LA ISLA

Rosa Nissan

- Yo creo que hoy nos vamos temprano a dormir.

- Si quieres de una vez.

- ¡Cómo crees! No son ni las doce del día.

- No tengo ganas de andar de un lado a otro, luego no nos alcanza la noche.

- Que chistoso, a mí se me ocurrió lo mismo, tenía miedo de que llamaras para cancelar. Mejor vamos a la primera función, compramos un pollo, papas y nos encamamos.

- Hay buenas películas esta semana. ¿Cuál te gustaría ver?

- ¿Qué tal si no vamos al cine?

- Como quieras, lo que más se me antoja es estar pegada a tu cuerpo.

- ¿Qué te parece el hotel Los Arcos?

- No, mejor el que está más adelante, en éste no se pueden abrir las cortinas, tienes encima a los de enfrente, mejor el que está adelantito, ése que mira a las montañas, en el que amanece bonito.

- Vamos al que quieras, nomás paramos en Pollos Ríos, son riquísimos.

Mientras Juan entra al baño, Otilia hace su tendidito encima del tocador: una hilera de mandarinas, libros, el periódico, la Coca Cola del lado de él, un Sidral del lado de ella.

- Me regalaron una crema de gardenias para el cuerpo, mira, huéleme, la guardé para estrenarla hoy que te iba a ver. En mi casa no estaría totalmente contigo como aquí, meterse a un hotel es aislarse sin la tentación del teléfono.

Hacen el amor con ganas de dos semanas; en la tele pasa un video rock; cuando él se levanta para abrir la regadera, cambia el canal.

- No lo quites, esa música es preciosa.

- ¿De veras te agrada eso?

- Con esa bugambilia que le cae encima, el domo de la regadera parece un cuadro, al medio día debe ser más lindo.

- Ahora viene el difícil arte de mediar un programa que nos interese a... "¡Dos personas tan distintas!"... -terminan la frase a dúo.

- Déjame escoger primero y luego tú.

- Pero no se vale si dura una hora o dos.

- ¡Mira qué programón! Pido éste.

- Pásame un libro -murmura resignada, hundiéndose entre sus brazos.

Despierta apenada por haberse dormido, pero lo ve atentísimo en un programa que no era el escogido.

- ¿Ya ves? ¡Ya estás viendo otro!

- Te dormiste. Duérmete, duérmete otra vez.

- Si siempre te ha molestado que sea yo tan dormilona; en lugar de haber comprado un pollo me hubieras comprado un somnífero, pero claro, si hay tele, no importa. Me haces sentir como bulto.

- Mejor duérmete.

- ¡No tengo sueño! Yo también tengo derecho...

- Pues párate a cambiarle.

- ¿No hay control remoto? Ni modo, aunque haga frío. ¿Quién es ese cuate? Su cara me es conocida. ¡Ah! Es Alejandro Aura y Margo Su y está Monsivais, vamos a verlo.

- Me caen gordos.

No tarda en quedarse dormida otra vez. Al despertar ve en la pantalla dos mujeres asoleándose en la orilla de un lago. A la mujer A, acostada boca arriba, la B le unta crema en los senos; la embadurna de arriba hacia abajo, mueve las manos, amasa, la sigue frotando, a veces suavemente, a veces se los aplasta, los aprieta. Juan está tan absorto que no se da cuenta de que Otilia despertó. Los dos se quedan atentos a las bellas con caras de Barbis; las flores que traen en la cabeza les dan un toque de ingenuidad. La que masajea se desabrocha la tanga y se tiende boca abajo entre las piernas abiertas de la muchacha, mete la lengua en su sexo una y otra vez. Gimen, gritan. Después de una eternidad, muy democráticamente invierten los papeles. Dos hombres las miran y hacen comentarios. Otilia nota que el sonido está demasiado bajo. La cámara se acerca tanto que los genitales femeninos se amplifican mil veces, un pedazo de carne que la otra chupa anhelante sale de su sexo.

Los hombres se acercan; cada uno toma a una. Mientras las penetran ellas se besan. Entran y salen de sus cuerpos, salen y entran, después de mil doscientas cincuenta penetraciones, gemidos y aullidos, Otilia se mete bajo las cobijas.

-¿Es sólo esto lo que yo hago con tanto amor? ¿Con tanta emoción? ¿Es tan solo esto? ¿Entrar y salir de falos en vulvas? Esto no es más que aeróbics. ¿Dónde está el calor de sus cuerpos? ¿Dónde la suavidad de la piel, dónde el misterio? ¿Dónde lo que no se ve pero es más real que esas escenas agresivas, donde lo único que importa es venirse como un perro o un caballo? ¿Dónde ese hueso salido que tienes en la espalda? ¿Dónde el lunar de tu estómago? Son deprimentes. Yo creí estar viviendo una experiencia única.

- Esto no tiene nada que ver con lo que tú y yo hacemos -dice Juan hipnotizado con esas mujeres mucho más bonitas y jóvenes que Otilia, pechos maravillosos, caderas perfectas.

- ¡Carne! Carne. Pura carnicería. ¿Es todo? ¿Tan poquito o tan nada es esto que creemos amor?

- Ya, ya, ahorita le cambio -ofrece Juan apagándola. Ven mi vida, cálmate.

En el otro canal pasan un resumen de las exposiciones que se llevaron a cabo durante el año en el Museo de Arte Contemporáneo. Poco a poco Otilia se deja envolver entre los cuadros de Klee, la obra de Kalder y de José Luis Cuevas.

- No me gustan esos pintores -opina Juan cuando el programa termina.

- Hay que comernos nuestro pollo, huele rico, cuando no traemos nada, el hambre nos saca del hotel.

- Mejor duérmete -ordena él.

- ¡No tengo sueño, carajo! ¡Mejor me voy a mi casa! Todo me dio asco, me deserotizó, esa sexualidad tan banal me dio asco.

- Haz lo que quieras, apágala, préndela, yo me voy a dormir -dice dándole la espalda.

En la tele está pasando una película. Ella, furibunda, se pone suéter y se sienta en la cama, intenta leer, se oyen los ronquidos del hombre.

"¿Cómo puede perderse viendo estas escenas? No soporto ver tantos penes, vaginas. En lugar de que me den ganas, se me fueron. Todavía fuera una película erótica, pero esto es calistenia barata. ¿Cómo voy a pasar la noche? ¿Qué demonios hago con él?"

Otilia apaga la televisión, abre la cortina que mira a la montaña.

"¡Dios mío! Estoy histérica, sin sueño, sin ganas. ¿A qué hora amanecerá? Lo bueno es que no vivimos juntos, él debe pensar lo mismo. Se muere por oírme dormida para prenderle de nuevo. Yo también quisiera olvidar que estoy aquí, junto a él.

Otilia se levanta desnuda, corre un poco la cortina pesada, llegan coches, salen recamareras cargando bultos de sábanas. Mira su reloj. Hace un gesto de desesperación. Abre la bolsa del pan, se acerca una mesita a la cama, muerde una pierna, la grasa del pollo le escurre en la mano. Agarra una papita, un chilito, bebe su refresco. Termina de comer, se acuesta lejos de él, apaga la luz y se duerme. En cuanto él la oye dormir, prende la tele sin sonido. Nuevas mujeres repiten las escenas, entran, salen. Salen, entran de sus bocas.