La Jornada sábado 12 de diciembre de 1998

Luis González Souza
El humanismo vive

La humanidad no ha muerto gracias a que el humanismo vive. ¿Es eso noticia? No, si miramos al mundo con descuido. O si ya ingresamos al club de los seres-mercancía. O si ya decidimos que sean nuestros hijos quienes se hagan cargo de este mundo infestado de tendencias autodestructivas. O si ya ni siquiera nos alegra que la Declaración Universal de los Derechos Humanos haya cumplido cincuenta años, el pasado 10 de diciembre.

No se trata de ceder ante visiones apocalípticas, mas tampoco ante miradas irresponsables. Por si solo, el ecocidio en curso es algo para preocupar en serio. El virtual asesinato de la naturaleza camina todos los días, sobre todo por conducto de una industrialización desbocada. Pero hay más; por desgracia, bastante más.

El exterminio físico de la humanidad también camina por los vericuetos de una tercera guerra mundial nada improbable. Sus ingredientes siguen acumulándose: otra gran depresión económica a la vista (acaso peor que la previa a la segunda guerra), un armamento nuclear menos controlado que durante la guerra fría, unos bloques regionales (Unión Europea. Cuenca del Pacífico, América del Norte) con olor a pólvora, una creciente tercermundización del mundo entero (pobreza por delante), estallamiento de todo tipo de conflictos, todo lo cual ensancha el terreno para la activación de viejos y nuevos fascismos.

Y todo lo cual obedece finalmente a la deshumanización secretada por el tipo de globalización hoy dominante. Pero además, esa globalización deshumanizante ya está matando moralmente a la humanidad. El culto al mercado la está vaciando de principios y valores éticos, e inclusive de ideales y esperanza. En vez de seres humanos, la llamada fábrica mundial se dedica a producir miserias y desechos humanos. Y la globalización financiera, comandada por los no-empresarios de la especulación, produce el secuestro de esa fábrica. Del ecocidio al éticocidio, mediando siempre el espectro del suicidio nuclear. Ese es la ruta de la actual globalización, dominada por su faceta tan mercantilista como deshumanizante. De humana tiene nada; de inhumana, todo.

Por ello es una gran noticia saber que el humanismo vive. Vive tanto, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Llegar a los cincuenta años en medio de esta globalización inhumana, no es cualquier cosa. Si no fuese por la perseverancia del humanismo, más bien estaríamos hablando de la Propagación Global de los Desechos Humanos. Sabernos todavía humanos y en consecuencia reconocernos derechos indeclinables, ya es todo un logro.

Si de verdad las ideologías ya murieron, lo que nunca debería morir es el derecho y la obligación de vivir simplemente como humanos. Por eso y para eso, hay que recordar el compromiso universal con los derechos humanos que asumieron casi todos los gobiernos del mundo en 1948. Además, la evolución de los derechos humanos permite advertir que el humanismo no sólo pervive sino crece.

A los derechos civiles y políticos de los individuos se han agregado muchos otros: los derechos económicos, sociales y culturales de los ciudadanos; los derechos de las minorías y de los grupos sociales más vulnerables (niños, ancianos, inválidos); los derechos vitales para toda nación (autodeterminación, desarrollo) lo mismo que para la humanidad en su conjunto (solidaridad, paz, medio ambiente). Y gracias a nuevas luchas, como la de los indígenas zapatistas de Chiapas, ya se perfilan más derechos: el derecho a la diferencia, el derecho a la identidad, el derecho a la etnodiversidad (igual o más importante que la biodiversidad).

Así, la evolución de los derechos humanos es el mejor indicador de que el humanismo vive. Es la prueba más clara de que la humanidad aún tiene futuro. Es el termómetro más eficiente para medir los avances y retrocesos de nuestra civilización. Es, en suma, el embrión de una globalización distinta, saludable: una globalización humanista, con la ética y la democracia como punta de lanza.

Su fruto más reciente se llama: luz verde al enjuiciamiento de Pinochet. O sea, luz verde y prioritaria a la globalización de la justicia y la esperanza. Esperanza en un mundo, simple pero verdaderamente, humano.