La Jornada Semanal, 2 de enero de 2000


La perfecta burocracia consiste en exigir que se tramite una tarjeta para poder iniciar los trámites conducentes a la obtención de una tarjeta de identidad. ƑPara qué simplificar si se puede complicar?, pregunta, lamiéndose los labios, un jefe de departamento o, de manera muy especial, sus ayudantes y segundones. Para Gérard Noiriel, "a todos nos conviene que haya técnicas de identificación confiables" de parte del estado. De lo contrario, hasta las cajetas "Slurp" exigirían a sus tres empleados una identificación digital. Aquí está la historia de esos documentos que, junto con un vistazo de reojo al espejo, nos confirman que somos quienes somos.

La tarjeta nacional de identidad

Marie-Laure Colson

n nombre, una foto, un número. Un conjunto sobriamente enmicado y supuestamente imposible de falsificar. Con el paso del tiempo, la carte nationale d'identité, identificación oficial de los ciudadanos franceses, ha perdido su función de origen. El desagradable renglón "Señas particulares" desapareció, al igual que la huella digital. Y desde 1955, la tarjeta nacional de identidad ya no es obligatoria. Gratuita desde 1998, termina adquiriendo tintes de documento administrativo menor. Aun así, muchos franceses hicieron cola en las ventanillas de la prefectura para conseguir esa prueba material de su existencia social. Porque nunca se sabe. Porque más vale estar en regla ante una administración a menudo puntillosa. Vaya éxito, vaya voltereta de la Historia. En apenas un siglo, un documento de policía reservado a poblaciones estigmatizadas y generalizado al conjunto de los franceses por el régimen colaboracionista de Vichy se convirtió en un símbolo de integración nacional.

Francia le debe la revolución de la identificación de papel a un simple funcionario de la prefectura de policía de París, Alphonse Bertillon, inventor, a finales del siglo XIX, de un método antropométrico que no sólo habría de cambiar radicalmente el trabajo de la policía, sino que inauguró un proceso de burocratización de la identificación que persiste en la actualidad.

En aquella primera mitad del siglo XIX, Francia seguía impregnada por una concepción de la libertad individual heredada de la Revolución francesa, cuando el pasaporte interno, exigido a los franceses que circulaban fuera de su provincia, era cuestionado en nombre del derecho a la libre circulación individual.

Empero, la revolución de los medios de transporte, la urbanización, la extensión de la protección del Estado a derechohabientes cada vez más numerosos habrán de trastocar el equilibrio relativo entre libertad individual y control estatal. Bertillon inventa un método que asocia la fotografía (de frente y de perfil), la antropometría y el "retrato hablado". Cada individuo identificado posee su ficha, clasificada ųotra innovación de Bertillonų en un registro central. Después de haber sido probado entre la población penitenciaria, el método aparece pronto como método "universal". En plena época de fervores nacionalistas, Francia halla rápidamente otra aplicación para el método antropométrico, aplicado entonces a los extranjeros "indeseables", a los refugiados políticos demasiado visibles, a las personas que es preciso identificar para controlarlas mejor e incluso para deshacerse de ellas.

No es sino hasta 1914 que la tarjeta de identificación se vuelve obligatoria para todos los extranjeros. Pero la medida afecta a otros grupos "indignos" de la República. "La paradoja del estado republicano", explica Pierre Piazza, profesor-investigador que prepara una tesis sobre la carte nationale d'identité, "es que desea dar un contenido concreto a la Declaración de los derechos humanos de 1789, instaurar una ley pareja para todos, pero al mismo tiempo intenta excluir a los 'marginales': prostitutas, locos, delincuentes, nómadas..."

Después de la Primera guerra, y antes de la Segunda, aparece otro tipo de documentos de identificación, a solicitud de grupos específicos como los viajantes de comercio o los antiguos combatientes. Por su parte, los bancos y el correo, desean poder identificar a sus clientes. La propuesta de ley depositada en 1918 con miras a implementar una tarjeta de identidad para todos los franceses fracasa. Habrá que esperar el régimen de excepción de Vichy para lograr imponer la medida. En 1940 se promulga una ley que obliga a todo francés mayor de 16 años a obtener una tarjeta con foto y huellas digitales, aunque el documento sólo se generaliza hasta 1942-1943, "debido en parte a la escasez de papel", considera Pierre Piazza. La lógica de registro es clara: por un lado, los extranjeros; por el otro, los franceses; y, dentro de ambos grupos, los "otros". La nueva identificación oficial especifica en rojo: "judío".

Un decreto suprime en 1955 la obligación de poseer una tarjeta de identidad. A principios de los ochenta, mientras la derecha propone una identificación computarizada para combatir la falsificación de documentos ųy sobre todo para combatir a los extranjeros indocumentados, sospechosos de ser usurpadores de identidad potencialesų, se reanuda el debate en torno a la libertad individual. "Al hacer de esa identificación oficial un documento indiscutible, podía quitarse valor a otros documentos, convirtiéndola así, de facto, en algo obligatorio", comenta Pierre Piazza. Se vuelve entonces a la época en que la obligación de portar esa tarjeta era un sinónimo de suspensión de la libertad. La cuestión es mucho más compleja de lo que parece: en opinión de Gérard Noiriel, "a todos nos conviene que haya técnicas de identificación confiables. Es la mejor manera de combatir lo arbitrario". Así, el historiador nos recuerda cómo en Estados Unidos, a falta de un documento extendido por el Estado central, la inquisición policiaca es más grande y se halla sometida a los designios de los grupos privados, empresas, bancos y hasta universidades. Finalmente, a pesar de la violencia simbólica que representa el ser identificable en permanencia y el ver su identidad reducida a una huella en un registro, cabe señalar que no existe hoy día mayor exclusión que la de ser un "indocumentado", sin lazo alguno con el Estado.

Siglo XXI: El individuo convertido en microchip

Catherine Maussion

Primero fue de cartón, luego enmicada, mañana digital... A los Estados no les gusta nada la usurpación de identidad, de allí su incesante búsqueda de la identificación infalible. Para poseer al fin la certeza de que el portador de una identificación es efectivamente su legítimo propietario, todos los especialistas en sistemas de seguridad están convencidos de que el microchip constituirá el centro nervioso de la identificación del futuro. Hoy en día, gracias a sus neuronas cada vez más potentes (16 bits, hace poco 32 bits y muy pronto 64 bits), el microprocesador puede contener en una superficie apenas más grande que un confeti un amplio abanico de señas biométricas. La huella del timbre de la voz, las huellas digitales, de la mano completa o del iris ocular, constan entre los elementos más significativos grabados en el chip. Algunos de estos marcadores son más confiables que otros: Michel Ugon, el padre francés del microprocesador, preconiza así "el iris del ojo antes que la firma dinámica" (basada en el movimiento, la presión que ejerce la mano...), pues el gesto no es el mismo "cuando el sujeto bebe o envejece". Se habla incluso de marcadores genéticos como el ADN. Las señas biométricas, paulatinamente hechas a un lado, podrían conocer un nuevo auge, de manera disfrazada, gracias al microchip.

La biometría presenta una ventaja: los servicios administrativos (policiacos, fronterizos, fiscales...) pueden cotejar la seña biométrica medida directamente sobre el individuo gracias a un pequeño aparato y su versión digital contenida en el microprocesador. Esta relativa certeza de no equivocarse de individuo abre infinitas perspectivas a las aplicaciones, desde la más anodina hasta la más policiaca.

Tres proyectos surgidos en el sureste asiático ilustran el poder del microprocesador. Jean-Pierre Gloton, director del área de mercadeo "Identidad" de Oberthur, señala que la suspensión reciente de dichos proyectos no obedece únicamente a los estragos de la crisis económica, sino también al hecho de que iban demasiado lejos. En Taiwán, por ejemplo, el Estado autorizó la inserción, por un operador privado, de múltiples aplicaciones comerciales en el chip de identificación; empero, el plan fue rechazado por el Consejo Constitucional. En Corea, las encuestas revelaron el rechazo de la población ante la tarjeta digital multiusos: identificación, credencial médica, tarjeta de acceso a las nuevas tecnologías y a Internet... En Filipinas, lo mismo. Sin embargo, nadie pone en duda el brillante porvenir del microprocesador. Gemplus, líder en el mercado, ha participado en más de cuarenta licitaciones de ese tipo (en Egipto, Singapur, Malasia, Siria, Nigeria...), que emanan de "algunos países muy democráticos y otros menos", según comenta el vicepresidente y miembro fundador del grupo. La identificación digital podría incluso "inyectar democracia", como en el caso de Paraguay, donde el FMI financia una identificación antifraude electoral que debería servir para validar los votos. En cambio, la licitación presentada por la isla Mauricio obedece a una problemática de seguridad, opina otro ejecutivo de Gemplus: "permitir a la policía cerciorarse sin equívocos de la identidad de una persona interceptada en la calle".

Para defender su microprocesador, Jean-Pierre Gloton explica que, contrariamente a sistemas de tipo Big Brother, la información contenida en el microchip queda en manos del individuo, y que esta opción resulta preferible a la centralización de los datos individuales en un megarregistro central. Sin embargo, los defensores de las libertades individuales afirman que ambas opciones no se excluyen mutuamente. Allí está el ejemplo de aquella licitación propuesta con la mayor seriedad por Irán, hace diez años: se trataba, recuerdan en Gemplus, de "injertar bajo la piel de los ciudadanos un microchip portador de un identificante, que remitía a un enorme registro en manos del Estado".

Traducción de Haydée Silva