La lucha libre, surtidor político y pasión nacional en EU


Pancracio en Wall Street

Jim Cason y David Brooks, corresponsales, Nueva York, 5 de septiembre n Todo está planeado, todo está decidido antes de cada competencia, no hay nada que no esté programado; hasta la sangre. Con el auge económico, que ofrece más pan para todos, aquí también hay un nuevo circo para el pueblo: los gladiadores de la lucha libre.

La lucha libre es hoy un fenómeno de masas en Estados Unidos: llena estadios, millones de televidentes lo convierten en el espectáculo más visto por cablevisión, se venden muñecos, carteles y camisetas de cada luchador, y genera para una de dos federaciones que controlan el negocio a nivel nacional más de 250 millones de dólares en ingresos, con utilidades de 56 millones en el último año. Y ahora, una de las ligas nacionales está por ofrecer acciones en Wall Street, para convertirse en una entidad empresarial legitimada por la bolsa de valores.

El apetito para la violencia fabricada parece no tener fin entre el público estadunidense, particularmente para el sector de hombres de entre 18 y 34 años, que son los preferidos de las agencias publicitarias. Durante muchas semanas, el espectáculo de lucha libre Lo crudo es la guerra fue el programa de cablevisión más visto en Estados Unidos. Dos federaciones nacionales, la Mundial de Lucha Libre (WWF, por sus siglas en inglés) y la del Campeonato Mundial de Lucha Libre (WCW), de Ted Turner, han convertido un espectáculo anteriormente marginal en una pasión nacional.

Los luchadores son considerados como "contratistas independientes" y el WWF emplea a 110 de ellos. Aunque no hay datos de sus ingresos, se calcula que los más famosos ganan millones de dólares anualmente.

Mientras Steve Stone Cold Austin brinca sobre El Funerario, niños y sus padres aclaman a su favorito. Hay los buenos, como el ya veterano Hulk Hogan, y los rudos. Y ahora hay hasta luchadores convertidos en políticos, como el famoso caso de Jesse El cuerpo Ventura, ahora gobernador de Minnesotta. Ventura regresó al cuadrilátero como árbitro en una lucha celebrada en Minneapolis la semana pasada.

En la televisión, varias veces a la semana, uno puede disfrutar del circo humano de fines del milenio. Con música heavy metal, hombres enormes retan a sus "enemigos". Humo, luz y sonido como el de las mejores discotecas de los setenta forman parte del ambiente dentro del cual se enfrentan los gigantes con calzones, algunos enmascarados, que todo mundo sabe identificar. Cada uno tiene su personalidad, pero ésta no es propiedad de cada luchador, sino que pertenece a una a empresa.

Es curioso que este fenómeno cobre auge en esta era de mayor "sensibilidad" social sobre las relaciones entre hombres y mujeres y las razas, la grave preocupación por la violencia y su influencia sobre la juventud y otros temas de fines de siglo, ya que el espectáculo está repleto de referencias sexistas y a veces racistas. Hay una sección de luchadoras que combaten en bikinis o en ropa sexualmente sugerente, o compañeras de los gladiadores que forman parte de su "identidad". También hay luchas en las que un "americano" representa a Estados Unidos contra los luchadores que son identificados como "extranjeros". Y, claro, al centro de todo esto la celebración de la violencia, aunque ésta es de a mentis.

También es notable que la lucha libre profesional esté coreografiada con resultados predeterminados que todo mundo conoce. O sea, los golpes bajos, los combates con sillas de metal, los madrazos y los gritos de dolor y agonía son, todos ellos, prefabricados.

Se especula que el ex luchador y ahora gobernador Jesse Ventura está considerando lanzarse a la conquista de la presidencia de Estados Unidos. Otros luchadores participan en contiendas políticas y tratan de convertirse en legisladores federales y políticos locales. La página de Internet del WWF anuncia que Boston se convirtió en una "zona de guerra" cuando se celebró allí una competencia de lucha esta semana.

Tal vez sea cierto que "esto es lo que existe". Por lo tanto, si los luchadores entienden la política pueden traducir las disputas del poder en algo que cualquier niño de diez años pueda entender, saben que hay buenos y malos en este mundo, son fogueados por la sangre, el sudor y las lágrimas del cuadrilátero, y saben cómo hacer que la ficción parezca realidad. Este espectáculo podría ser la mejor escuela de capacitación para los políticos del próximo milenio.