La Jornada Semanal, 14 de marzo de 1999



Carlos Gutiérrez Arce

La civilización Teuchitlán

A 60 kilómetros de Guadalajara y en los límites de Teuchitlán se levantan las ruinas de Guachimontón, la capital de la Civilización Teuchitlán. En ella vivían y trabajaban los prodigiosos escultores que nos legaron sus perritos bailarines y sus humoristas pericos. Como lo afirma Gutiérrez Arce, esta amable cosmovisión viene a complementar las civilizaciones de Mesoamérica.

El antiguo occidente de México es conocido en el mundo del arte por su diversidad de esculturas en barro, por sus elegantes vasijas rituales y por las singulares tumbas de tiro, arquitectura funeraria que contenía estas ofrendas.

Numerosos museos y colecciones privadas atesoran objetos de concha, piedra, jade y, particularmente, cerámica, que provienen de una región ahora conformada por los estados mexicanos de Jalisco, Colima y Nayarit.

Fértiles cuencas y valles fluviales propiciaron asentamientos que generaron tradiciones agrícolas y culturas aldeanas que empezaron a evolucionar desarrollando cacicazgos regionales que hace 2,000 años construyeron monumentos dedicados a sus antepasados, y propiciando talleres de alfarería que continúan en finas artesanías como la de Tonalá.

Un mundo casi desconocido es el que nos revelan las maquetas de casas, canchas de juego de pelota, escenas de festividades y centros ceremoniales: la arquitectura monumental del occidente de México representada en barro.

A 60 kilómetros de Guadalajara, en los límites de la cabecera municipal de Teuchitlán, se ubica el conjunto Guachimontón, centro ceremonial con pirámides circulares escalonadas, terrazas concéntricas destinadas a la danza, y canchas largas y estrechas para el juego de pelota. Es el mayor de los doscientos sitios registrados en mapas por el Dr. Phil C. Weigand en 30 años de investigación de la zona. Estudios de las chinampas y la minería regionales, son otras de sus múltiples aportaciones al conocimiento de la que él llama Civilización Teuchitlán.

Los platillos festivos; animales y chamanes; ceremonias del matrimonio; ritos de transición; guerreros y enfermos; escenas familiares, mortuorias y rituales. El arte de un pasado desconocido, el antiguo Occidente de México, lo será menos por la exposición de estas figuras.

Permitirá reflexionar sobre el carácter estético, los significados simbólicos, los dramas rituales y la interacción entre el arte, la arquitectura y el ambiente natural de una civilización que complementa la familia de civilizaciones de Mesoamérica.



Phil Weigand y Cristopher Beekman

En lo alto de un promontorio, los recintos circulares de Guachimontón en la zona de Teuchitlán, Jalisco, ofrecen una vista inmejorable hacia el oeste a lo largo de una extensa cuenca. Toneladas de tierra y roca fueron desplazadas para dar lugar a un anfiteatro natural y crear diferentes niveles de terracería. Los pisos se construyeron con tierra apisonada y arena. Piedra, adobe y cal se utilizaron para los edificios principales. En el centro de la plaza mayor se levanta una pirámide dotada de cuatro escalinatas que se orientan hacia los puntos cardinales. El pequeño templo que la remata probablemente estaba consagrado al culto de su ancestral fundador que yace en su interior. En torno al piso circular, se observa un pedestal que sostiene un círculo de plataformas, cada una con un techo de paja semejante al de una casa. Probablemente se trataba de ofrendas dedicadas a los antepasados miembros de linajes dominantes. A la derecha, un manantial sagrado suministraba agua para los jardines rituales y otros propósitos relacionados con ese culto.

Un terreno para el juego de pelota se sitúa entre los dos círculos mayores de esta zona arqueológica. Un tercer círculo de menor tamaño, entrelazado con el segundo, aparece detrás de este último. Las pequeñas pirámides tenían en la cúspide largos postes que se utilizaban en las exhibiciones de los voladores, de lo cual dan testimonio numerosas piezas de barro. En ambos lados, hacia el borde del promontorio, pueden distinguirse también recintos más pequeños y otros cultivos agrícolas que se agrupan alrededor de la orilla distante del lago. La superficie restante de la cuenca está compuesta de pantanos.

Los recintos circulares muestran que su acceso estaba restringido y que eran utilizados en forma exclusiva por las familias dominantes. Estos recintos situados en el occidente de México son únicos. Sin embargo, su geometría se basa en principios cosmológicos ampliamente conocidos: la orientación cardinal e intercardinal y un eje vertical que conecta el cielo, la tierra y el infierno. La orilla que los rodea corresponde al horizonte circundante. Por otra parte, tanto los postes similares a manecillas de algún reloj solar, o las elevadas estructuras que sirven de indicadores de las posiciones del sol en el solsticio y el equinoccio, son temas que comparten los pueblos de Mesoamérica. Al interior de los microcosmos arquitectónicos circulares, los gobernantes teocráticos de Teuchitlán celebraban un programa cíclico de festivales rituales, e invocaban a los espíritus de sus antepasados para que sirvieran de intermediarios ante las fuerzas naturales deificadas, de las que dependían las cosechas y la vida en sí. La economía, la historia y la religión estaban interrelacionadas por esta percepción y uso de la tierra.

La cosmología y los recintos de Teuchitlán

Los monumentos originarios de la tradición de Teuchitlán fueron claramente concebidos como entidades independientes. Se planearon metódicamente y fueron construidos para dirigir la atención hacia el interior, con el fin de darle énfasis a un punto en particular: la pirámide central. Se ha dicho que el recinto circular hacía las veces de foro para las ceremonias de los voladores, una danza acrobática en la que el chamán -personaje ilustre dentro de la comunidad que mantiene lazos especiales con el cosmos- permanece en equilibrio en la punta de un alto poste, y se transforma mágicamente en ese instante en un águila que permite el tránsito entre diferentes niveles del cosmos y los mundos del espíritu. Numerosas piezas de cerámica del Occidente de México representan la ceremonia de los voladores celebrada en el centro de estas estilizadas estructuras circulares.

La transformación del chamán en águila le es esencial para atravesar los niveles del cosmos y poder comunicarse con los dioses y los antepasados. Entre los mexicas, el dios sol Tonatiuh, generalmente representado como un disco, era venerado bajo diferentes nombres, incluyendo el de ``el águila que se alza''. Para los huicholes, como se ha observado, el águila es un animal significativo desde el punto de vista cosmológico, dado que se le vincula no sólo con el sol sino con el Abuelo Fuego que controla la puerta del cosmos. El águila tiene el don del movimiento entre los mundos espirituales y el de la comunicación con los dioses, los antepasados y los seres sobrenaturales. El movimiento entre estos mundos ocurre a través de un eje cósmico (axis mundi) que surge del centro de la tierra. Para que el chamán pueda alcanzar los niveles del cosmos, debe ascender por este eje cósmico.

Los temas y estructuras comunes presentes en Mesoamérica se entendían y se representaban de diversas maneras. En el núcleo de Teuchitlán, este conjunto de ideas y de valores no sólo se comprendía en lo abstracto, sino que se expresaba en la organización del espacio ritual. Así como en la vivienda de barro de los pawnees, en los escudos de mosaico y el tolteca-maya del museo británico, en el diagrama del Codex Fejérváry-Mayer y en el ídolo del Abuelo Fuego, cada recinto cuenta con una plataforma circular que representa un cosmograma; es la manifestación del orden del universo tal y como lo conciben los pueblos de la tradición de Teuchitlán. Este orden se introdujo a nivel monumental en el tejido arquitectónico de los recintos circulares. En los albores de su desarrollo, los centros fueron diseñados con cuatro plataformas en su órbita; éstas simbolizan la división del universo en cuatro partes. Una vez más, las piezas de cerámica dan fe de la tesis según la cual los recintos representan una estructura cosmológica de estas características. Una pieza que actualmenteÊforma parte de la colección del Museo Hudson muestra un grupo de figuras reunidas en parejas, como si estuvieran inmersas en alguna ceremonia bajo las extensas ramas de un árbol pochotl, representado por su característico tronco nudoso. El hecho de que este árbol autóctono tuviera un gran significado para las poblaciones del Occidente de México queda quizás en evidencia al observarse una vasija un tanto exótica parecida a una parte del tronco del pochotl. Debe resaltarse que la pieza existente en el Museo Hudson, también representa pájaros, probablemente águilas, posadas en la punta de un pochotl. La relación entre el poste de los voladores y el pochotl se demuestra aún con mayor certeza si se observa otra pieza de cerámica del Instituto de Artes que muestra el rito del ascenso a un árbol pochotl. Muy probablemente, el poste de los voladores es la representación metafórica del axis mundi que surge del centro del universo y que se enlaza con la estructura arquitectónica de los recintos que poseen plataformas circulares. Los orígenes de la ceremonia de los voladores aún no han sido aclarados por completo; sin embargo, las piezas sugieren que en primera instancia se efectuó en la cima de un árbol pochotl, y que sólo más adelante se llevó a cabo sobre un tronco de un árbol erigido como un poste en lo alto del promontorio central.

En Tenochtitlan, capital de los mexicas, a los comerciantes se les llamaba pochtecas, nombre que se deriva del recinto dedicado al comercio, Pochtlán, ``lugar del árbol de la ceiba''. La palabra pochteca también estaba estrechamente relacionada con el concepto de ``protector'' o ``gobernante''. Con frecuencia se vincula a los árboles con el gobierno, debido a que en términos metafóricos la comunidad se protege bajo la sombra del gobernante. De este modo se explica el pequeño rostro humano incrustado al frente del escudo de mosaico que se encuentra en el Museo Británico. Probablemente representa a un poderoso individuo, miembro de la élite gobernante, que mantiene una relación especial con el cosmos, y quien es a la vez un chamán o un dirigente. Se observa así que la mediación entre el cosmos y los pueblos que siguen la tradición de Teuchitlán, adquiere una connotación sociopolítica.

La presencia misma de una figura colocada en la cima del axis mundi, que ocupa un plano separado de este mundo, debe haber constituido una visión impresionante. Este personaje era el único que poseía el conocimiento esotérico necesario para comunicarse con los dioses, los antepasados y las fuerzas sobrenaturales. La responsabilidad del chamán para entender y comunicarse con las fuerzas del universo se exhibía abiertamente realzando el poder y el conocimiento excepcionales de los que estaban imbuidos, a ojos de los observadores, estos ``especialistas'' cósmicos. Por lo mismo, el dirigente-chamán gozaba de una posición externa y superior a la sociedad, en virtud de su conocimiento esotérico sagrado y secular. La perspectiva aérea, o la visión a ojo de pájaro, se reservaba únicamente para aquellos que podían acceder a ella -incluyendo la figura que se situaba en la punta del poste de los voladores- y reafirmaba la santidad de su posición, así como la legitimidad de su poder. El patrón arquitectónico que reproducía el cosmos sobre la superficie también podía ser contemplado por el dios sol desde las alturas, y se suponía que esto traería consigo la aprobación divina, lo que representaba una creencia importante en el México occidental.

Las raíces que permitieron el desarrollo de estos recintos circulares pueden observarse en las plataformas funerarias del Periodo Formativo Tardío que se relacionan con las cámaras y túneles mortuorios de periodos anteriores presentes en el territorio lacustre del altiplano. Estos recintos fueron originalmente lugares sagrados que separaban las criptas -el averno- del mundo superior. En otras palabras, constituían puertas simbólicas entre los diferentes niveles del universo.

En diversas partes del núcleo de Teuchitlán, las superficies destinadas al juego de pelota rodeaban los recintos circulares situados en el promontorio y, en ciertos casos, como en el mismo Teuchitlán, constituían una parte integral del tejido arquitectónico en su conjunto. Los terrenos para el juego de pelota en la cosmología de Mesoamérica asumían funciones simbólicas y representaban el camino que seguía el sol en su tránsito nocturno por el mundo subterráneo. En este sentido, la cosmología mesoamericana de las superficies destinadas al juego de pelota y la de los recintos circulares se complementan una con otra. Los dos equipos personificaban respectivamente las fuerzas de la luz y de la oscuridad que entran en conflicto al alba y durante el crepúsculo. En ocasiones, el juego establecía la expresión de los lazos del individuo con el orden cósmico, y el tiempo sólo podía transcurrir mediante la actividad humana. El juego de pelota mesoamericano se llevaba a cabo ritualmente para asegurar la continuidad del ciclo, ocaso, muerte, aparición y renacimiento del sol. El juego se relacionaba también con el ciclo agrícola, a su vez basado en la renovación análoga, tanto del sol como del maíz. Se celebraba durante el equinoccio invernal y formaba parte de un programa ceremonial cuyos fines eran la quema de los campos y otras actividades ligadas a la sequía estacional en su apogeo. Durante el solsticio de verano, los mismos juegos anunciaban la llegada de la estación de lluvias; en el equinoccio de otoño el momento de la cosecha y, por último, en el solsticio de invierno, nuevamente con tierras secas, el inicio del comercio hacia territorios lejanos y los preparativos para la guerra.

Una zona arqueológica contemporánea a la tradición de Teuchitlán (315-1050 d. C.) en la que la cosmología solar se manifiesta en la arquitectura, puede verse en el moderno pueblo de Chalchihuites, Zacatecas, apenas a unos cientos de kilómetros al norte del núcleo de Teuchitlán. En ese lugar, los constructores de Alta Vista, de acuerdo al calendario mesoamericano, incorporaron la cuarta dimensión del tiempo en el diseño de su centro ceremonial. Una característica relevante de dicha zona, el patio de las columnas, fue edificado en armonía con los puntos cardinales y existe la teoría de que se dedicó al dios de las cuatro subdivisiones del mundo. También se dice que las anchas columnas circulares que se sitúan en cada una de las cuatro esquinas del patio son una representación de los grandes árboles del mundo, convirtiendo al propio patio en un verdadero cosmograma, lo que se experimenta al entrar y desplazarse en dirección contraria a la de las manecillas del reloj. Alta Vista se ubica cerca del Trópico de Cáncer, punto en el que el sol parece detenerse y dar marcha atrás. Un largo camino destinado a las procesiones conducía hacia el exterior desde la entrada del patio de las columnas y a través del ancho valle, en dirección a la cima de la montaña situada al Este que representa el horizonte donde se levanta el sol de equinoccio. Durante esos días del año, los primeros rayos del sol irrumpen en la entrada del patio de las columnas. A un lado de Alta Vista se encuentran dos círculos con pequeñas perforaciones o grabados semejantes a los recintos circulares de la tradición de Teuchitlán. Estos pequeños círculos están compuestos por 260 hoyos labrados en la piedra. Ambos círculos estaban divididos en cuatro cuadrantes, y aunque su función precisa es todavía un misterio, se trata de calendarios rituales. La localización y la estructura de las perforaciones que se observan en los círculos entrelazados indican que ellos servían de base para colocar gnomones que tal vez se utilizaban en un complejo sistema de sombreado semejante al de un reloj solar. Existen muy pocos ejemplos de gnomones en otros lugares de Mesoamérica; sin embargo, la evolución de la sombra alrededor de las estructuras rituales era un método usual para estudiar el movimiento del sol.

El día en que el sol alcanzaba el cenit constituía un acontecimiento relevante dentro del año agrícola mesoamericano. Para los mexicas, este fenómeno solar ocurría el 4 Toxcatl dentro de su calendario ritual (el 17 de mayo según el calendario moderno), y las celebraciones religiosas aztecas tenían lugar en esa fecha porque coincidía con el inicio de la estación de lluvias. Durante el siglo IX, en Xochicalco, que se sitúa aproximadamente a 70 kilómetros al suroeste de la ciudad de México, se excavó una perforación vertical dirigida de la plataforma hacia abajo, hasta llegar a una cámara semejante a una cueva. Al ocurrir el cenit, la luz del sol fluye directamente en la perforación iluminando la cámara interior. El arribo del cenit seguramente era espectacular para la gente de la tradición de Teuchitlán. Las sombras que proyectaban los postes de los voladores desaparecían al mediodía en esa fecha. Por otra parte, se lograba medir el tránsito del año solar utilizando otros medios presentes en los recintos circulares como puntos de referencia de la sombra. ¿Será posible que los postes se hayan utilizado como gnomones?

En Teuchitlán y en otros lugares al Occidente de México, la mayoría de los recintos circulares que contienen plataformas están orientados de acuerdo a un eje Este-Oeste. La orientación deliberada de estos recintos hacia el sol, hacia un punto en particular del horizonte, reafirma la creencia de que tenían una función de almanaque en tanto que observatorios solares.

El conjunto de ruinas de Guachimontón en Teuchitlán evoca un sentimiento de poder, de misterio y de asombro. Demuestra la complejidad y la precisión del diseño que se logra en esta tradición distintiva y denota claramente funciones específicas. Tan sólo los tres principales recintos circulares cubren una área de cuatro mil metros cuadrados. El recinto central es el más antiguo del conjunto y seguramente constituyó más tarde el núcleo en el que se apoyan los dos recintos adicionales. El primero de ellos se asienta a lo largo de un eje formado por las escalinatas de la pirámide central que se dirigen de Este a Oeste, y los espacios intercalados entreÊlas plataformas circundantes que se orientan hacia el verdadero Este. Dicho eje señala el camino del sol durante el día del cenit. Una orientación similar se observa en Teuchitlán en los recintos de Santa Quiteria, círculos A y B, y Arroyo de los Lobos, así como en los vestigios de los grandes recintos de Ahualulco. Sin embargo, solamente una investigación sistemática como la que se ha llevado a cabo en los recintos rituales de Teuchitlán revela un plan detallado que permite comprender el propósito de tales recintos. El pequeño recinto circular hacia el Sur se orienta de acuerdo al mismo eje que el antiguo recinto central y cuenta con escalinatas que se alinean a las direcciones cardinales; adicionalmente, las escalinatas de la pirámide mayor corresponden a los puntos cardinales.

Las aglomeraciones repetitivas y continuas de los recintos circulares presentes en las ruinas de Teuchitlán, denotan un énfasis ritual en los ciclos de renacimiento y renovación. Reafirman el significado de la historia y de la sociedad, así como de su asentamiento natural, y reflejan la integración de la gente con su territorio. Este marco cosmológico se elaboró y se mantuvo a través del tiempo, y alcanzó su más alta expresión en los principales recintos ceremoniales.

Conclusión

Aceptar estos monumentos como cosmogramas nos conduce a acercarnos un paso más en la comprensión del ordenamiento ideológico de las misteriosas tradiciones presentes en el México occidental. Estos centros solares sagrados encarnan los principios y las creencias fundamentales en los que se basa el universo tal y como lo conciben los pueblos originarios de estas regiones. Tan poderosos eran estos principios que proporcionaban información sobre cada detalle que ocurría dentro de los recintos. Al edificar y hacer uso de estos monumentos, la gente renovaba su concepto del tiempo y del espacio, su relación con los dioses y el prójimo. Aquellos individuos que controlaban los ritos fundamentales podían sesgar los acontecimientos en beneficio propio. Sin embargo, existía en todo momento el riesgo de que los dioses no escucharan, de que los llamados de auxilio se toparan ante oídos sordos. Cuando esto sucedía, el frágil equilibrio de la sociedad y de la naturaleza podían interrumpirse, se minaba la autoridad y surgía el peligro de desordenes subsecuentes. De ahí la obligación de los jefes y chamanes de preservar los ritos que aseguraban la permanencia del orden moral a lo largo de las diversas estaciones.

Trad. Alfonso Herrera Salcedo T.