La Jornada Semanal, 9 de enero de 2000



Leonardo García Tsao

Las artes sin musa

El año de las apariciones

Ahora la tendencia entre los ociosos ha sido ponerse a hacer listas para determinar lo mejor del milenio o del siglo (cuando, en rigor numérico, todavía nos faltan 356 días para que concluyan). Sin embargo, el año pasado sí ocurrieron algunos fenómenos notables, casiÊparanormales, en cuanto al cine. Sirva esto de resumen sin recurrir a listas con categorías mamonas.

Aunque con la producción lamentablemente escasa, el cine mexicano dio sorprendentes señales de vida. Sexo, pudor y lágrimas, de Antonio Serrano, hizo historia en los anales de la exhibición al recaudar más entradas que Star Wars Episodio I La amenaza fantasma, aun cuando la competencia era muy desigual. La película de George Lucas, ``apta para todo público'', contaba con el respaldo de la eficiente maquinaria publicitaria que, desde un año antes, había anunciado esta primera parte de la saga como un acontecimiento. Inútil hablar de diferencias de costos. Tan sólo la Pepsi pagó dos mil millones de dólares para entrarle a la promoción de La amenaza... Mi ineptitud para las matemáticas me impide calcular cuántos largometrajes mexicanos se podrían producir con esa cantidad.

Dicho éxito no fue un caso aislado. Otros títulos nacionales -El coronel no tiene quien le escriba, La otra conquista, Santitos- permanecieron bastante tiempo en cartelera, demostrando que sí hay un amplio público interesado por su propio cine. Mientras que un intento de recuperar el cine populachero de antaño -El baile- desapareció tras dar el semanazo.

Por otro lado, La ley de Herodes, de Luis Estrada, fue el ojo del huracán en el pasado Festival de cine francés en Acapulco. Ante fallidos intentos oficiales por congelarla, esta virulenta sátira política también marcó un hito al realizar una descripción exhaustiva de la ideología corrupta que ha caracterizado al partido gobernante. Sin duda, es la papa caliente del sexenio. Tan es así que las autoridades intentaron varias formas de hacerla perdediza y finalmente optaron por estrenarla de la peor manera posible. Si el propio PRI pretende distanciarse de su pasado -vean, si no, cómo sus precandidatos manejaron los antecedentes salinistas como un descrédito-, lo correcto en estos tiempos de la tan cacareada democracia, hubiera sido aceptarla por lo que es. El espanto oficial y la consecuente marrullería sólo confirman la tesis de La ley de Herodes.

En cuanto al cine hollywoodense, fue notorio el resurgimiento del cine fantástico. Abanderada por el éxito inusitado de El proyecto de la bruja de Blair, fue evidente la tendencia milenarista de volver a las historias sobrenaturales. El logro de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez no es nada desdeñable. Además de recuperar la capacidad cinematográfica de la sugerencia, comprobaron el potencial de la película de escasos recursos, sobre todo si se sabe vender, apoyada en la credibilidad del público. Aún más popular fue El sexto sentido, de M. Night Shyamalan, acertada combinación de un cuento de fantasmas con nociones románticas sobre el más allá.

Otras expresiones interesantes de lo fantástico fueron el mundo computarizado de Matrix, de los hermanos Wachowski, o las inquietantes proyecciones oníricas de Sueños de un asesino, de Neil Jordan. El auge dio también para bastante mugre: La maldición, Estigma, El engendro; vaya, hasta Schwarzenegger se sintió obligado a combatir al Chamuco en El día final.

La aún tímida diversificación de la cartelera, debida al incremento geométrico de salas múltiples, permitió que no todo lo extranjero fuera hollywoodense. Aparte de la constante presencia del cine francés, hubo cabida para satisfactorios estrenos españoles (Todo sobre mi madre), alemanes (Corre, Lola, corre), argentinos (Pizza, birra, faso) y hasta una iraní (Niños del cielo), entre otros. Aunque todavía falta mucho para que el cinéfilo capitalino esté al día, algo se ha avanzado.

Los constantes desarrollos tecnológicos parecen anticipar el fin del celuloide para el próximo siglo. Por lo pronto, la tecnología digital ha permitido que se hagan películas en video a un costo muy reducido. La existencia del Dogma danés, así como de varios documentales recientes, ha dependido mucho de eso. En nuestro país, la más reciente realización de Arturo Ripstein, Así es la vida, se ha grabado en video digital. Ciertamente es una posibilidad a explorar por cinematografías modestas como la nuestra.

Pero también el billete hollywoodense le ha puesto el ojo a otra innovación: la del cine totalmente digital, hecho por computadoras y no por cámaras. Las dos entregas de Toy Story ilustran bien esa nueva y espectacular forma de animación. De hecho, la reciente secuela ha tenido ya su estreno en una sala digital de Estados Unidos: es decir, donde el proyector ha sido sustituido por un sistema de computación. Es probable que para la segunda década del siglo XXI, el celuloide, la cámara y los proyectores se hayan convertido en nostálgicas piezas de museo.