Bazar de asombros


Buscando a
Rapaccini


Quiero recordarlo vivo, pues esta es la única forma de vengarnos de la muerte, esa obscenidad que merece nuestra reprobación inútil, nuestra protesta sin sentido y nuestra burla desolada. Lo veo en La Casa del Lago durante los ensayos de la puesta en escena de La hija de Rapaccini. Yo caminaba a su lado por los vericuetos del bosque de árboles heridos por la contaminación. Era el día del ensayo de vestuario y recuerdo mis problemas para seguir el paso del poeta levantándome las faldas del largo batón negro del doctor Rapaccini, el sabio padre de Beatriz y señor tembloroso de un jardín en el que crecían las flores de la muerte y de la vida.

Octavio asistió a tres o cuatro ensayos y, con una enorme prudencia, nos dio sus puntos de vista sobre el arduo proceso de la puesta en escena. Dirigía Ignacio Hernández; Dunia Zaldívar hacía una Beatriz afiebrada y neorromántica; el bailarín Luis Zermeño compuso un galán contenido y ágil; çguila bailó su carta del Tarot con la ambigüedad prescrita; Yolizma, la anciana danzarina que había interpretado ante el general Obregón su danza del Corazón azteca, y que vivía en un huerto salvaje rodeada de amables serpientes, hizo un Ama originalísima, y yo luché incansablemente con un Rapaccini que se me negaba. No sabía cómo eran su voz, su paso y sus ademanes. De poco me servía el cuento de Hawthorne, y la memoria de la actuación de Juan José Arreola en la primera puesta en escena no me ayudaba lo suficiente.

El día del ensayo de vestuario, mientras caminábamos por los senderos del bosque, Octavio me comentó que esa tarde había visto a Rapaccini. No supe cómo había logrado componer un personaje tan complejo, tan lleno de matices; pero de repente se me reveló una de esas obviedades que me colocan al borde del derrame cerebral: el personaje estaba en las palabras de Octavio, en su delirio por nombrar las cosas, los seres, las emociones, alegrías, miedos, deslumbramientos y angustias. Le dije: ``Rapaccini está en tus palabras.'' Se quedó callado y algo le brilló en los ojos.

Cuidé el texto, busqué que cada línea enunciadora del prodigioso reino vegetal sonara con exactitud, y que los parlamentos encontraran su propia música. En fin, hice todo lo contrario a lo ordenado por algunos críticos enemigos de ``la vocalización excesiva''. De esa manera Rapaccini se apoderó del actor y éste lo sirvió con la buena fe y la dedicación propias de la raza actoral.

A raíz de esta anécdota me fue más fácil y más gozosa la lectura de la obra de Octavio Paz, pues aún en el ensayo prevalecía el poeta. De cada una de sus palabras brotaba una imagen, y de esa imagen surgía una idea. Entendí este proceso milagroso haciendo uno de los papeles más amados de mi errática vida de actor. A veces, antes de dormir, vienen a mi memoria los nombres de esas plantas en las que moran la muerte y la vida:

``el lactario venenoso, el bálago impúdico...''

Hugo Gutiérrez Vega

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

UN SOMBRERO ROJO PARA OCTAVIO PAZ

En San Juan de los Lagos
me encontré un sombrero rojo;
lo escondí en el mar,
lo enterré en el monte,
lo guardé en mi frente.
Hoy brota en esta mesa,
chorro de palabras
y el mantel se cubre
de miradas.

De acuerdo, no es el mejor poema de Paz. Se llama ``Brindis'' y figura en un libro de título prodigioso, çrbol adentro. No es el mejor, pero algo tiene del poeta y con él hice una obra de teatro de títeres. Era una obra muy peculiar porque no se representaba en el común y predecible teatrino vertical de muñecos, sino sobre una mesa-escenario de la que hábilmente iban brotando artefactos, figuras y títeres. La música era de Béla Bartók y a mí, por chiquita e innovadora, la pieza me gustaba mucho. Desgraciadamente, nadie compartía mi entusiasmo por ella. Al actor, mi viejo amigo Javier Estrada, cuya cabeza surgía de pronto, como flor extraña, entre muñecas con cabeza de pepino, papa o calabaza, diciendo el poema, le dio infinito trabajo aprenderse de memoria el poema. En el proceso de pasarle las líneas, lo memoré yo.

Atarantado por no sé qué timidez paralizante, nunca me atreví a decirle a Octavio Paz que había hecho esta obrita y nunca la vio ni supo de su existencia. Hice mal, lo habría divertido, de seguro, y a la mejor, él que tenía un espíritu tan abierto a lo nuevo, la habría apreciado.

Ahora es tarde porque el maestro murió en la noche del 19 de abril y la obra fue descuartizada hace mucho. Busco en mi memoria a Octavio Paz. Los muertos, imantados, atraen a otros muertos en el campo magnético del recuerdo. Aparece mi amigo Hugo Margáin. Las figuras están entrelazadas.

En los sesenta, Paz en unas conferencias del Colegio Nacional, presentó a la curiosidad mexicana, el Estructuralismo francés, entonces despuntante. Margáin y yo, dos estudiantes de lógica, jóvenes y muy agresivos, aborrecimos el Estructuralismo y maquinamos hacer un artículo satírico de crítica salvaje. Algo empezamos a redactar entre grandes risotadas. Era esa ferocidad juvenil nacida de la ingenuidad, no de la malicia. No sé por qué suspendimos el trabajo. Ahora me alegra que nos hayamos salvado de perpetrar ese acto de malagradecimiento tan mexicano.

Pasaron los años. Julio Scherer llamó a Paz al Excélsior para hacer ahí Plural. Aunque trabajaba en el mismo periódico, nunca lo vi en esos años. Yo estaba en la sección de televisión con Manuel Becerra Acosta, muy lejos de la parte cultural, que me atraía menos que la política y social, dicho sea de paso.

Entretanto Margáin, que tenía el don de la amistad, había hecho nuevos amigos, entre ellos los Jorges novelistas, López Páez e Ibargüengoitia, y el poeta Octavio Paz, y, con su generosidad habitual, quería compartirlos conmigo. Así que la primera vez que hablé con Paz fue en una cena en el restaurante La Tablita, de las Lomas, a la que me llevó Margáin.

Margáin murió asesinado y perdí todo contacto con Paz. Entonces sucedió algo inesperado y accidental. Una tarde me reuní a comer en el San Remo con Krauze y Aguilar Camín. Ese día me dieron ejemplares de una novela mía, Cuadernos de Gofa, recién salida y, por no dejar, le envié, por intermedio de Krauze, un ejemplar a Paz. La verdad, no creí que la fuera a leer.

Pero no conocía al maestro. Cuál no sería mi sorpresa cuando unos días después Paz me habla por teléfono: había leído la novela, le había gustado y me invitaba a ir a verlo a su casa. Fui emocionado. No sólo hablamos de mil y una cosas, sino que me pidió ejemplares de mi novela y personalmente los llevó a Gallimard y a Pere Gimferrer para que se tradujera y publicara en Europa. Lástima que no haya espacio para contar lo que hablamos en esa y otras ocasiones, todas para mí memorables. Pero quiero decir que a mí nadie me ha ayudado con tanta generosidad como me ayudó Paz. ƒl estuvo detrás de la beca Guggenheim que después me concedieron. ``Váyase de México'', me aconsejó varias veces, ``desde aquí no lo van a entender''. Por él no quedó: si he fracasado es por mi propia ineptitud, desidia y fatalidad.

Pese a todo, no dejé de sentir no sé qué terror reverencial frente a él. Hablar con él era para mí como hablar, yo no sé, con Quevedo o con Balzac. Y estaba tenso, envarado.

Durante su enfermedad recé todos los días por él.




Naief Yehya


¿FUE EL VUELO 800 DE TWA VICTIMA DE LA GUERRA ELECTRONICA? (II)

Otras víctimas

La interferencia electromagnética puede bloquear equipo, quemar circuitos eléctricos e incluso provocar explosiones a bordo de un avión. De acuerdo con un estudio de la fuerza aérea estadunidense, dirigido por el coronel Charles Quisenberry, de 1988, estos campos pueden ``afectar los electrones en los controles de vuelo de un avión así como sus controles de flujo de gasolina''. Los helicópteros Black Hawk (como el que estaba situado muy cerca del lugar donde explotó el vuelo 800 de TWA en la noche del 17 de julio de 1996) han sido víctimas de campos magnéticos y se han estrellado por lo menos en cinco ocasiones entre 1982 y 88, con un total de 22 muertos. A partir de 1989 se añadió protección adicional contra la interferencia electromagnética al equipo de vuelo del Black Hawk; aún así, por lo menos cuatro más se han caído misteriosamente entre 1990 y 1997. También la fuerza aérea ha aceptado que seis aviones F-111 se han caído del aire por el mismo motivo (uno de ellos en territorio ``hostil'' de Libia en 1986, donde murieron sus dos tripulantes).

Campos de tiro sin balas

Como apuntamos en la entrega anterior, Elaine Scarry en su brillante artículo ``The Fall of TWA 800: The Possibility of Electromagnetic Interference'' (The New York Review of Books, 9 de abril de 1998) postula la posibilidad de que el vuelo 800 de TWA haya explotado debido a haberse encontrado con un poderoso campo electromagnético provocado por alguno o algunos de los aviones, helicópteros, barcos y submarinos militares que se hallaban cerca del lugar de la catástrofe. Aunque parece inverosímil que el ejército o la marina estadunidenses lleven a cabo peligrosas pruebas con energía electromagnética a unos cuantos kilómetros de un puerto tan activo como Nueva York, se sabe que la populosa costa del sur de California ha sido usada como campo de pruebas para este tipo de tecnologías y que el espacio aéreo cercano a Washington (desde la isla Wallop, en Virginia, al río Patuxent, en Maryland) ha servido para probar armas electromagnéticas.

42 segundos

Las fotos de satélite capturaron la imagen del avión cuando se volvió una bola de fuego en el segundo 42 después de que la caja negra dejó de grabar y el radiofaro de respuesta se apagó. No existen registros de lo que sucedió durante los 41 segundos iniciales de la tragedia, pero se cree que una chispa hizo estallar el tanque de combustible. Es posible que en ese tiempo una poderosa señal electromagnética haya liquidado las comunicaciones y buena parte de los instrumentos del jumbo jet y que haya propiciado una chispa en el tanque. Incluso la luz que vieron numerosos testigos en tierra, mar y cielo es congruente con un campo electromagnético de gran intensidad. Entre las evidencias más reveladoras están algunas palabras del capitán del avión, grabadas en la caja negra un minuto y cincuenta segundos antes de la tragedia: ``Mira qué loco está el indicador de combustible ahí, en el número cuatro.'' Scarry escribe que cinco segundos más tarde el capitán seguía señalando intrigado el indicador y mostrándolo a su copiloto. Diez segundos después el capitán dice que los alerones de las alas no están en la posición correcta y los trata de ajustar. Estos comentarios pueden sugerir que el avión no estaba respondiendo de manera normal, aunque también puede ser que palabras intrascendentes se sobrevaloren y mal interpreten a la luz de la tragedia.

El escenario excluido

Si bien es imposible afirmar ahora que la energía electromagnética derribó al vuelo 800 y es demasiado prematuro considerar que alguna o varias de las naves cercanas estuvieron involucradas de cualquier manera en la catástrofe, es fundamental que una investigación seria de lo ocurrido incluya un reporte detallado y exhaustivo de la posición de todas las naves que estaban esa noche en el área, así como una relación del equipo electromagnético que tenían a bordo (¿qué aparatos o instrumentos estaban encendidos y cuáles apagados?) y el objetivo de las actividades que estaban llevando a cabo (de acuerdo con la literatura militar, en una operación varias naves actúan como un arma sola y unificada). Resulta inquietante que prácticamente cualquiera de los aviones y embarcaciones en cuestión pueden estar habilitados para llevar y usar tecnología de guerra electrónica. Además, el hecho de que estuvieran en el aire un Black Hawk, un HC-130 y un guardacostas (los cuales supuestamente estaban practicando maniobras de rescate), puede indicar que una misión peligrosa estaba llevándose a cabo en esa zona. La incógnita es que a pesar de que esta información se conoce prácticamente desde la noche de la tragedia, la hipótesis de la interferencia electromagnética no fue incluida entre los principales escenarios considerados por el NTSB (National Transportation Safety Board) y el FBI, que eran: un misil, una bomba dentro del avión, un asteroide o un accidente. Por supuesto que no todos los expertos están de acuerdo con el artículo de Scarry; no obstante, la duda ha sido sembrada y es de esperar que pronto se unirá a otras teorías conspiratorias que pueblan los fantasmas y fantasías colectivas de occidente.

Naief Yehya

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