La Jornada lunes 10 de enero de 2000

Elba Esther Gordillo
Buenos deseos, grandes retos

Toda agenda es, en principio, una mixtura entre buenas intenciones y deberes ineludibles, entre planeación estratégica e incertidumbre, entre el orden de las prioridades y el azar de las contingencias, entre la realidad y el deseo.

Aunque los destinos de la nación no se reducen a las urnas, la competencia por la sucesión define la agenda política. No lo es todo, pero su importancia política y su trascendencia histórica resultan demasiado fuertes como para soslayar sus efectos sobre la vida de nuestro país.

No es sólo lo que está en juego en términos político-electorales, sino su significado --la consolidación de la democracia-- lo que dispensa al 2 de julio su privilegiado lugar en la historia.

Sin embargo, para llegar a esa fecha con viento a favor y cielo despejado, la nación en su conjunto --partidos, autoridades, instituciones, ciudadanos, etcétera-- tendrá que echar mano no sólo de sus buenos deseos, sino de sus altas responsabilidades. Estamos obligados, todos, a equilibrar lucha por el poder y responsabilidad ante la sociedad; prometer frente a potenciales electores y cumplir a los ciudadanos.

En esa lógica, la agenda política de la nación guarda algo más que campañas políticas, urnas y votos: pasa por resolver viejos y nuevos conflictos (el reclamo zapatista en Chiapas y la huelga en la UNAM), revertir inercias (el clima de inseguridad pública que priva), consolidar cambios (la plena autonomía entre poderes, la pluralidad como parte de nuestra cotidianidad política), conjurar viejos males (las recurrentes crisis de fin de sexenio), reconocer rezagos y desigualdades (entre individuos, grupos, regiones), mantener la civilidad política aun en condiciones de alta competitividad (que la lucha electoral no genere desequilibrios económicos)...

De verse así, los meses que esperan a la nación anticipan un escenario que luce complejo: fin de sexenio, elecciones de por medio, negociaciones interrumpidas, acuerdos postergados, reformas pospuestas; temas de una agenda que reclama un trabajo político fino, sensibilidad y voluntad para resolver los desacuerdos y mantener la civilidad democrática por parte de todos los involucrados.

Antes que excluyentes, los temas de esta agenda, por variados que parezcan en su tratamiento, importancia e intensidad, no son sino parte de un propósito compartido por todos: el bienestar de la mayoría.

En otras palabras, si el destino de la nación trasciende los votos y las urnas, entonces la agenda política de este año no se termina el 2 de julio. De igual forma, si los resultados de la elección, por sí mismos y gane quien gane, no resolvieran los principales problemas del país, habrá que seguir trabajando en su solución, desde ahora y después de ese día.

Como toda agenda, la de la nación contiene fechas memorables y días célebres. El 2 de julio se anuncia como uno de ellos pero, al igual que ninguna persona pasa la mitad del año preparándose para festejar su cumpleaños y la otra mitad recordándolo, el país no puede apostar todas sus fichas a un solo número.

La responsabilidad, como siempre, se encuentra en nuestras manos y depende de todos: de la eficacia y la prontitud necesarias para trabajar todo el año --de principio a fin y atender viejos problemas--; de la civilidad y tolerancia suficientes para enfrentar el 2 de julio. *

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