La Jornada Semanal, 30 de agosto de 1998



Tercera columna

Eduardo Milán

La moneda de Pound

Un fresco del movimiento del siglo XX por los andamios de su cultura, ahora lo podemos ver sin temor a parecernos a sus defensores realistas: esa fue la entrega que nos dejó Ezra Pound en sus Cantares. Un fresco del siglo XX porque, más allá de la presentificación de la cultura occidental desde Homero (Cantar I), lo que Pound entrega es la lectura, desde el siglo XX, de esa tradición insólita, quebrada e insistentemente en vías de reunificación tentativa como condición de sobrevivencia. Todo depende, en el caso de Pound, de su visión. No se trata sólo del método ideogramático de acercamiento de conceptos y niveles, de estilos y de épocas históricas. El ``make it new'' del poeta de Idaho, o sea la presentificación, el aquí del tiempo y de la temperatura estética, no hubiera sido posible sin una visión anterior, de una mirada plástica o plastificante sobre el tiempo visto como un eje inequívocamente épico. Un distanciamiento digno de Brecht o de un semidiós menos comprometido con la inminencia histórica le permite a Pound ver el transcurso civilizatorio como un paisaje, como una especie de movimiento errante de la humanidad. Sobre ese eje practica una serie de cortes sincrónicos que le quitan peso a la densidad temporal. El recurso es lírico. Se trata de injertos líricos sobre el continuo narrativo. La historia se vuelve entonces dinámica cuando sus protagonistas, Helena o Inés de Castro, por ejemplo, son sorprendidas por la revelación estética desde su cotidianidad real o simulada: el crepúsculo que cae sobre los ojos de la luminosa (Helena: ``brillante'', ``luz brillante'') para volverla sorpresivamente melancólica o el olor de la piel del caballo que carga a la muerta, un desplazamiento que la historiografía reciente, la francesa actual, Duby y los suyos, podrían haber imaginado como soporte vital de la arrugada historia de los acontecimientos. Lo que Pound pide, y eso es lo que desconcierta al lector de los Cantares, sorprendido por el aparente deseo de objetividad del texto, es imaginación. ¿Qué hace ahí un ideograma chino sin traducción al lado de columnas verbales escritas en lenguaje coloquial? La comprensión estética del mundo debería poder integrar la imposición del lenguaje no-verbal e icónico al lado del lenguaje verbal, lo inexplicable al lado de lo racional y de lo obvio. La demanda de una lectura formal anexada a la simple lectura informativa convierte a los Cantares en un desafío plástico insólito para su época. La época exigía una imagen (the age demanded an image) decía Pound: la reconstrucción de la ``imagen del mundo'' era la tarea del poeta. Un mundo descentrado, de Dios tumbado por la reflexión filosófica, debe ser comprendido estéticamente -y en esto coincide con Nietzsche. Sin embargo, no parece haber gravedad en Pound ni lamento por lo que hubo. Pound es un conquistador de la mirada europea a la cultura occidental, un conquistador bárbaro. Su respeto por la mirada que usurpa no va más allá de su subjetividad, que es profunda. Su recetario formativo (tanto de latinos, Milton no, todo Shakespeare, etcétera) es metodológicamente aplicado a los Cantares. La inscripción de los ``grandes'' momentos de la historia de Occidente, sumada a algunos de los grandes momentos de la historia de Oriente, es replicada en el texto mismo por sus invenciones lingüísticas, por la parodia de versos clásicos traducidos fonéticamente, por la inconclusión de razonamientos o de desarrollos estilísticos. Pero la risa no podría ser considerada, en el caso de los Cantares, como un recurso de enfrentamiento al Poder, como podía proponer Bajtin. La parodia se integra mínimamente como dispositivo en un área semántica signada por la falta de respeto cultural generalizado, en el sentido de fidelidad histórica o estética. La resolución es obvia (no la solución final de los Cantares, como el meaculpa sincero y sospechoso a la vez, con el pecado de desmesura a flor de piel que pide clemencia, no por el pecado en sí mismo sino por el fracaso de la empresa): un mundo guiado por la estupidez, por la velocidad y por el interés, que ha negado en nombre de un seudo-mito -el progreso- lo mejor de su tradición (una tradición que, aunque hecha pedazos, está puesta ahí adelante de los ojos del lector), sólo puede ser rescatado por un acto de memoria brutal, alucinante y enceguecedor, algo así como los Cantares mismos, la presentificación de una derrota poética pero, eso sí, de una verdadera clase de derrota.