La Jornada Semanal, 27 de junio de 1999



Juan Villoro

DOMINGO BREVE

¡En la matrix!

Una de las pocas ventajas de los crímenes del narcotráfico es que no despiertan sospechas culturales. Ninguna ejecución con cuernos de chivo suscita la pregunta: ``¿qué canción de Los Bukis provocó esta fechoría?'' En cambio, cuando varios adolescentes parecen implicados en un asesinato, se arresta al que tenga más discos de Nirvana.

Ante criminales confesos, la satanización de sus gustos artísticos es peor: la novela El guardián en el centeno, de J.D. Salinger, rito de paso de un adolescente que desea conservar su temprano asombro por el mundo, fue leída como un manual homicida porque el asesino de Lennon y el que atentó contra Reagan la subrayaron antesÊde jalar del gatillo. Desde su título, El guardián en el centeno es un acto de salvación: el sueño recurrente del protagonistaÊconsiste en rescatar a los niños que pueden caer a un abismo, más allá de un campo de centeno. Sin embargo, todo rastro de cultura en la recámara de un joven facineroso es visto como disparador de sus nefastas obsesiones.

Hace unas semanas, el tiroteo en una escuela de Denver volvió a demostrar la incapacidad de la policía para lidiar con la mente juvenil. En vez de buscar motivos sociales, psicológicos o escolares, los dudosos criminólogos emprendieron un safari cultural y precisaron el hit-parade de los canallas, los mensajes auditivos y visuales que despertaron sus anhelos sanguinarios. Este proceder resulta tan absurdo como pensar que Sófocles concibió Edipo Rey para que los hijos se acostaran con sus madres. El arte no es tan proselitista. ``Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol'', escribió Lichtenberg. Para un temperamento con severos desajustes, Bambi puede ser una invitación al asesinato serial.

Entre los ``estímulos'' que los investigadores del caso Denver anotaron en el pizarrón, está la película Matrix. Decidí verla con la serena intención de convertirme en asesino o, de perdida, en uno de los ultras que tienen tomada la Universidad.

La tarea no desmerece ante el ``método Ludovico'', de Naranja mecánica, que ``regenera'' al protagonista con una terapia basada en la saturación: una sobredosis de películas hace que el sibarita de la violencia transforme su placer en repugnancia. Esta es la contrateoría de quienes creen que los espectadores piden más de lo mismo. Después de contemplar arañas suficientes, el hombre desea margaritas.

Total que fui a Cinemex, ese bastión donde la clase media alta se comporta como en su casa. Durante años, la Gente Decente dejó de ir al cine porque el Papanoa 2 le quedaba muy lejos y el más cercano estaba lleno de ratas que corrían en pos de palomitas. Los consorcios Cinemark, Cinemex y Cinépolis han permitido que una generación de yuppies disfrute de butacas mullidas, refrescos más grandes que cualquier vejiga y un sonido tan fidedigno que los portazos estallan como explosivos reservados para el ejército.

Las Familias Bien regresaron al cine luego de una década de ver videos y hablar en voz alta. Hoy en día es imposible que una señora con pelo en forma de suflé aparezca en una película sin oír:``igualita a la Chofi''. El cine es algo que sucede mientras se mastica y se conversa. José de la Colina se ha referido a los``colombófagos'' que van a lo oscurito a devorar palomitas y Leonardo García Tsao a los espectadores que suponen que sus acompañantes están ciegos (si Clint Eastwood rompe los barrotes de su celda, comentan, convencidos de que nadie más se ha dado cuenta: ``ya se escapó'').

Como Matrix podía alterar mis emociones, me senté delante de una Pareja Consolidada: una señora con chongo y un señor de corbata color agua, con aspecto de haber pasado suficiente tiempo juntos para no tener absolutamente nada que decirse.

Matrix es un complicadísimo anuncio de teléfonos celulares; cada vez que un personaje está a punto de ser triturado, enciende un Nokia y viaja a otra dimensión sin que nadie le recuerde: ``el que llama, paga''. Por lo demás, la película es un indigesto puré cultural. Nunca sabemos muy bien si estamos en el futuro, en la mente equivocada, en el programa de una computadora, en una alucinación o en una alcantarilla. Sin embargo, los creadores del ciberenredo se encargan de informarnos que eso tiene que ver con Alicia en el país de las maravillas, El mago de Oz, Kurt Vonnegut, Alien, la tragedia griega, Bruce Lee y Brazil. Durante dos horas a ritmo de videoclip, Keanu Reeves se convierte en El Elegido, o sea que aprende karate para salvar a la humanidad. Sus escasos seguidores luchan en una sociedad donde las máquinas usan a los humanos como su principal grupo alimenticio. Entre los sufrimientos de este héroe involuntario destaca el acoso de una mujer irresistible porque está fuertísima y parece haber dedicado los mejores años de su clandestinidad a mascar anabólicos. Al final, Keanu tiene suficientes poderes mentales para matar a muchas personas al mismo tiempo. Pero sus días de liderazgo apenas han comenzado. Tendrá que seguir luchando en un futuro o en una computadora o en una alcantarilla.

Durante una escena de filosofía kung-fu, se explica que el hombre es un virus. Justo entonces varios celulares sonaron en la sala. Dos siglos después de la Ilustración, tres personas se pusieron a platicar con toda calma. Hasta ese punto me consideraba capaz de emular una sola hazaña de Keanu: beber cerveza Sol. Pero ahora ya sabía que el hombre es un virus y que las sombras parlantes padecían inmunodeficiencia cultural. Sentí un poderoso deseo de asesinarlas. No caeré en la simplificación de decir que mi sed de violencia surgió de Matrix: surgió de los celulares.