A la existencia teledirigida nos quieren llevar, a que los conocimientos sean los mínimos indispensables para funcionar en la máquina que nos tienen muy cuidadosa y profesionalmente destinada. La vieja afirmación de Bacon ``el saber es poder'', ahora en manos de una mutación muy destructiva de la civilización occidental, cae como lápida sobre todos aquellos que ``no saben'', ni deberán saber nunca más de lo estrictamente indispensable para funcionar en el rebaño.

Después de un siglo de luchas por las escuelas y las universidades, de proezas sociales de los maestros, los estudiantes y los movimientos populares, la Revolución mexicana y sus buenas secuelas ya dieron de sí. Ya no hay José Vasconcelos, ni Lázaro Cárdenas, ni Javier Barros Sierra. Hay televisión, una muy estúpida televisión comercial, y una concentración del conocimiento rabiosa como la del propio poder.

Hoy que se sabe más, existe la intención de que sean menos los que sepan. Tan anal esta acumulación mezquina y sin vocación social que se ve en centros académicos y tecnológicos como la acumulación financiera, desigual e inescapable, que revienta por arriba la soberanía de nuestro país entre tantos. Pero existen las cuerdas de la resistencia, la memoria viva de que la liberación sostenida pasa por la apropiación del conocimiento como un derecho siempre perfectible, y no como una mercancía o una dádiva. El poder quiere el analfabetismo funcional de las pantallas para todos. A menos que haya antídoto.

Maestros bilingües y urbanos, estudiantes de diverso grado, académicos, investigadores y artistas que no se miran sólo el ombligo, organizaciones indígenas, de colonos, sindicales, gente de conocimiento y gente de buena voluntad, miles, millones de jóvenes campesinos y urbanos, luchan por mantener franco el paso al saber como práctica de la libertad.

El derecho a la educación sostenida y de calidad, nunca bien satisfecho para el pueblo, hoy recibe el mismo tratamiento que las heces fecales y los dólares: se acumulan, se ocultan y se transforman en mercancía para el que pueda pagar. ¿Y quién puede pagar en el mundo de hoy? El que se encuentra detrás de las murallas de acumulación del poder y tiene con qué o ya vendió el alma en abonos, para el día que le pasen a cobrar ``su derecho''. Ahora, la educación es una industria de la complicidad.

Al pueblo, entretenimiento. Y al que conserve sed de saber, que vea en televisión los noticieros. El poder tiene un plan: la abolición del espíritu y desde arriba, para que cada vez sean menos los que sepan más.