La Jornada Semanal, 30 de agosto de 1998



Luz Elena Gutiérrez de Velasco

Elena Garro
Entre la originalidad y la persecución

Armado ya este número nos enteramos de la triste noticia, poblada de resonancias nostálgicas, como su obra, de la muerte de Elena Garro. Los autores que colaboraron en este número, anticipo de la justa revisión que requiere su obra, coinciden en considerarla un paradigma, ejemplo de ruptura y cambio, fabricante de insomnes, perseguidos personajes-mito, de los cuales ella misma fue el más logrado. Elena Garro-Garra, anti/paz/ifista, autora excepcional. Mezcla de genialidad y locura.

Elena Garro intentó ser una mujer diferente. Se esforzó también por ser una escritora diferente. En el panorama de las letras mexicanas, Elena Garro aparece como un "personaje" enigmático. Podríamos decir que Elena Garro tiene dos famas, una que la envuelve como escritora y otra que la segregó como mujer.

En toda historia de la literatura mexicana contemporánea, Elena Garro tiene ya un lugar ganado a pulso con su trabajo, que también se escinde en dos vertientes, complementarias en el subsuelo de su creación: su narrativa y su producción dramática. Martha Robles, en su libro sobre las escritoras en la cultura nacional, La sombra fugitiva, la califica como "autora singular" y considera su obra como un ejemplo de ruptura y cambio en las letras mexicanas de los años 50.

J.S. Brushwood, un crítico que ha investigado con pasión la literatura mexicana, concede un valor similar a la obra de Elena Garro y a la de Juan José Arreola, a raíz de que ambos escritores recibieron el premio Xavier Villaurrutia en 1963. Y como otro ejemplo de los reconocimientos que ha recibido la obra de Elena Garro, traigo aquí a cuento una opinión de Juan Rulfo, quien en una entrevista le confiara a la inquisitiva Elena Poniatowska que, de todas las escritoras mexicanas, la que le interesaba era Elena Garro.

Podemos afirmar que el valor de la obra de Elena Garro es incontrovertible. Su fama como escritora se mantiene enhiesta. Pero está ahí la otra fama, la que socava: su índole de mujer. Esa fama que hace de Elena Garro uno de los casos más espinosos de la literatura mexicana; o en las palabras de Martha Robles: "la más controvertida de las escritoras mexicanas contemporáneas". Después de 1968 y a raíz de su participación en el movimiento estudiantil, la persona y la obra de Elena Garro se volvieron un tema tabú. En las murmuraciones, esas voces que van conformando un costado de la otra historia, la historia oral, se le menciona como: "esa mujer loca".

A este respecto, me interesa marcar el contraste entre las dos famas, ya que representa una muestra de cómo se construye y derriba simultáneamente la validez de una mujer que elabora obras de cultura en un ámbito dominado por fuerzas machistas. Este proceso debemos comprenderlo como un sobreentendido entre los críticos y no como confabulación en contra de una escritora "revoltosa".

Toda vida es una conjunción de elecciones. En la de Elena Garro hubo un acontecimiento que marcó su camino y su desarrollo. Eligió como esposo y compañero en 1937 a Octavio Paz, el árbitro de la cultura mexicana en la segunda mitad de este siglo XX, que se encamina a su culminación. De la vida en común, Elena Garro recoge las experiencias amargas, o bien le da un sesgo crítico a la relación. En su "Autobiografía" recuerda el primer encuentro como una batalla: "El agresor era Octavio Paz" y de su boda dice: "Un día me casé, abandoné a mis maestros", imagen de una renuncia inicial, que la alejó del ámbito universitario.

Pero en 1953 realizó otra elección crucial para su historia de mujer, decidió escribir una novela, mientras se encontraba enferma en cama. Cierto es que reprimió este impulso, seguramente porque era como la culpa original: el deseo de ser semejante al Padre, al creador. Escribió la novela, pero la guardó en el fondo de un baúl por muchos años. Diez años después, en 1963, la publicó y obtuvo el ya citadopremio Villaurrutia. Esa novela es Los recuerdos del porvenir que representa, sin lugar a dudas, la obra más lograda de su producción literaria.

De manera que Elena Garro se dio a conocer en las letras mexicanas como dramaturga, mientras su novela fermentaba en el baúl. El grupo Poesía en Voz Alta escenificó tres de las piezas de la escritora en 1957: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido, obras breves y extrañas, que se editaron al año siguiente con el título de Un hogar sólido, y se catalogan en el repertorio del "teatro del absurdo" o del "teatro surrealista". Creo que de manera más atinada podemos referirnos a ellas como piezas de una "teatro poético", en el camino trazado por Federico García Lorca, un teatro permeado de elementos tradicionales y líricos.

La otra niña que fui

La primera etapa de la narrativa de Elena Garro se circunscribe a la novela Los recuerdos del porvenir y a un libro de cuentos, La semana de colores (1964), cuentos que por su temática, su tono y su intensidad debieron de ser escritos simultáneamente a las obras de teatro.

En este período domina una visión del mundo que intenta poetizar la realidad, invertir y revertir el tiempo; anular la cadena de las causas y los efectos. Recobrar el tiempo perdido, a la manera de Proust, como lo señala Esther Seligson: "para Elena el arte es el tiempo recobrado". ¿Y qué tiempo anhela recuperar esta mujer que vive el arte como una culpa?: la infancia y, a través de ella, los recuerdos de los padres y los abuelos, entretejidos con algunos acontecimientos de la historia de México, como es el caso de la "época de la rebelión cristera", que sirve como trasfondo a Los recuerdos del porvenir. De esta novela, debe destacarse la atinada elección técnica que hizo Elena Garro en cuanto al punto de vista. La historia se narra desde la perspectiva de una voz neutra, que es la voz del pueblo, la memoria colectiva del pueblo de Ixtepec, que recupera las figuras de los jóvenes Moncada, de Isabel en particular, del general Francisco Rosas y su amante Julia. Se narra desde una "piedra aparente", que al final de la novela descubrimos como una mujer, Isabel Moncada, que fue convertida en piedra como castigo por abandonar a su familia y su clase social, para seguir al hombre que no la ama.

En la construcción de la red de personajes en Los recuerdos del porvenir se contraponen dos figuras femeninas: Isabel y Julia. La primera, como representante de la burguesía pueblerina, vive en un ámbito cerrado y sólo reconoce como una época feliz la de su infancia. Por el amor al general Rosas, rompe con los convencionalismos sociales, se desvincula de su clase, de su familia y de sus creencias religiosas, así exclama: "¡Aunque Dios me condene quiero ver a Francisco Rosas otra vez!" Su castigo poético será el verse transformada en piedra, que es la desaparición para su clase social, y la muerte, ya que la piedra representa la lápida que la cubre. Isabel es un ejemplo de la mujer que se atreve contra las normas en la búsqueda del amor. Aunque para la visión del hombre sea un cuerpo extraño.

Isabel deja su casa y va al Hotel Jardín con el general Rosas, pero ha perdido su alegría: ÇIsabel obedeció sin replicar y Rosas, intimidado, apagó el quinqué de un soplo; en la cama se encontró con un cuerpo extraño que le obedecía sin decir una palabra (p. 246). "No era ella la que podía sustituir a Julia" (Ibid).

El otro personaje femenino es Julia, la querida del General Rosas, quien vive encerrada en el Hotel Jardín, junto con las otras amantes de los generales. Ese espacio, con nombre paradisiaco, sirve de cárcel a estas mujeres, las confina. Sólo pueden salir a la plaza o al campo con una escolta militar.

Julia intenta también como Isabel romper el cerco que la encierra. Para ella, el amor representa la fuerza que logra llevarla fuera de su situación social, de su situación de opresión. Para el General Rosas es la encarnación del placer. Julia es lo incomprensible para él:

No la entendía. ¿Por qué se empeñaba en vivir en un mundo distinto al suyo? Ninguna palabra, ningún gesto podían rescatarla de las calles y los días anteriores a él. Se sintió víctima de una maldición superior a su voluntad y a la de Julia. ¿Cómo abolir el pasado? Ese pasado fulgurante en el que Julia flotaba luminosa en habitaciones irregulares, camas confusas y ciudades sin nombre. Esa memoria no era la suya y era él que la sufrió como un infierno permanente y desdibujado [...] Su memoria es el placer [p. 77].

Abandona su condición de objeto amoroso del general Rosas y trata de huir con el forastero Felipe Hurtado. En el momento de la desaparición de los enamorados, el tiempo se detiene mágicamente:

Quedé afuera del tiempo, suspendido en un lugar sin viento, sin murmullos, sin ruido de hojas ni suspiros. Llegué a un lugar donde los grillos están inmóviles, en actitud de cantar y sin haber cantado nunca, donde el polvo queda a la mitad de su vuelo y las rosas se paralizan en el aire bajo un cielo fijo. Allí estuvimos todos [p. 144].

La vida sigue en su rutina sin cambios. La ausencia de Julia genera la apariencia de que el tiempo no avanza. Sin embargo, es a partir de este suceso que entra la Historia de México a cambiar el ambiente y endurecer la situación del pueblo. La Ley Calles, contra el culto religioso, desencadena la segunda parte de la novela, en la que aparecen las fechas precisas y se llega al tiempo cíclico, a ese recordar el porvenir, lo que vendrá, que es el motivo dominante del texto.

Dos mujeres de clases sociales opuestas, pero que por su pasión amorosa enfrentan las normas y las convenciones sociales; que tienen el coraje de romper los encierros que se han establecido para la mujer en distintas situaciones sociales. Su atrevimiento y su culpa no encuentran una salida feliz: Julia desaparece, tal vez muere, e Isabel se petrifica. Con todo, advertimos que la mujer inicia así su camino hacia la libertad de elección.

Esa mujer sin cocina

Después de 1968, la producción de Elena Garro y la crítica sobre su obra fueron objeto de una autocensura y una censura. Doce años de silencio, que en 1980 se disipó con la publicación de un libro de cuentos, Andamos huyendo Lola, y después con la aparición de otras tres novelas: Testimonios sobre Mariana (1981), que recibió el premio Juan Grijalbo (1980), Reencuentro de personajes (1982) y La casa junto al río (1983). Esta segunda etapa en la narrativa de Elena Garro se encuentra inmersa en un tema obsesivo: la persecución de la que son objeto sus personajes: Lelinca, Mariana, Consuelo. Transfiguraciones que transparentan las angustias y la amargura de una Elena Garro en el destierro voluntario, junto con su hija Helena Paz en España, en París, a lo largo de cuartos anónimos y de hoteles sospechosos.

Algunos críticos literarios han menospreciado estas obras; las consideran como faltas de la calidad literaria que tiene Los recuerdos del porvenir. Aunque lo que puede parecerles molesto es el aflorar del registro autobiográfico de la autora. En esas obras, el centro de sus críticas es Paz y un cierto grupo de intelectuales que lo circundan. La actitud herética de Elena Garro residó en atentar contra una gran figura de la cultura nacional, en oponerse a las normas patriarcales.

Testimonios sobre Mariana. "La vida está hecha de pedazos absurdos de tiempo y de objetos impares" (p.7).

La novela muestra, con claridad, el proceso por el cual se trabaja a lo largo de un texto por construir un personaje, por matizarlo. Así, la novela se estructura en tres partes y en cada una de ellas encontramos a un narrador diferente, para de esa manera adoptar un ángulo diverso desde donde es vista, recordada y olvidada la imagen de una mujer, Mariana, que se siente perseguida por su esposo, Augusto.

Esas tres voces intentan, en un trabajo de Penélope, recobrar la figura de Mariana que se les escapa de entre las manos. El lector, al final, sabe muchos detalles sobre esta comunidad de intelectuales, desde los ricos snobs hasta los desterrados que no quieren perder el calor de sus tierras. Pero de Mariana obtiene un panorama contradictorio, fluctuante, en el que unas piezas no encajan en las otras.

En la primera parte es la voz de Vicente, un joven rico y despreocupado, que viaja hacia París y allí se encuentra con Augusto y su enigmática mujer. La ama, sin llegar a entenderla: "Sí, Mariana era la simpleza misma, la docilidad" (p. 7), dice Vicente al inicio del relato, y luego recuerda: "Tenía el aire de inocente de las puritanas, pero bajo ese aspecto sano y limpio se ocultaba una vida dislocada" (p. 15). Pero la valora: "las horas pasadas con Mariana estaban llenas de imágenes y significaciones profundas, surgidas del tiempo impalpable de los sueños, yo sabía que a ella le ocurría lo mismo y la imaginaba vagabunda y desdichada" (p. 39). Mariana es un ser solitario, según Vicente: "Iba tan sola, que la noche misma se separaba de ella abriendo a su alrededor un espacio vacío que la convertía en un ser extraño" (p. 55). Y más adelante: "siempre había hecho lo que le dio la gana" (p. 98).

Vicente pierde el amor y el contacto con Mariana, no tiene fuerza para enfrentarse a los misterios de Mariana, a la fuerza de Augusto. Concluye con una afirmación de saber que no podrá recuperarla: "Y ahora sé que Mariana tampoco me espera en el cielo sentada en la sillita de Van Gogh" (p. 122).

La segunda perspectiva que tenemos de Mariana se nos ofrece a través de la voz de Gabrielle, una vieja solterona que funge como secretaria de Augusto, como conspiradora. Inicia así su relato: "Prefiero olvidar a Mariana. ¿Qué puedo decir de ella? Todo sucedió hace muchos años y a nadie excepto a mí que fui su cómplice y su confidente le puede interesar la vida equivocada de mi amiga. Los equivocados merecen el olvido que ella ha alcanzado plenamente" (p. 123).

Gabrielle culpa a Augusto de los males de Mariana y del olvido en que se la tiene:

La mano que borró la imagen de Mariana guardada en la memoria de sus amigos como una imagen reflejada en el agua, fue la mano de Augusto su marido, que implacable revolvió el agua, desfiguró su rostro, su figura, hasta volverla grotesca y distorsionada. Al final, cuando las aguas se aquietaron de Mariana no quedó ¡nada! Cambiar la memoria para destruir una imagen es tarea más ardua que destruir a una persona. Temo que no descubriré nunca el secreto de la pareja Mariana-Augusto, que nunca fue pareja [p. 123].

Incapacidad de recordar, de descifrar los signos de una cotidianidad compartida, Mariana permanece como un enigma: "Me pareció verla reflejada en un espejo hecho astillas y que también ella contemplaba su imagen mutilada y multiplicada" (p. 132).

Gabrielle es entonces el testigo de la destrucción de Mariana: "Para destruir a alguien primero hay que destruir su imagen" (p. 143).

Gabrielle piensa en escribir una novela sobre la vida de Mariana (p. 209) y guarda el diario de ella. Concluye así su relato: "Mariana fue una desequilibrada y su sombra se ha convertido en nada [...] Es mejor que Mariana aparezca a sus amigos en las puertas de la îpera de Viena o en los coros del ballet. Yo sé que a Natalia le gustaría más este final imprevisto" (p. 283).

El tercer testimonio es el de André, un joven candoroso, enamorado de Mariana. Él confiesa que: "A pesar de la aparente naturalidad de Mariana, me fue imposible establecer un diálogo con ella. Había algo que la aislaba de nosotros y frente a ella tuve la impresión de admirar desde la calle un hermoso automóvil guardado por el vidrio del escaparate" (p. 285). Alcanza a entender que "Mariana estaba loca y su locura residía en la mentira" (p. 309). Mentira y verdad se entrecruzan en la formación del personaje. Al final del relato, André sostiene el enigma sobre Mariana: "Mi amor ha salvado a Mariana de caer todas las noches con su hija desde un cuarto piso, y en vez de permanecer en ese cotidiano vértigo sanguinolento, me espera apacible en el tiempo. Es difícil explicar lo sucedido y además no me gusta revelar mi secreto..." (p. 353).

No encontramos, pues, alusiones directas contra Paz en las obras de la segunda etapa, apenas el nombrar "Augusto" al personaje agresor de Testimonios, emperador como Octavio; y, más bien, se construye una atmósfera de opresión que va encajonando a los personajes femeninos y que los reduce al miedo a la existencia, al temor por la expresión, al confinamiento en espacios cerrados y truculentos. Elena Garro ha denominado esta etapa de su vida como su época de "No-persona". Sus personajes encuentran un pequeño resquicio, una salida mínima en el espacio del recuerdo, en el espacio de la cocina, que es el lugar maravilloso donde las criadas cuentan cuentos de hadas y hechos históricos, o donde se dispersan los magníficos olores de la vainilla, el orégano, el chocolate y donde se puede reencontrar la figura de la madre "sin ruido y sin palabras", y la voz de la nana, esas voces predípicas que en el relato la conducen entre las sombras hacia la muerte, pero que más allá de las páginas operan un movimiento que procede de la construcción de un personaje: Lelinca o Mariana, a la destrucción de una mujer: Elena Garro, la No-persona; y que, por ese movimiento, retorna a la construcción de la autora, que se afirma, finalmente, en el mundo como escritora, como la gran escritora que nos transmite las experiencias de una mujer en un mundo dominado por la fuerza patriarcal.



Elena Poniatowska

La playa del cielo

Allí viene por la vía láctea una mujer con un abrigo de pieles que le llega hasta el tobillo. Vestida de beige, su pelo es rubio, sus ojos café echan relámpagos. La sigue una niña-mujer y a su lado caminan 15 campesinos en calzones de manta y sombrero de soyate, descalzos.

Las grandes puertas del cielo de puro oro y cristal de roca están cerradas:

--Toc, toc, toc, toc, toc --la güerita se desespera.

Un inmenso batiente se abre y asoma una carita morena, un cuello también moreno al que sigue el cuerpo de una chaparrita a quien le estorba, a todas luces, un pesado manto de estrellas. A todas luces (allá arriba, todo es a todas luces) se trata de la Virgen de Guadalupe.

--Déjenla pasar, es mi compatriota de Iguala --intercede la falsa portera.

San Pedro con su barba blanca la regaña.

--A tus asuntos, Morena, yo soy el de las llaves.

A duras penas mira a Elena Garro. Su hija-niña-mujer-acompañante-a todas-horas, protesta:

--Déjala pasar, es mi mamá y como lo saben en la tierra y en todo lugar, es la mejor escritora mexicana.

Suenan las trompetas de Jericó. Catita --a quien doña Difteria se llevó demasiado pronto-- se acerca rencorosa porque de niña no pudo andar por las calles y sus parientes la pusieron encima del piano. Mamá Jesusita le echa una mirada negra y se queja: "¡Me condenaste a estar eternamente acostada porque me enterraste en camisón, tú tonta, garra de Garro".

--Paz, paz --interviene la hija.

Elena se encuentra con sus personajes que la vigilan con sus ojos sin párpados. Lagartito ya no se anda por las ramas y se esconde tras de uno de los pilares de oro y plata de doña Blanca, Polito sorbe su sopa de poro y papa y la dama boba se mira a sí misma en los corazones de sus cinco amantes.

Todo autor, al llegar al final se encuentra con sus personajes. Elena Garro hechizó a los suyos antes de que la convirtieran en estatua de sal y adelantó todos los recuerdos para que fueran del porvenir. De paso nos hechizó a todos los que la conocimos Hada y bruja, verduga y víctima, ingenua y maliciosa, el General Francisco Rosas y Julia, su amante, hoy, la reciben entre las nubes. El cielo es una inmensa playa rosa como la que pintó Juan Soriano en el año de 1943 cuando hizo que los arcángeles cayeran a la tierra. "¿Y mi coca cola?"-- pregunta Elena. "A ver si la Morenita te hace el milagro porque aquí no hay", responde Felipe çngeles, el soldado caballero educado en St. Cyr, el único que no se hizo general luego, luego como la bola de matones que allí andaban disparando a lo loco.

Elena se sienta en el suelo de partículas revoltosas y prodigiosos miligramos y con su voz delgadita que casi ni se oye le dice a su hija:

--Ahora regrésate hija, todavía no te toca. También diles a aquellos 15 que se regresen, que todavía no hay reparto.

--Mamá, no puedes vivir sin mí.

--Aquí sí, hija, aquí sí, y te prometo que aquí no voy a romper un plato.

Un inmenso coro celestial comprueba que dice bien y que el singular personaje helénico que acaba de subir, sin alas aparentes, posee algo de lo que el resto de los mortales carecen: Magia.

Y Catástrofe.



Elena Garro: In memoriam

Margo Glantz

Es imposible separar a Elena Garro del personaje de novela que ella misma se fue construyendo a lo largo de la vida: una joven hermosa de trenzas rubias, bellas piernas, amores extravagantes, respuestas ingenuas, vida temeraria, profundamente narcisa, pero autodestructiva, perseguida luego, según ella, por sus opiniones políticas, y en consecuencia, incomprendida e indigente, llena de gatos, y que además de mambo bailaba tap. Una mujer enamorada locamente de un joven apuesto y argentino, buen novelista y derrochador a lo Great Gatsby, quien la decepciona porque se compra "camisas de seda al por mayor, de las más caras del mundo", y que llena de remordimientos hace este razonamiento bastante alejado de su propia realidad: "¡Me voy a ir al infierno! Después de todo Octavio paga la comida, la educación de la niña, la casa y yo aquí de adúltera".

En nuestro México tan institucional y a pesar de los líos y tramas sucias en que se metió y en que metió a la gente que la rodeaba, Elena Garro fue un personaje ejemplar por su antisolemnidad, su odio a las instituciones, su capacidad crítica, su locura, su gran talento, muy semejante a los personajes inéditos de sus obras de teatro deshojadas dentro de un viejo baúl, que de repente se le pierden y hay que reconstruir, un personaje frágil, violento, envejecido, novelista, dramaturga, cuentista, memorialista extraordinaria que en todos los géneros que cultivó hizo innovaciones fundamentales en nuestra literatura: en el teatro con las obras ¿surrealistas, real maravillosas? de Un Hogar sólido, y la solidez dramática de Felipe çngeles, texto que sólo puede compararse en su belleza y densidad política a La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán. Autora de un libro de cuentos perfecto, La semana de colores; de una novela poética y política al mismo tiempo, Los recuerdos del porvenir, libro premonitorio; de una narración persecutoria, alucinante, Andamos huyendo Lola; de una antimemoria, Memorias de España, 1937; de una novela enigmática aunque política Y Matarazo no llegó; de una autobiografía novelada, Testimonios sobre Mariana y de varios libros no totalmente resueltos pero con fragmentos deslumbrantes. Una vida deshilachada, un vieil-enfant terrible. Una grande obra.



Evodio Escalante

Elena Garro consolida entre nosotros el realismo fantástico con su memorable novela Los recuerdos del porvenir, acaso el primer texto narrativo, desde Cartucho, de Nelli Campobello, en el que una escritora se apropia del tema revolucionario para introducir en él la perspectiva inquietante de la mirada femenina. La tesitura a la vez postrulfiana y postrevolucionaria en que se ubica Garro, le otorga un tono contestatario a su visión de la Revolución Mexicana, tanto más efectivo en la medida en que la protagonista traiciona por partida doble a su familia y a su clase social para iniciar una suerte de "comunidad inconfesable", que diría Blanchot, con un oficial al servicio del gobierno. Esta imagen de la mujer que se ve a sí misma no sólo como sujeto de una identidad inestable, en permanente tránsito, sino igualmente como una "tránsfuga" que debe dar la espalda a sus lealtades originarias, para recuperar la escabrosa fidelidad del amor, será uno de los rasgos característicos de algunos de sus personajes más recordables. Su pieza maestra en este sentido es su cuento "La culpa es de los tlaxcaltecas", texto rigurosísimo en cuanto a su estructura, pero a la vez de una ambigüedad maravillosa que nunca acaba de revelar su secreto. Estoy seguro que a Julio Cortázar le hubiera gustado haber escrito este texto, y casi apostaría a que trató de emularlo cuando menos en una ocasión. Lo más inquietante de este cuento de Garro es de nuevo el difícil papel de la protagonista, que vive simultánemente en dos épocas, en la del desarrollo estabilizador lopezmateísta y en la de la Conquista de México por los españoles de Hernán Cortés. Aquí, en una suerte de diálogo embozado con algunos pasajes de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, Elena Garro parece emprender una más o menos abierta reivindicación de la figura de la Malinche, proponiendo, si se lo puede decir así, que la traición femenina no sólo es inevitable, dadas las circunstancias, sino de igual modo un acto libremente asumido, que le otorga una dimensión superior al personaje de la mujer.

Aunque en algunos de los textos se la siente un tanto fuera de control, obsesionada como sus personajes en una suerte de paranoia persecutoria que no parece tener fin, realizó una interesante incursión en la novela política con Y Matarazo no llamó. Creo que esta breve novela merecería mejor suerte entre la crítica. No puedo olvidar que Elena Garro vivió también, y de modo estelar, su propia novela del 68, cuando denunció, en una suerte de espejo de sus obsesiones persecutorias, a una serie de escritores e intelectuales y los acusó de estar conspirando en contra de la estabilidad del país. Algo me dice que su largo autoexilio en París, es en lo fundamental una consecuencia de este acto temerario que la enfrentó con la izquierda de la época, y que la puso en el difícil papel de "soplona" al servicio del régimen.



Silvia Molina

Elena Garro es, sin duda, la mejor escritora mexicana de este siglo que termina. Sólo le bastó para que le reconozcamos su formidable talento escribir dos libros: Los recuerdos del porvenir y La semana de colores, los más sobresalientes desde mi punto de vista, de su basta y compleja obra, pues cultivó lo mismo cuento que novela o teatro.

Los recuerdos del porvenir, armada con palabras que fluyen mágicas y milagrosas, las que deben descifrarse o se esconden o huyen o persiguen, las buenas o las malas, las que pueden transformarse en conos de colores o lagartijas sonrientes, será un libro clásico por los siglos de los siglos, por la estructura cíclica y circular que la sostiene, porque en ella todo se repite, porque es la razón de que los personajes no tengan pasado ni futuro y olviden el presente...

Conocí a Elena Garro en la década de los sesenta en París, sus mejores años tal vez. Nunca, desde entonces, he vuelto a encontrar y a admirar un talento tan avasallador, y a temer un carácter tan profundamente complicado. Fue una gran escritora. Mis respetos a su genio creador y enrevesado.