Ť La aventura de la crueldad Ť

Ť Abilio Estévez Ť

Saludada por Alejo Carpentier como una ''extraordinaria historia de aventuras verídicas'', la novela El negrero (publicada en Madrid en 1933), del escritor cubano Lino Novás Calvo (1903-1983), es una referencia hasta cierto punto mítica en la literatura de este siglo. Considerada como una obra maestra, de fina artesanía prosística, es rescatada por Tusquets editores. Este día empieza a circular en México. Por tal motivo, ofrecemos, con autorización de la editorial, el prólogo escrito por Abilio Estévez

Por los años de mi adolescencia, en que tanto importaban las hazañas, las peripecias externas narradas por los libros, cayó en mis manos un viejo ejemplar de aquella "vida novelada de Pedro Blanco Fernández de Trava", con letras pequeñas y apretadas, páginas un tanto amarillentas, sobadas, maltratadas por el uso. Un día y una noche me bastaron para leerla. Quedé atrapado por los fascinantes episodios, sorprendido por su violencia y por su maldad, maravillado porque a esa edad ųy a cualquier otraų resulta tan fascinante el mítico mundo de los piratas.

De cualquier modo, no creo haber sido tan joven o tan ingenuo como para no percatarme de que en aquella historia había algo más que entonces no alcanzaba a comprender.

el negrero Transcurrieron años. Mientras estudiaba en la desafortunada Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, volví a leer la novela. No menciono por gusto la Escuela de Letras. Esta circunstancia significa muchas cosas. Significa, por ejemplo, que había abandonado la blanda torre de marfil de mis primeros años, y significa que me enfrentaba a un mundo politizado y hostil. Quiero decir, transitaba por otro periodo de ingenuidad en que realizaba mis primeros y definitivos descubrimientos sobre la naturaleza también desalmada que tenemos los seres humanos, bastante propicia para entender el mundo de iniquidad en que se desenvuelve El negrero.

Si leí la novela de Novás Calvo, no fue porque estuviera incluida en los planes de estudios. A Novás ni se le mencionaba. Se había exiliado en Miami al triunfo de la Revolución, y como a cuantos hubieran abandonado el país después de 1959, se le consideraba "traidor a la patria". Al igual que Gastón Baquero o que Guillermo Cabrera Infante, ni siquiera aparecía en el Diccionario de literatura cubana que por esos años publicó el Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba. La releí porque, por fortuna, tenía yo un amigo inolvidable que andaba empeñado en dirigirme las lecturas, y a El negrero, así como a los cuentos de Novás Calvo, en Cuba había (y hay) que volver siempre.

Gracias a mi inolvidable y generoso amigo, tuve algunas noticias sobre el libro y sobre su autor. Supe que El negrero había alcanzado considerable éxito en el momento de su publicación madrileña de 1933, que había recibido los elogios de Unamuno en la tertulia de El Ateneo, así como que Novás Calvo había sido uno de los máximos responsables del renacer narrativo (fundamentalmente del cuento) que conoció Cuba hacia la década de los cuarenta. Junto con Alfonso Hernández Catá, Enrique Labrador Ruiz, Carlos Montenegro, Alejo Carpentier, formó parte de un precioso grupo de escritores que reanimó la prosa cubana hasta un punto que (al menos en tal sentido de conjunto) no creo que haya alcanzado otra vez.

Nacido en Granada de Sor, Galicia, en 1905, Lino Novás Calvo emigró a Cuba con siete años. La humildad de su origen lo obligó a realizar los más insólitos y diversos trabajos: labró la tierra, confeccionó sombreros, limpió fondas y hoteles, vendió ostras, hizo carbón y boxeó. Viajó a Nueva York muy joven, de donde regresó amigo de Sherwood Anderson (admiraba Winesburg, Ohio), y donde pudo apropiarse de otro idioma que le permitiría traducir espléndidamente a Faulkner, Hemingway, Lawrence, Huxley... Fue taxista. Leyó con voracidad. Escribió relatos breves. Trabajó como periodista del Diario de la Marina. Este periódico lo envió, hacia 1931, de corresponsal a Madrid. Colaboró con la Revista de Occidente. Escribió y publicó El negrero. Editó en Barcelona (donde vivió) una novela corta, Un experimento en el barrio chino. Vivió igualmente en París, es decir, se adueñó de otro a idioma con el que años después se ganaría la vida en La Habana. Tradujo a Balzac. Conoció la pasión por la narrativa de Joyce. Visitó la Alemania hitleriana. Al servicio de la República española, participó en la guerra civil. Debió huir a Francia, entre milicianos vencidos. Regresó a La Habana cargado de escepticismo: "Lo que vi en España ųconfesó a su amigo Salvador Buenoų podría hacerme vomitar toda la vida". Trabajó con el sabio etnólogo Fernando Ortiz. Publicó dos libros de relatos verdaderamente sorprendentes, muy superiores a cuanto escribiera antes o después: La luna nona (1942) y Cayo Canas (1944), donde aparecieron cuentos que se hallan entre lo mejor publicado de este lado del Atlántico (como "La noche de Ramón Yendía" o "La visión de Ta María"). Al triunfo de la revolución de Fidel Castro, viajó a Estados Unidos. Allí murió en 1983.

La segunda lectura de mis años universitarios, tan divertida como la primera, sacó no obstante a la luz nuevos aspectos que, en aquella otra y adolescentaria ocasión, me habían pasado inadvertidos.

En primer lugar, me encontré en mejores condiciones de admirar el estilo ansioso, tirante, cortado de frases y apariencia desmañanada. A las capacidades propias de cualquier gran escritor, al extraordinario talento narrativo, al poder de observación, la capacidad de ordenamiento de la sustancia narrada, Novás unía una virtud especial para trabajar con el lenguaje hablado por el "hombre de la calle", por los más humildes, por los marginados, por los más incultos (incultura libresca, quiero decir). Así como llegó a aprender inglés y francés hasta convertirlas en lenguas propias, aquel gallego cubano supo captar muy pronto (y tuvo la capacidad para convertirla en materia literaria) el habla cubana, la jerga del hombre del campo, y del hombre de la noche habanera, como quizá sólo Cabrera Infante haya podido lograr años después. Presumo que a nadie se le ocurrirá dudar, a estas alturas, de que aquel narrador nacido en Granas de Sor es uno de los escritores cubanos más grandes del siglo.

Me percaté, en segundo lugar, de que no me hallaba ante cualquier libro de aventuras. Estoy hablando del más cruel de los libros de aventuras que yo haya leído jamás.

Quiero suponer que el sustantivo "cruel" posee aquí una significación especial. Sospecho que, entre otras cosas, la crueldad contribuye a rescatar esta novela del limbo o de la trivialidad en que duermen algunas novelas de aventuras. Como el lector comprenderá, no se trata de la crueldad evidente del robo o la piratería, el asesinato o la impiedad consustancial al mundo marinero del siglo XVIII o XIX. Deduzco que se trata de algo más profundo.

Mucho, se sabe, investigó Novás Calvo antes de sentarse a escribir la historia de aquel malagueño atroz, Pedro Blanco Fernández de Trava (el mongo de Gallinas), así como la de los no menos bestiales Francisco Féliz de Souza (más conocido por Cha-Cha) o los Zuluetas, personajes de la llamada realidad y que "la historia universal de la infamia" hubiera debido recoger en sus páginas. Pero El negrero no es una biografía al uso. Esta historia tensa, estricta y excesiva, escueta y barroca, en la que nada parece que sobre o falte, logra humanizar el mundo del comercio humano. Cuando digo "humanizar" intento decir: exhibir ese mundo en todo su espanto, mostrarlo en su crudeza, sin atenuantes; tornarlo, además, comprensible; hacer evidente su lado frágil, o, lo que es lo mismo, su psicología; desmitificándolo y mitificándolo del modo en que sólo la literatura es capaz.

Asesinatos, robos, traiciones, magia, naufragios, abordajes, agresiones, calma chica y huracanes, cualquier oprobio encontrará el lector en las páginas que lo aguardan. También encontrará una monstruosa historia de amor, una ternura brutal, una pasión herética entre Pedro Blanco, lleno de misterio y de silencio, atractivo, peligroso y brillante como una hoja de acero, y su hermana Rosa, abnegada y llena de ímpetu.

Esta historia, enigmático lector, no te dará tregua hasta el conmovedor final, el siniestro y hermosísimo final (que casi estoy tentado a llamar cinematográfico, si no fuera porque es el buen cine quien debiera llamarse literario).

En El negrero sucede todo eso y más, porque resulta un agudo análisis sobre una época (finales del siglo XVIII y principios del XIX) que arroja, como debiera hacer toda novela histórica, luminosidad portentosa sobre el presente contradictorio y aterrador en que vivimos. Porque tiene que ver con una de las aventuras más despreciables realizadas por el hombre (la trata de esclavos, el comercio de unos hombres por otros), en un momento bastante pavoroso de nuestro siglo (1933) en que el racismo, con la ascensión de las hordas fascistas al poder, volvía a protagonizar otra aventura vergonzosa. Como por desgracia el racismo continúa protagonizando aventuras vergonzosas (hemos tenido la oportunidad de comprobarlo en la historia más reciente), Novás Calvo muestra el horror, la ferocidad de un mundo que continúa siendo el nuestro.

En esas tardes de ocio en que la realidad o su sinónimo, el hastío, tanto abruman, entre los libros que me agradaría tener a manos (allí entre La cartuja de Parma, El Gatopardo, Las ilusiones perdidas, Guerra y Paz o Tristram Shandy), me gustaría encontrar un cómodo y hermoso ejemplar de El negrero. En esas tardes, digo, en que uno deambula como un fantasma por calles que no existen, ansioso de experiencias intensas que lo colmen de perplejidad, cólera o ternura, o lo que significa lo mismo, que lo devuelvan a la vida. Tardes en las que, sin paternalismos ni falsas piedades, se quisiera indagar (aunque sea una inquisición inútil) sobre la condición del hombre y su paso por el mundo. Porque El negrero, como todo gran libro, no sólo divierte sino que permite incluso aproximarse a lo que con tanta nostalgia llamamos "la sabiduría".

Envidio al cauto e inescrutable lector que por primera vez se dispone a disfrutar las páginas que siguen.