Elena Urrutia
La escultura urbana y la anarquía

La escultura urbana es una señal, es un hito que debe de surgir del ambiente que la rodea e integrarse por lo tanto al mismo. Pienso en la bella función de las Torres de Satélite, Periférico Norte, obra de Mathías Goeritz y Luis Barragán, y pienso también en la extraordinaria Ruta de la Amistad, en un tramo largo de Periférico sur, construida en el marco de la Olimpiada Cultural de los Juegos Olímpicos celebrados en México en 1968, como una idea de Mathías Goeritz y del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez: dieciocho grandes esculturas de otros tantos artistas, entre ellos figuras internacionales como Calder, Bayer, Szekely, Fonseca o Goeritz. Las mexicanas Angela Gurría y Helen Escobedo fueron las únicas mujeres invitadas a integrar el equipo.

Torres de Satélite y Ruta de la Amistad son el resultado afortunado de proyectos pensados por artistas, arquitectos, urbanistas, paisajistas que deciden en un momento dado qué y cómo se va a hacer una nueva marca en la urbe.

Es la escultura de Angela Gurría la que establece el inicio de la Ruta de la Amistad, a un lado de la glorieta de San Jerónimo, en el punto en que se tocan la delegación Magdalena Contreras y la Delegación Alvaro Obregón. La glorieta tiene una fuente que, en vista de su permanente inactividad, sólo puede ser disfrutada desde el aire.

Un buen día no hace mucho, motivados por un prurito nacionalista, empezaron a surgir en varios puntos de la ciudad gigantescas asta banderas sembrando el paisaje de otras tantas esculturas en movimiento, y uno de los lugares elegidos fue, precisamente, la mencionada glorieta. Hasta aquí todo iba bien pero de pronto a alguien -¿el delegado o los delegados en turno?- se le ocurre instalar dos esculturas que al lado de la monumentalidad de la de Gurría y del asta banderas resultan insignificantes y anárquicamente implantadas.

No discuto de ninguna manera el valor artístico de ``Hacia el tiempo'' de Agueda Lozano, 1997, y el conjunto sin nombre de Rafael Payró, 1996; objeto la arbitrariedad al colocarlas en un lugar que más parece un incipiente bazar de esculturas.

Poco más adelante en el anillo Periférico rumbo al sur, abajo del puente de Luis Cabrera, surgió por esa misma época -julio de 1997- otro estorbo en el paisaje. Repito que no estoy enjuiciando la obra en sí. En ese mismo camellón que separa los carriles de alta velocidad de los laterales y a unos cuantos metros de la escultura del artista suizo -resultado del proyecto conjuntamente discutido y planeado que es la Ruta de la Amistad-, justo frente al edificio de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, se ha levantado la pequeña escultura ``Alas de la libertad'' firmada por Edith Berlín y puesta en relieve por una especie de murete ondulante construido con piedra volcánica del lugar. La acompaña un cartel que refiere al ``Programa de embellecimiento urbano patrocinado por el Fideicomiso de Transferencia de Potencialidades del Centro Histórico de la Ciudad de México'' ¡Valiente transferencia! Yo pensé, cuando me la topé por primera vez, que era una artimaña para obstaculizar los plantones que se instalan, a veces por tiempo indefinido, delante de ese edificio al servicio de los derechos humanos. Pero no, después de desafiar al incesante tránsito que impedía acercarme al cartel, descubro que ese estorbo visual forma parte del ``Programa de embellecimiento urbano''. Sería de desear que todos estos proyectos, realizados sin duda con las mejores intenciones, fueran el resultado de un dictamen de expertos que previamente hubiesen estudiado la pertinencia o no de una pieza escultórica en determinado lugar, sus características y dimensiones.