Juan Carlos Miranda Arroyo
Conacyt, la burocracia desmedida

Entre profesores e investigadores mexicanos existe la preocupación, ya añeja por cierto, sobre el desmedido crecimiento del aparato burocrático relacionado con la investigación científica. En particular, me refiero al fenómeno que ha tenido lugar, desde 1970, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

El Conacyt se fundó por decreto presidencial en 1970, con el propósito de cumplir una función esencial dentro del esquema de planeación científica del país: servir como instrumento principal del Poder Ejecutivo para el diseño, desarrollo, aplicación y evaluación de las políticas científicas y tecnológicas nacionales.

En aquel entonces se pensó (como diría Nicolás Maquiavelo) que el consejo sería un cuerpo colegiado, asesor directo del presidente de la República, integrado por un pequeño grupo de especialistas e investigadores representativos de la comunidad científica. Inclusive, se llegó a especular sobre la posibilidad de que el consejo no se concibiera como una dependencia burocrática, puesto que se le restarían recursos materiales y financieros al sector, sino que funcionara ágilmente dentro de un esquema de asistencia técnica moderada, ad hoc a las exigencias del jefe del Ejecutivo.

La historia del Conacyt ha demostrado, sin embargo, que no sólo sus propósitos se han incumplido, sino que éste se ha convertido, por el contrario, en una entidad burocrática, con todos los defectos que se perciben en la administración pública federal: centralismo, plazas de confianza excesivas, estructura administrativa ineficiente, rezago en materia de capacitación, etc.

Aunque no existen datos suficientes ni confiables sobre los mecanismos que han conducido al estado actual en que se halla el consejo (porque ciertamente no se han hecho públicos los elementos para medir su evolución), disponemos por el momento de dos indicadores que pueden servir para constatar y acaso explicar ese fenómeno del burocratismo científico:

1) En varias ocasiones se ha intentado renovar al Conacyt desde las alturas del poder, es decir, los asesores gubernamentales han buscado cambiar la imagen deteriorada del consejo ante la sociedad (recordemos la campaña, en torno al nuevo Conacyt, en 1991, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari).

2) El cuerpo de funcionarios que ha encabezado los destinos del consejo, ha acumulado poder e influencia dentro del aparato burocrático en general.

Según datos publicados en la página de Internet en 1995, ese organismo controló 49.7 por ciento del gasto federal para el financiamiento de proyectos científicos y tecnológicos (participación del sector educativo), por arriba de la UNAM, la UAM, el Cinvestav, el IPN y otras instituciones de educación superior.

¿Podrían contestar acaso los directivos a cuánto asciende el total de empleados? ¿Cuánto gana mensualmente un director general adjunto? ¿Qué planes de descentralización existen para el consejo durante los próximos 10 años?

No cabe duda que hay una enorme diferencia entre lo que se planeó y lo que se tiene en la actualidad. Una pista para explicar lo que ha pasado durante casi 30 años está representada por el excesivo burocratismo que caracteriza al consejo. Considero que vale la pena comenzar un debate nacional acerca del rumbo por el que se habrá de llevar a ese organismo y tomar medidas urgentes para modificar el estado de obesidad que impera en la administración de la ciencia.

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