* Hermann Bellinghausen *

Lluvia como hormigas

Este sentimiento de que la lluvia puede caer y seguir cayendo como un río de hormigas o un manto de brevísimas erupciones cósmicas sobre el parabrisas; la idea absurda de no estar solo en medio de la tormenta, leve, fría, interminablemente, tormenta. Me acompañan las historias.

 

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1. Las calles: están lejos y una procesión de paraguas declama en la lucidez de un clavadista ciego que memoriza los mejores poemas de una antología popular que compró en el Metro ayer, a las seis treinta de la tarde. También llovía.

Una mujer sin piernas, anciana, y como él, lúcida, le ofreció un caramelo envuelto. En rojo celofán (y qué le importaba al ciego que fuera rojo el celofán). El clavadista ciego chupó deleitosamente, y un temblor, ligero como la lluvia, le escurrió la espina, y entonces el brazo, la mano, el bastón de aluminio y el suelo que pisaba con alegría.

Señor clavadista, dijo la dama inválida, Ƒpodría usted decirme, línea por línea, el Nocturno a Rosario? Me gustaba, Ƒsabe?, cuando era niña. Era el favorito de mí padre.

El clavadista la miró con ese gesto ciego que tenía, y recitó el poema arcaico que la anciana pedía. Se veían tan entretenidos...

 

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2. Setenta años: se dice pronto, como si fuera cualquier cosa. Allí tienen a Celso, quien bromeaba sobre su muerte, diciendo que él es el único hombre a quien palmarla le mejoraría el nombre. Sobre su cadáver irremediable los deudos dirían: éste que vemos es ex-Celso, y lo será en adelante.

En su cumpleaños reciente, bromas aparte, quiso atreverse a nacer de otra manera, nuevamente. Tan aficionado siempre a los recomienzos, los años cero, los días primeros. Sabía que era una charada mental, una puñeta decimos nosotros (y qué puede tener contra una buena puñeta un hombre con sus años). Sabía que nacer no tiene remedio, se nace sólo una vez y eso es todo. Después de ese nacimiento es que sucede todo lo que sucede, y no cabe esperar más.

Y vaya que llevaba tiempo de nacido, en comparación con tantas personas a su alrededor. Sobre todo últimamente.

El mero día de sus setenta decidió visitar a un viejo colega, ahora retirado y en consecuencia víctima del tedio que aqueja a los jubilados.

Sucedió que Celso, quien sólo se jubilará cuando sea ex-Celso, se encontraba de paso en la ciudad donde crecieron juntos él y su amigo, y para variar iba solo, como tantas veces en su profusa vida, de la que siempre se quejaba, injustamente. Si esa vida le resultaba poco, Ƒqué nos dejaba a nosotros, que lo veíamos como un compendio de verdades? Sí, incompletas, pero es a lo más que se puede aspirar en una existencia abierta, como la suya.

Te das cuenta, fue lo primero que dijo al amigo a quien le fue a quitar lo aburrido, que las vidas de la mayoría de la gente son más cortas que el tiempo transcurrido desde la última vez que nos vimos.

El amigo, estimulado por la visita, dio voces nerviosas llamando a su hija mayor, quien lo cuidaba, para que trajera de inmediato una botella de vino.

Todos en la casa del profesor jubilado se quedaron sorprendidos. Y más cuando, embebido en la conversación y los recuerdos de él y Celso, dejó pasar la hora de la siesta, la hora de la merienda y la del último noticiero incluso, sin quedarse dormido.

 

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Qué lejos está todo de todo, pienso a veces, y a veces pienso que a qué cerca, bostezo y lloro un poco, muy poquito, y me estiro, mientras la lluvia arrecia sobre el parabrisas sus hormigas, y se extiende al frente el camino.