* Ceremonia solemne en Huixtán, Chiapas


Ordenan a 103 parejas de diáconos y 53 de prediáconos

* San Cristóbal, la mayor reserva espiritual indígena del mundo

Blanche Petrich, enviada, Huixtán, Chis. * Con la mayor solemnidad y estricto apego a los cánones vaticanos y al ritual romano, los obispos de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruiz y Raúl Vera, ordenaron el pasado 18 de enero a 103 diáconos indígenas y sus respectivas compañeras, y a 53 parejas de prediáconos. Al recibir el juramento de los nuevos clérigos, Ruiz García elevó una plegaria: "Pedimos a Dios que este árbol no sea lastimado". Y se refirió a "los tiempos de resistencia, anhelo de unidad y esperanza" que atraviesa la Iglesia chiapaneca.

Tzeltales y tzotziles en su mayoría, y algunos grupos de tojolabales, zoques, choles y mestizos, los nuevos diáconos culminaron así un proceso de formación que en algunos casos fue de hasta 15 años, el cual incluyó, además de los periodos de servicio comunitario y religioso en distintos cargos, una minuciosa preparación en los textos y contenidos de la fe católica.

Según clérigos presentes en la ceremonia, con ese acto la diócesis de San Cristóbal se convirtió en la sede que detenta el mayor número de diáconos indios en el mundo, con cerca de 400. En América Latina no son más de 100, y en el resto de México no han sido ordenados más de 10.

Según explicó el propio Samuel Ruiz durante la misa oficiada en el patio del convento de San Miguel Arcángel, de Huixtán -de 20 sacerdotes y seis horas de duración, con todos los ingredientes de la tradición maya sumados al ritual occidental- esa ordenación requirió mayores exigencias a las establecidas en los documentos del concilio y las reglas de las misiones, aplicadas para la ordenación de unos 310 diáconos ungidos con el cargo en el pasado.

Por decisión del obispo coadjutor Raúl Vera, durante meses cada pareja de candidatos al diaconado y prediaconado fue sometida a exámenes exhaustivos, con ayuda de cientos de agentes de pastoral y supervisión de cada parroquia. Con ello -dijo Samuel Ruiz-, "el hermano Raúl quiso agregar seriedad y fuerza, ya que en esta diócesis se va a necesitar en los momentos difíciles que vengan".

Al tomar su juramento, el tatik Samuel recomendó a los nuevos tunujeles (servidores) predicar a favor de la unidad de las comunidades heridas por la división: "Que el grupo mayor no venga a absorber al otro, sino que haya una unidad de todos en la propia comunidad, de tal suerte que haya diversidad, respeto y dignidad".

Asimismo, pidió incluir en la tarea evangelizadora a los miembros del Ejército: "Están enmedio de nosotros hermanos que dan su servicio en el Ejército, y no sólo deben ser atendidos cuando demandan un servicio, sino que tienen que recibir la palabra de Dios. De qué manera evangelizarlo, es un reto que tenemos aunque no sepamos todavía los caminos".

Sin referirse directamente a la resistencia que existe en la alta jerarquía vaticana al proceso de formar diáconos en la base de la feligresía católica de esta región predominantemente indígena, el obispo Ruiz afirmó que "los regalos de Dios no son un préstamo que se da por un rato y luego se quita. Son permanentes; esta es una ordenación para toda la vida en servicio de la comunidad". Agregó: "El sacramento del diaconado es una gracia que no termina allí sino que seguirá hasta que haya sacerdotes dentro de la propia comunidad".

En el mismo acto se dio posesión al Conejo Diaconal Diocesano, cuya función es coordinar la asamblea de diáconos y garantizar la continuidad de las tareas pastorales de la zona. Ese órgano incluye un Consejo Mayor y un Consejo Menor, integrados ambos por una veintena de seglares y religiosos de las zonas tzeltal, tzotzil, chol y selva.

 

Rito ancestral

 

Los ungidos en Huixtán fueron electos y ratificados por la asamblea de cada una de sus comunidades. Llegaron purificados por varios días de ayuno, según las costumbres antiguas.

Una valla -exposición de los más hermosos trajes regionales portados por seres macilentos, hambreados- esperaba a Samuel Ruiz desde la entrada del pueblo Samuel Ruiz liber— a las palomas que le entregaron como ofrenda n Foto: Rosaura Pozos hasta la parroquia. Varios centenares de comunidades estaban representadas allí con sus banderas, sus mayordomos y capitanes. La alfombra de juncia estaba dispuesta, como debe ser.

Cada pareja era escoltada por sus padrinos, los principales de la comunidad. Ellos llevaban los símbolos: bastón, cruz, Biblia, rosario, velo, cirios, estola; sus tesoros. Los acompañantes llevaban ramos y alcatraces. Eran miles, la reserva espiritual del Chiapas indio.

A cada fase de la ceremonia correspondía una música específica. Para empezar, el coro de caracoles (el jesuita Jerónimo Hernández tocaba uno) y cuernos de vaca. Se leyeron pasajes del Balún Canán en varias lenguas, incluido el castilla.

Pidió el tatik que unieran su corazón y su amor para despedir "el caminar en esta diócesis del hermano Raúl". Y el asignado obispo de Saltillo prometió: "Antes de que otro obispo venga aquí lo voy a ir a ver y le voy a decir: abre bien tus ojos y tus oídos, escucha a esta gente. Y vas a ser dichoso como yo lo he sido".

Ruiz se dirigió a los principales para preguntar si los candidatos al diaconado y prediaconado "son hermanos que se han distinguido por procurar la unidad". "Lo son", respondieron los ancianos. Luego preguntó a los aspirantes si se comprometían a dar consejo para el bien y la unidad.

Las mujeres de los tunujeles respondían yak (sí) a las preguntas del prelado: "ƑEstán dispuestas a seguir manteniendo la esperanza aun ante el acoso y la persecución? ƑA seguir manteniendo vivos los valores de la tradición y la comunidad?"

 

Tiempos de resistencia

 

Un grupo de seis principales (máxima autoridad político-religiosa de cada pueblo) pasó al frente. Las 13 candelas que representan los 13 días de la creación maya fueron encendidas.

Se preparó el tabaco verde molido que representa al hermano mayor, el bankilal, que da el buen consejo. Se esparció copal hacia los cuatro puntos cardinales y, dijo Samuel Ruiz, se pronunció "la oración que abarca a toda la Iglesia en estos tiempos de resistencia, por su anhelo de unidad y de esperanza". Fue en tzotzil la letanía, larga y con cadencias de cantos de otros siglos. De rodillas y con los ojos cerrados, los congregados hablaban con la divinidad en voz alta.

Al concluir, Ruiz invocó "al dios creador de los cuatro vientos, al espíritu de los huesos dormidos de nuestros abuelos mayas", a los santos del santoral y a los obispos "pasados" Oscar Arnulfo Romero, José Llaguno, Sergio Méndez Arceo, Bartolomé Carrasco y Leónidas Proaño.

Hecho lo anterior, un grupo de diaconisas veteranas pasó para incensar a quienes iban a ser ungidos "escuchando el llamado de Dios a través de los sueños", según puntualizó el obispo en alusión a la importancia que tiene el mundo onírico en estas culturas. Pronto una nube de copal entibió el aire frío. La marimba acompañó el rito.

Así fue como los obispos Ruiz y Vera bajaron del templete. Don Samuel lo hizo de un salto ágil. Jerónimo Hernández asistía a Ruiz. Mardonio Morales, el párroco de Bachajón, a Vera. Los acompañantes formados en las filas de atrás agitaban sus palmas y alcatraces. Arpa y guitarra de 10 cuerdas pusieron música al momento. Y uno por uno posaron sus manos sobre las cabezas de las parejas, los vistieron con sus ropajes simbólicos y los dotaron con el ministerio del diaconado, que les da derecho a oficiar sacramentos, casar, bautizar y asistir a los enfermos.

Con ello, les dijo Ruiz, reciben "un poder que no se ejerce para dominación sino para servicio, aun con su propia vida".

Fue el turno de las banderas. Suele ocurrir que al asumir un cargo en la comunidad alguna autoridad indígena opte por no recibir el espaldarazo de las banderas. Y es que el peso moral de ese gesto es enorme. Cada abanderado, mayordomo y capitán porta en su estandarte la soberanía de la comunidad. Por lo tanto, el roce de la "tela bendita" y los tres golpes de la cruz que corona cada bandera representan un mandato ante cada uno de sus integrantes. Así se hizo. Y los diáconos quedaron ungidos. Las campanas los saludaron.

Fueron ellos, por lo tanto, quienes en la eucaristía ofrecieron las hostias a la congregación. Y concluida la misa, fiesta, con globos de aire caliente, cohetes, pétalos de flor, tamales y atole.


* El uxorado, un debate abierto en el mundo maya


Un diácono soltero puede caer en el error: matrimonio tzeltal

* El celibato, hasta ahora, única forma de ejercer el sacerdocio

Blanche Petrich, enviada, Bachajón, Chis., 23 de enero * Jerónimo y Juanita Gómez llevan décadas de matrimonio, tienen hijos y nietos. Son los diáconos de la comunidad tzeltal Jetjá II, en el corazón del Bachajón. Son, además, del cuerpo de coordinadores de diáconos regionales, y a partir de ahora miembros del Consejo Diaconal Diocesano. Cuando ofician misa, ambos administran la eucaristía a los fieles.

"Nos eligió la comunidad porque piensa que valemos, que podemos dar consejo. Un diácono que fuera soltero, como tatik Samuel, no lo sentimos fuerte para este ministerio, puede caer en cualquier error".

El papel de la mujer diácono es dar la sal, llevar la tela, encender la vela. Si a la comunidad le gusta más la prédica de la señora que la de su esposo, se pide que sea ella la que "dé la palabra". Si una se queda viuda, conserva el cargo.

El tránsito natural de un diácono en su vocación religiosa sería el sacerdocio. Y esto abre desde el universo maya de Chiapas un debate mundial que el clero europeo y estadunidense ya agotó -y perdió- con los santos y célibes varones del Vaticano, en Roma: el uxorado, que quiere decir sacerdocio casado.

El jesuita Mardonio Morales, párroco de Bachajón -zona que ha sido el principal semillero de diáconos indios- opina que el sacerdocio en parejas "es un movimiento de fe. En el derecho canónigo existe el uxorado, sacerdocio femenino, en el rito oriental que se practica en Grecia y Rusia. El sacerdocio casado existe desde San Pedro. De hecho, el voto de castidad para el sacerdote fue impuesto 400 años después de Cristo; no es derecho divino".

Por su parte, el fraile dominico Gonzalo Ituarte se remite al origen de esta propuesta, originada en la construcción de lo que desde esta diócesis llaman "iglesia indígena".

Señala que "lo que le da identidad propia a esta iglesia es la liturgia y los ritos marcados desde las culturas propias de estos indígenas, con símbolos y ritos complementarios a los sacramentos. Esto incluye que se contemple el sacerdocio casado, desde su filosofía y su teología. Ya existe una teología india porque los indígenas reflexionan sobre su fe desde su cosmovisión, y no desde la concepción aristotélico-tomista o moderna occidental. Por eso la idea es permitir que los diáconos indígenas lleguen al sacerdocio para tener una iglesia plena, y eso implica tener su propia jerarquía".

-ƑEstá lejos de lograrse el sacerdocio indígena?

-Sí, porque la Iglesia occidental no acepta el sacerdocio casado. Hay diócesis católicas que se desarrollan en otras culturas, algunas de ellas del Oriente o en Africa. Pero en Occidente no. Mientras no se cambie esa legislación, va a ser imposible. Aunque lo que se ha hecho aquí, y que es lo que el obispo Samuel Ruiz ha defendido, es que estos pueblos católicos tienen derecho a que la Iglesia se inculture en ella. Y por lo tanto el sacerdocio indígena sería lo más natural. Porque en la cultura del México indígena rural un hombre que no se casa, una mujer que no se casa, que no gobierna su casa, sigue siendo niño o niña. De hecho les llaman así a los solteros: la niña Virginia, el niño Pedro, aunque ya sean viejitos, porque no se casaron.

Cuando llegó el nuncio apostólico Justo Mullor, informan ambos sacerdotes en entrevistas por separado, esta diócesis preparó un argumento legal para solicitar las reformas pertinentes en el Vaticano, basado en el testimonio de la iglesia autóctona, para permitir el sacerdocio casado. Obispos de otras latitudes del mundo también lo han hecho. En América Latina son ya varios los prelados católicos que han elevado sus inquietudes al papa Juan Pablo II. Pero éste, se sabe, no es nada afecto a la idea.

A los latinoamericanos no les ha respondido aún. Pero a una solicitud en este sentido del clero africano sí les contestó. Y fue con un rotundo "no".

Continúa la reflexión de Ituarte sobre el tema: "Dada la revaloración del cuerpo, del matrimonio, del hombre y la mujer, que se ha hecho en la cultura moderna, se han superado prejuicios. Pero en términos eclesiales y de derecho canónigo, seguimos con el celibato como única forma de ejercer el sacerdocio. Fue en su momento un tema muy debatido en la Iglesia hasta que le pusieron un hasta aquí, y se acabó la discusión. Por el momento".

En términos mucho más terrenales, con sencillez, el diácono Jerónimo Gómez resume así el corazón del debate: "No es que estemos exigiendo o queriendo el uxorado; sólo decimos que es una necesidad".

Y es que, coinciden ambos sacerdotes, en la iglesia indígena este es un tema central, ya que no sólo se trata de la revaloración del matrimonio, sino de la importancia de que el sacerdote pudiera tener otra alternativa para vivir su sacerdocio dentro del matrimonio.

"Es un problema de la identidad cultural, de cómo se desarrollan las personas dentro de una cultura y cuál es el marco de referencia de autoridad. Por eso, plantear el matrimonio del sacerdocio en el mundo indígena es mucho más rico que plantearlo desde nuestro mundo".