La Jornada Semanal, 23 de enero del 2000


(h)ojeadas


El amor no concedido

Juan Antonio Masoliver Rodenas

Rosa Regás,
Luna lunera,
Plaza & Janés,
Barcelona, 1999.

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Como antes María Zambrano o Rosa Chacel y, en Cataluña, Mercé Rodoreda, Rosa Regás ha sido, desde sus años universitarios, una figura literaria. A diferencia de las mencionadas escritoras, lo ha sido ya antes de publicar ningún libro. Hija del hombre de teatro Xavier Regás y hermana de Oriol, el promotor de Boccaccio, lugar de encuentro de la gauche divine, con Carlos Barral a la cabeza, creadora de la colección literaria ``La Gaya Ciencia'', que publicó a algunos de los escritores que mejor representan, en la época de los sesenta y los setenta, el surgimiento de una nueva narrativa (Benet y, tras él, Javier Marías o Alvaro Pombo), Rosa Regás, nacida en Barcelona en 1933, no publicó su primera novela, Memorias de Almator, hasta 1993 y su consagración literaria no llegó hasta 1994, fecha en que obtuvo el más prestigioso premio literario español de la posguerra, el Nadal, con su novela Azul. A esta novela siguieron la colección de artículos Canciones de amor y de batalla (1995) y Más canciones (1998), el libro de viajes A la luz del Cham (1995), la colección de relatos Pobre corazón (1996), los diversos textos reunidos en Desde el mar (1997), y el libro de carácter memorialista Sangre de mi sangre (1998). Desde 1983 hasta 1994 trabajó como traductora en Naciones Unidas, especialmente en Ginebra, donde escribió su primer libro, una peculiar guía de viajes -Ginebra (1989)-, y de 1994 a 1998 fue directora del Ateneo Americano de la Casa de América de Madrid. Sus colaboraciones periódicas en publicaciones como La Vanguardia de Barcelona o El País de Madrid son otra expresión de su desbordante energía.

Desbordante energía como promotora,Êcontrolada energía como creadora. No sorprende tanto que Rosa Regás no haya publicado su primera novela hasta cumplidos los sesenta años, como que cada nueva propuesta representa una superación de las anteriores. Luna lunera no es sólo su mejor novela, sino que representa un admirable ejemplo de cómo una escritura de carácter intimista y memorialista puede edificarse sobre una base de carácter histórico y social.

Luna lunera está narrada en primera persona y es fácil ver la identificación entre la protagonista y la escritora. No porque Rosa Regás tenga el menor interés por contarnos su vida, sino porque le interesa contar el torbellino interior que se agitaba en todos aquellos que sufrieron la educación de la burguesía catalana durante la posguerra. Una posguerra que significa no el intento por superar la destrucción provocada por la guerra civil, sino la pervivencia del espíritu bélico y fratricida y de todos los prejuicios que llevaron a la contienda. Asimismo, la irreconciliable división entre la arrogancia de los vencedores y el oprobio de los vencidos cuando, en palabras de Jaime Gil de Biedma, coetáneo de Rosa Regás, ``Media España ocupaba España entera/ con la vulgaridad, con el desprecio/ capaz de que es capaz frente al vencido/ un intratable pueblo de cabreros''.

Aquí no estamos ante pastores de cabras sino ante una burguesía adinerada y ferozmente dividida en dos bandos: el de los conservadores, que acaban por identificarse con la Iglesia y con el franquismo, y el de los progresistas, fieles al espíritu de la Segunda República. No nos encontramos tanto ante el retrato de una sociedad, como ante una familia a través de cuyasÊconductas se refleja la sociedad española a lo largo de medio siglo. El presente absoluto no es el de la narradora en el momento en que escribe el libro. Para sumergirnos en la atmósfera de la época, se evita este distanciamiento. El libro se abre con la agonía del abuelo en abril de 1995 y se irá reconstruyendo la historia familiar que conduce a este instante, la muerte de Pius Vidal Armengol, que coincide con los veinticinco años de paz celebrados por el franquismo para enmascarar la persistente represión. La agonía de un individuo expresa, pues, el principio de la agonía de una sociedad. También el sufrimiento individual de todos los que vivieron esta época.

Luna lunera es, en sus momentos más felices, una evocación, lo que permite intensificar el aspecto afectivo y sentimental expresado como un leitmotiv a través de la canción que canta la misteriosa María, luna lunera cascabelera, ve y dile a mi amorcito por Dios que me quiera, una canción en boga en los años cuarenta, la década en que transcurre esencialmente la narración. Esta distancia permite, asimismo, la idealización de los padres, lo que de otro modo podría parecer una debilidad narrativa.

Sin embargo, hay aquí poco espacio para la evocación. Lo que domina es la reconstrucción: del pasado político del abuelo, desde que amasó su fortuna hasta su participación en la Liga y su posterior nacionalismo, expresión del cauto o astuto oportunismo de la alta burguesía catalana; de los años de la guerra, que vieron la división de la familia y el azaroso destino de la narradora y sus hermanos; finalmente, de la década de los cuarenta, dominados todos por la figura autoritaria del abuelo que no es sino expresión del autoritarismo que se respiraba en Cataluña y en el resto del país.

De Cataluña porque esta es una novela barcelonesa, de acuerdo con una tradición que se inicia en 1944 con Nada de Carmen Laforet y que se prolonga con Ana María Matute, Juan Goytisolo, Juan Marsé, etcétera. Novela en blanco y negro, como las fotografías de la época, porque el país sólo admite dos colores: el blanco de la pureza, aquí de los niños y de parte del servicio, y el dominante negro de la sordidez social y del oscurantismo moral. Los espacios son dos: Barcelona y Tiana. Los espacios centrales de Barcelona son la casa del abuelo, la misteriosa del tío Juan en el Paseo de Colón, el Palacio de la Música, la basílica de Santa María del Mar o el manicomio de San Andrés, el internado, el orfelinato o la correccional... Verdaderos espacios de opresión. Por lo demás, apenas si hay descripciones: interesa más lo vivido que lo visto. Dentro de la casa del abuelo dominan sus aposentos y su cama, así como el planchador y la cocina, donde encontramos a la servidumbre, que desempeña un papel muy importante en la novela, como rica expresión de afectos y, sobre todo, como núcleo de las distintas versiones que se añaden al relato de la narradora. Por su parte, la casa de Tiana, en el Maresme, se va acercando cada vez más a un convento, con una ``estética del arrepentimiento'' pues el abuelo, que antes de la guerra ni siquiera iba a misa los domingos, ahora se vuelca a las prácticas religiosas y se rodea de eclesiásticos, el abad de Montserrat a la cabeza.

El hilo argumental gira en torno a la separación y al exilio de los padres y a la patria potestad que ejerce el abuelo sobre los niños, que viven en un verdadero régimen de terror. Se trata, pues, de la historia de una familia a través de tres generaciones. El abuelo deforma, para mejorarlo, el pasado de los escasos seres a los que quiere y se ensaña sádicamente con los que odia, como a su hijo Manuel, padre de la narradora, y a su nuera, misteriosa y callada presencia. Pero es muy distinto con el abuelo y con el no menos misterioso Santiago, uno de los personajes más logrados.

Uno de los grandes aciertos de esta novela de víctimas y verdugos es que Rosa Regás ha sabido resaltar con enorme fuerza narrativa unas características que van más allá de cualquier propuesta moral sin por ello negarla. La compleja personalidad del abuelo, sus contradicciones, su obsesión por la santidad, su crueldad, su mezquina religiosidad y, sobre todo, su ira y su sadismo lo convierten en una poderosa figura trágica. Por su parte, el sentimiento de rebeldía de los nietos, su orfandad, la acumulación de expulsiones y desgracias, los profundos traumas, la sensación de vivir simultáneamente en una cárcel y en el exilio dan a los personajes de los padres, los niños y los tíos una profunda fuerza dramática. Finalmente, a través de los numerosos criados tenemos un retrato de la vida cotidiana, de humor y de afecto, un tono costumbrista que da a la novela una poderosa carga de nostalgia: la nostalgia de la normalidad.

Como muchos de los escritores aquí mencionados, Rosa Regás es una escritora catalana que escribe en castellano. Como catalana, desmitifica a una burguesía que ha querido verse liberal o progresista y que en realidad, por miedo, por intereses económicos y por instinto de conservación ha pactado con el franquismo. Se añade así un nuevo ingrediente, el paródico, que paradójicamente permite recuperar la fidelidad histórica. Añado, como último ingrediente, el de la textualidad, que aumenta la vitalidad del relato y, asimismo, contribuye a eliminar todo residuo de moralismo o de demagogia. Los recuerdos nítidos se confunden con los más oscuros, son muchos los secretos y las cosas que se callan y, cuando se cuentan, son versiones contradictorias. ``Todo lo que supimos de aquella época se iba conformando como una mezcla entre lo que recuperábamos a la memoria y las versiones contradictorias y confusas de las mujeres de la cocina.'' Luna lunera se presenta, pues, no sólo como testimonio de una época siniestra, sino también como un intento de ``arrancar a la oscura memoria los rostros que nos arroparon durante un periodo del que apenas si teníamos conciencia''.



n o v e l a


El mariachi que somos

Miguel Angel Echegaray



Antonio Marimón,
Mis voces cantando,
Editorial Era,
México, 1999.

A Antonio Marimón no le alcanzó la vida para ver publicados sus tres últimos libros: un volumen que recoge su obra periodística y dos piezas de narrativa a las que todavía no se ha prestado la suficiente atención. Aquí llega el sol, intensa y bien construida, es la novela que él consideró como su creación más entrañable y, en cierto sentido, también la más literaria. Tardó mucho tiempo en decidirse a publicarla. El manuscrito pasó por manos y ojos distintos, no buscando su aprobación, sino para compartirlo por anticipado con los amigos, como se comparte la explicación sobre el funcionamiento de un artefacto. La idea de que la locura es una literatura, y de que, a su vez, ésta puede ser el origen de un trastorno mental, la hacen una narración excitante. Por fin, el año pasado, el libro salió a la luz.

Marimón escribía desde los límites del periodismo, la poesía, el ensayo y la narrativa. Trasvasaba los géneros y los tonos, pero no se conformaba con ello, sino que más bien buscaba fusionarlos, y es en Mis voces cantando en donde acentúa y completa esa fusión.

Movido por la curiosidad, frecuentó muchas veces la Plaza Garibaldi. Armado con su grabadora, se internaba en las cantinas y los antros más connotados. Sufría una rara fascinación al visitar ese pequeño reino de la euforia y la decepción. Entrevistó a una gran cantidad de músicos, cantantes, parroquianos y encueratrices para rascar en sus entrañas. Creo que al principio deseaba comprobar si era ciertoÊaquello de que todo mexicano lleva dentro un charro sentimental, como muchos lo creen. Marimón estuvo lejos de comportarse como un turista de los muchos que asolan Garibaldi, y que según apunta Carlos Monsiváis, ``es muy divertido ver cómo se transforman instantáneamente en mexicanos''. Inquisitivo, Marimón descreía de las identidades y de los símbolos que desean coagularlas.

Como estudiante de la carrera de letras modernas, en Argentina, Antonio Marimón asimiló muy bien las teorías e interpretaciones sobre las vanguardias literarias. Por eso su escritura está precedida de puntos de vista metaliterarios y discusiones sobre el porvenir de la literatura. Luego, con su incorporación al periodismo, agudizó todavía más su ejercicio de la escritura. Mis voces cantando mantiene, no sin tensión, tres planos: un reportaje sobre la Plaza Garibaldi como tema principal; un monólogo, el de Rubén Muñiz, en el que su identidad, ambigua y compleja, oscila entre su origen argentino y su existencia mexicana, además de citar la bitácora de su enfermedad mortal. La tercera de las historias enhebradas recoge voces anónimas y el habla de los cuerpos femeninos que, en público, amamantan la lujuria de los garibaldinos.

Es un lugar común decir que cualquier novela incorpora siempre algo de la vida privada de su autor. En el caso de Mis voces cantando, la biografía de los últimos años de Antonio Marimón se ha volcado en ella. Ahí está su propia experiencia del exilio político y las dudas sobre su argentinidad. Está también el doloroso descubrimiento y el avance incontenible del cáncer que lo llevó a la tumba. Se encuentra, además, el hecho de saberse rodeado de símbolos para glorificar pasiones y tristezas, como si la existencia fuera un interminable son de mariachi.



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La literatura como conjuro

Rosa Aurora Chávez



Laura Restrepo,
La novia oscura,
Grupo Editorial Norma,
Colombia, 1999.

Laura Restrepo, escritora y periodista colombiana, presentó hace poco su más reciente novela: La novia oscura. La historia transcurre en una zona petrolera, zona de inmensa riqueza en recursos naturales y pobreza extrema entre sus habitantes. Un lugar común en Latinoamérica. En La novia oscura se condensan las transformaciones que han ocurrido en Colombia a lo largo de los últimos años. Recrea ``un mundo de representaciones donde cada persona se acerca o se aleja de su propio personaje'' y la autora misma fluye dentro del relato, es la voz que describe y narra, la voz que encarna las otras voces y las hace personas. Pero también es un personaje del relato, en el que da vida a la periodista que descubre los indicios de una historia que desentierra en fragmentos; con esa labor de reconstrucción la rescata del silencio y del olvido, pero mientras escribe el relato, éste deja de pertenecer a sus protagonistas para convertirse por completo en literatura. La ficción se entreteje con la realidad y es difícil precisar dónde termina una y empieza otra. Laura Restrepo sabe notar las coincidencias sutiles y las concordancias que son, entre otras cosas, punto de partida para una creación no sólo estética sino también capaz de revelar algo.

Laura Restrepo abre la noche de par en par y sucede el milagro. Luces de colores iluminan La Catunga, el barrio de las mujeres. Los peludos llegarán de un momento a otro: son hombres bañados y perfumados, petroleros que han trabajado y reunido su dinero durante un mes, anhelando una noche de amor. Amor casual, como todo amor. ``Ellos pagan por sentir y nosotras cobramos por no sentir.'' Los cuerpos se encuentran en un ritual de dolor o de goce, y es una historia que se repite en todas las zonas de extracción de combustible: los petroleros y las mujeres de la vida con el cuerpo dividido en dos; dueñas de él de la cintura para arriba, públicas de la cintura para abajo; mujeres de la vida triste que no encontraron otra opción de vida y muerte más que la prostitución, supurando culpa y pus entre las piernas. Entre ellas, hay alguna que eligió ser cortesana por puritito placer, convencida de que por ello su alma será juzgada algún día. Los años transcurrieron así hasta que llegó la niña. La niña que quería ser puta. La niña sin pasado y sin nombre. Altanera y desprotegida, la que vive en las calles con la greña enmarañada, la que sabe escuchar la música ancestral de las estrellas, la que platica con el Cristo del corazón arrancado en un lenguaje propio. En ella se inspiró Rubén Darío cuando escribió sus versos. El niño la encuentra, la conduce al café más famoso de la zona y recibe siete monedas con el grabado de un indio narizón a cambio. El niño de los remordimientos juega con ella, juegan a que huyen entre la selva, imaginan que emprenden viajes fantásticos; ella lo nombra caballero de la orden del diamante y por un momento él deja de ser el hijo de los callejones, el pecado original encarnado, el hijo bastardo al cual los frailes bautizan para recordarle su culpa por haber nacido. Llegado el día en el que las ropas se tiñen de sangre, la niña se descubre flor y semilla de durazno. Niña de las entrañas dolientes. Irrumpe la hora de crecer, de ser puta -o de ser petrolero. De la niña emerge Sayonara, ``asombrosa, hecha de asombro y de sombra, con su nombre cargado de adioses''. Sayonara es la corporalidad del deseo colectivo. Trasciende su destino natural como mujer de sangre indígena en un lugar donde las indias pipatonas ocupan el último lugar en la escala social y se entregan al lucro del cuerpo en una choza de paja y tierra, con foco blanco en la puerta, para poder alimentar a sus muchos hijos, donde sólo las francesas y las italianas dejadas en América por algún amor son las que pueden acceder a un cobro mayor y a ostentar alguno de los colores del semáforo en la puerta. Sayonara es la diosa viva, la diva que elige a sus amantes, la única con bombilla de luz violeta en medio de la oscuridad. Su cadenciosa danza la ensimisma en un mundo que ella misma creó, misteriosa y esquiva hasta una noche en que conoce el amor de Payanés. Descubre entonces el placer de compartir el cuerpo con quien se ama y se permite sentir lo que nunca había sentido. Ambos se juran fidelidad eterna efectiva el último viernes de cada mes. Esperan encontrarse a orillas del río, ese mismo río por el cual bajan los cadáveres hinchados y desconocidos en medio de un horror cotidiano.

En el caudal de la novela se desarrollan, con impecable trazo, la historia de la huelga aplastada por el poder económico; los contrastes de una sociedad en la cual ser esposa no resulta menos duro y cruel que ser puta; el horror del niño frente a la muerte violenta de sus padres (a partir de ese punto, queda reducido a la mitad o se ve forzado a resurgir aún más entero). El texto avanza. Laura Restrepo lo conduce. Nos encontramos avanzando en él, reconocemos en la Catunga a nuestro propio pueblo y descubrimos que somos nosotros mismos los que tenemos las entrañas dolientes.

A lo largo del texto el fuego es un elemento recurrente: fuego sagrado que se obtiene de la entrepierna para cocinar alimentos con sabor a embrujo; fuego de la hechicera india que sabe encender el pabilo del hombre; fuego de autoinmolación. Laura Restrepo también es la bruja que usa el fuego para escribir, sus palabras bailan y nos revelan que la literatura es una modalidad del conjuro que puede revelar claves secretas.



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1877 es hoy

Roger Vilar



Jesús Moncada,
Memoria estremecida,
Anagrama,
Barcelona, 1996.

La lectura de la novela Memoria estremecida del autor catalán Jesús Moncada deja la sensación de haber hurgado en viejos archivos, en papeles amarillos y polvorientos, de los que cae, casi por accidente, un hecho ya olvidadoÊde la España del siglo XIX: la ejecución de cuatro habitantes del pequeño pueblo de Mequinenza que han cometido un delito. Asaltaron y mataron a un recaudador de impuestos, a los guardias civiles que lo acompañaban y a un mequinenzano que también iba en la comitiva, hecho que por ser análogo a otros miles en el mundo, por no estar relacionado con acontecimientos históricos relevantes, y por el lapso que nos separa del mismo, pudiera parecer a primera vista un material poco redituable para una historia literaria que no quiera convertirse en una novela de costumbres.

Sin embargo, la ejecución de los homicidas, lentamente, en una sucesión incontenible de recuerdos mutilados por el olvido, se va corporizando, se sacude el polvo de las décadas, y despliega sus connotaciones trágicas en los personajes de Memoria estremecida, los hace girar obsesivamente alrededor del hecho sangriento hasta que éste se convierte en el drama de cada habitante de Mequinenza.

La vivencia temporal de los odios, tensiones de poder, amores y venganzas que convergen en la ejecución, no se queda congelada en el siglo XIX. El autor consigue detonar el acontecimiento de tal manera que el mismo se universaliza, se expande en el tiempo, se actualiza, logrando que nos sintamos contemporáneos de los sentenciados a muerte, los cuales, aunque culpables, han sido víctimas de un proceso penal irregular.

Este efecto de vigencia, más una atmósfera de suspenso e intriga que crece página tras página, Jesús Moncada lo consigue mediante un hábil manejo de los recursos narrativos. El autor catalán emplea dos tipos de narradores. El primero se manifiesta en una focalización interna de los hechos, que adquiere forma por medio de una voz en tercera persona (discurso indirecto libre), la cual jamás se torna omnisciente sino al contrario, nunca sabe más que los protagonistas y se adhiere tanto al fluir de la conciencia de cada personaje que incluso nos introduce en el laberinto de sus olvidos, mentiras o limitaciones informativas. Un personaje que ejemplifica muy bien el uso de esta focalización interna con discurso indirecto libre es Marta Rius, madre de Simó Juneda, uno de los sentenciados a muerte. Esta mujer, postrada en su cama, se ve obligada a adivinar lo que va sucediendo a través de voces que le llegan de la calle, silencios largos, insultos cuyo motivo no comprende bien, o gestos de los otros, cargados de significaciones imprecisas.

El otro tipo de narrador empleado por Jesús Moncada se proyecta desde dos personajes que no estuvieron implicados en la trama sangrienta que sacudió a Mequinenza: Armau de Roda y su hija Palmira, descendientes de Ulises, un impresor que fue testigo de los hechos ocurridos en dicho pueblo en 1877. Este narrador realiza una focalización externa de los eventos mediante cartas (que en el libro se presentan como enviadas al propio Jesús Moncada) en las cuales da muestras de tener un conocimiento totalizador del suceso que se narra, llegando incluso a corregir olvidos o falsas versiones que van dando los personajes acerca del asalto al recaudador de impuestos, captura de los homicidas y su posterior ejecución. Gracias a este narrador nos enteramos de que el vórtice a partir del cual se puede edificar la historia es una relación de los hechos redactada por el escribano Agustí Montolí, también participante de la historia de 1877, documento que habría sido entregado por Arnau de Roda a Jesús Moncada convirtiendo así al autor en un personaje más de la novela.

La intención de Jesús Moncada de hacer vigentes los hechos de 1877, de contar cómo la memoria puede estremecer el presente, es tan marcada que el narrador en primera persona con focalización externa (Arnau-Palmira) se transforma en un narrador con focalización interna, pues padre e hija se involucran en la historia y empiezan a perder el conocimiento totalizador de lo que está pasando: reciben insultos por teléfono de supuestos descendientes de los protagonistas de 1877, pero ya no pueden establecer las identidades de los agresores, ni explicar con exactitud los motivos que los impulsan. Arnau y Palmira sólo alcanzan a conjeturar que estos descendientes de los personajes de la trama desarrollada en 1877 desean impedir que la ejecución de los homicidas sea novelada por Jesús Moncada.



FICHERO

Antología

Erase una vez en el D.F. Crónicas, testimonios, entrevistas y relatos urbanos de fin de milenio, Carlos Martínez Rentería (compilador), Tu ciudad, Gobierno del Distrito Federal, México, 1999, 223 pp.

Entrevistas

Testigos de nuestro tiempo. Diálogos con personajes de hoy, Ana Cruz, Col. Tezontle, Canal 22/Conaculta/FCE, México, 1999, 301 pp.

Ensayo (político)

Asilo diplomático mexicano en el cono sur, coordinadoras: Silvia Dutrénit Bielous y Guadalupe Rodríguez de Ita, Secretaría de Relaciones Exteriores/Instituto Mora, México, 1999, 157 pp.

El norte de México y Texas (1848-1880), Mario Cerutti y Miguel A. González Quiroga, Instituto Mora, México, 1999, 190 pp.

Las enseñanzas del profesor. Indagación de Carlos Hank González, José Martínez, Col. Tiempo de México. El dedo en la llaga, Editorial Océano, México, 1999, 314 pp.

Ensayo (sociológico)

Las industrias culturales en la integración latinoamericana, Néstor García Canclini y Carlos Juan Moneta (coordinadores), UNESCO/Grijalbo/Sela, México, 1999, 398 pp.

Memoria

Memoria. 60 años de la ENAH, Eyra Cárdenas Barahona (coordinadora), Instituto Nacional de Antropología e Historia/Escuela Nacional de Antropología

e Historia, México, 1999, 484 pp.

Narrativa

China para hipocondríacos. De Nanjing a Kunming, José Ovejero, Col. Biblioteca grandes viajeros, Ediciones B, Barcelona, España, 1998, 300 pp.

Hannibal, Thomas Harris, traducción de José Antonio Soriano, Grijalbo Mondadori, Barcelona, España, 1999, 558 pp.

La cochinilla y otras ficciones breves, Guillermo Samperio, prólogo de Hernán Lara Zavala, Col. Confabuladores, UNAM, México, 1999, 203 pp.

Mujeres que corren con los lobos. Mitos y cuentos del arquetipo de la mujer salvaje, Clarissa Pinkola Estés, trad. María Antonia Menini, Col. Sine Qua Non, Ediciones B/Grupo Zeta, Barcelona, España, 1998, 403 pp.

Vida y milagros, Héctor Anaya, novela teatral, Nueva Imagen, México, 1999, 198 pp.

Poesía

Capricho mexicano, Lourdes Sánchez Duarte, Col. Autores del 2000, Tintanueva Ediciones, México, 1999, 191 pp.

Nueva poesía latinoamericana, prólogo y selección Miguel Angel Zapata, Col. Antologías Literarias del Siglo XX, núm. 3, UNAM/Universidad Veracruzana, México, 1999, 732 pp.

Romancero finisecular y otros poemas, Carlos Enrique Guzmán Hernández, Serie José Yurrieta Valdés, Unversidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 32 pp.

Volver a las cosas, Raúl Renán, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 49 pp.

Revistas

Archipiélago, revista cultural de nuestra América, 4¼. aniversario, Alirio Liscano, Gustavo de Greiff, José Méndez Vall, Jorge Cervantes Castro, entre otros, México, 1999.

Arqueología Mexicana, enero-febrero 2000, núm. 41, Calendarios prehispánicos, Rafael Tena, Joyce Marcus, Felipe Solís, Manlio Barbosa Cano, entre otros. México, 80 pp.

Casa del tiempo, núm. 11-12, diciembre 1999-enero 2000, Sergio Pérez Cortés, Vladimir Nabokov, Luis Ignacio Sáinz, Gerardo de la Fuente Lora, entre otros, UAM, México, 104 pp.

Demos. Carta demográfica sobre México, núm. 12, José del Val, Rodolfo Corona V., José B. Morelos, Julio Boltvinik, Carlos Welti Chanes, entre otros, UNAM/Fondo de Población de las Naciones Unidas/INEGI, México, 1999, 43 pp.

Equis, cultura y sociedad, revista mensual, núm. 21, enero del 2000, textos de Juan Villoro, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Roberto Bolaño, Ricardo Pligia, entre otros, Ulises Ediciones, México, 88 pp.

Letras Libres, Historia del futuro: Mailer, Verne, Fukuyama, Hobsbawm, Silva-Herzog; Zaid, entre otros. México, 126 pp.

Los Universitarios, revista de la coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, núm.4, Constantino Cavafis, José Saramago, entre otros, Difusión Cultural UNAM, México, 46 pp.

Mala Vida, revista de literatura, núm. 19, otoño-invierno 1999-2000, Ricardo Garibay, Alan Sandova, entre otros, México, 26 pp.

Ventana interior, número 5, noviembre-diciembre 1999, V.M. González Esparza, J. C. Reyes Garza, C. Juárez Nieto, L. López M., entre otros, México, 40 pp.