La Jornada 18 de octubre de 1998

Crisis económica internacional, tema constante

Rosa Elvira Vargas, enviada, Oporto, 17 de octubre Ť Con una solemnidad desusada en este fin de siglo, al oír el nombre de su país, cada uno de los gobernantes de Iberoamérica --portando una amplia capa granate y con un sombrero negro en forma de hongo en la mano derecha-- llegó hasta el podio donde esperaba el Fiel de las Usanzas para investirlo como miembro de la Cofradía del Vino de Oporto. Ahora, todos ellos son cofrades y tienen la obligación de dignificar este licor de ``amistad y fraternidad''.

Se trata de un ritual complejo y para los legos puede parecer hasta kitsch. Envueltos en una tela que sólo se usa quizá en muy contados ceremoniales académicos, a cada jefe de Estado o de gobierno le fue colocado el sombrero y su larga y ancha cinta negra rodeando su cuello. La investidura exige además se lleve otra cinta en el cuello de color verde de la que pende el distintivo emblemático de la Cofradía.

En el Palacio de la Bolsa, que simboliza el poder y la importancia comercial que desde su fundación antigua y un tanto incierta ha tenido Oporto, se realizó esta ceremonia a la que sus miembros han dotado de tan complicado ceremonial, tal vez por puro afán de recuperar viejas tradiciones, puesto que la Cofradía apenas se constituyó en 1982.

De todos modos, ser miembro honorario cancelario no excluye de ninguno de esos actos en momentos con cierto aire de misa, y de este modo con indumentarias que daban estampas inimaginables, lo mismo Carlos Saúl Menem que Fidel Castro, Ernesto Zedillo, Arnoldo Alemán Lacayo, en fin, todos, sortearon con la seriedad de que pudieron hacer acopio, el trago de verse enfundados en indumentarias tan ajenas al uso cotidiano. En no pocos casos, los personajes se vieron en aprietos para que el sombrero negro se mantuviera en su lugar.

Luego vendría otro trago, pero este de muy distinto sabor, pues tras pronunciar el juramento de tan selecta cofradía (y ante el cual el presidente cubano Fidel Castro hacía acusados gestos), todos brindaron con una seguramente muy especial cosecha de Oporto tinto.

Incluso en esto, aparentemente lo más sencillo, no faltaron los comentarios entre quienes veían todo por los monitores de televisión en la sala de prensa internacional. Una periodista española de televisión no pudo contenerse: ``¡Joder, el rey bebiendo en público!''.

Distribuidos en dos hoteles muy cercanos entre sí, los 19 jefes de Estado y de gobierno aquí reunidos --no acudieron a la cita los presidentes de Bolivia y República Dominicana-- desahogaron este día agendas propias y ya por la tarde se sumaron a los actos sociales, como el de la Cofradía, organizados por el gobierno portugués. Primero, una recepción y más tarde una cena en el propio Palacio de la Bolsa.

Oporto --Porto se le llama aquí y su gente no entiende por qué el afán de los extranjeros de añadirle la O que, ciertamente, no aparece por ningún lado en la nomenclatura portuguesa-- está ubicada en la margen derecha del Duero sobre unas colinas graníticas que descienden suavemente sobre el río, a ocho kilómetros de su desembocadura. Se le conoce como la capital del norte y acusa evidentes problemas de emplazamiento, los cuales se han subsanado en parte, mediante la prolongación del área urbana hasta la orilla del mar.

La seguridad, como en todo acto que congrega dignatarios, es estricta pero discreta y, sobre todo, sin el menor asomo de militares uniformados. Participan 850 personas en esa tarea, todas integrantes de la Policía de Seguridad Pública.

Claro, cada presidente trae su propio equipo de seguridad, donde el que más se distingue, por supuesto, es el de Fidel Castro. Aun antes de que aparezca en escena, el ambiente empieza a transformarse, hay nerviosismo y algarabía, y se hacen sentir los gritos que lanza la prensa tratando de obtener alguna declaración del comandante cubano.

Pero Oporto sabe tanto de sí, que a nadie de su gente inmuta la presencia de tantos extraños. ``Oporto es uno de esos lugares donde los recuerdos y los sentidos se avivan, donde los murmullos del granito nos hablan de su pasado; una historia que aún hoy persiste, grabada en las piedras y la mirada de su gente''.

Los mandatarios estrenan formato en sus deliberaciones, en mucho impulsados por el interés del presidente Ernesto Zedillo de asumir, sin testigos ni protocolo, los asuntos que verdaderamente importan a Iberoamérica. Tendrán una ceremonia oficial de apertura y la clásica fotografía oficial de la Cumbre. También un almuerzo. Pero en dos sesiones en el edificio de la Aduana Nueva, hablarán a solas.

Zedillo comentó brevemente al dirigirse al autobús que transportaría a los presidentes al Palacio de la Bolsa, que tenía informes sobre los huracanes que amenazan suelo mexicano y sus movimientos. Dijo que a Madeleine, que anda por el Pacífico, lo atenderá la canciller Rosario Green, por aquello de que lleva el nombre de su contraparte de apellido Albright.