La Jornada sábado 12 de diciembre de 1998

Carlos Martínez García
Derechos humanos y libertad religiosa

El cincuentenario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos es una oportunidad para evaluar el estado que guarda el respeto en el mundo a las garantías de las personas que ese documento establece. De los muchos ángulos desde donde pudiéramos abordar el asunto, escogimos el de referirnos al artículo 18 de dicha declaración y su vigencia en las sociedades contemporáneas.

El mencionado artículo 18 consigna que ``todo individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica y la observancia''. El mundo actual es uno que se caracteriza porque en él se dan todo tipo de intercambios económicos, culturales y cognoscitivos. En lo religioso podemos encontrar que el intercambio se ha ensanchado y profundizado en las últimas décadas. Lo religioso se a globalizado y, en varios casos, los polos de difusión tradicional de ciertos credos se han trasladado de su lugar de origen a lugares que antes fueron tierras de misión pero que hoy son la reserva de creyentes de esos cultos. Tenemos que actualmente el catolicismo romano tiene más adeptos en el conocido como Tercer Mundo que en el continente donde se ubica el Vaticano. El anglicanismo, resultado de la ruptura de Enrique VIII con Roma en el siglo XVI, tiene más feligreses y clérigos en Africa que en su Inglaterra natal. Por eso es errónea la imagen del anglicanismo que lo pinta como una expresión religiosa fundamentalmente inglesa, norteamericana y blanca. La fuerza de los anabautistas-menonitas ya no está en el Norte sino en el Sur. Hay más seguidores de la línea cristiana de Menno Simons (crítico tanto del catolicismo como del protestantismo en el siglos XVI) en Asia, Africa y América Latina que en Estados Unidos, Europa y Canadá. No son pocos los cautivados en el mundo desarrollado por religiosidades originarias de Oriente y de Latinoamérica.

En nuestro país la diversidad religiosa es muy amplia. De acuerdo con datos de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos hasta octubre pasado habían obtenido su registro 5,263 asociaciones religiosas. De este total, 50 por ciento son católicas, 48.5 por ciento protestantes/evangélicas y 1.5 de otras confesiones. Los datos aportados, global y nacionalmente, demuestran en términos generales que la pluralidad religiosa es un hecho en el planeta. No obstante que tal realidad no puede ser revertida a voluntad de los y las que añoran el monolitismo cultural, cotidianamente llegan a los medios informativos casos de persecución e intolerancia religiosa. Por ello es necesario reforzar una pedagogía de la tolerancia. Esta es una tarea que le compete a los gobiernos y la sociedad civil. Igualmente se hace necesario que los líderes de los múltiples credos religiosos implementen programas educativos entre los creyentes para que ésto(a)s distingan bien entre el celo por sus creencias y el espacio social donde existen otros que tienen convicciones distintas. Hay que mantener el çgora (plaza pública, donde todos concurren y tienen derecho a hablar pero también aprenden a escuchar) como un lugar de convivencia civilizada. No hay que confundirlo con la catedral, el templo, la mezquita, la sinagoga o la pirámide.

Según el boletín de la Subsecretaría de Asuntos Religiosos (No. 1, octubre 1998) el número de expedientes integrados sobre casos de intolerancia religiosa en nuestro país se ha incrementado cada año, con excepción de 1995. En 1993 se presentaron 41 casos de hostigamiento por diferencias de religión, 55 en 1994, dos años después 56, en el 97 llegó el número de quejas llegó casi a la centena y, finalmente, entre enero y agosto del presente iban 70 denuncias. A las cifras habría que agregarle los casos que no son denunciados y los que no son tipificados por las autoridades como casos de intolerancia religiosa aunque sí los son. En varias zonas del país siguen dándose intolerancias contra los que deciden cambiar de credo y adoptan uno distinto al mayoritario. Desde la manera de referirse a los otros los intolerantes denotan su animadversión, los llaman peyorativamente sectas. No lo hacen recurriendo al uso sociológico del término, sino en continuidad con el uso discriminador y de llamado al exterminio al que recurrió en 1606 el Inquisidor General de Puerto Rico, cuando advertía sobre el peligro de la llegada de herejes luteranos y calvinistas al Nuevo Mundo. Casi cuatrocientos años después juicios similares son expresados por Norberto Rivera y Juan Sandoval Iñiguez. Sin embargo, nuestra sociedad ya cambió en términos religiosos, de ahí la importancia de que desde todas las particularidades se propugne por el respeto a un terreno que debe ser común para todos, el de la libertad de conciencia.