La Jornada Semanal, 23 de enero del 2000


Fabrizio Mejía Madrid


TIEMPO FUERA


Cuidados intensivos

Acomodo la almohada, meto el hombro debajo de ella, me cercioro de que las puntas de mis pies no queden oprimidas por la tensión de la sábana, hago unas pruebas (de izquierda, boca arriba, con una pierna doblada, con el brazo fuera, con la nariz hacia la derecha), cierro los ojos y, en ese instante, comienzo a dudar de haber cerrado la puerta de la casa. Tras los párpados surgen las imágenes de encapuchados irrumpiendo en la sala (escucharon que no eché llave porque, claro, me han estado vigilando), salgo en calzones a enfrentarlos con un martillo enclenque y me disparan. ¿Cómo se sentirá una bala entrando al corazón? Así que salgo de debajo de las cobijas y voy hacia la puerta. Como siempre, está perfectamente cerrada, las cuatro chapas y la cadena. Veo por la mirilla la parte trasera del auto de los vecinos de enfrente, las escaleras y el pasillo. Se oyen los grillos.

Vuelvo a la cama. Se ha enfriado. No encuentro acomodo rápido. La colcha me hace cosquillas en una oreja. Me rasco desesperado. Tengo una flema. La combato y nada más cerrar los ojos viene a mi mente la idea de llamas en la biblioteca. No he apagado bien el último cigarro y éste ha prendido los alteros de papeles que se acumulan sobre la mesa como dunas entre los libros. Se incendia todo y yo, dormido, muero asfixiado por el bióxido de carbono en los pulmones. fumador descuidado muere mientras dormía, dirá la nota roja. Así que logro dejar el hueco caliente y voy a la biblioteca. Está oscura, como siempre. Palpo los cigarros con los dedos. Están apagados. Huelo mis dedos cenizos. Paso al baño a lavarme y, producto de mi educación conductista, echo una meada.

Vuelvo a la cama. Doy vueltas. Tantas, que la pijama se me tuerce: tengo los botones de enfrente en las costillas. Lo arreglo. Pierna doblada y lado derecho. Quizás me duermo unos segundos. Algo me despierta. Es la idea de que no he revisado las cerraduras de la puerta ni los cigarros de la biblioteca, sino que he soñado que lo hice. Hay delincuentes en la sala mientras se incendian mis libros. Me levanto angustiado. Camino por la casa en tinieblas y, tras revisar la puerta y los ceniceros, me pellizco. Es real. Estoy parado frente a la taza del baño con las manos mojadas. Voy de regreso a la recámara. Mientras busco las cobijas a ciegas surge un nuevo presagio: estallan los contactos de la luz. Se trata de una variación en el voltaje y sale humo de los enchufes. Los siguientes minutos observo el comportamiento de las clavijas en las salidas de electricidad. La vida de estos agujeros es aburrida. Bostezo y vuelvo a la cama.

La llave del baño está goteando allá en el baño, a diez kilómetros de mi almohada. No puedo dejarlo así. Me levanto y la cierro. Regreso con los pies helados de caminar sin pantuflas. Tengo ganas de orinar de nuevo. No puede ser. Debo aguantarme hasta mañana. Mañana voy, lo juro. dormido le explotan los riñones, dirá la nota roja. Orino una cantidad ridícula. Vuelvo. Las cobijas están echas un zarzal. Desde dentro trato de arreglarlas y termino embalsamado en un sarcófago. Tardo un rato más en liberarme. Meto el hombro bajo la almohada. Sale un suspiro de mi garganta. Dormiré como un cadáver.

De la mesa de noche emerge un ruido. No quiero abrir los ojos: debe ser una de esas enormes cucarachas del restorán de la esquina. Me topo con ellas a menudo. Está agazapada entre los libros de la mesa de noche. Quizás hasta haya comido un poco de Fonseca. Pero espera a que me duerma para meterse por mi oreja y habilitarse adentro una vivienda para su prole. O acaso avance y me coma el cerebro durante la noche. Me levantaré sin poder controlar el movimiento de mi cabeza, los ojos idos, con la lengua colgando y sin saber mi nombre. Enciendo la lámpara. Como siempre, es un papel celofán de la última cajetilla de cigarros. Se desenrolla espontáneamente. Levanto a Fonseca. No parece albergar ninguna cucaracha de gran tamaño, salvo, por supuesto, la foto del autor. Apago la luz. Me revuelvo un poco en la cama. ¿Y si en este instante está entrando por debajo de la puerta un ratón negro? Y me quedo dormido.

Al abrir los ojos me topo con una mujer rechoncha:

-¿Cómo se siente? -me está diciendo.

No puedo responder. Tengo un tubo en la boca. La miro. Está haciendo algo en la botella que cuelga de un perchero cuya sonda va a dar directamente a la vena de mi brazo.

-Ahora vuelvo -dice agitando el culo hecho bolas debajo de su uniforme blanco.

¿Qué fue?, me pregunto. ¿El disparo, el incendio, la cucaracha, los riñones?

Y me quedo dormido hasta que suena el despertador.