Desechar dogmas culpabilizadores

ABORTO: decisión ética personal


Teresa Flores B. (*)

En la medida de la insistencia en la necesaria despenalización del aborto por parte de las mujeres y de las mentes laicas, la Iglesia Católica -con el lema de que la vida comienza en el momento de la concepción y que el aborto es un crimen- fortalece y amplía sus campañas de condena; las instituciones Pro-vida proliferan para hacer verdaderas campañas de terror. El Papa, en su reciente visita a tierras aztecas, volvió a dar la orden de que "¡ningún mexicano se atreva a vulnerar el don de la vida en el vientre de la madre!". Métodos que han impedido la despenalización del aborto en nuestros países, y en algunos hasta han solventado el retroceso en la normativa legal.
Ante todas estas campañas de miedo y culpa, me parece importante reiterar que la idea de que el aborto es un crimen no resiste un análisis lógico, científico y ni siquiera teológico (la Iglesia Católica a lo largo de su historia ha ido cambiando sus posiciones sobre el tema y no siempre condenó el aborto). Veamos algunos aspectos:

Un embrión es tan sólo el inicio de un proceso que puede o no culminar en un ser viviente. El embrión no es más que un proyecto que está en sus inicios y que, por la misma obra de la naturaleza, puede quedar interrumpido, como lo comprueba el hecho de que al menos un 30% de los embarazos terminan en abortos espontáneos. Sostener que tiene vida propia es como sostener que alguien tiene una casa cuando cuenta con el terreno, los planos y algunos ladrillos.
Es necesario considerar, además, que es una ley de equilibrio de la naturaleza el hecho de que cuanto menos posibilidades de sobrevivencia tiene una especie, produce más semillas o huevos, para asegurar la sobrevivencia de -al menos- algunos descendientes. Por ejemplo, los reptiles o los insectos ponen miles de huevos y sólo unos pocos llegan a nacer y son menos los que llegan a la edad adulta. Esto, en otras palabras, significa que la naturaleza proyecta mucho más vida que la que podrá crecer y reproducirse como una forma de asegurar que una determinada especie no se extinga.
La ciencia ha demostrado que un embrión o feto (hasta bien avanzado su proceso) no es todavía vida humana (por ejemplo ha demostrado que es sólo en el séptimo mes de desarrollo fetal cuando las células cerebrales son capaces de percepción sensorial). Como una flor -aunque ya esté fertilizada por el polen- no es un fruto, ya que requiere de otras etapas para contener lo que la hace fruto. Así como los embriones que se almacenan en las clínicas de fertilidad no son niños. Creer lo contrario sería afirmar que al comer huevos estamos comiendo pollitos, cuando miramos una flor estamos viendo un fruto... Los procesos que producen la vida en el planeta pasan por etapas cualitativamente diferentes. Llegar a ser vida humana toma un largo tiempo y sólo cuando un embrión logra el nivel de desarrollo como para sobrevivir (en su potencialidad biológica) independientemente del ser que lo engendró, puede llamarse un ser viviente.
La falacia de que al abortar estamos matando a un ser viviente tiene el único fin de crear un sentimiento de culpa en las mujeres que no desean tener más hijos. Además, para que una sociedad de seres humanos viva, no sólo necesita de seres vivientes, requiere también una ética de la vida. Refutar las imposiciones de dogmas culpabilizadores e insostenibles y conocer científicamente los cambios cualitativos en la actividad biológica tiene, precisamente, muchas implicaciones éticas

El hacer creer a las madres que son asesinas cuando interrumpen el desarrollo de un embrión no es más que una crueldad basada en dogmas de fe relativamente recientes, cuando en realidad ocurre todo lo contrario. Las mujeres embarazadas que deciden no tener hijos lo hacen basadas en un profundo sentido ético. Pues éstas frecuentemente toman esta decisión por amor, se trata de evitar traer al mundo niños que vengan a sufrir, pasar hambre, malos tratos, o que jamás podrán tener sus necesidades básicas y afectivas satisfechas. En una decisión de abortar hay un alto sentido de responsabilidad, que no es otra cosa que una actitud ética.
Una decisión ética toma en cuenta todas sus implicaciones a corto, mediano y largo plazo. La ética no es un impulso inmediatista. El tomar la decisión de traer un niño o no al mundo, implica estar bien conscientes de un horizonte de al menos 40 años. De los cuales por lo menos 15 son de nuestra exclusiva responsabilidad en cuanto la sobrevivencia y al futuro feliz de esa criatura. Y esto no es poca cosa en términos éticos: nuestro bienestar y el de nuestro/as hija/os. Implica destinar una gran parte de nuestro tiempo, energías y recursos, que frecuentemente escasea en esta sociedad de injusticias, a otro ser humano que será por una etapa absolutamente dependiente de nosotros.
Los millones de mujeres que practican el aborto porque no tienen condiciones materiales o emocionales de criar a un niño/a, muestran un sentido ético más desarrollado que aquellas que lo/a abandonan, sea física o emocionalmente.
La moral social donde el tener más hijos era un signo inequívoco de bienestar fue propia de sociedades agrícolas en expansión, donde la mayor mano de obra era una bendición. Además, eran sociedades en las que las plagas y enfermedades ocasionaban una altísima mortalidad, particularmente infantil, por ello era considerado natural y deseable tener muchos hijos. Aún muchas de nuestras abuelas no preguntan ¿cuántos hijos tuviste?, sino ¿cuántos se te lograron?
El mundo, desde entonces, ha cambiado radicalmente, la expectativa de vida ha ido aumentando paulatinamente y si bien todavía existen las grandes plagas que amenazan a ciertas poblaciones, existen también muchos más remedios y conocimientos para prevenirlas. Hoy, en las grandes urbes no es posible atender a muchos hijos ya que el desempleo abunda, la pobreza crece y se cuenta con menos recursos o muy deteriorados para atender las necesidades de una población creciente. Los muchos niños abandonados en las ciudades latinoamericanas confirman esta situación.
La ética es resultado de procesos históricos y condiciones específicas consideradas favorables a la sobrevivencia humana y es impensable si no contiene una calidad de vida. Lo que ayer fue deseable o bueno para el bien común, hoy puede no serlo. Por ejemplo, cuando los bosques cubrían buena parte de la tierra, utilizar estos recursos para mejorar la calidad de vida del grupo, era positivo y deseable, hoy que los bosques han disminuido tanto (usados a destajo con fines lucrativos y consumistas) hay que volver a instalar una ética de la mesura para su (nuestra) sobrevivencia.
Hoy se debe considerar las limitaciones que nos impone el mundo agobiado por problemas sociales y ambientales y que -entre otras muchas cosas- impone que se tenga menos hijos, que consuman menos los que consumen más. Solo así podremos construir e instaurar un sentido real de la responsabilidad, que permita calidad de vida para todos y que haga posible que los niños del planeta disfruten de los bienes materiales y afectivos que hacen la vida vivible.

* La autora es profesora de comunicación de la Universidad Católica Boliviana, Master en Ecología, consultora internacional en materia de Mujer y Medio Ambiente, columnista de varios diarios y revistas de La Paz, Bolivia, y madre de un niño y una niña

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