La Jornada Semanal, 16 de enero de 2000



Vladimir Nabokov

La metamorfosis de las mariposas

En este par de curiosos textos de Nabokov podemos apreciar tanto la capacidad del escritor políglota para transformar en literatura cualquier tema que aborda (de pronto somos la mariposa enclaustrada en la piel de la oruga, sintiendo ``comezones insoportables'', o la mariposa que sueña ser un filósofo), como la poética mirada del entomólogo que registra las ninfas del lepidóptero, cuya húmeda metamorfosis parece anunciar la eclosión de la nínfula más célebre de la literatura: Lolita.

Nabokov fue un prodigioso ilusionista. Juegos de palabras, deslizamientos del sentido, trampas que hacen pasar de una lengua a otra, esencialmente del inglés al ruso. Su obra está poblada de milagros que se ocultan sin cesar al lector cuando al fin cree tenerlos. No por nada este entomólogo apasionado meditó sobre la metamorfosis de las mariposas. En su vida como en su obra, Nabokov se aplicó a ser múltiple: Dandy, tenista emérito, profesional del ajedrez, crucigramista, los nombres de su cotidianidad sorprenden por su multiplicidad. Fue novelista, pero también poeta y crítico. Para el centenario de su nacimiento hay que intentar delimitar a este ``diablo'' de autor.

El siguiente texto es un fragmento redactado por Nabokov para uno de los famosos cursos que impartió en Cornell y en Wellesley, entre 1940 y 1950. El curso, que debía tratar sobre El extraño caso del Doctor Jekyll y de Mister Hyde, de Robert Louis Stevenson, jamás fue impartido y permaneció inédito hasta ahora.

Había un filósofo chino que toda su vida se preguntó si era un filósofo chino que soñaba que era una mariposa, o una mariposa que soñaba que era un filósofo.

La metamorfosis... La metamorfosis es una cosa extraordinaria... Pienso en particular en la metamorfosis de las mariposas. Aunque sea maravilloso observarla, la transformación de la larva en crisálida, o de la crisálida en mariposaÊno es una operación particularmente agradable para el sujeto que la sufre. Siempre llega un momento difícil en que la oruga se siente invadida por un extraño malestar. Es la sensación de estar apretujado, ahí, al nivel del cuello y más allá; además de las comezones insoportables. Está claro que ella ha mudado varias veces, pero aquello no era nada comparado con el cosquilleo y el hormigueo que resiente ahora. Ella debe quitarse de encima esta piel seca y demasiado estrecha o bien, morir. Usted lo ha adivinado, la coraza de una crisálida está en formación bajo esta piel y ¡qué incomodidad llevar su coraza bajo la piel! Hablo aquí especialmente de las mariposas dotadas de una ninfa dorada, cincelada, que se cuelga en pleno aire de un apoyo.

La sensación se vuelve tan horrible que la oruga debe hacer algo. Ella parte de la búsqueda de un lugar adecuado. Ella lo ha encontrado: trepa a un muro o a un tronco, se fabrica un pequeño tapón de hilo de seda que pega a su vara por debajo, se engancha por la extremidad de su cola o sus últimas patas traseras, de manera de colgar con la cabeza abajo como un punto de interrogación al revés; y ahí, una cuestión se plantea: ¿cómo va a liberarse de su piel? Una contorsión, otra... y la piel se raja de un golpe a todo lo largo del lomo; he aquí a la oruga que se deshace poco a poco moviendo el lomo y las ancas como se quita uno un vestido ajustado. Luego es el momento más crítico -debemos imaginarnos colgados, compréndase bien, de nuestro último par de patas traseras y el problema consiste en evacuar la piel enteramente, incluyendo la de estas dos patas por las cuales estamos colgados- pero, ¿cómo no caer durante la operación?

¿Qué hace entonces este pequeño animal valeroso y obstinado, ya liberado a medias? Muy meticulosamente comienza a liberar sus patas traseras desprendiéndolas del tapón de seda al que está pegada al revés; luego, con una sacudida y una torsión admirables, completa una suerte de brinco que la hace despegarse del tapón, al mismo tiempo que proyecta un último chorro de hilo de seda y enseguida, en el mismo movimiento, se sujeta de nuevo por medio de un gancho colocado debajo de la piel, desde ahora abandonada, a la extremidad de su cuerpo. Ahora ella ha perdido, gracias a Dios, toda su piel y la superficie desnuda, dura y reluciente, es la ninfa, una especie de bebé en pañales enganchado a su ramita; y es muy bella esta crisálida, toda tachonada de oro, con sus élitros blindados. Entonces comienza una fase que dura desde algunos días hasta algunos años. Yo recuerdo haber conservado en un frasco, en mi infancia, una ninfa de esfinge, durante unos siete años, lo que significa que la cosa permaneció dormida durante todos mis estudios secundarios; acabó por nacer, pero, desgraciadamente, eso se produjo durante un viaje en tren, un bonito ejemplo de irreflexión, después de todo ese tiempo. Pero retornemos a nuestra ninfa de mariposa.

Alrededor de dos o tres semanas después, algo comienza a producirse; la ninfa está suspendida absolutamente inmóvil, pero un día se advierte un cambio: a través de los élitros, que son muchas veces más pequeños que las alas del insecto maduro, bajo la textura córnea de cada uno de ellos se transparentan las líneas en miniatura del ala venidera, el adorable rubor del fondo, un esbozo de ribete negro, un ocelo rudimentario. Un día o dos más y la metamorfosis final tiene lugar. La ninfa se abre paso como la oruga se había liberado, en la gloria de una última muda, y la mariposa se desliza al exterior y se cuelga a su vez a la ramita para secarse. No es muy bella al principio, toda húmeda y arrugada, pero estos accesorios flojos que ella ha liberado comienzan pronto a secarse, a crecer, sus venillas se ramifican y endurecen; no se necesitan más de veinte minutos para que la mariposa esté lista para volar.

(...) Ustedes van a preguntar: ¿qué se siente al momento de la eclosión? Hay, seguramente, un arrebato de pánico que sube a la cabeza, una extraña excitación que provoca sofoco, pero enseguida los ojos se abren y ven, y en un flujo de luz la mariposa ve el mundo, ve la cara enorme y terrible del entomólogo boquiabierto.

Pasemos ahora a la transformación de Jekyll en Hyde.

Un sueño de mariposa

Este texto inédito está tomado de un diario que llevaba Nabokov, donde anotaba sus sueños.

El 23 de noviembre de 1964, 6h45: fin de un largo ``sueño de mariposa'' que comenzó cuando volví a dormirme después de haber despertado para nada una primera vez a las 6h15.

Me encuentro (¿subí ahí en funicular?) sobre el terreno de almacenamiento de una corta del bosque (¿en Suiza?, ¿en España?) pero para llegar debo atravesar el vestíbulo de un gran hotel peripuesto. Muy alerta, muy delgado, vestido de blanco, camino los escalones detrás del hotel y me encuentro sobre la orilla pantanosa de un lago. Había masas de flores del pantano, una tierra rica, colorada, soleada, pero ni una sola mariposa ([¿sensación?] familiar en sueños). Tengo, en lugar de una red, una enorme cuchara; no llego a entender cómo pude olvidar mi red y tomar este objeto en su lugar; me pregunto cómo voy a hacer para atrapar algo con eso. Advierto, a mi derecha, una especie de buzón, abierto, pleno de mariposas que han sido atrapadas por alguien y abandonadas ahí. Hay una viva -un maravilloso espécimen atípico de Argynne nacarado, con las alas exageradamente largas, en un fondo verde y un pardo de un extraordinario matiz jaspeado. El me mira, agonizando en plena conciencia, mientras que yo trato de matarlo aplastando su espeso tórax-; tiene la vida muy dura. Para terminar, lo deslizo en un viejo estuche de cuero rojo con cierre. Luego tomo conciencia que durante todo este tiempo, un hombre disimulado no se sabe cómo, ha permanecido sentado al lado mío, a la izquierda, delante de la caja que contiene las mariposas; prepara una lámina para el microscopio. Nos hablamos en inglés, él es el propietario de las mariposas. Yo estoy muy incómodo, le propongo devolverle la nacarada, él rehúsa cortésmente, a regañadientes.

Tomado de Magazine Litteraire

Nota y traducción del francés de Gerardo Rodríguez V.