Angeles González Gamio
Vida con pasión

Hay seres privilegiados que viven la vida entregados a una pasión positiva, que generalmente impacta el entorno. Ese es el caso de Gregorio Torres Quintero, quien dedicó su vida apasionadamente a intentar transformar la educación de nuestro país.

Hijo de un zapatero, nació en un pequeño pueblo de Colima en 1866. Hasta que cumplió diez años pudo asistir al colegio, con tan buen desempeño que a los 17 años se graduó de preceptor y, cinco años más tarde, consciente de su talento, el gobernador le dio una beca para que mejorara su formación en la ciudad de México. El joven llegó a la capital en un momento de efervescencia en el campo educativo, justo cuando comenzaban a aplicarse las leyes promulgadas por Porfirio Díaz, que buscaban implementar una nueva etapa en la instrucción pública nacional, impulsada por la reforma pedagógica que se estaba llevando a cabo en Europa y en Estados Unidos.

El positivismo y el racionalismo en la enseñanza fueron los principios que adoptaron Gabino Barreda, Justo Sierra, Carlos A. Carrillo, Luis E. Ruiz y Manuel Flores, entre otros destacados educadores, para replantear la realidad del país, buscando formar a los mexicanos para un nuevo marco social, político y económico.

Esta corriente educativaİ plena de mística, no se concretó a copiar los modelos extranjeros, sino que consideraron los problemas nacionales, proponiendo un ambicioso proyecto de instrucción pública, que transformaría personas e instituciones. Hay que recordar que uno de los frutos fue la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, con sede en el antiguo Colegio de San Ildefonso, que además de programas de estudio de avanzada, tenía modernas instalaciones que incluían una alberca, para que los jóvenes tuvieran una formación integral, que incluyera el deporte.

El maestro colimense, ávido de aprender, se empapó de todas esas ideas y regresó a su tierra natal, dispuesto a llevar a cabo cambios fundamentales. Fue uno de los fundadores de la escuela modelo, que era al mismo tiempo primaria y normal. Su vasta preparación y experiencia hicieron que a los 32 años se le nombrara director de Instrucción Pública de Colima. Jubilado en 1923, dedicó los 12 últimos años de su vida a escribir libros, artículos y textos escolares. Ha sido muy reconocida su crítica pedagógica, que publicó en periódicos de distintos estados del país.

En el Centro Histórico de la ciudad de México hay una hermosa plaza, antes llamada de San Sebastián, por estar en ella el templo dedicado a ese santo, que ahora lleva el nombre de Gregorio Torres Quintero, como merecido homenaje al educador colimense.

San Sebastián fue uno de los cuatro barrios que ya existían en la ciudad azteca, y que fueron rebautizados por los españoles, construyendo en el sitio del adoratorio principal un templo. El origen, en este caso, es una ermita que construyó un devoto particular y que después dio lugar a una sencilla iglesia que edificaron los franciscanos, misma que en 1585 por grillas, les fue quitada por el virrey Alvaro Manrique de Zúñiga, para dársela a los carmelitas descalzos, que ese año llegaron a la capital del virreinato y no tenían lugar de culto; tiempo después esos frailes se construyeron su propio templo y convento en las cercanías, con lo que la antigua ermita se les dio a los agustinos y, finalmente, en 1750, pasó a manos del clero secular.

La actual iglesia se edificó en el siglo XVIIİ en estilo barroco; tiene una sola torre y es bastante austera, pero muy linda y bien cuidada. El interior, sobrio y moderno, conserva el techo de vigas, que habla del casetonado que alguna vez tuvo. Aunque el rumbo está medio abandonado, los jardines y en general la plaza están en orden y con sus jardines cuidados, lo cual es de agradecer al delegado Jorge Legorreta, que tiene las plazas bien atendidas de nuevo, y cantarinas con agua fresca, todas las fuentes del Centro Histórico.

Para refrescarse después de la visita, se antoja un patio sombreado. Un buen lugar es Bolívar 12, en esa calle y en ese número, que además ofrece rica comida mexicana, tradicional y nouvelle cuisine, que remata con nieves de frutas preparadas allí mismo. Nada mejor en estos días calurosos.