Paco Ignacio Taibo II
Sesenta y ocho veces e insiste/ I

A 30 años del movimiento
unas notas reescritas

En los últimos días de febrero el teléfono comenzó a sonar. Estudiantes de prepas y CCH que convocan a los dinosaurios para hablar del mito compartido, el movimiento del 68. Mis interlocutores telefónicos tenían nombres de fuerte resonancia: Pavel, Bolívar y Marlene, Ernesto y Camilo. Pertenecen a una generación a la que sólo le tocó cuota de gloria en sus nombres.

Como los dinosaurios somos bichos esencialmente historicistas (cosa que Spielberg no ha descubierto), nostálgicos, rejegos con el poder y vengativos, tenemos nuestra zona de pasturas favoritas en los auditorios universitarios que para los jóvenes eran el presente y para nosotros, además, eran un fragmento del pasado.

Se trataba de vernos y de verme a la luz de 30 años pasados del movimiento estudiantil, el mítico origen de casi todos y de casi todo.

II

Las memorias del movimiento del 68 retornaban amorosas, incisivas, a veces rasposas, cáusticas. ¿Por qué esta endiablada vigencia de los fantasmas?

Puedo explicar fácilmente cómo me afectan a mí, que he sido formado moralmente de esas espumas, que hasta en los malos días recobro imágenes sueltas (David Cortés enfrentándose a una tanqueta con una varilla, los ojos extraviados de Héctor, El Chilito, cuando los blindados recorrían la explanada de Ciudad Universitaria, el menú de la tomada cafetería de Ciencias Políticas, algunas y muy personales sensaciones del miedo). ¿Y a los demás? ¿Era pura nostalgia que se desenlazaba del presente?

Sin duda el fantasma tenía vigencia, porque el auditorio estaba repleto de jóvenes que rondaban los 18 años. ¿Qué preguntas tenían en la cabeza? ¿Era mi historia la historia de los abuelitos rojos?

III

Hace siete años había escrito (y parte de la decadencia es citarse a uno mismo):

Me confieso amorosamente endeudado con aquellos cuatro meses de demencia del año mágico. Pero también confieso, con dificultades, penosamente, que el fantasma va perdiendo corporeidad, perfil. Se va quedando en mito, en colección de terquedades. Algunos me he encontrado, que incluso dicen que todo aquello no existió. Algunos dicen que no estaban allí, que eran otros. A mí que no me vengan con mamadas. Eramos nosotros, pero diferentes. Vivir no era recordar. Vivir era más fácil.

IV

Un joven pregunta: ¿Tú crees que es posible que el movimiento del 68 se repita?

Está preguntando otra cosa. Está preguntando si a él, a su generación, le tocará la gloria. Nada se repite, tengo la obligación de decir. Pero también pienso y lo digo, que estos muchachos desesperanzados, hijos de la crisis de las crisis (padres que hipotecaron el VW, hermanos mayores ingenieros metidos a tianguistas, sexo con miedo, noches peligrosas, silencio autista ante el monólogo de la televisión, bailes en los que está prohibido abrazarse, diseños de futuro de trepadores de pirámides pinches, mucho cinismo en el aire), estos muchachos van a tener enfrente el país cambiante que necesitará de ellos.

V

Tres hipótesis: 1. Un mito no es necesariamente una mentira. 2. Generalmente el mito es la verdad rumorosa de los jodidos, los vencedores tienen la televisión en cadena nacional. 3. No siempre los mitos rescatan las partes más bellas de la historia a ser contada, a veces recogen las más cursis o las más bobas.

La leyenda de la peregrinación a la búsqueda de Aztlán, Wyatt Earp en el OK Corral, los poemas de Byron y Espronceda, las aventuras de Sandokan y los Tigres de Malasia, el día en que papá se le puso enfrente a su jefe y lo mandó a chingar a su madre, las canciones donde aparecen tres jinetes en el cielo (Dios, Zapata y Jaramillo), Pedro Infante de pobre reivindicador, no son una colección de material de mentiras, son otra cosa, algo esencial: son nuestras vidas.

Sin embargo, Benito Juárez pastorcito, el rock de La hiedra venenosa, Stalin padrecito de la patria trabajando de noche en la ventana iluminada del Kremlin, la versión de la mexicanidad chingada en el Laberinto de la soledad, contribuyen a elaborar material mítico bastante menso.

Con muy pocos ensayos que lo narren, un par de películas de ficción y otro par de documentales y dos o tres novelas, el movimiento del 68 ha crecido en este país en los últimos años bajo la vaga forma de las historias contadas de padres a hijos, como la memoria nostálgica de los días de gloria de una generación atrapada después en años de sordos combates y muchos días de mierda laboral, en medio de la crisis y las negociaciones entre los principios y la supervivencia.

Material mítico por excelencia.

VI

Desmitificar no es la única opción, re-mitificar es la otra.

VII

Le surgirán (como en las conmemoraciones de hace cinco años) al movimiento del 68 un montón de buscadores de la objetividad; llamados entre los cuates dinosaurios (que como todo el mundo sabe son esencialmente hervívoros y pasionales): ``los objetivosos'', o ``los ojetivosos'', que intentarán reducir el movimiento a una versión digerible y por tanto negociable con el presente. El 68 en versión de ``los ojetivosos'' se podría contar ahora sí, en público y sin cortapisas, y desaparecería de la imaginería popular clasemediera.

``Sólo fue un movimiento estudiantil''. ``Hay que ver la lógica del Estado, ¿qué esperaban, que no se defendiera?''. ``Las cosas han cambiado, mejor aún, se ha avanzado en los últimos años''.

Contra ``los ojetivosos'' pienso que si algo hay que defender del 68 es su aureola mágica, basada, en un país de transas y transados, en la terquedad de los principios, en la tozudez de la democracia realmente practicada durante 123 días de asambleas en todos los niveles, en que ha dado gasolina a millares de mexicanos en la persistencia de la lucha por las libertades democráticas plenas.

Estoy a favor de defender el mito fantasmal y antiautoritario del movimiento, y junto a él su terquedad en la defensa de las libertades democráticas.

Básicamente porque es un mito que aún puede dar mucha lata.