La Jornada Semanal, 9 de enero de 2000
Ciertamente algunas cosas existen
Ciertamente, el tiempo también
ya que existo: mis hijos;
la
sombra acostumbrada,
ceremoniosa, que a diario me acompaña;
los
escritos empeñados en amortajar el olvido;
la certeza de tu
sonrisa;
el calor gustoso del café que ahora bebo.
me adeuda gratitudes,
razones de
ser y testimonios
como este poema
que me dice que estoy
vivo,
aún vivo,
sujeto a los imperativos de la memoria
que
labra en lo que escribo
y me dicta
a esta hora solitaria
un
recuento de causas y presencias.
III Premio hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz.
Cada quien tiene un misterio, una aguja
que lo surce de nuevo a la
nada
donde aún la noche es una luz
desparramada sobre el
mar
y vence
con decisión guerrera. Entonces,
clavados a la
existencia,
miran inmóviles la palabra
que los arrastra
fuera
del reino, de nuevo
de par en par abiertos en el mármol de la
madre
son la huella que maldice
y hace que vuelva el alba.
A veces, entre las fibras de un dictado
una gota de sangre y la
sombra
que se muestra, aquí, en un cuarto
con las palabras
constreñidas
en la agonía...
es increíble, mira, este
teclear
en el tabuco
por la noche, la línea de las casas
los
niños ensopados en llanto,
todo tan real
los cuerpos que no se
tocan,
no ahora cuando una mano de fierro
trastoca el
otoño.
Roberto Carifi (Pistoia, Italia, 1948-) ha publicado Simulacri
(1979), Viaggi (1981), d'Empedocle (1984),
L'Obbedienza (1986). Además, ha sido traductor de R. M. Rilke,
J. Prévert y G. Trakl, entre otros. Es colaborador en varios
semanarios de Italia.
Con olfato de fiera en el exilio
Tus pájaros acampan a mi sombra
Conozco los eucaliptos de mis pasos
Por estas calles mi abuelo iluminaba
No eran flores sino prismas de oro
Amanecía sobre las cúpulas del alma
Con olfato de fiera en el exilio
la daga en la garganta
la verdad de lo justo, la memoria
con lastimada estampa
en la
ebriedad del tropiezo
comienzo, mi ciudad, mi canto:
es tiempo
de aguas.
y a ninguno hago daño.
Soy la
que ha mirado y no ha mentido
soy la otra de ayer cuando
oteaba
en alegres manadas de liviandad del viento
y celebraba
las estaciones pródigas
de la lluvia de oro y la jacaranda.
y las veredas de los
arrayanes
con el instinto de la memoria.
La danza sigue intacta
en mi cintura
pero camino ya en las puntas del sueño.
Me
despido
del barro perfumado y la cantera
que gotea por las
noches del verano
su libación de piedra enamorada.
los ojos de los ángeles, tan
alto era.
lo que él y mi padre
coronaron
en las atalayas y las torres.
Las cúspides libraban
con la nube
una batalla de altura.
Sosegaba el día los
naranjos
del patio de mi abuela.
Mamá era apenas inventada
en
el corazón de Dios.
y aquí se conocieron y se
amaron.
con la sangre encendida por un
saxo
que no termina nunca de llorar
lluevo ante mí los ritos del
despojo.
Los rayos han cesado y dulcifica
esta víspera de día
feriado
el tintineo del agua.
No hace falta llorar, todo está
húmedo
y llueve y tiembla la piel con el instinto
y reconozco y
canto
de la miel que transita en estas
plazas
y la despertenencia inevitable del desnudo
desleído y
devuelto a la tierra.