La Jornada 10 de diciembre de 1998

Saramago: la sociedad civil puede hacer este mundo un ``poquito mejor'', no los gobiernos

Pablo Espinosa, enviado, Estocolmo, 10 de diciembre Ť No serán los gobiernos, sino la sociedad civil, la voz vehemente de los ciudadanos, la de ``cada uno de nosotros si nos hacemos cargo de nuestras responsabilidades'', lo que puede hacer este mundo ``un poquito mejor'', dijo en sonoro portugués José Saramago al recibir esta noche el premio Nobel de Literatura 1998 de manos del rey Carlos Gustavo XVI de Suecia y ante la élite de invitados que solemnemente representaron durante una jornada entera al planeta en su conjunto.

``La Declaración Universal de los Derechos Humanos se firmó hoy hace exactamente 50 años y no han faltado las conmemoraciones ceremoniales, pero el tema desaparece de inmediato cuando otros asuntos emergen al interés público. No tengo nada contra estos actos conmemorativos, yo mismo he contribuido a ellos a mi modesta manera con algunas palabras y no está fuera de lugar decir algunas más aquí, ahora.

Injusticia y miseria se expanden

``Es evidente que en este medio siglo los gobiernos no han hecho lo que moralmente les correspondería, pues la injusticia se multiplica, la iniquidad empeora, la ignorancia crece, la miseria se expande. Es una sociedad esquizofrénica que tiene la capacidad de enviar instrumentos a otro planeta para estudiar la composición de sus rocas, pero permanece indiferente ante la muerte por hambre de millones de personas. Ir a Marte parece más fácil que ir al prójimo.

``Nadie se hace cargo de sus responsabilidades, menos los gobiernos, porque no saben, porque no pueden, porque no quieren o porque no les es permitido por quienes realmente gobiernan el mundo: las grandes compañías trasnacionales, pluricontinentales que tienen todo el poder. No podemos esperar que los gobiernos hagan los próximos 50 años lo que no han hecho en los 50 que ahora estamos conmemorando. Seamos los ciudadanos quienes hagamos oír nuestra voz, con la misma vehemencia con la que hemos reclamado el respeto a los derechos humanos hasta ahora. Hagámonos responsables de nuestras obligaciones como ciudadanos, seamos ciudadanos comunes de la palabra y así tal vez el mundo podría tornarse un poquito mejor. Asumamos las responsabilidades que nos competen.''

El llamado de Saramago rubricó una larga jornada de celebración central como culminación, a su vez, de actividades intensas en torno de los nueve laureados este año con el Nobel. Luego de su mensaje central, resumió su sentir desde que fue dado a conocer el fallo, el 8 de octubre pasado a la una de la tarde, hora de Suecia:

``Las primeras palabras que pronuncié entonces fueron para agradecer a la Academia Sueca y ahora las repito. Igual agradezco a los escritores, portugueses y no portugueses, a los del pasado y a los de hoy. Agradezco a todos los escritores del mundo. Gracias a todos por todo lo que me ha sido dado.''

El último día de la Semana de Celebración del Premio Nobel, jornadas a través de las calles nevadas de Estocolmo hacia encuentros públicos, privados, diplomáticos y con monarcas, inició temprano con un ensayo general de lo que habría de ser la ceremonia oficial por la noche.

Siempre el centro de atracción por todas partes, Saramago lucía su sonrisa de niño iluminada, divertido gentilmente, sobre todo cuando quien fungía como maestro de ceremonias del ensayo hacía el papel del rey, ensayando con los galardonados el protocolo, formalísimo, mientras los premiados en Física equivocaban la mano de saludar al rey con la de recibir medalla y diploma, o los laureados en Medicina daban vuelta en sentido contrario o rendían caravanas reales hacia sitios opuestos.

El significado de un clavel rojo

Por la noche, los alrededores del Konserthuset, la Sala de Conciertos de Estocolmo, se volvió trajín de abrigos, fracs, limusinas y un par de manifestaciones por los derechos humanos. Sala adentro, mil 800 invitados distribuidos en butacas mientras 150 integrantes de las instituciones suecas otorgantes del Nobel formaban semicírculo. Así como la fachada exterior de la Konserthuset estaba iluminada, la manera de resaltar la belleza de arquitectura interior del recinto se hizo mediante la desnudez de las paredes, salpicadas de tapices artísticos diseñados por Einar Forseth (1892-1988) y, en homenaje a Alfred Nobel, que falleció el 10 de diciembre de 1901 en San Remo, Italia -y es esa la causa por la que los premios se entregan en esta fecha- las columnas, paredes y proscenios lucían sonrisas de flos campi: 8 mil 500 claveles en tonos naranja, mil 300 gladiolas, mil azucenas-lilies y otros centenares de flores también naranja y otras amarillas.

Pero entre todas ellas una era la más bella: una flor roja, un clavel sostenido en la mano izquierda por Pilar del Río mientras con la derecha abanicaba el rostro, exultante, desde la sexta fila. Sólo ella y su marido, el laureado principal, sabían del significado más profundo de un clavel rojo, un abanico y una sonrisa unísona, entre ambos, que iluminó la noche, que era de suyo más que luminosa: la alegría que compartimos muchos en el mundo porque esta noche José Saramago recibe el premio Nobel de Literatura.

Fue esa, con la sonrisa encendida en el momento de recibir medalla y diploma, la única del novelista en toda la primera parte de la larga velada. Sentado en el semicírculo de académicos suecos y laureados del mundo, el autor de Todos los nombres parecía más bien una persona melancólica, en la mejor tradición portuguesa, que un escritor que pareciera haber llegado a lo más alto.

``No, la vida continúa -dice a La Jornada junto al escenario de la Konserthuset, una vez concluida la ceremonia. Nada ha cambiado. No inicia en este momento ninguna época nueva para mí, todo sigue igual. Ahora mismo, después de todas estas fiestas, vuelvo a la vida normal, y la vida normal es la vida del trabajo y hace dos meses que no escribo. Hay una novela nueva entre mis proyectos, se llamará La cueva, o mejor, La caverna, pero bueno eso está ahí, esperando. Por ahora lo que necesito es tiempo para ponerme a trabajar.''

De la mujer es la fuerza

Saramago se mezcla, como ha sido su costumbre siempre y en estos días en Estocolmo no ha cambiado para nada, nuevamente con las personas. Firma libros, dialoga. Exulta, a su manera: ``mis alegrías son siempre sobrias. Mis novelas son novelas de amor porque son novelas de un amor posible, no idealizado, un amor concreto, real, entre personas. Las historias de amor en mis novelas en el fondo son historias de mujeres. El hombre está ahí como un ser necesario, a veces importante, pero la fuerza es de la mujer''.

Luego de esta noche, José Saramago y Pilar de Saramago viajarán a Lisboa, donde la patria del escritor le rendirá homenajes grandes, antes del retorno anhelado a Lanzarote, al trabajo, a escribir.

Antes de eso, para la cena de despedida que el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia les ofrecen a los laureados, Pilar del Río lucirá un vestido con otro mensaje íntimo y compartido: una frase, extraída de la novela El Evangelio según Jesucristo, bordada alrededor del vuelo del atuendo y que dice así: ``Miraré a tu sombra si no quieres que te mire a ti. Quiero estar donde esté mi sombra, si es allí donde están tus ojos.''

Mientras, la fiesta en Estocolmo continúa: representado el mundo por mil 800 notables, poseedores privilegiados de asiento previa estricta invitación: la duquesa de Halland, el presidente de Portugal, representantes de la nobleza sueca y de otros países, embajadores, jeques, emires, princesas, príncipes, notables, industriales, influyentes, militares, rajás, viceministros, attachées, touchées, mujeres de familias nobles, de títulos, honorés, pedigrees, mujeres bellas cuya primera popó en la vida cayó sobre pañal de seda; señores de bombín, diamantes pendiendo entre los senos de ellas, condecoraciones pendiendo de los pechos de ellos, cónsules, honorarios, honoríficos, altopudientes, gobernantes, poderosos. Y simples mortales, también, entre ellos.

Al terminar la ceremonia en la Konserthuset, trasladóse la pléyade hacia un palacio antiguo, el Royal City Hall, donde serviríase banquete para reyes, compartido por laureados, potentados y plebeyos. Para empezar, abrir boca: ``Fonds d'artichaut marines et garnis aux crevettes, aux ecrevisses et au fenouil'' y luego el plato fuerte y todo entre champaña y vino y crema de licor y coñac franceses, y luego el postre espectacularmente servido en la cronometría de tres minutos orquestados, pues la Stockholm Sinfonietta, dirigida por la zurda Cecilia Rydinger, hacía sonar un vals de Strauss, de la misma manera que la Royal Stockholm Philharmonic Orchestra, dirigida por el británico Andrew Davis, había hecho sonar la música de Mozart -de quien si no- mientras los nueve laureados desfilaban hacia el podio: por delante, siempre, José Saramago, seguido por los premiados en Física: Robert F. Laughlin, Horst Stormer y Daniel Tsui; los galardonados en Química, Walter Kohn, ausente por problemas de salud en su familia, y representado por su colega, también premiado, ex aequo, John Pople; los tres premios Nobel de ese año en Medicina: Robert Furchgott, Louis Ignarro y Ferid Murad, y el ganador del Nobel en Economía, Amartya Sen.

Crearán el Museo Alfred Nobel

Anuncióse, en tanto, la inminente celebración, en el año 2001, del centenario de la muerte de Alfred Nobel, para lo cual se preparan celebraciones especiales, que habrán de culminar con la instalación del Museo Alfred Nobel. Celebróse la literatura, enaltecióse la ciencia.

Antes del postre, la voz, las palabras en portugués de José Saramago hicieron de esta fiesta un llamado de conciencia: no serán los gobernantes sino nosotros, los ciudadanos, quienes podamos hacer que este mundo sea un poco mejor.

Lo ha hecho, lo hace, por lo pronto, Saramago con sus libros, con su voz, con su actitud, conducta, coherencia.

``Nada ha cambiado -dice. La vida sigue, la vida normal, y la vida normal es el trabajo. Y mi trabajo es escribir.''

Se ilumina, entonces, la noche con una gran sonrisa, la sonrisa-fogata del premio Nobel de Literatura 1998.

¡Salud, Saramago!