La Jornada martes 11 de enero de 2000

Bernardo Barranco V.
El Vaticano abandona indígenas

La remoción de Raúl Vera, el 30 de diciembre pasado por parte del Vaticano, es un acto de consecuencias políticas y sociales que atañen directamente a la seguridad nacional, puesto que habrá un reacomodo de fuerzas en una zona de conflictos, alto riesgo y en un crucial año electoral.

Amplios sectores de la Iglesia no ocultan su decepción ante la ausencia de una explicación congruente. El argumento del nuncio Justo Mullor se antoja ridículo. Los motivos "eclesiales" lamentablemente pueden traer desenlaces fatales y represión para las comunidades indígenas, hasta ahora protegidas por la diócesis. Esperamos que el Vaticano no cargue en su conciencia con hechos dramáticos.

Más que como analista de temas religiosos, hablo como cristiano y me preocupa el desamparo en que puedan quedar las comunidades indígenas y las consecuencias que en el mediano plazo resulten del reacomodo contra la pastoral de una diócesis hoy amenazada. Es una decisión sin precedente en México.

Remover a Vera a Saltillo significó que el Vaticano rectificase a un obispo coadjuntor que no le funcionó. Como en los casos de Héctor González contra el desaparecido Bartolomé Carrasco en Oaxaca, o en el de Felipe Padilla contra Arturo Lona en Tehuantepec, pone de manifiesto varias hipótesis en la toma de decisión del Vaticano. Descarto la del "Papa en formol", y más bien ubico a la cabeza de la Iglesia concentrada en la ejecución compleja del operativo del Gran Año Jubilar en los más oscuros pasillos del Vaticano.

La decisión fue definida por Angelo Sodano, secretario de Estado, quien se ha distinguido en un lapso de doce meses por haber cometido varios errores internacionales, entre ellos el apoyo a su amigo personal Augusto Pinochet y la laxitud en la dramática guerra de Bosnia. Sin duda la decisión pasó por el cardenal Lucas Moreira Neves, prefecto de la Sagrada Congregación de los Obispos, otro personaje ultraconservador, responsable de los nombramientos, remociones y destituciones. Pero el Vaticano no actúa sin informantes de calidad, y en México, además de los auténticos coletos, se distinguió el Club de Roma, compuesto por los cardenales Norberto Rivera y Juan Sandoval Iñiguez; Onésimo Cepeda, Luis Reynoso Cervantes, Emilio Berlié. El también llamado Grupo Compacto tuvo el apoyo de una amplia red de laicos y movimientos conservadores que ven en la propuesta de la diócesis una amenaza latente. Ya no es la teología de la liberación, tan golpeada por Roma desde hace 20 años, sino la teología india, que en términos eclesiales representa aperturas a nuevas identidades autóctonas, y en términos políticos despierta temores de separatismos. Por el contrario, los sectores que apoyan la continuidad y mayor prudencia finalmente dieron la cara ante la remoción de Vera, y éstos son: Justo Mullor y el propio Luis Morales, presidente de la CEM, quien con resignación disciplinaria acepta las decisiones romanas.

El gobierno mexicano se cura en salud; sabe que la decisión vaticana le favorece en el corto plazo. Sin embargo, las declaraciones del subsecretario de Gobernación, Humberto Lira, muestran las hipocresías de nuestra cultura política. Cuando declara que la remoción de Vera es una decisión interna de la Iglesia, soslaya las continuas presiones que el gobierno desde las más diversas estructuras ha ejercido para obtener esa remoción, como las visitas de Emilio Rabasa y de Rosario Green al Vaticano, así como el intenso cabildeo y las continuas presiones públicas a las que se sometió a la "diócesis incómoda", dándole tratamiento de enemigo de Estado. Recordemos la máxima de Prigione: "si el gobierno mexicano no quiere injerencia política de la Iglesia, que el propio gobierno evite su injerencia en asuntos eclesiásticos". El amague de apercibimiento que la subsecretaría anunció contra Raúl Vera manifiesta la ausencia de un riguroso reglamento en materia religiosa. No es posible el uso discrecional que el gobierno realiza frente a toda expresión que molesta a la autoridad y al partido en el poder; Ƒpor qué no hay disciplina para Onésimo Cepeda, obispo de Ecatepec, cuyo temperamento eufórico ante el triunfo de Labastida y su abrazo que, según cuentan las crónicas, casi lo derriba?, Ƒpor qué no se apercibe al propio Presidente de la República cuando acusa a los prelados chiapanecos de ser partidarios de una teología de la violencia y de impulsar una pastoral de la hipocresía?, Ƒpor qué se disimula ante el ofrecimiento de Luis Reynoso Cervantes, obispo de Cuernavaca, de indulgencias a Salinas de Gortari? Por ello, el temor es que Asuntos Religiosos se convierta en una instancia de contención política ante un año candente.

La diócesis, Samuel Ruiz y Raúl Vera han quedado atrapados en el ojo de dos huracanes: el político y el eclesiástico. No hay vuelta atrás, hay que ver a futuro, y éste dependerá de quién sea y qué haga el obispo sucesor. Todo parece indicar la presencia de un obispo ultraortodoxo bajo la influencia del Vaticano como del Club de Roma; sin embargo, queda una luz de esperanza para que sea nombrado un pastor que haga propias las demandas de miles de indígenas; que sepa convivir con una estructura creada desde hace 40 años; que respete las opciones y derroteros tomados pero, sobre todo, que sea un hombre de fe como Raúl Vera para asumir la causa de los indígenas.

Son buenos deseos porque lamentablemente todo parece indicar que el huracán eclesiástico ha decidido dejar a su suerte a las comunidades indígenas chiapanecas.