Imaginarios mexicanos

Manuel Vázquez Montalbán

Acabo de terminar de escribir un libro sobre la encrucijada en la que se ubica la revolución cubana y lo culmino con una reflexión sobre la significación de la revolución zapatista, en un mundo donde el final de la Historia había sido connotado con el final de las revoluciones. La insurgencia de Chiapas ha condicionado el imaginario de México, pero lo ha acercado más a la realidad que la huida hacia adelante implicada en la falsificación de la ``modernidad''. No es que México no sea un país moderno, pero también es un país que no ha resuelto los problemas derivados del indigenismo y no es que los indígenas no se hayan integrado en la llamada modernidad, pero lo han hecho como doblemente perdedores: perdedores frente a los conquistadores y perdedores frente a los administradores de las desigualdades mantenidas en el orden postcolonial.

Tras la matanza de Acteal, se dudó incluso de que Marcos siguiera vivo. De pronto emergió el subcomandante con la declaración de julio con una espléndida epístola condenatoria de la hipocresía del gobierno mexicano y del orden global, epístola llena de citas de Antonio Machado, de Juan de Mairena, para ser más exactos, el más grande pensador liberal de todos los tiempos: ``Al hombre público hay que exigirle fidelidad a la propia máscara'', pero más tarde o más temprano, sostiene Mairena, hay que dar la cara. Y de todas las máscaras, flagela Marcos, la más enmascaradora es la de la soberanía del Estado mexicano, de un Estado que ha vendido miles de empresas nacionales para que les salgan las cuentas de la modernidad, o la máscara de la democracia en el Estado lleno de desaparecidos y bandas paramilitares caciquiles. Cita el subcomandante a Shakespeare, a Carlos Fuentes, a Galeano, a Miguel Scorza, da acuse de recibo de mis libros cuando cita Panfleto desde el planeta de los simios: ``La operación de descrédito de la razón crítica fue protagonizada por una beautiful people intelectual, compuesta mayoritariamente por exjóvenes filósofos, exjóvenes sociólogos y exjóvenes líderes de opinión que conocían los caminos que llevan a la mesa del señor, según la antigua enseñanza del escriba sentado''. Estos señoritos han puesto la música de la represión y el poder y sus ``incontrolados'' la letra y la metralla, mientras la diplomacia mexicana lanza una campaña en defensa de la soberanía nacional allanada por los cooperantes que van a Chiapas sobre todo para evitar que en México haya más desaparecidos y conseguir que México deje de ser, según calificación de Amnistía Internacional del 7 de mayo ``...un agujero negro en la `protección de los derechos humanos'''.

Los que sabemos que México no es sólo eso, que ni siquiera se corresponde ya al retrato uniformado del pri, quisiéramos que el nombre del país desapareciera de las páginas de las publicaciones de Amnistía. En su informe de 1997, Amnistía ofrece una reveladora geografía de la violación de los derechos humanos de la que destacan las referencias a países donde se está en plena orgía de modernización neoliberal. Los que sabemos que México contiene una de las propuestas culturales más necesarias y plurales de este final de milenio, hemos de coincidir con Carlos Fuentes cuando dice que los latinoamericanos son conscientes del privilegio de tener un universo cultural muy por encima del político.

A mis dudas sobre el final de las revoluciones, evidenciado con el nacimiento de la suya, el subcomandante también contestaba en su carta de resurrección: ``Y el silencio de la rabia explota en cualquier momento, un silencio que se acumula y crece en situaciones absurdas, inesperadas, incomprensibles: el hombre con la mujer, el banda con el transeúnte cualquiera, el trabajador con el trabajador, el indígena con el indígena, el uno con el otro, el rencor con el rencor. Tengo bastante leído a este submilitar y no le he pillado en ningún desliz de argot convencional marxista leninista, como si hubiera renunciado a esa continuidad acústica de la que hablaba Sloterdijk en su libro En el mismo barco. Esa continuidad acústica que es un fin en sí misma, que morirá con la tribu que la avala, que nada rompe ya incluso cuando pronuncia palabras de ruptura. Marcos ha vuelto a poner nombre a la reivindicaciones, porque ha partido de un sujeto histórico de cambio realmente existente. Sin duda el subcomandante es algo teatral, obligado por la naturaleza de su escenario y en cierto sentido como réplica a las farsas anquilosadas basadas en la retórica de supermercado de la modernización uniformadora o en los restos del naufragio semántico del marxismo leninismo. Representa insurgencias esenciales: los indígenas como clase social internacional, el mestizaje como lo deseable más que como lo inevitable.

Sobre todo ello hablo en Y Dios entró en La Habana, con Carlos Fuentes, Rigoberta Menchú, con tantos otros políticos e intelectuales de las nomenclaturas más variadas. Fuentes me hizo un eficaz resumen de ese imaginario de México alterado por la respuesta zapatista: ``Para nosotros, los mexicanos, el significado es muy claro: se ha creado toda una fachada de México país del Primer Mundo que ingresó en la ocde y de repente, un buen día, precisamente el día que se aprueba el Tratado de Libre Comercio, se oye este campanazo terrible en Chiapas. Fue un recordatorio de que en México las poblaciones indígenas y rurales viven en una extrema miseria. Ahora argumentan que los pactos del gobierno con Marcos son inaceptables porque balcanizan a México. Darles a los indígenas la autonomía que piden es balcanizar el país. Yo he escrito un artículo diciendo eso: Pero si nosotros hemos balcanizado a los indios, a los campesinos, nosotros somos responsables de la nación, somos responsables del Estado. ¿Cómo nos van a balcanizar ellos a nosotros que llevamos quinientos años balcanizándolos a ellos?''

Es decir que con lo de Chiapas se puso sobre el tapete la verdad de México: 40 millones de gente que vive en la pobreza, 17 millones en la extrema pobreza, y Chiapas fue un recordatorio frente al exhibicionismo del pri. El presidente Zedillo tiene un grave desafío cuando debería estar ocupado con los problemas de cooperación económica, de consolidación de la transición democrática y las elecciones del 2000. No puede ocuparse porque está distraído con un problema que él mismo se creó: la no solución del problema de Chiapas.

Manuel Vázquez Montalbán nació en Cataluña y escribe novelas, poesía y ensayos. Es uno de los periodistas y polemistas más leídos de la lengua castellana. El presente artículo fue enviado a Ojarasca por su autor.