La Jornada martes 8 de febrero de 2000

Elba Esther Gordillo
Austria: una llamada de alerta

Lo que parecía una amenaza seria se convirtió en un riesgo considerable para el futuro de Europa: se acordó la coalición de gobierno en Austria entre el Partido Popular (OVP), encabezado por el conservador Wolfang Schuessel, y el Partido Liberal (FPO) del ultraderechista Joerg Haider.

La presencia de la ultraderecha en el gobierno austriaco y el creciente liderazgo de Haider justifica plenamente la alerta que ha despertado en distintos espacios del mundo, sobre todo cuando esta coalición de gobierno que incorpora a la ultraderecha coincide con el desinflamiento de las fuerzas socialdemócratas y democratacristianas en algunas naciones de la Unión Europea (UE), derivada de escándalos de corrupción de gobiernos que, como el alemán, son fundamentales en los destinos de la UE.

Es cierto que una golondrina no hace verano, y que Austria no es reflejo fiel del resto de Europa; sin embargo, la irrupción de Haider --"el político más popular, pero el más odiado de Austria"-- obliga a pensar acerca de las causas que permitieron su acceso al poder; tratar de responder por qué y cómo fue posible que en apenas trece años el hijo de un zapatero --militante activo del nacionalsocialismo hitleriano-- sacara del sótano de las preferencias electorales al Partido Liberal y lo llevará a convertirse en la segunda fuerza política del país (con 27.2 por ciento de votos durante las elecciones legislativas del pasado 3 de octubre).

No es fácil entender, antes al contrario, cómo uno de los países más ricos de la UE, con apenas ocho millones de habitantes, cuyo desempleo alcanza a sólo 4.3 por ciento de su población --de los más bajos en toda Europa--, sin grandes problemas y con un futuro prometedor, opte por una oferta política como la que propone la ultraderecha dirigida por Haider, llena de contenidos autoritarios y fascistas (días antes de las elecciones del 3 de octubre, Haider "ofreció" terminar con la "sobreextranjerización" una palabra empleada por Joseph Goebbels, truculento propagandista nazi de Hitler).

A diferencia de países con una economía vulnerable o inestabilidad política evidente, en Austria no se votó --está claro-- por la promesa de bienestar económico o seguridad en el empleo. Por el discurso fascista y xenófobo de Haider y su partido, es probable que los austriacos hayan votado en favor de la exclusión económica y racial, en favor de políticas antimigrantes, en favor del apartheid económico.

Y quizá no sólo económico, sino explícitamente racial, ya que no puede olvidarse que hace no menos de una década, la llegada del actual presidente austriaco Thomas Klestil estuvo marcada por una batahola parecida a aquélla en la que Kuart Waldheim, entonces canciller, debió renunciar debido a que se reveló que durante su juventud, cuando era oficial del ejército nazi, participó en la deportación de judíos en los Balcanes.

En el fondo, el ascenso de la ultraderecha al gobierno austriaco es mucho más que un trago amargo para la Europa unida; al mismo tiempo, la votación en favor de la derecha recalcitrante ha puesto a discusión una de las paradojas de mayor riesgo para la democracia en todo el mundo: acceder al poder a través de mecanismos democráticos, pero con un proyecto político contrario a los principios fundamentales de la democracia.

La democracia, es cierto, ordena respetar la voluntad de los electores --como en el caso de Austria--, pero obliga también a respetar y hacer respetar la pluralidad y los derechos humanos de todos sin excepción. Tal es el argumento que ha conducido a varias naciones de la UE a replantear sus relaciones con Austria, pues de acuerdo con el Tratado de Amsterdam se dice: "la Unión Europea está fundada sobre los principios de la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos, a las libertades fundamentales y al Estado de derecho".

Hasta ahora sólo han sido amenazas las de Haider y sus correligionarios; habrá que esperar el sentido de sus acciones de gobierno, aunque nada bueno augura el que dos hombres del Partido Liberal (Thomas Prinzhorn e Himar Kabas), propuestos por Haider para integrar el gabinete, hayan sido vetados por el presidente Klestil, el primero por haberlo amenazado "con dejarlo con la cabeza sangrando" si no aceptaba la coalición de ultraderecha; el segundo, por emplear temas xenófobos durante la campaña electoral.

El caso austriaco demuestra que la voluntad de una mayoría tiene límites: los valores democráticos fundamentales. Cualquiera que sea el mandato de esa mayoría, no puede representar un peligro para el resto de la comunidad.

En una democracia ninguna decisión de cualquier gobierno o fracción política, incluso si proviene de las urnas, puede atentar contra los valores de esa democracia, el respeto a la pluralidad y a los derechos humanos de todos sin excepción.

En las elecciones no es válido atentar contra los principios democráticos, si no se decide quién tiene el mejor proyecto y los hombres más capaces para gobernar democráticamente.

Ninguna victoria electoral puede derrotar a la democracia, o proponerse derogarla si efectivamente es democrática.