticia: ``La anarquía es un arte, un bello elefante rosa; consecuentemente, el anarquista es un artista, hábil en domar su impaciencia, aniquilar sus temores y someter su ambición de poder.'' A esta concepción se une una virtud no menos significativa: una indudable vocación de independencia. A diferencia del historiador anarca que sirve al tirano cóndor en la novela Eumeswil de Jünger, Mestre no acompañaría al gran autócrata. Su sino es otro: la rebeldía intelectual allende el poder.

Un poco fatigado, Mestre me pide continuar nuestra conversación otro día y solicita a uno de sus jóvenes colaboradores la lectura, en voz alta, de la prensa.

Quienes crecimos en el periodo de transición donde las siglas PC dejaron de significar Partido Comunista y comenzaron a simbolizar Personal Computer, difícilmente podríamos comprender la genuina avidez que este hombre de 90 años tiene por saber lo que sucede en el mundo.

Días después regresé a la biblioteca con el propósito de continuar mi conversación con Ricardo Mestre. No pude evitar entristecerme cuando supe que había muerto.



SALVAR A LOS ENEMIGOS


Alain Derbez

En 1996 se cumplieron 60 años del estallido de la guerra civil española. Varias personas interesadas en recobrar y hacer recuperar a su manera un pasado que el franquismo había intentado por todos los medios borrar, se dieron a la tarea de obtener otras versiones de los hechos.

Presento aquí una de ellas. La entrevista telefónica que tuvo el periodista Xavier Canalis con Ricardo Mestre, nacido en Vilanova i la Geltrú en 1906. Fue publicada en catalán el 19 de julio de 1996, en el diario L'Hora del Garraf y forma parte de un reportaje en cuatro capítulos sobre la guerra civil que debió transmitirse por el Canal Blau de la televisión municipal.

Mestre, testigo y protagonista de los hechos, luchador anarquista desde su juventud, miembro de la CNT y de la FAI, constante difusor del ideal libertario, pacifista, murió en plena actividad en la ciudad de México el 13 de febrero de 1997, dos meses antes de cumplir 91 años de edad y 58 años después de haber arribado para encontrar refugio y hogar definitivo en México.

No iba a hacer concesiones, por eso salvaba a mis enemigos

Xavier Canalis

Esta entrevista telefónica fue hecha el 10 de junio pasado [1996]. Contesta la llamada Silvia Mistral, de 80 años, esposa de Mestre (autora de Éxodo, diario de una refugiada española, que fue el primer libro que Ricardo, con prólogo de León Felipe, publicó en Ediciones Minerva en 1940).

``Aquí estamos, cada día más viejos'', dirá ella con un acento marcadamente mexicano. Todos marcharon al exilio al fin de la guerra civil. Mestre fue, en Vilanova, un elemento destacado de la CNT, la organización anarquista que controló la ciudad entre '36 y '39. Preguntamos si podíamos hablar con él, ya que teníamos referencias que no andaba bien de salud; no obstante, una voz fuerte contesta en catalán desde el otro lado del Atlántico:

-¿Cómo se encuentra?

-No muy bien, tengo una arritmia y una serie de fallas.

-Tengo entendido que pasa todas las mañanas en la biblioteca.

-Tenemos una biblioteca muy importante, con más de dos mil volúmenes (la Biblioteca Social Reconstruir, ubicada en lo que fue el despacho de Ricardo en el segundo piso de avenida Morelos 45, en pleno Centro de la ciudad de México). Viene a consultarla un mundo de gente... Pero entiendo que su propósito es hablar de la guerra civil, ¿no? ¿Ha leído el libro de Puig Rovira (Vilanova 1936-1939)? ƒl capta bien, muy bien, los episodios buenos y dolorosos del '36 al '39. Más de buenos que de dolorosos. Creo que lo hecho, no por mí, sino por todos los que pensaban como yo, evitó muchos disparates durante la guerra y logró muchas cosas positivas. ¿Ha leído también el libro de Buenaventura Orriols sobre la Iglesia católica en Vilanova en los años de guerra (L'eglesia católica a Vilanova i la Geltrú 1936-1939)? ƒl y yo éramos amigos aunque discrepábamos en mucho en nuestra manera de pensar.

-¿En qué circunstancias se crea el Comité de Defensa Local, el órgano revolucionario instaurado durante la guerra en Vilanova i la Geltrú?

-El comité se constituyó de una manera muy peculiar, lo mismo con revolucionarios que con militares. Colaboraba toda la gente de izquierdas y liberal de Vilanova. Hay que destacar que los de la CNT éramos mayoría, éramos la fuerza más importante y podíamos imponer nuestra mayoría, pero no fue así. No hubo imposición.

-Según los datos proporcionados, después de la guerra civil van a producirse unos cincuenta asesinatos, entre julio y septiembre de 1936, cuando el comité gobernaba la ciudad...

-Oh, unos van a ser víctimas inocentes, otros muertos por venganzas personales. Pero la cifra es exagerada, no fueron tantas muertes. Quizás una veintena, contando los muertos por accidente. Los elementos de la CNT estábamos en contra de la pena de muerte. Orriols habla en su libro de la acción de nuestra gente, que contribuía a salvar vidas de personas que no necesariamente eran afines, sino enemigos. Yo actué de acuerdo con mis ideas, sin concesiones. Salvaba vidas porque así creía que debería de ser. Yo era enemigo de matar gente.

-¿Salvó usted el retablo de la Geltrú el 21 de julio del '36, cuando se inicia la destrucción de las tres parroquias de Vilanova?

-Quien lo salvó no fui yo, fue un campesino. Resulta que iban a convertir la iglesia en local de la colectividad y pensaban que había que destruir el retablo, pero Joan Raspall, un campesino de Cubelles de una caridad humana tremenda -fusilado luego por el franquismo-, fue el que se impuso para que fuera respetado. Yo simplemente colaboré hablando en su momento para impedir que se cometieran injusticias y disparates que suceden siempre en todas las conmociones revolucionarias violentas. Lo que sucedía ahí era una expresión de anticlericalismo popular.

-¿Cree que se podría haber evitado la guerra?

-Los militares hicieron que fuera inevitable. Fue una cosa terrible que costó tantas vidas estúpidamente... Cuando yo marché al frente no lo hice como soldado. Yo era un maestro, desarmado desde luego, porque era enemigo de la pena de muerte. Continúo siéndolo.