La Jornada Semanal, 16 de enero de 2000



José Angel Leyva

entrevista con Julio Boltvinik

México: pobreza y desigualdad

Julio Boltvinik critica severamente las mediciones de pobreza hechas por la CEPAL y convertidas en la metodología oficial por la tecnocracia deshumanizada. En esta entrevista con José Angel Leyva, el autor de Pobreza y distribución del ingreso en México, el maestro Boltvinik nos dice que ``la desigualdad brutal es parte de las reglas del juego de la economía capitalista'', y que en el caso de México no se trata de la desigualdad calculada para que haya crecimiento sino de ``contrastes ofensivos, abismales''.

A propósito de la reciente aparición del libro Pobreza y distribución del ingreso en México, de Julio Boltvinik y Enrique Hernández Laos, editado por Siglo XXI Editores, me acerqué al primero, responsable en el volumen del tema de la pobreza, para conversar acerca de este problema tan doloroso en nuestro país y en general en América Latina. Pobreza y distribución... no es un libro hecho a dos manos sino compartido; cada quien es responsable de ciertos capítulos. A reserva de poder abordar la otra parte con Enrique Hernández Laos, esta es una versión resumida de la charla con Julio Boltvinik.

Cuál es básicamente la propuesta que hace tu libro en medio de esta discusión cotidiana sobre la pobreza, la insultante pobreza que han generado las últimas administraciones en México?

-En lo que a mí respecta, se trata de una propuesta de carácter metodológico y empírico. Por un lado es el rechazo, la crítica severa a las mediciones de pobreza que están haciendo otros en México, además de, y especialmente, las que hace la CEPAL, que se han convertido en metodología oficial y cuyos resultados aparecen en sus informes anuales en Panorama Social en América Latina. Dime qué diagnóstico tienes de la pobreza y te diré qué recomendaciones de política debes hacer. Los datos que nos muestra mi metodología dicen que la pobreza no significa sólo tener ingresos bajos, sino que incluye otros factores como no saber leer y escribir, no ir a la escuela, entre otros. Efectivamente, con ingresos compramos una parte de las cosas básicas que necesitamos, pero otras, como el drenaje o el agua potable, por ejemplo, no las podemos comprar; o las instala el sector público o no existen. Hay otro aspecto que incorpora mi método, que incluso a nivel mundial no se reconoce, y de allí la trascendencia internacional de mi metodología de medición; me refiero a la pobreza por tiempo. Ejemplifico: si eres albañil y lo que ganas no alcanza para darle de comer a tu familia, entonces te verás obligado a buscar otras ocupaciones que incrementen tus ingresos, pero el desgaste físico, el tiempo para la recuperación de la energía, para la diversión y el esparcimiento se contrae, se reduce dramáticamente. Vives para la sobrevivencia. Paradójicamente, las posibilidades del mercado reducen esta opción, pues no tiene capacidad para ofrecer a la inmensa mayoría oportunidades de doble jornada laboral. La dimensión tiempo es muy importante en mi metodología.

Una de las conclusiones que más me gustan de nuestro trabajo es que refuta la argumentación de quienes afirman que la pobreza de los hogares se debe a que tienen muchos hijos. Esos hogares serían pobres porque son numerosos los miembros que dependen de una sola persona que trabaja. Pero no, los hogares pobres son pobres porque los que trabajan ganan muy poco y no porque muchas personas dependan de ellos. La explicación es, pues, en primer término, económica y no demográfica.

-En este libro reflexionas en torno a un escenario optimista de la economía globalizada, que contempla prioritariamente el desarrollo de las capacidades humanas, léase educación. El otro escenario es de corte pesimista y adviertes una situación en la que se apuesta en sentido contrario, al desaliento de la educación pública, la poca o nula atención para el mejoramiento de los recursos humanos y el crecimiento de una masa de trabajadores empobrecidos y con menos capacidad de convertirse en fuerza de trabajo de mayor calidad. Obviamente tu visión se ubica en el segundo escenario, ¿no es así?

-Es una reflexión muy abstracta y parte de reconocer que el cambio actual es muy importante. Tanto como el paso de la agricultura a la industria, cuando la tierra dejó de ser el factor más importante de la producción y en su lugar quedó el capital, el capitalismo industrial. Hoy escuchamos decir que el factor fundamental de la producción es, o debería ser, el conocimiento, las habilidades humanas para manipular símbolos. Si esto fuera así, yo veo un rayo de esperanza pues los conocimientos humanos tienen límites en su concentración. Por más sabia que pueda ser una persona, no puede acumular millones de veces más conocimiento que el que le sigue, como sí ocurre con el capital; por eso hay un Bill Gates que posee muchos millones de veces más dinero que tú y que yo. Las naciones, para poder competir en el concierto mundial, tendrán que movilizar esos conocimientos y preparar muy bien a sus trabajadores, lo cual generará una base de igualdad en la que todos tendrán una cierta cantidad de conocimientos e ingresos que permitan, a quienes menos tienen, satisfacer sus necesidades básicas. Ese es el escenario optimista basado en un solo elemento. En el pesimistaÊves una segregación social bárbara, en la que sólo se pretende formar y capacitar a una pequeña capa de la sociedad, donde sólo unos cuántos individuos tendrán una educación de altísimo nivel. Unicamente esta minoría participará en la economía globalizada. El resto, la mayoría trabajadora, poseedora de una mano de obra barata, será desechable. Si la inteligencia y el conocimiento son el factor decisivo en las economías globalizadas, seguramente nuestra visión sobre la pobreza, sobre el futuro de las naciones en desarrollo, será distinta.

-¿La tecnologización de las naciones en desarrollo modifica esta relación trabajo-pobreza?

-Hoy, la robotización significa una alternativa práctica para las transnacionales. Aparentemente, si se comparan los costos de un robot con los de los trabajadores, pobres y poco escolarizados o analfabetos de nuestros países, resultaría más rentable la primera opción. El escenario de la automatización masiva lleva al planteamiento de la transformación radical de los sistemas sociales. Justamente el reparto social del ingreso generado ya podrá hacerse con base en el trabajo, tendrá que ser una lógica distinta para no excluir a las mayorías. Deberá plantearse una reflexión profunda sobre la propiedad de los medios de producción. Significaría una turbulencia social insospechada. Esto, insisto, es una reflexión muy abstracta, pero real.

-¿Qué diferencia hay entre una pobreza de las llamadas economías bananeras y la de las modernas economías globalizadas?

-Obviamente la primera diferencia con la pobreza de un país bananero, como tú le llamas, es que la inmensa mayoría de su población es pobre y rural, la actividad agrícola es determinante. Es una pobreza dentro de la pobreza, los ricos son unos cuantos, como los latifundistas o los dueños de las empresas que explotan los productos cultivados; hay cierta inevitabilidad de la pobreza. Por ejemplo en Haití, aunque estuviera bien repartido el ingreso, sucedería que de cualquier modo todos serían pobres. Simplemente el tamaño del pastel no da para resolver la pobreza. Quizá en Haití, en Bolivia, en Honduras y en dos o tres países más de América Latina, la pobreza se explica por el atraso de su desarrollo y por la escasa productividad de la economía. En el resto de los países, particularmente en México, Argentina, Brasil y Chile, la pobreza se explica específicamente por la mala distribución de la riqueza. Entonces, en la economía globalizada, en la cual se encuentran estas naciones que menciono en un segundo grupo, es la pobreza de la desigualdad, no del atraso. En el México actual existe la capacidad de producir y satisfacer la necesidades básicas de toda la población. En estas condiciones, la pobreza sólo se explica porque el sistema social es injusto, es desigual, concentra la riqueza en muy pocas manos y a la mayoría le niega suficientes ingresos.

-En México uno supondría que la pobreza de la desigualdad se sumó a la del atraso.

-Obviamente México está en una situación intermedia entre Haití y Estados Unidos. Este segundo país genera una riqueza muchas veces por encima de la necesaria para que todo el mundo tenga una vida digna; alcanza para los muy ricos y para derramarla a los que menos tienen. Hace ya la friolera de diecisiete años, en 1982, publicamos un librito sobre Coplamar, Macroeconomía de las necesidades esenciales, como parte de la serie Las necesidades esenciales en México, que también editó Siglo XXI. Hoy circula en su quinta edición. En esa obra, Hernández Laos hizo unos cálculos muy interesantes de cuánto tendría que crecer el producto nacional para llegar, en veinte años, a la satisfacción plena de las necesidades esenciales de la población. Planteó tres escenarios de distribución del ingreso: uno que se mantuviera como estaba para 1977, otro que siguiera el modelo de la distribución del ingreso de los países occidentales, y otro más que aplicara una distribución similar a la de los entonces países socialistas. En el primer escenario el producto tenía que crecer al siete por ciento anual durante veinticinco años consecutivos, así los ricos serían inmensamente ricos y los pobres apenas alcanzarían a cubrir sus requerimientos básicos; en el segundo, en la distribución tipo inglesa, bastaba con una tasa de crecimiento del cuatro por ciento anual; y en el tercer escenario no se requería crecimiento del producto, tal como estaba era suficiente para satisfacer las necesidades básicas de la población. Desde hace muchos años México tiene una capacidad productiva que puede satisfacer las demandas básicas de su población.

No cabe duda de que la desigualdad brutal es parte de las reglas del juego de la economía capitalista, y también es indudable que dentro de esa lógica es necesaria tal desigualdad para que haya crecimiento, pues como los empresarios son quienes deben hacer la reinversión, no podría esperarse que el dueño de los medios de producción tenga un ingreso semejante al que barre sus instalaciones. Pero los extremos de la desigualdad son ofensivos, abismales.

-Sánchez Susarrey criticaba por televisión a Andrés Manuel López Obrador, el día de su triunfo como candidato del PRD al Gobierno del Distrito Federal, por sus declaraciones acerca de que la pobreza es la causa fundamental de la inseguridad pública. ¿Qué opinas al respecto?

-Creo que los dos tienen razón, pero hay que matizar las posiciones. Me he asomado al tema de pobreza e inseguridad, pero no es algo que domine ahora. Traté mucho el asunto cuando viví en Colombia. La violencia en este país es un tema nacional. Hay incluso violentólogos, especialistas en las relaciones entre pobreza y criminalidad. Una conclusión muy clara que se deriva de esos estudios es que la pobreza vieja, la pobreza campesina, la pobreza de siempre, no está asociada a la delincuencia. Es más bien entre los núcleos recientes de personas que se empobrecen o se pauperizan donde se presentan los brotes de violencia. También habríamos de señalar el papel que desempeña la desigualdad como generadora de nueva pobreza y delincuencia, especialmente entre la población joven. La violencia, sociológicamente hablando, sería la expresión de una pobreza no asimilada, no aceptada. No hay resignación sino frustración.

-En el libro se habla de una reducción de la pobreza en México de 1963 a 1981, de más de tres cuartas partes de la población a la mitad. ¿Qué factores determinaron dicho logro?

-Uno es el crecimiento económico y otro es la distribución del ingreso. Para decirlo en términos más llanos, es el tamaño del pastel y la forma como se distribuye entre los comensales. Lo que sucedía es que en los años sesenta el pastel estaba creciendo razonablemente rápido, bajo el modelo de desarrollo hacia adentro, de sustitución de importaciones, que ya tenía tres décadas de funcionamiento en México. Este crecimiento permitía asegurar la educación primaria y secundaria de los niños y la seguridad social de los trabajadores y sus familias, además de salarios reales crecientes. Era, pues, un modelo incluyente que venía haciendo una distribución más igualitaria, aun cuando continuaba siendo muy desigual. Enrique Hernández Laos ha publicado trabajos muy importantes sobre este periodo, que llega hasta 1981. A partir de ese año el pastel dejó de crecer. Sobre todo si lo mides por habitante, vas a encontrar, al menos hasta 1996, que el pastel es más chiquito. A ello hay que agregar que la distribución se va haciendo cada vez más desigual. La razón que se esgrime en estos casos es que como las crisis dañan más a los que más tienen, debe permitírseles a ellos una recuperación más rápida. Debemos reconocer que sí existen condiciones y situaciones muy desfavorables en el plano mundial, como fueron favorables para México las de la posguerra.

-¿Cómo se insertan los programas gubernamentales contra la pobreza en tu análisis?

-Se trata de un ingreso adicional no ganado con trabajo, en forma de cheques de Progresa o de Procampo, desayunos escolares, subsidios como el de Liconsa o al transporte, que elevan en apariencia el ingreso real, sin elevar el ingreso nominal. Son formas secundarias de la distribución del ingreso. En ese sentido son muy importantes, pero dinámicamente son compensaciones, paliativos a corto plazo, pues a largo plazo no resuelven en nada el problema de la pobreza. Lo mismo pasa en la UNAM: se trata de canalizar el subsidio de la educación superior a quienes están abajo de cierto nivel de ingresos. Domina un carácter eficientista tonto, pues para darle subsidio a un estudiante cuyo padre percibe menos de cuatro salarios mínimos es necesario instrumentar un aparato de trabajadores sociales que realicen estudios e investigaciones para demostrar que en verdad necesita ese apoyo. ¿No es más fácil dar educación y cobrarla con impuestos a quienes más tienen? El niño rico que va a la UNAM en coche pagará su tenencia y el impuesto a la gasolina, pagará otro tipo de impuestos que cubrirán mucho más de lo que se le dé a él y al estudiante pobre.

-¿Qué pensaste tú y qué crees que pensaban los economistas del PRI-gobierno cuando lanzaron el eslogan ``Bienestar para tu familia''?

-Ernesto Zedillo, como su grupo, es un neoliberal, y como tal tiene una forma muy particular de pensar las cosas. Las mentalidades neoliberales están persuadidas de que la pobreza se va a erradicar básicamente por crecimiento. La distribución del ingreso es para ellos un factor secundario. Para los neoliberales la diferencia entre Estados Unidos y Haití es el crecimiento económico. Si crece el producto habrá lo que ellos llaman filtraciones. La riqueza derramará hacia abajo y poco a poco la gente pobre alcanzará algo. La idea de ``Bienestar para tu familia'' apostaba sólo a controlar la inflación, mantener relativamente estable el tipo de cambio. Estas dos cosas dan certidumbre para los negocios, crean condiciones favorables para que el empresario, nacional o extranjero, sienta interés por invertir en el país. Por ello rechazan cuestiones como el control de salarios mínimos a niveles aceptables. En la Gran Bretaña Margaret Thatcher los eliminó, y Tony Blair acaba de reinstaurarlos. Acá no los eliminaron porque no se atrevieron a ir en contra de uno de los sectores fundamentales del PRI. Lo que hicieron fue, vía inflación, convertir los aumentos al salario mínimo en una farsa descarada. Los salarios mínimos están, y todo el mundo lo sabe, muy por debajo de las necesidades básicas de un trabajador. El bienestar es crecimiento, no importa a costa de qué y de quiénes se haga. Obviamente lo único que vemos crecer es la pobreza y la desigualdad. Las rebanadas del pastel son cada vez más grandes y se reparten entre menos personas. La diferencia entre los neoliberales y los que no pensamos como ellos es que para nosotros es muy importante la justicia en la distribución del ingreso.