La Jornada Semanal, 16 de enero de 2000



Angélica Abelleyra

entrevista con Gustavo Pérez

De los fracasos nacen caminos

El 5 de enero, vía los Mailes Magos, Gustavo Pérez nos envió una invitación para que asistiéramos el día 8 a su más reciente exposición, aquí nomás en Kyoto, Japón. Como no mandó los boletos de avión (ni los floreros), nos conformamos con transcribir su asombro: ``Voy hacia allá con la curiosidad de ver qué les parece a los nipones mi cerámica (algo así como llevar chorizos a Toluca).'' Angélica Abelleyra se encarga aquí de moldear en palabras a este artista del barro elemental.

Hace ocho años, un buen día Gustavo Pérez dibujaba sobre la superficie blanda de una vasija de barro; marcaba líneas, ondulaciones y cruzamientos con su lenguaje complejo de filigrana, cuando de repente jaló hacia él aquella línea por el interior del vaso y la incisión se abrió, naciendo como uno de esos pliegues, labios y botones a punto de estallar que han poblado muchas de las piezas en barro que confecciona desde hace treinta años.

Es por ello que el ceramista atiende a los accidentes, hace caso a los errores que le han roto sus propios esquemas y está abierto a los encuentros posibles que le harán crecer como artista que establece un diálogo real con sus materiales.

``A mi barro le gusta esta propuesta'', dice, y el prodigio toma cuerpo en vasos, esculturas, platos, relieves, tablillas y composiciones donde la alquimia de tierras y agua, fuego y tiempo han dejado huella. Pero otras veces, cuando el ceramista le propone a su barro ideas que no le gustan, simplemente se rompe, se agrieta, se derrumba. Son los fracasos de los que no reniega, son los percances afortunadísimos que le amplían sus posibilidades de creación. ``El accidente, que por definición es algo no deseado, no conocido, justamente te permite atisbar posibilidades que no estaban en tu repertorio'', refrenda.

Por estos días, 131 piezas cerámicas de Gustavo Pérez (DF, 1950) se despliegan en el MAM y con tal motivo platicamos con este amante de la poesía, la música y la filosofía que trabaja en su taller veracruzano de Zoncuantla, Coatepec. Imagine usted que junto a las palabras nos acompaña una composición de Messiaen o de Bartok. Adelante:

En esta nueva etapa muestras construcciones en barro, así como tablillas y murales que no parten del torno. ¿Te alejas paulatinamente de él? ¿A qué se debe este cambio?

-De ninguna manera. Tal vez se podrá pensar que con estas instalaciones establezco una gran distancia con la alfarería tradicional pero no es así. Todas las formas se derivan de ella y siempre estoy de regreso. No es que me haya hartado de producir vasijas. Es simplemente atender a ciertas curiosidades de realizar lo que se va presentando como posible. El juego creativo exige aprender de los impulsos, que tienen la forma de la curiosidad. El atender a un rigor en el trabajo, cosa que me importa mucho, parecería contraponerse a la espontaneidad. Y no. Trato de manejar un rigor técnico y una libertad en la manera de construir. Por lo demás, en la exposición quise mostrar piezas antiguas, de 1990, pero el resto es de tres años a la fecha, incluyendo algunos tratamientos técnicos que expongo por vez primera: las piezas en horno de leña que trabajé en Japón: anagama, una técnica fascinante que consiste en hornear durante cinco días seguidos en un receptáculo en forma de túnel, en una pendiente. Las piezas no se esmaltan sino que el vidriado natural es resultado de las cenizas que se depositan en la pieza. Por cierto, son piezas con rasgos prehispánicos, con una especie de aire zapoteca que me nació en Japón pero que aquí no se me da. Descubres lo que tienes de mexicano en Japón. Otras obras son de la serie que llamé ``El dibujo en la cerámica'', donde las vasijas fueron lienzos plásticos; otras son los vasos-esculturas.

-Ni en las formas ni en los colores eres artista de estridencias.

-Más que la búsqueda del color, en mí se encuentra definida una búsqueda formal. Probablemente no entiendo el color lo suficiente. Aquí debo decir que el desarrollo creativo va por caminos estrechos. No es necesario estar haciendo de todo para ser creativos. Al contrario: la posibilidad de ir más lejos en una cierta dirección está determinada por el conocimiento de los límites de un trabajo. Así que yo los estrecho: no atiendo sólo a la cerámica sino básicamente al torno, luego solamente a la alta temperatura y, al final, sólo a las vasijas con algo másÉ

-Uno pensaría que luego de treinta años de ceramista ya conoces todo acerca de la técnica. ¿Qué posibilidades hay de más búsqueda, de atender los accidentes?

-Treinta años parece poco tiempo y los accidentes suceden en un proceso inagotable. Es imposible saberlo todo y me declaro ignorante sobre muchas cosas de la alta temperatura. Quienes conocen todas las cuestiones de la alquimia establecen un diálogo de sordos. Me ha sucedido que si un científico me plantea una pregunta, usualmente no puedo responder, y a la inversa, cuando él responde a las mías no me dice mucho. Es increíble que un arte realizado durante 20 mil años por la humanidad, sea una rama abierta, de la cual se ignora mucho.

-Entre el impulso y la racionalidad, ¿qué pesa más en ti?

-Supongo que las dos. Para una vasija parto de una idea, a veces vaga y otras definida, pero su ejecución sucede en un tiempo, durante el que procuro tener la libertad para lo que se me antoje. Generalmente cuando se consigue la ejecución de la idea original, sin modificaciones, algo le falta. Entiendo el aliento que te da una sorpresa -la misma que puede sentir el espectador- como el resultado del asombro que le otorgó el creador durante la hechura.

-Has hablado de los accidentes afortunados que se convierten en hallazgos. ¿Guardas secretos como ceramista?

-No. Probablemente esté equivocado, pero creo en la necesidad de transmitir todo lo que podría entenderse como secreto, ya sea a un amigo, a un joven aprendiz o a alguien que quizás lo copie. No importa. Me parece una actitud saludable desprenderse de secretos, de modo que se pueda seguir caminando ligero. Dejarlos irse con quien quiera utilizarlos es una manera de estar abierto y de tener espacio en la mente para que aparezca lo nuevo. El que guarda secretos tiene miedo de no seguir encontrando. Finalmente lo que hago no es la búsqueda del artificio sino un diálogo, un juego, algo que hable de la plasticidad de la arcilla y la deje manifestarse.

Así cierra Gustavo Pérez, un hombre que, como bien dice Sergio Pitol,* ``vendió para siempre su alma al barro'' siguiendo la premisa de aquel antiguo proverbio japonés: ``sigue el camino del agua'', que Alfonso Colorado nos recuerda como el proceso que da origen a la obra de este artista que nos ayuda a sentir e imaginar.

* Sergio Pitol y Alfonso Colorado escriben los textos del catálogo editado con motivo de la exposición que se mantendrá abierta hasta el 13 de febrero de 2000 en la Sala Antonieta Rivas Mercado del Museo de Arte Moderno, en Chapultepec.