La Jornada Semanal, 9 de enero de 2000



Naief Yehya

¿La última gran guerra del siglo?

Otra crisis de Yeltsin

A inicios del otoño pasado un grupo de guerrilleros chechenos atacó la vecina república rusa de Daguestán. Más tarde, una serie de atentados con explosivos destruyó varios edificios residenciales en Moscú que, aparentemente, carecían de cualquier valor estratégico. Sin hacer un verdadero esfuerzo por esclarecer los atentados, los medios de comunicación rusos inmediatamente conjuraron el cliché de la fascinación de los chechenos por los explosivos y su tradicional imagen como bandidos. Por coincidencia, Yeltsin requería desesperadamente de otra de sus oportunas crisis para salvarse del escándalo del descubrimiento de las cuentas suizas de sus familiares y socios. Quien quiera que haya destruido aquellos edificios y causado más de 300 muertes, le hizo un favor inmenso a la cúpula rusa que se encontraba bajo la lupa internacional desde la primavera pasada. Bajo el pretextoÊdel terrorismo se intensificó la censura, se lanzaron campañas propagandísticas y nacionalistas que en general fueron recibidas con una apatía que fue interpretada como apoyo incondicional. Poco después las bombas llovían contra Chechenia con la misión de ``destruir a los terroristas''.

Promesas rotas

Tras la devastadora guerra de 1994-1996, las tropas rusas debieron retirarse humilladas, incapaces de derrotar a las guerrillas de Dzokar Dudayev. Como escriben Boris Kagarlitsky y Renfrey Clarke en su artículo ``Chechnya: Russia's East Timor'' (www.zmag.org), Yeltsin se vio obligado a aceptar una incómoda independencia que era un recordatorio del fracaso y una evidencia de la debilidad rusa. Por su parte, los chechenos han vivido una sombría independencia. Dudayev prometió un nuevo estado democrático, socialista y secular, pero en realidad Chechenia ha vivido en la miseria y el desempleo bajo el régimen de Aslan Maskhadov. El nuevo régimen padece de corrupción e ineficiencia, además de que ha hecho numerosas concesiones a los extremistas islámicos y ha sido incapaz de controlar al crimen organizado tanto local como ruso. Chechenia no ha podido reponerse de la destrucción de la guerra y se ha convertido en un santuario para el crimen, el tráfico de drogas, el lavado de dinero y la industria del secuestro. Pero a pesar de la frustración, impotencia y desilusión, muy pocos chechenos extrañan los años de dominación rusa corrupta, racista e incompetente.

Una estrategia condenada

La aventura punitiva del primer ministro Vladimir Putin ha sido criticada con extrema cautela por los Estados Unidos y sus aliados, ya que los rusos han adaptado el modelo de la guerra de Kosovo (uso de misiles de ``precisión'', poco o nulo combate terrestre, destrucción aérea de blancos estratégicos, control escrupuloso de la información, etcétera) a su conveniencia, y han dejado sin argumentos a los presuntos defensores de la democracia. De hecho, la declaración final de la reciente reunión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa apenas menciona a Chechenia y no exige dar por terminadas las acciones bélicas. Como señaló el miembro de la Duma, Sergei Kovalyov: ``En Chechenia, Rusia está empleando los métodos de la OTAN para alcanzar los objetivos de Milosevic.'' A pesar del triunfalismo de los partes de guerra rusos, es evidente que esta acción militar ha sido pésimamente concebida y que está condenada al fracaso. Algunos testimonios describen una campaña caótica, infestada de errores, carencias y víctimas del fuego amistoso. Mientras las bombas destruyen los pocos edificios y construcciones que aún quedan de pie en Grozny y en otras ciudades chechenas, las tropas rusas avanzan lentamente sin ganar una sola batalla decisiva. La guerrilla chechena no ha sido víctima de los bombardeos rusos; en cambio, miles de civiles han perdido la vida en mercados, en sus hogares y en caravanas de refugiados. Los guerrilleros no va a enfrentar a un ejército tan superior como el ruso, sino que van a permanecer ocultos evitando batallas frontales, van a seguir retirándose y anulando la noción de un frente de batalla. Mientras los rusos conquistan pueblos y ciudades, cada día que pasa representa un costo de millones de rublos para un ejército en quiebra que se está internando en un territorio devastado donde estará condenado a pasar el invierno. Para enfatizar el absurdo de esta guerra, Kagarlitsky y Clarke comentan los paralelos que encuentran entre ella y la campaña napoleónica de 1812 en contra de Rusia. En aquella ocasión las tropas rusas evitaron las batallas decisivas, se retiraron y dejaron tomar a los franceses un Moscú devastado y a mitad del invierno. Tomar Grozny será extremadamente costoso para los rusos y conservarlo será una verdadera agonía. Los guerrilleros chechenos tan sólo tendrán que esperar a que los rusos caigan en la trampa para que el frío, el hambre y el agotamiento conviertan a un poderoso ejército en una turba confundida y desesperada.

El fin del mundo empieza en Grozny

Cuando esto se escribe, más de un millón de chechenos han huido de sus hogares y casi 200 mil han logrado escapar a la vecina república de Ingushetia (a pesar de la criminal estrategia rusa de cerrar la frontera). Además de la obvia catástrofe humana que han causado las bombas rusas y sus incontables errores técnicos, esta guerra sólo fortalecerá el apoyo popular a los comandantes chechenos rebeldes y al fundamentalismo islámico. En este caso no se aplicará el ``derecho de injerencia humanitaria'' para salvar a la población civil, los misiles de la OTAN no comenzarán a caer sobre Moscú y por lo tanto se pone en evidencia que la autodeterminación de las naciones (entendida como el derecho de un gobierno para aplastar a sus ciudadanos) es privilegio exclusivo de aquellos que cuentan con arsenales nucleares.

Comentarios a:

[email protected]