José Steinsleger
¿Ser o... cómo ser? /I

Diversos testimonios aseguran que en Perú mujeres de zonas rurales de Huancavelica habrían sido presionadas por funcionarios del sector salud, quienes les entregaban alimentos básicos a cambio de someterse a la esterilización. La Federación Médica Peruana inclusive denunció que los médicos del ministerio están obligados a cubrir una cuota mínima mensual de pacientes a ser esterilizados bajo amenaza de perder su trabajo. El influyente diario El Comercio dio cuenta de los premios y ascensos para quienes lograban realizar el mayor número de esterilizaciones, entre ligaduras de trompas y vasectomías. Dieron cifras: 114 mil esterilizaciones, de las cuales 104 mil 766 correspondieron a mujeres y 9 mil 715 a hombres.

El gobierno peruano aseguró que la aplicación del programa de ``planificación familiar'' se basa en ``la decisión libre y voluntaria de las personas'', y el ultraconservador obispo Juan Luis Cipriani, de Ayacucho, cercano al presidente Fujimori y miembro del Opus Dei, se metió en el escándalo y pidió que se destituya al ministro de salud por haber convertido a Perú ``en un burdel''. Dijo: ``Si toda la actividad humana no es más que estar subido unos encima de otros, están pensando que somos unos animales''. El diario limeño Expreso comentó: ``Con su exceso verbal (...) el arzobispo Cipriani está pasando de contrabando no sólo una reprobación del libre albedrío de las personas sino una crítica al derecho del Estado peruano a tener una política en materia de planificación familiar'' (``Excesos desde el púlpito'', Lima, 21/2/98).

En el escueto lenguaje de los cables periodísticos, la información suscita inquietud y rechazo instintivo frente a intervenciones quirúrgicas que, a modo de tenebrosas imágenes, quedan retenidas en la mente del lector. Pero si a esto, que no es poco, sumamos la opinión de la Iglesia católica, que al margen de posiciones conservadoras o liberales confunde todo con todo (planificación familiar, control de la natalidad, maternidad voluntaria, aborto, contraconcepción, sexualidad, políticas de población, esterilización, fecundación in vitro y clonación), estamos frente a una situación enmarañada.

Partamos de un hecho confirmable: con los avances de la ciencia y de la tecnología se puede hacer cualquier cosa. La píldora anticonceptiva o la vasectomía (esterilización) a la que se somete una mujer o un hombre en plenitud de sus facultades puede ocasionarle a otra mujer y a otro hombre la frustración de su persona. Todo dependerá de qué han decidido hacer con sus vidas, de si quieren o no procrear, de si son capaces de elegir.

Sin embargo, para elegir es imprescindible contar con información. Y para esto se requiere de un mínimo de educación. Si es cierto que ``sólo la educación nos hace libres'', digamos que la capacidad de elegir depende de la libertad que la educación confiere para, con la debida información, optar por una u otra cosa. La que sea. Si una pareja decide postergar la procreación (o simplemente cancelarla), las tecnologías disponibles permitirán el pleno desenvolvimiento de su sexualidad. De lo contrario queda a merced de terceros: el cura que condena los métodos anticonceptivos o los médicos que, sin consultarlos, los someten a tratamientos de los que ignoran todo.

¿Por dónde se corta el nudo? Lo probable es que, en el caso peruano, las denuncias podrían ser ciertas. Porque a un gobierno autoritario como el de Fujimori dudosamente le interesa distinguir entre ``planificación'' y ``control'' de la natalidad, pues la una apela a la capacidad de decisión de las personas (que sólo pueder ser ejercida con educación y libertad), y la otra recurre a la imposición y la coerción. ¿Cuánta información, educación y capacitación tendrán las mujeres de Huancavelica sobre métodos contraceptivos?

Lo que sí sabemos es que Perú figura en el cuarto lugar de mortalidad materna (280 por cada 100 mil nacidos vivos), situándose por debajo de Haití, Bolivia y El Salvador, y que apenas 52 por ciento de los partos es atendido por personal especializado. Datos que los purísimos ``defensores de la vida'' suelen pasar por alto.