La Jornada Semanal, 20 de febrero del 2000



Fabrizio Andreella

El cuerpo sin fin de la anorexia

Por la pasarela de la angustiosa modernidad desfilan las anoréxicas que son ``calvinistas del tenedor, nihilistas del paladar y cultivadoras del zen estomacal'', según las describe el maestro Andreella. Este ensayo nos proporciona estadísticas, opiniones médicas, especulaciones psicoanalíticas y puntos de vista de modelos tan prodigiosas como Naomi Campbell. ``Cualquier religión tiene sus mártires, y la esbeltez inmola al 15% de las anoréxicas en el altar de su culto'', dice Andreella, que culmina sus perturbadoras reflexiones con una imagen terrible en la que aparecen la princesa Diana y un niño africano con su ``globalizado'' aparato digestivo.

Después de las comilonas pantagruélicas de fin de año, me he purificado unos días con calditos y ensaladitas, sustituyendo el placer carnavalesco de los excesos culinarios con las disciplinas rituales de la cuaresma. En la meditación me vinieron a la mente las anoréxicas, esas místicas laicas que confían a la religión del cuerpo el sentido de sus vidas. Me pregunté cómo habrían vivido el desenfreno de los apetitos corporales durante las fiestas. Me pregunté qué es lo que nos quieren decir esas calvinistas del tenedor, esas nihilistas del paladar, esas cultivadoras del zen estomacal. Los expertos de la psique, siempre atentos para defender las reglas de sus jardines edípicos, nos dicen que la raíz de la anorexia está en un conflicto familiar: un exceso de protección, una actitud obsesiva de la madre o la ausencia de la figura paterna pueden desencadenar reacciones de rechazo o peticiones de afecto que se manifiestan a través de la anorexia. La comida, elemento simbólico de la unión de la familia, sería así el instrumento para comunicar los malestares profundos que se manifiestan en su interior. Los sociólogos, al contrario, acusan a los modelos culturales del cuerpo perfecto y de la seducción que, bombardeando a las adolescentes a través de los medios masivos, crean una obsesión que agrava la inseguridad típica de esa época de la vida. Otros afirman que las adolescentes anoréxicas tienen miedo a las mutaciones corporales de la identidad femenina (senos, menstruaciones) y lo tienen, también, a crecer, a ser adultas. Por esta razón se dejan el pelo muy largo (para taparse) o muy corto (para parecer hombres), y se visten con ropa que oculta sus formas. Si fuera así, la anorexia no tendría nada que ver con los modelos de belleza y seducción que los sociólogos señalan. Para otros, la anoréxica es una persona que vive más en la fantasía que en la realidad y se fija metas irrealizables como, por ejemplo, enamorarse de alguien que no existe. Otras teorías definen la anorexia como una enfermedad del opulento mundo occidental o como la demostración de que no se necesita nada ni a nadie, ni en lo material ni en lo emocional. Recientemente, un psiquiatra chino, Sing Lee, propuso una nueva interpretación de la enfermedad desde la perspectiva de su país. Según Lee, las anoréxicas chinas no tienen miedo a engordar como las occidentales, más bien rechazan la comida por malestares del estómago o de la garganta. Las mujeres, explica el psiquiatra, perciben las emociones negativas en el nivel visceral, mientras que los hombres sufren afecciones del aparato cardiovascular. Por eso, las mujeres rechazan la comida al somatizar patológicamente una emoción negativa. Sin embargo, detrás de tantas hipótesis existe una verdad hecha de cuerpos de treinta kilos, en los cuales desaparecen las menstruaciones y aparece una constante sensación de frío debida a la pérdida de ese aislante térmico natural que es la grasa.

Hoy en día la anorexia se presenta principalmente entre los doce y los dieciocho años de edad, y se desarrolla plenamente entre los ocho y los veinticinco años. El 15% muere por insuficiencias cardiacas o renales o por infecciones. El 90% de los enfermos son del sexo femenino. Las mujeres adolescentes son las víctimas predilectas de la anorexia. La mayoría convierte su insatisfacción vital en un desagrado por su aspecto físico. Terminan por acostumbrarse a vivir en el filo de la navaja. La anoréxica no acepta su condición humana y niega al mundo la posibilidad de interferir en las funciones de su cuerpo. Podemos pensar que la anorexia es la traducción orgánica de un miedo al riesgo representado por las emociones. Los sentimientos no son tan diferentes a la comida: entran en nuestra vida con una sonrisa, con unas palabras, con esa secreta realidad que llamamos ``vibra''. Lo hacen con la química y la afinidad necesarias para romper los muros de incomunicabilidad y de certidumbres individuales que hacen de la vida un evento biológico y nada más. El acto banal y cotidiano del comer nos recuerda que somos seres que tienen sentido sólo si aceptan acoger el mundo dentro de sí mismos, ya sea en la forma de una manzana o de una persona amada.

El ayuno, la abstinencia y las mortificaciones corporales siempre han sido técnicas ascéticas para la salvación del alma. El cuerpo es -ya lo sabemos-, culturalmente, el albergue del pecado. La sociedad se ha secularizado y Dios ha muerto; sin embargo, hemos mantenido las categorías culturales religiosas y con ellas vivimos e interpretamos el mundo y la vida. El tormento del cuerpo que la religión consideraba como puerta de acceso a lo divino es hoy asumido para lograr la aceptación social. Por lo mismo es una forma de ascetismo, de sacrificio, de privación, de control de los instintos, autopunición, aspiración a la inmortalidad, cercanía de la muerte, relación con una imagen ideal. Todos estos son los elementos que acercan a las anoréxicas a las místicas medievales. La perfección de las anoréxicas se logra a través del rechazo de las necesidades biológicas elementales. Vivimos la paradoja de una tendencia general a salir de nuestro cuerpo a través de la tecnología y al mismo tiempo de mantener un culto moderno del cuerpo. Un cuerpo que no utilizamos más que para señalar nuestra presencia, un cuerpo para la contemplación, está cargado de valores socialmente compartidos como el de la esbeltez. La anorexia se ubica en el terreno del dualismo de un cuerpo que no tiene más valor que la visibilidad. Sin embargo, la anoréxica arma un proyecto de modificación de su aspecto que paulatinamente va perdiendo su objetivo original y asumiendo, en relación con su yo y su cuerpo, la actitud tecnológica que tiene como única meta la celebración de los instrumentos que sirven para lograr un objetivo que, en el caso de la anoréxica, son la autodisciplina y el desapego del mundo. Si en principio el motivo del ayuno puede ser el deseo de ajustarse a un modelo social de belleza, más tarde se convierte en una relación personal con el cuerpo que puede culminar con una lucha contra las leyes naturales y los límites de la sobrevivencia. Desde la homologación con el narcisismo hasta la lucha titánica contra el mundo, la conducta anoréxica culmina con un total desinterés por la seducción. Lo que yace en el fondo de este proceso es un sentimiento de competencia, primero con las otras mujeres y al final consigo misma. En este sentido la anorexia es un subproducto de la competitividad que cubrimos con esa capa de respetabilidad llamada autorrealización. Frente a este fenómeno, el sistema capitalista no es un espectador pasivo -nos dice el filósofo francés René Girard en El resentimiento- porque ``es sin duda lo suficientemente inteligente como para adecuarse a la manía de la delgadez, inventando todo tipo de productos que nos auxilien en la lucha contra las calorías. Sin embargo su mismo instinto va en una dirección contraria, pues favorece sistemáticamente al consumo en lugar de la abstinencia''. En su libro El mito de la belleza, Naomi Campbell va aún más allá en el análisis político del asunto y afirma que ``la dieta es el más potente sedante político en la historia de las mujeres ya que una población con esa soterrada obsesión es una población fácilmente manipulable''. Cualquier religión tiene sus mártires, y la esbeltez inmola al 15% de las anoréxicas en el altar de su culto.

¿Por qué hemos llegado a apreciar cuerpos que parecen un memento mori medieval? ¿Porqué Modigliani y Giacometti tienen más éxito que Rubens y Botero? Es indudable que la moda propone cuerpos-perchero para lucir ropa, cuerpos que ya no hablan su propio idioma sino el lenguaje codificado de un sistema de significación. En la Bienal de Florencia de 1996 se celebró un evento ejemplar: los estilistas más importantes aceptaron con entusiasmo la invitación para vestir a unas estatuas de los museos florentinos. Se trataba de cuerpos míticos, de cuerpos inorgánicos, en suma de cadáveres.

Nos hemos acostumbrado todos a este estilo porque la cultura visual ya vive independientemente de la vida real, pues muchas cosas que fascinan a la vista dejan sin emoción al tacto. Por eso muchos hombres quisieran una modelo para pasear y una señora de formas generosas en la cama. Así observamos dos paradigmas distintos: la pechugona nalgona de un lado, hecha para deleitar las fantasías que -como nos dicen los antropólogos- se relacionan con la fecundidad, y las ascéticas desangradas del otro, para contemplar una feminidad cerebral que nos protege de las fuerzas terrenales de la mujer. Como siempre, se trata de ese dualismo ideal que se usa para no enfrentar la variedad infinita de la naturaleza. Adolf Hitler construyó toda su filosofía sobre la imposición de un modelo físico superior, pues la raza aria debía defenderse de las razas inferiores. Su proyecto falló, pero permanece la necesidad de adecuarse a un modelo ideal, y lo que los nazis no consiguieron parecen lograrlo los cirujanos plásticos y la moda, con el bisturí y las dietas obsesivas en lugar de las cámaras de gas. Esto es, sin duda, más democrático y más redituable.

A las mujeres que, durante una cena en un restaurante riquísimo, manipulan con el tenedor dos hojitas de ensalada, enfrentando el riesgo de caer en la anorexia, les quiero regalar una cita de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar: ``Comer un fruto significa hacer entrar en nuestro Ser un hermoso objeto viviente, extraño, nutrido y favorecido como nosotros por la tierra; significa consumar un sacrificio en el cual optamos por nosotros frente a las cosas. Jamás mordí la miga de pan de los cuarteles sin maravillarme de que ese amasijo pesado y grosero pudiera transformarse en sangre, en calor, acaso en valentía. ¡Ah! ¿Por qué mi espíritu, aun en sus mejores días, sólo posee parte de los poderes asimiladores de un cuerpo?'' A todos los demás les dejo una imagen que me parece simbólica: la anoréxica princesa Diana Spencer en uno de sus recorridos humanitarios y, en sus brazos, un niño africano con el estómago ``globalizado'' por el hambre.