La Jornada Semanal, 30 de enero del 2000



Germaine Gómez Haro


Artes visuales


México: eterno caos



Más de dos milenios de ininterrumpida creación artística se conjuntan en la magna exposición ``México Eterno: Arte y Permanencia'', la cual, presentada con bombo y platillo en el Palacio de Bellas Artes, se constituye como el evento cardinal del programa Año 2000: del Siglo XX al Tercer Milenio, organizado por el CNCA, el INBA y el INAH.

Cerca de 400 obras de arte mexicano de todas las épocas, provenientes de colecciones públicas y privadas de toda la República, conviven en el mismo recinto que se propone, a la vez, ``como una pieza arquitectónica fundamental del arte mexicano''. Y sin duda lo es. Sin embargo, en esta ocasión el hermoso edificio proyectado por Adamo Boari ve opacados su elegancia y esplendor con el atiborramiento de obras dispuestas hasta en accesos, vestíbulos y rincones, en el afán de exhibir una desmedida cantidad de piezas para el espacio disponible. Desde que el visitante cruza el umbral del palacio de mármol comienza el desconcierto; de hecho, difícilmente uno se entera dónde da inicio la exposición ni cuál es el rumbo a seguir (¿será acaso una metáfora de nuestro incierto devenir?). ``México Eterno: Arte y Permanencia'' es, a mi parecer, un reflejo de lo que acontece en nuestro país: un orden caótico. Esta exposición es ejemplo patente de un protagonismo y un rebuscamiento que rayan en la cursilería. El gran esfuerzo de reunir una cantidad importante de obras excelsas, muchas de ellas nunca antes expuestas, se ve truncado por la pretensión de ``inventar'' una exhibición novedosa y original, fuera de lo común (¿posmoderna?).

Disfruté muchas obras para mí desconocidas -especialmente en la magnífica selección de arte colonial- y eso siempre se agradece, pero a la vez me sentí profundamente confundida -y hasta disgustada- con el criterio de conformación de los diferentes grupos temáticos que, en su mayoría, resultan incomprensibles para el público en general. Sólo leyendo el catálogo -que llegó con un mes de retraso y sólo estará al alcance de unos cuantos- consigue uno enterarse de la propuesta museográfica del coordinador general de la exposición, Miguel Angel Fernández, quien convocó a un grupo de reconocidos especialistas para que la selección de cada pieza fuera ``discutida y sancionada de manera colegiada''. Cabe señalar que la edición del catálogo por parte de Espejo de Obsidiana es impecable -un libro bellísimo y sustancioso- y que los textos de los especialistas merecen la pena. Ahí es donde uno se da cuenta de que el problema no reside tanto en la museografía sino en la rebuscada disposición de las obras.

Tres ejes temáticos rigen el intrincado discurso museográfico: Mundos míticos, espacio profano, El cuerpo y el rostro, y Los ritmos de la vida. Miguel Angel Fernández vislumbra esta exposición como ``una nueva propuesta museográfica que corresponde incluso al mismo siglo que va terminando''. En mi opinión, si la presuntuosa propuesta museográfica de esta exposición corresponde -como afirma Fernández- al siglo que termina, será efectivamente, insisto, por su propensión al caos. Resulta difícil captar las supuestas líneas de correspondencia que se establecieron entre las obras de distintos periodos, y la sensación que se puede llevar el visitante es la de recorrer un ``gabinete de curiosidades'' al estilo de los decimonónicos o, como me comentó doña Raquel Tibol, con quien coincidí el día de mi visita: ``¡Esto es el bazar de Miguel Angel Fernández!''

La museografía tampoco ayuda para nada, lo cual es de extrañarse si recordamos que tanto Miguel Angel Fernández como Agustín Arteaga han demostrado en otras ocasiones su buen gusto y sensibilidad en la realización de diseños museográficos para exposiciones variopintas. Lo primero que salta a la vista es que son demasiadas piezas para el espacio disponible y eso siempre afecta la apreciación de las obras. Y el despliegue de colores discordantesÉ ¿Será también un símbolo de nuestro México eterno?

Para rematar, se reitera que la exhibición está ``liberada de la tiranía de las cronologías''. Quizá por ello se consideró innecesario incluir en las fichas técnicas de las piezas mesoamericanas su horizonte cultural y su procedencia, pero eso sí, se resalta el término ``Anónimo'' para que no haya duda de que se desconoce la identidad de los milenarios autores. Además, resulta increíble que en una exposición de esta categoría aparezcan errores y omisiones en las mencionadas fichas. Un ejemplo: leemos ``Alvarez Bravo'' junto a una bella fotografía. ¿Manuel o Lola? Confieso que lo dudé hasta que pude consultar el catálogo y comprobar que era de la autoría de don Manuel. Me parece una inconsciencia pasar por alto que la falta de información es también una falta de respeto hacia el público no especializado que acude a los museos con el fin de ilustrarse. ¿O acaso magnas exposiciones como ésta se conciben tan sólo para el gusto y disfrute de unos cuantos ``entendidos''?