La Jornada Semanal, 25 de octubre de 1998



Monique Wittig

La marca del género

A partir de sus trabajos teóricos, pero sobre todo, desde Les guerrillères, la novelista y poeta francesa Monique Wittig, quien se define como ``autora lesbiana'' no sólo en su quehacer político, social, moral, sino fundamentalmente literario, nos habla con una lucidez y un rigor dignos del mejor feminismo francés (Sisoux, Irigaray) de las implicaciones de género inherentes al lenguaje como un sistema.

Destruir a las categorías de sexo en política y en filosofía, destruir al género en el lenguaje (al menos modificar su uso) es parte de mi obra como escritora. Una parte importante, puesto que no puede ocurrir una modificación tan central sin una transformación del lenguaje como un todo. Afecta (toca) a palabras cuyos significados y formas son cercanos y están asociados al género. Pero también afecta (toca) a palabras cuyos significados y formas están muy alejados. Una vez que la dimensión de la persona, en torno a la cual se organizan todas las demás, entra en juego, nada queda intacto. Las palabras, su disposición, su arreglo, la relación de una con otra y toda la nebulosa de sus constelaciones cambian, son desplazadas, hundidas, reorientadas, hechas a un lado. Y cuando reaparecen, el cambio estructural en el lenguaje las hace verse diferentes. Se afecta su significado y también su forma. Su música suena diferente, su color se ve afectado. El verdadero punto en cuestión es un cambio estructural en el lenguaje, en sus nervios, en su enfoque. Pero no es posible efectuar cambios en el lenguaje sin hacer cambios paralelos en filosofía, en política y en economía, porque como las mujeres están marcadas en el lenguaje por el género, están marcadas en la sociedad como sexo. Los pronombres personales dirigen el género a través del lenguaje, y los pronombres personales son el tema principal de cada uno de mis libros, con excepción de Lesbian Peoples: Material for a Dictionary, escrito con Sande Zeig. Son los motores para los que hay que diseñar partes funcionales, y como tales crean la necesidad de la forma.

El proyecto de The Opoponax, mi primer libro, era trabajar este tema, el sujeto hablante, el sujeto del discurso -la subjetividad, para expresarlo en términos generales. Quería restaurar un yo no dividido, universalizar el punto de vista de un grupo condenado a ser particular, relegado en el lenguaje a una categoría metaándrica. Elegí la infancia como un elemento de forma abierta a la historia (como dije, el tema se encontraba en otra parte), la formación del ego en torno al lenguaje. Era necesario un esfuerzo masivo para romper el hechizo del sujeto capturado. Necesitaba un dispositivo fuerte, algo que estuviera de inmediato más allá de los sexos, algo contra lo cual no tuviese poder la división en sexos, y que no pudiese ser sobornado. En francés, como en inglés, hay un pronombre munificente llamado indefinido, lo cual significa que no está marcado por el género, un pronombre que en la escuela se nos enseña a evitar sistemáticamente. Es on/one. On en francés, one en inglés. En efecto, tan sistemáticamente se enseña que no se debe usar, que el traductor al inglés de The Opoponax se las ingenió para no usarlo nunca. Hay que decir a favor del traductor que se ve y suena muy pesado en inglés, pero no menos en francés. Sin on el libro queda totalmente transformado. Sin embargo, yo esperaba que la naturaleza cómica del dispositivo, así como la naturaleza cómica de la narrativa, harían que el lector lo disfrutara.

Con este pronombre, que no tiene género ni número, pude ubicar a los personajes fuera de la división social por sexos y anularla a lo largo del libro. En francés, la forma masculina -eso dicen los gramáticos- que se usa cuando se asocia un participio pasado o un adjetivo al sujeto on, es, de hecho, neutra. Esta cuestión incidental del neutro es muy interesante, pues incluso cuando se refiere a términos como l'homme, como Man (con M mayúscula en inglés), los gramáticos no hablan del neutro en el mismo sentido en que lo hacen cuando se trata de Good o Evil, sino del género masculino. Se han apropiado de l'homme, homo, cuyo primer significado no es macho, sino mankind, el género humano, pues homo sun, el hombre como macho, es tan sólo un significado derivado y secundario. Volvamos a one, on, un pronombre personal muy maleable y útil, puesto que se puede aplicar en varias direcciones a la vez. Primero, como ya se dijo, es indefinido, por lo que toca al género. Puede representar un cierto número de personas sucesivamente o todas a la vez -todo mundo: nosotros, ellos, yo, tú, gente, un número de personas grande o pequeño, y no obstante seguir siendo singular. Se presta a toda clase de sustituciones de personas. En el caso de The Opoponax, era un delegado de toda una clase de gente, de todo el mundo, de unas cuantas personas, de (el yo del personaje principal, el yo del narrador y el yo del lector). One, on, ha sido para mí la clave del uso no desordenado del lenguaje, como lo es en la infancia, cuando las palabras son mágicas, cuando las palabras son brillantes y coloridas en el caleidoscopio del mundo, con sus muchas revoluciones en la conciencia cuando uno las agita. One, on, ha sido el sendero hacia la descripción del aprendizaje, a través de las palabras, de todo lo que es importante para la conciencia, y el aprendizaje en la escritura es primero, incluso antes del aprendizaje en el uso del habla. Gracias a one, a on, la única experiencia de todos los locutores que, cuando dicen yo, pueden reapropiarse la totalidad del lenguaje y reorganizar el mundo desde su punto de vista en cualquier momento, podría ser restaurada a cualquier lectora de igual manera que se le otorga a cualquier lector. No tuve que ocultar a los personajes femeninos bajo patronímicos masculinos y, sin embargo, si he de creer en lo que Claude Simon escribió acerca de mi uso de one, on, el intento de universalización tuvo éxito. Él escribió, al hablar acerca de lo que le ocurre al personaje principal de The Opoponax, una muchachita: ``Yo veo, yo respiro, yo mastico, yo siento a través de sus ojos, de su boca, de sus manos, de su piel... Me convierto en la infancia.'' Es sólo al final del libro que permití al narrador el uso del pronombre yo, esperando que la transformación en el sujeto soberano fuese lograda por el personaje Catherine Legrand y todos los otros de su grupo.

En cuanto a Les Guérilléres, hay ahí un pronombre personal que se usa muy poco en francés y que no existe en inglés -el plural colectivo elles (ellas) (they en inglés)- mientras que al mismo tiempo ils (ellos) (they) a menudo significa el general, con el sentido de one: they say (ellos dicen, con el significado de people say, la gente dice.) Este ils general no incluye a elles, así como he (él) no incluye a she (ella) o they (ellos) no incluye a ninguna she (ella) en su suposición. Se podría decir que es una lástima que en inglés no exista siquiera un hipotético pronombre femenino plural para intentar cubrir la ausencia de she en el they general. Pero de qué sirve, si cuando existe no se usa. Y cuando se usa, las raras veces que se usa, elles nunca significa un sujeto general y jamás transmite un punto de vista universal. Por lo tanto, elles, que podría apoyar un punto de vista universal, sería, como fue, una innovación literaria. En Les Guérilléres trato de universalizar el punto de vista de elles. El propósito de este abordaje no es feminizar al mundo, sino hacer obsoletas las categorías de sexo en el lenguaje. Por lo tanto, establezco elles en el texto como el sujeto absoluto del mundo. Para tener éxito textualmente, necesité adoptar algunas medidas muy draconianas, tales como eliminar, al menos en las dos primeras partes, cualquier he, cualquier they-he, que tienden a acechar por doquier. Tenía que sacudir al lector que penetra en un texto en el que elles, por ser la única presencia, constituye un asalto incluso para las lectoras. Aquí, de nueva cuenta, la adopción de un pronombre como mi tema principal dictó la forma del libro. Aunque el tema del texto era la guerra total, declarada a ils por elles, para que esta nueva persona fuese eficaz, dos tercios del texto tuvieron que ser habitados, anidados, por elles. Palabra a palabra, elles se establece como un sujeto soberano. Sólo entonces podían aparecer il(s)-they, reducidos y extirpados del lenguaje. Para volverse real, este elles también impuso una forma épica, cuando no es sólo el sujeto completo del mundo sino su conquistador. Otra consecuencia derivada de la presencia soberana de elles fue que el comienzo cronológico de la narrativa -es decir, la guerra total- se encuentra en la tercera parte del libro, y que el comienzo textual fue de hecho el fin de la narrativa. De ahí surge la forma circular del libro, su gesta, que la forma geométrica de un círculo indica como un modus operandi. El traductor al inglés, al carecer del equivalente léxico de elles, se vio obligado a hacer un ``pequeño'' cambio, que para mí destruye el efecto de mi intento. Al convertir mi elles en the women, asigna un sexo, hace que elles deje de ser mankind (el género humano). Cuando uno dice the women (las mujeres), connota un número de mujeres individuales, transformando así por completo el punto de vista al particularizar lo que yo pretendía presentar como universal. No sólo se perdió mi empeño con el pronombre colectivo elles, sino que se introdujo otra palabra, women, que aparece obsesivamente a lo largo del texto, y es una de esas palabras marcadas por el género que mencioné antes, y que nunca uso en francés. Para mí se trata del equivalente de esclava y, de hecho, me he opuesto activamente a su uso siempre que me ha sido posible. El hecho de ``remendarla'' como han hecho algunas feministas con el uso de una ``y'' o de una ``i'' (como en womyn o wimmin) no altera la realidad política de la palabra. Si uno trata de imaginar nogger o niggir en lugar de nigger (negro), podrá comprender la futilidad del intento. No es que no haya solución al traducir elles. Hay una solución, aunque en ese tiempo me fue difícil encontrarla, y el traductor no podía hacerlo pues el texto no era suyo.

En cuanto al pronombre clave de The Lesbian Body, se trata de una tarea muy difícil para mí, y a veces he considerado este texto como un ensueño acerca del hermoso análisis de los pronombres je y tu por el lingüista Emile Benveniste. Para comprender mi empeño en este texto, uno debe volver a The Opoponax, en el cual la única aparición del narrador se da con je y el yo que se encuentra al final del libro en una pequeña frase no traducida al inglés es un verso de Mauricie Scéve, en La Délie: Tant je l'aimais qu'en elle encore je vis (Tanto la amé que en ella vivo aún). La belleza del verso se pierde en inglés. Por lo tanto, el traductor no tocó la frase, lo cual es una lástima, pues es la clave de todo el texto. Es la frase que arroja la última luz sobre el texto al desmitificar el significado del opoponax y al establecer una sujeto lesbiana como un yo absoluto, como un amor absoluto, un amor lésbico. On, el Opoponax y este solo yo tienen vínculos estrechos.

Funcionan por relevos. Catherine Legrand usa yo en sus cartas y cuadernos de apuntes al decir Yo soy el Opoponax. ¿Y qué es el Opoponax? Es un talismán, el sésamo que abre el mundo. Es una palabra que hace que las palabras y el mundo tengan sentido, una metáfora para una sujeto lesbiana. Tras las repetidas afirmaciones de Catherine Legrand de Yo soy el Opoponax, el narrador puede al final del libro hacer el relevo y afirmar en su nombre: Tanto la amé...

Esto abarca lo global y lo particular, lo único y lo universal, que aparece en algunas páginas extraordinarias de Proust. Aquí diré que la cadena de palabras, la cadena de permutaciones que va desde el on de The Opoponax hasta el yo que me permitió reapropiarme de un yo en The Lesbian Body, vienen de The Opoponax.

El j/e con una diagonal en The Lesbian Body no es un yo destruido. Es un yo que se ha vuelto tan poderoso que puede atacar el orden de la heterosexualidad en textos y asaltar al así llamado amor, a los héroes del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar a los símbolos, lesbianizar a dioses y diosas, lesbianizar a hombres y mujeres. Este yo puede ser destruido en el intento y resucitar. Nada resiste a este yo, este , que es su semejante, su amor, que se extiende en todo el mundo del libro como un río de lava que nada puede detener. Estoy segura de que este yo ha recibido su fuerza del último libro de La Recherche du Temps Perdu, donde los personajes, todos ellos, han ejercido la homosexualidad, los hombres, las mujeres, los bugas, los hombres de las mujeres, de todas las clases, de todos los ámbitos. Cada uno, a su vez, es reconstruido como uno de ellos, sin dejar espacio en el libro para un mundo buga -las únicas excepciones potenciales son aquellos que mueren antes de que el libro termine.

Para cerrar mi discusión de la noción de género en el lenguaje, diré que es una marca única en su especie, el único símbolo léxico que hace referencia a un grupo oprimido. Ningún otro ha dejado su huella en el lenguaje a grado tal que erradicarlo no sólo modificaría el lenguaje a nivel de léxico, sino que transformaría la propia estructura y su funcionamiento; cambiaría las relaciones de las palabras a nivel metafórico y transformaría nuestra realidad política y filosófica.

Traducción: Manuel Núñez Nava